Capítulo 13
—Ultima ronda —pidió deslizándose por la pista para que las niñas se reunieran en una sola fila —. Desde el principio —señaló alejándose para observar todo el ensayo desde afuera.
La música volvió a sonar en cuanto todas comenzaron la coreografía. Quedaba apenas una semana para la muestra, y pese a practicarlo en cada clase las veces que fuesen necesarias, había algo en ella, un instinto que le exigía alcanzar la perfección.
Era absurdo, solo se trataba de un grupo de niñas que venían a aprender, a pasar el rato y disfrutar. No tenía sentido creer que la muestra podía abrirle puertas a todo ese grupo, pero ella confiaba que sí, que, si iban a mostrarse, debían hacerlo demostrando que se cansaron de ensayar.
—Es genial lo que están haciendo, Sasha —jadeó sorprendida Alice, la secretaria del Centro —. Has coordinado muy bien el tiempo, incluso te sobran algunos segundos.
—Gracias. Espero estar siguiendo correctamente el trabajo de la profesora que tenían, de verdad quiero que salga bien —suspiró apoyada en la baranda —. ¿Cómo van los preparativos?
—De eso quería hablar contigo.
—¿Conmigo? —frunció el ceño.
Alice asintió abriendo una pequeña agenda que llevaba consigo todo el tiempo. La mirada atenta de Sasha sobre el grupo.
—El señor Markov ha hecho una donación importante que cubre todo el presupuesto que teníamos pensado. ¿Te acuerdas de él?
Pudo sentir el segundo exacto en que su piel se erizó de pie a cabeza. Del cambio abrupto en su pecho provocando que fuese una jaula para el desesperado palpitar de su corazón.
—S-sí, si, el padre de Olivia —carraspeó manteniendo sus ojos en su clase —. ¿Ha donado?
Había sido testigo del estrés que se manejaba en ese Centro con la llegada de la muestra a las familias y comunidad de la ciudad. El apretado presupuesto del que todos los días se intentaba quitar alguna cosa que pudiera permitirles llegar al objetivo.
—Lo cubrió todo —murmuró estupefacta. Sasha trató de lucir su mejor mueca que demostrara su desinterés en ese hecho —. Es curioso, nadie que pueda donar esta cantidad de dinero manda sus hijos a este lugar. Generalmente lo envían a uno más elegante, sofisticado.
Olvidó mencionar que una de las cualidades de esa buena mujer era las ganