Capítulo 6
Debió suponer que mientras terminaban de colorear la ultima flor de aquel libro, la pregunta que tanto inquietaba a su hija saldría en escena,
—¿Qué pasará si mi profesora no está más, papá?
Existían pocas cosas que despertaban el interés de su hija, y el patinaje comenzaba a ser su foco de atención esas últimas semanas, lo cual sería próximamente un problema cuando tuvieran que regresar a su hogar en Nueva York.
—Seguramente contraten a otra por el tiempo que ella no esté —explicó recargando su mentón en su mano, a la vez que trataba de no pasarse de la raya con tanto color verde en el tallo. Su hija le remarcaría que es demasiado y deberían volver a empezar.
—Pero no quiero otra profesora. No sabrá qué hacer conmigo —explicó frunciendo el ceño.
De rodillas en su silla, buscaba el tono rojo más suave de aquella cantidad de colores.
Sergei alzó su mirada al comprender a lo que se refería, y no existía dolor tan grande como padre el no poder quitarle de la cabeza ese pensamiento.
Olivia era muy inteligente para tener casi cinco años, lograban hablar por horas, entenderse. Ella soltaba lo primero que pensaba, de una manera sólida, firmemente elaborada, no guardaba sus emociones, y ambos les agradaba el silencio de sus vidas, por eso creía cada día que nadie iba a alterarlos, robarles esa calma y convertir sus vidas en una montaña rusa.
Era su deber asegurarle esa calma.
—En ese caso, cuando tengas una nueva profesora, iré a hablar con ella para explicarle. Nada de que preocuparse, malysh —aseguró sonriéndole, intentando borrar la preocupación de su rostro.
Su hija asintió con su cabeza provocando que su mata de rulos se moviera hacia todos lados.
—Tal vez no sepa peinarme. Tú tampoco lo sabes.
Otro problema; su cabello.
Ningún peinado lograba tranquilizarla.
—Quizá lo sepa. No lo sabes aún.
Olivia chasqueó su lengua y cambió de rotulador por uno más oscuro para sombrear los pétalos de la flor.
—Me gusta mucho el pelo de una compañera, es de mí mismo color, pero es lacio y largo —comentó suspirando, ignorando la mirada de su padre, la necesidad que tenía este de hacerle entender que su cabello rizado era lo más precioso, que resaltaba su rostro tiernamente, que podía pasar horas admirando sus rizos cuando ella solo los odiaba.
—Puede tener rizos y estar alisándolo. No lo sabes —dijo con voz neutra, intentando que no sonara como un rezongo.
—¡Yo también quiero alisármelo! ¡Puedo preguntarle mañana! —exclamó exaltada, sus ojos brillando de emoción, soñadores, como si aquello le cambiaría la vida.
Y eso dolía, saber que su hija con apenas cinco años se sintiera tan insegura de si misma, y que con el paso del tiempo probablemente incrementarían sus temores. No importaba que él estuviera presente para repetirle una y otra vez que era perfecta, la niña mas hermosa de ese mundo. En poco tiempo su hija dejaría de creerle.
Se negaba rotundamente a que una compañera le dijera a su hija como alizar su cabello, pusiera cosas en su cabeza como si sus rizos fueran una abominación.
Tendría que dejarle en claro a Danielle cuando la llevara a su clase de patín, que se quedara dentro, controlando que nadie tocara el cabello de su hija. Y si eso debía de repetirlo por los tres meses que estarían en esa ciudad, no le importaba.
—¿Qué tal va la preparación para la muestra? Es en un mes ¿cierto?
Lo mejor que podía hacer era cambiar de tema, y aunque supiera exactamente fecha y hora de la muestra de patinaje para familiares, necesitaba que su hija le hablara de algo más.
—Si tenemos otra profesora, si —respondió afirmándose sobre la hoja para cubrir los detalles del pétalo, sacando su lengua ante la concentración.
Sergei sacudió su cabeza en cuanto la imagen de su sobrino Ethan apareció en su mente.
—Muy bien, creo que ya hemos terminado por esta noche —carraspeó alzando su dibujo para enseñárselo. Era la quinta flor que coloreaban esa semana —. ¿Qué tal? —curioseó conforme con su diseño, con la paleta de colores que eligió para ganarle a su hija. Esta vez prestó mucha atención a los bordes, a las líneas que no debía pasarse, a que no quedara algunos pétalos más oscuros que otros, a pintar dentro de los bor—
—Te has salido del tallo —señaló acomodando sus gafas para analizarlo mejor.
—¿Qué? Imposible —negó enseguida volviendo a comprobar su dibujo, y efectivamente había una línea fuera del tallo. Sergei resopló rendido. Esa semana no pudo ser, quizá la otra podría ganarle a lo perfeccionista que era su hija —. ¿Del uno al diez?
Olivia observó el techo pensativa, sus gafas rosadas se movían al fruncir la nariz.
—Mmhm...siete.
Sergei jadeó dolido, decepcionado. Rápidamente su hija le quitó las manos que cubrían su rostro ocultando su tristeza, sabiendo que detrás estaba la sonrisa de su padre jugándole una broma. Y ese momento, ese instante de picardía era el motor por el que hacía ese camino solo, transitando su paternidad inesperada que cambió su vida cuatro años atrás.
Había dedicado tantos años con una única misión; ayudar a que sus hermanos encontraran su camino, estando al pie del cañón para hacerlos entrar en razón, para que no se quedaran solos como creían merecerse, para que hoy cada uno pudiese tener su propia familia, que jamás se detuvo a pensar en que él era el único que quedaba atrás, quien no tenía una razón, un único logro del cual aferrarse.
Nunca planeó su vida más allá de acompañar a sus hermanos. Nunca se encontró tan perdido como cuando se dio cuenta que ya todo estaba hecho, y ahora restaba seguir solo.
La llegada de Olivia fue su salvavida, el regalo de esa búsqueda que jamás formó parte de sus planes, la razón de sus días, la pieza que lo mantiene a flote, pero también la pieza que lo haría perder la razón y despertar la crueldad, lo que tantas veces reclamó de sus hermanos.
De fondo se oían las voces del televisor, y era momento de terminar de preparar la cena. O servir en el plato lo que habían pedido esa noche como excepción; hamburguesas.
Besando la mejilla de su hija hasta que ella lo empujara riendo, se metió a la cocina. Sacó dos platos del mueble y comenzó a abrir las cajas que uno de sus guardias entró.
El teléfono en su bolsillo vibró anunciando un nuevo mensaje.
Su mensaje.
Sasha: Todo en orden.
Veinte minutos tardó en responderle a su misma pregunta de todas las noches. Rascando su cuello se quedó leyendo su contestación una y otra vez, poco convencido, con una sensación extraña alborotando sus sentidos.
No era su deber indagar quién era el tipo que la llevó a su casa ayer por la noche. La hermana de Eaton era bastante grande como para entender lo que estaba bien o no, pero ¿Qué tal si ese mismo tipo estaba de nuevo allí? ¿Eaton estaba enterado, o de acuerdo? Compartían la misma casa, su hermana tenía el mismo derecho que él de llevar a quien quisiera.
No debía meterse.
No quería meterse en asuntos que no le correspondían.
Sacó la primera hamburguesa y la dejó sobre el plato quitando la lechuga que no toleraba.
¿Qué tal que ese tipo tenía que ver con el cargamento que les robaron una semana atrás?
Sus manos quedaron quietas sobre la mesada, meditando tan inoportuna idea, pero bastante posible. No podían darse el lujo de confiar en caras nuevas, y la hermana de su socio debida ser la primera que lo entendiera.
Y carajo, pero Eaton tendría todo el derecho del mundo de regresar de su viaje y querer matarlo por permitir que un maldito ladrón se haya metido a su casa cuando él debía proteger a su hermana mientras no estuviese.
Llevando sus dedos al puente de su nariz, soltó una bocanada de aire sintiendo sus hombros ya tensos. Debía salir de dudas o no estaría tranquilo. Era eso, o meter a esa joven a su casa.
Sergei: Voy a necesitar el número de teléfono del sujeto de anoche.
El tarareo de su hija se oía de fondo. Seguía coloreando.
Sasha: ¿Para qué? Ni siquiera sé si volveré a verlo.
Al menos era algo bueno que no estuviese convencida de una segunda vez.
Sergei: Quiero saber de dónde es, dónde vive y a qué se dedica. Necesito su número. Gracias.
Cuando no apareció en pantalla que ella estaba escribiendo, supo que no accedería.
¿Acaso no entendía la situación de Eaton?
Tensando su mandíbula volvió a escribir.
Sergei: O podemos esperar a que regrese tu hermano, y lo averigüe él.
Enviado.
Si, un golpe bajo, lo sabía. Era jugar una carta que esa joven no podría negarse. Era claro que lo menos que deseaba es que Eaton estuviese al tanto de su salida y su "cita".
Lo importante era que él le dio la palabra a su socio, no iba a faltarle por caprichos de una mujer que parecía no entender lo que había ocurrido con el cargamento robado.
—¡Iré a lavarme las manos!
El grito de su hija lo hizo regresar en sí. No se había percatado de lo tan metido que estaba en aguardar que ese "escribiendo" se convirtiera en un texto.
Sasha: Contacto Jack.
¿Jack? ¿Qué nombre tan inventando era ese?
Sergei frunció el ceño desconforme, pero sobre todo sospechando incluso del nombre de ese tipo.
Jack.
Cuando su hija volvió a la sala, bloqueó su teléfono, y llevó la cena a la mesa.
Admirándola en silencio, se imaginó la misma escena de la hermana de Eaton y su cita, pero siendo su hija. No quería ni siquiera pensarlo, le arrancaría las dos piernas al tipo que se atreviera a pararse en su puerta abrazando a su hija de la misma manera que abrazaron a la hermana de su socio.
El dolor en su cabeza comenzó a aturdirlo, sabía que si tocaba sus ojos se sentiría incluso peor.
—¿Papá?
La voz de su hija lo hizo salir del trance, pero no del dolor que continuaba martillando su cabeza. Odiaba que fuese tan repentino, que no pudiese premeditarlo.
—¿Sí? —le sonrió ocultando su incomodidad, pero debía suponer que su hija era más inteligente que cualquier fachada que quisiera montar.
—¿No has tomado la medicación? —curioseó alzando sus cejas analizándolo mientras su hamburguesa aguardaba por un nuevo mordisco.
Sergei pasó su mano por su rodilla intentando tranquilizar el nerviosísimo en su pierna. Su hija parecía leerlo como un libro, de la misma forma que él lo hacía con ella.
—Hace unas horas.
Quizá debía subir la dosis. El dolor aumentaba y no creía que una sola pastilla lo ayudara demasiado.
Su hija asintió y regresó a su hamburguesa, quitándole las rodajas de pepinillo, y él aprovechó para relajarse en su silla. No le daría vueltas al asunto, más de las necesarias. Su foco era otro y lo más importante en su vida estaba a su lado.
Su teléfono volvió a vibrar.
Erika: ¿Qué tal mañana en mi casa?
Resoplando volvió a bloquear su teléfono evitando responder. Ni siquiera comprendía porqué accedió a conocer a alguien cuando tenía en claro que eso no podía ser.
El golpe en la puerta anunciaba que Pavel, el encargado de controlar toda su seguridad e informática aguardaba por él. Aprovechó que Olivia seguía cenando, y salió hacia la entrada.
—Moy ser.
—Gracias por venir —saludó desde su misma altura. Mas allá de encargarse de su seguridad, Pavel era su compañero en las mañanas cuando salían a correr —. Necesito que averigües todo lo que puedas sobre este número —indicó sacando del bolsillo de su pantalón su libreta para anotar el contacto de ese tal Jack —. También esta etiqueta —le extendió el pedazo de tela que arrancó del abrigo que usaba esa joven —. Lo más importante, a qué se dedica, y de dónde viene. A la brevedad, por favor —determinó sosteniendo la puerta para que su hija supiera que estaba cerca.
—Mañana a primera hora tendré algo para informarle.
Sergei asintió y volvió a meterse a su casa encontrando a su hija probando sus nuevos patines frente al sofá de la sala, intentando mantener el equilibrio.
Recargando su cuerpo contra la puerta, permaneció en silencio admirándola, sintiendo esa sensación de orgullo acoplar su pecho. No existía nada en el mundo que no haría por su hija, solo esperaba poder hacerlo por muchos años más.
🤍🤍🤍
Sasha dejó salir una bocanada de aire moviendo sus hombros, dejándose llevar por una ola de satisfacción y felicidad. Las risas de las niñas aún resonaban como eco sobre el hielo, mientras ella recordaba sus propias experiencias en la pista de patinaje, llenas de emoción y desafíos.
Mientras se despojaba de los patines, una sonrisa se dibujó en su rostro. Podía oír algunos comentarios y risas de alivio de las que hoy fueron sus alumnas. Había compartido más que una simple clase; había transmitido el amor por el patinaje, un sentimiento que había cultivado desde niña. La satisfacción de haber guiado a esas pequeñas sobre el hielo le recordaba la buena decisión que había tomado luego de debatirlo tantas veces con Ava y también por las noches con su almohada.
Esas niñas no se habían quedado sin clases de patinaje, y ella logró encontrar un poco de calma con sus recuerdos, con aquello que renunció y hoy regresaba para recordárselo.
—¿Cómo te alisas el cabello?
Sasha alzó su rostro encontrándose a quizá la más pequeña del grupo. No debía tener más de cinco años.
Le sonrió mientras desataba sus patines.
—¿Alisar mi cabello? —preguntó frunciendo el ceño.
—Lo tienes lacio, yo también lo quiero así. ¿Cómo lo haces? —insistió juntando sus manos frente a ella aguardando paciente y educadamente por su respuesta. Sus ojos estudiando cada movimiento o gesto que hiciera, asegurándose que le dijera la verdad.
Sasha apretó sus labios un tanto cohibida, había algo en la manera en la que la observaba que lograba intimidarla.
Era increíble, pero no podría sostenerle la mirada de la misma forma.
—Eh...es así, lacio —rio bajito sin saber muy bien que esperaba oír. Se percató de la cantidad de rizos dorados que adornaban aquel rostro, llegaban poco más debajo de los hombros, con volumen, increíblemente brillosos —. Oh, no pensaras dañar todos tus rizos con calor ¿no? —quiso saber ajustando sus zapatillas.
En pocos minutos comenzarían a llegar los padres de todas esas niñas y ella debía presentarse e informarles que estaría a cargo por unas semanas.
—¿Hay otra forma de alisarlo? Mi padre no quiere que lo dañe —confesó tirando de uno de sus rizos admirando el contraste con el resto de su cabello —. No sabe peinarlo, y no sé cómo hacerlo.
Sasha notó el jugueteó constante con su camiseta, los nervios y la desesperación porque alguien le diera una solución. Dios, ¿cómo podía darle tantas vueltas a su hermoso pelo a tan corta edad?
—No sé si exista una forma natural, Oli —musitó con pesar por no poder ayudarla. Su hoy alumna, asintió con su cabeza causando que sus rizos se movieran como resortes, lo que incrementó su decepción de no encontrar una solución —. Tal vez puedas encontrar alguna crema, o mascarilla que te ayude a peinarlos, incluso bajar un poco el volumen si eso te hace sentir mejor.
Los ojos de Olivia brillaron como si hubiese encontrado un tesoro.
—¿De verdad?
—Aja —asintió Sasha poniéndose de pie —. Las compras en alguna tienda, tienes muchos de esos para elegir. Quizá tus padres puedan leerlos para ti y sabrás cuál es el mejor —aconsejó metiendo todas sus cosas en su bolso. Ya estaba anocheciendo y le había prometido a su mejor amiga, salir a cenar.
—¡Gracias! —exclamó animada, regresando con el resto del grupo.
—Señorita, los padres comenzaron a llegar —anunció la recepcionista del complejo deportivo.
—Oh, sí, claro —asintió. Rápidamente acomodó su cabello y miró su atuendo causal para conocer a los padres de sus alumnas —. Muy bien chicas, vamos saliendo —anunció con las manos a cada lado de su cintura aguardando a que todas estuviesen listas para abrir la puerta.
Fueron saliendo de a una, y tras presentarse brevemente con cada familia, informarles que las clases eran abiertas por si querían asistir y sobre todo comprobar que sus hijas estaban a salvo con una completa desconocida, esperó sobre la puerta a los familiares de Olivia y Clara, sus últimas dos alumnas.
Con su bolso colgado en su hombro, las tres se sentaron en el banco a las afueras del complejo. Sasha atenta a los autos que estacionaban y se marchaban, por si llegaban a buscarlas.
—¿Qué tratamiento usas? —preguntó Olivia de repente hacia su compañera, Clara.
—¿Tratamiento para el cáncer? —se giró a mirarla confundida, sus piernas balanceándose.
Aquella joven cubrió su boca antes de que la risa para nada oportuna se le escapara, y se abrazó a su bolso como si no hubiese oído nada de ese intercambio entre dos niñas.
—Para el pelo, lo tienes liso —señaló de la misma forma que lo hizo antes con Sasha.
—Oh, no lo sé —alzó sus hombros con desinterés —. Mi madre lo lava y lo peina.
De reojo, Sasha aprovechó para observar mejor a Olivia, no deseaba incomodarla, pero sobre todo no quería estar bajo su agudo análisis. Era mejor mirarla cuando ella no lo hacía, cuando estaba tan atenta a admirar el pelo de su compañera de patín que caía sin un solo movimiento de ondas o rizos, y perfectamente peinando en una trenza.
El claxon de un auto anunciaba que llegaron por una de las dos. Olivia se puso de pie de inmediato y se sentó de nuevo al ver que no era a ella.
—¡Mamá!
Clara salió corriendo a los brazos de su madre. Y cuando Sasha se acercó para presentarse, otro claxon sonó a sus espaldas.
—¡Han venido por mí! —anunció Olivia corriendo por la vereda.
—¡Espera, espera! —pidió intentando atenderlas a las dos a la vez, pero debió suponer que la madre de Clara pretendía saber todo de su vida, incluso la dirección de su casa y su grupo sanguíneo.
Sasha miró por encima de su hombro en cuanto una mujer un poco mayor abrazaba a Olivia y ambas alzaban su mano para despedirse.
Bien, la próxima clase no podía olvidarse de hablar con esa mujer que fue a buscarla. Era la única con la que no pudo presentarse.
—¿Has trabajado antes con niños? No creo que la licencia por embarazo tarde demasiado, no pueden dejar a este grupo sin su profesora y es importante que...
Sasha resopló y respondió una a una todas las dudas de esa madre.
🤍🤍🤍
Sasha: Todo en orden.
—¿Enviando el mensaje de buenas noches? —indagó Ava riendo.
Sasha asintió y aguardó a que le respondiera. No siempre lo hacía, pero inevitablemente deseaba que lo hiciera.
—Ahora que tienes su número ¿Por qué no intentas escribirle otra cosa?
Aquello la hizo alzar su rostro y darse cuenta que su copa de vino seguía llena, y su cena se enfriaba.
—¿Que?
Ava alzó sus hombros.
—Puedes preguntarle cómo está, o si sabe algo del tipo que te llevó a tu casa.
—Como si Sergei me dirá algo. Si sabe algo de Jack, no me extrañaría que mi hermano ya esté al tanto.
Lo cierto es que desconocía que tanta comunicación estaban teniendo Sergei y Eaton, y de lo que éste estaba enterado.
—Entonces pregúntale cómo está, ya que él hace lo mismo contigo. Ya sabes, sé cordial —le guiñó un ojo.
Sasha sacudió su cabeza y bebió un trago. Necesitaba calmarse y pensar en frío antes que las ideas de su amiga se metieran a su cabeza y comenzara a recordar la manera en la que lo tuvo tan cerca en medio de la cocina de su hogar.
—Solo lo hace porque así se lo ha pedido Eaton. Prefiero no il—
—Pues Eaton no está, y su socio está velando por tu seguridad, ¿Qué tan malo puede ser que le escribas y le preguntes cómo ha ido su día? —parloteó Ava alzando su ceja, como si fuese tan fácil.
Y quizá lo era, quizá era solo atreverse y aprovechar esa instancia donde tenía en su poder su número, y él la responsabilidad de su seguridad.
Sasha mordió su labio meditando toda esa locura.
—¡Quieres hacerlo, lo sabía! —carcajeó Ava mofándose.
—¡Shhh! —pidió ojeando todo el restaurante muerta de vergüenza.
Sus mejillas rojas producto de la adrenalina, la vergüenza y el calor de aquel recinto. ¿Alguien podía cambiar el aire de ese lugar?
Ava se cambió de silla y ambas quedaron una al lado de la otra, atentas a la pantalla del teléfono, y los dedos de Sasha que temblaban antes de moverse por el teclado.
Tragó en seco el manojo de nervios en su garganta, y escribió el mensaje que el socio de su hermano no esperaba para nada.
Sasha: ¿Qué tal tu día?
Necesitaba borrarlo.
—No, no, es horrible. No puedo envi—
Enviado.
Sasha soltó un jadeó lleno de pánico al darse cuenta que el dedo de su amiga había enviado el mensaje, y que ahora ella sonreía triunfante.
—¡No! —chilló asustada, deseando que su teléfono se desintegrara en su mano.
—¿Qué puede salir mal? ¿Qué no te responda?
—¿Te parece poco? —cuestionó indignada, odiando la manera en la que su brazo se convirtió en un saco de nervios, sus manos sudaban y su rostro ardía.
—Dios, amiga, que es solo un mensaje preguntando cómo le ha ido. Debes calmarte —aseguró colocando su mano sobre las de esa rubia para transmitirle tranquilidad.
Frunciendo sus labios, Sasha cayó en cuenta que no había sido una buena idea, aunque se atreviera a dar ese paso, no era bueno caerle a ese hombre con un mensaje desprevenido. Solo haría las cosas más tensas entre ambos, casi nulas.
—¡Está escribiendo! —cuchicheó Ava atenta a la pantalla, apretando la mano de su amiga como si esperaran la noticia más importante de sus vidas.
—Lo ha borrado, ya no aparece.
El desespero era real, la manera en la que el "escribiendo" se borraba y volvía a aparecer jugaba con la paciencia de ambas.
Sergei: ?
Y...la decepción también lo era, acompañando el silencio de ambas que leían ese mismo mensaje una y otra vez.
Sasha terminó por dejarse caer contra el respaldo, pensando seriamente como carajos haría ahora para verlo a la cara y explicar su mensaje, porque si de algo estaba segura es que Sergei sacaría el tema cara a cara.
—Tiene que ser una puta broma —farfulló Ava quedando con el teléfono —. ¿Acaso no sabe responder una simple pregunta? Me niego a creer que este tipo no sabe de tus sentimientos por él. Debe sospechar algo.
—No lo sabe, Ava. ¿De qué manera lo haría? Si nunca tuve un avance en nada con él —murmuró apenada, dándose cuenta de lo vergonzoso que sonaba aquello —. Cada vez que intento algo termino dándome cuenta que es una pérdida de tiempo.
—Todo por culpa de tu hermano y esa maldita Erika. Deberíamos de seguirla y ver si es una abogada de verdad o solo aparenta para quedarse con Sergei.
Sasha arrugó su frente y miró hacia el techo lujoso de ese lugar.
Debía darle crédito a su amiga de las ocurrencias que tenía, y que muchas veces la sacara de su zona de confort, que la impulsara a atreverse, pero era en vano.
—Da igual que lo sea o no. Es parte de una organización importante.
De nada más ni nada menos que Outfit, Chicago.
—Si, como no. Tú también lo eres, tu hermano es Capo de parte de Las Vegas.
Sasha suspiró rendida.
—Eaton apenas está comenzando, su poder solo incrementa porque tiene a la familia de Sergei de su lado.
Ava rechistó quitándole importancia a sus explicaciones. Y aunque su única amiga no perteneciera a ese mundo de organizaciones, arreglos, y crímenes, nada parecía asustarla. Todo lo contrario a ella que un simple mensaje parecía el arma más letal.
La cena terminó rápidamente, y aunque Ava tratara de levantarle el ánimo y pedirle disculpas por el mensaje, no resultaba. Era claro que debía hacerse a la idea de que sus intentos ya fracasaron, que él estaba viéndose con alguien más, y que esas dos semanas que su hermano no estaba, no existirían avances.
Sobre todo, que Sergei no la miraba de la misma forma.
¿Cuánto más iba a esperar por él?
—Mañana paso por ti temprano —se despidió Ava al dejarla en su casa.
Sasha se despidió desde el porche alzando su mano, con pocos ánimos de ir a una clase yoga tan temprano pero no iba a decir que no.
Quitándose los tacones frente a la puerta encendió las luces de la sala.
El grito rasguñó su garganta ante el susto de verlo de pie contra la mesa, su mirada clavada en la suya. Sus pies cruzando por encima del otro, y sus brazos contra su pecho indicaban que lleva tiempo en su casa.
¿Era necesario tener una copia de las llaves?
—Tienes que dejar de hacer eso —pidió con su mano en su pecho intentando calmar el susto.
Majestuoso, fuerte y abismal, así se mostraba, como si fuese el dueño de esa casa también, en donde la larga mesa parecía ser diminuta al lado de ese hombre.
—Comúnmente golpeo antes de entrar, pero no estabas, así que decidí esperar —explico con calma, neutral.
Todo lo contrario, a ella que se aferraba a su cartera para juntar la valentía de caminar por la misma sala que él se adueñaba.
—Cierto —carraspeó pisando su pie descalzo sobre el otro. Notó la mirada de ese hombre en sus movimientos —. ¿Ocurre algo? —se atrevió a preguntar fingiendo que nada ocurrió.
Sergei suspiró tranquilo y tiró sus hombros hacia atrás, total y completamente relajado. Ugh, lo que daría por esa misma confianza en sí misma, esa aura de ir a todos lados y ser el centro de atención y no importarle. Esa perfecta manera de no mostrarse nervioso o ansioso jamás.
¿Podía darse cuenta de cómo sus nudillos quedaban blancos apretando la cartera?
Por segunda vez volvía a quedar a solas en su casa con ese hombre, una vez en la cocina, ahora en la sala, ¿la tercera? ¡No! Sacudió su cabeza antes de imaginárselo.
—Recibí tu mensaje, supuse que era un código en el que necesitabas ayuda, y vine hasta aquí —explicó sin más, sin muecas, sin alzar su voz.
Simplemente eso.
Sasha cubrió sus labios reprimiendo una carcajada, una que él no tenía intenciones de acompañar. Su seriedad seguía intacta aguardando a que ella le diera una respuesta.
—¿Un código? —cuestionó dejando su cartera en uno de los sofás —. ¿No sería más fácil escribir que necesitaba ayuda?
No supo en qué momento terminó dejándose caer en el sofá donde lanzó su cartera, y estirando sus piernas a la pequeña mesa, pero ahora tenía a ese hombre de frente.
—No lo sería si estás en una situación en la que no puedes levantar sospechas o alguien está amenazándote —espetó con voz gruesa, fuerte, resonando cada rincón de esa sala que se sumía al silencio. Okay...bien. —. Ignoro si esto es a lo que acostumbras con Eaton, pero creo que sabes a lo que te expones por los negocios de tu hermano. No puedes dejar que cualquier extraño te traiga a tu casa, conozca donde vivas y seas tan abierta con él. No p—
—¿Disculpa? —cuestionó de pronto molesta bajando sus piernas de la mesa, como si necesitara oír de nuevo semejante acusación.
—No he terminado de hablar, Sasha —alzó su mano para que lo dejara continuar, pero la manera en la que lo hizo, con tanta autoridad y poder invadiendo su voz y sus gestos, la quitó el habla.
Y era la primera vez que la llamaba por su nombre.
Aquella joven tiró su cabeza hacia el respaldo y pidió clemencia a su corazón, que parara de bombear de esa manera, que su razón ganara por primera vez y martillara esos sentimientos que no tenían futuro, por más que él se presentara tan absurdamente apuesto.
—No puedes tomarte como un chiste que piense que pueda pasarte algo y debas comunicarte conmigo mediante un código.
Ella jadeó largo y profundo exasperada, alzando sus manos al aire.
—¡Cuál código, por Dios! —gimió harta de su sentir, de su cabeza y de la manía que tenía ese hombre de mostrarse tan perfecto ante ella —. Solo era un mensaje, nada más. Un. Mensaje. ¿Cuál es el problema?
Sergei no respondió, y ella ni siquiera lo miró, hablaba al techo como si estuviese descargándose.
—¿Un simple mensaje te trajo problemas con Erika? Pues lo siento, eh, de verdad que sí. Solo era un maldito mensaje porque quise hacerlo. Perdóname por no pensar que ibas a tomar una simple pregunta como un código de vida o muerte y montar un operativo para rescatarme —ironizó poniéndose de pie bastante cabreada
Lo peor de todo es que la ira, la bronca era consigo misma por saber que no dejaría de sentir, ni aunque él formalizara con alguien más. Bastaba verlo para que todo su mundo se pusiera patas arriba.
Sujetó su cabello en un rodete desprolijo, tomó su cartera y se marchó a las escaleras refunfuñando por lo bajo. El frío en la planta de sus pies la traía a la sensatez, y quiso correr al sentir esa indomable mirada sobre ella en cada paso, pero no se atrevía a girar y comprobarlo. Que se fuera cuando quisiera, ella ya si había terminado de hablar y ahora se iba a dormir junto al poco orgullo que le quedaba.
🤐🤐 No diré nada de nada 😶
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Gracias por su apoyo infinito 💕
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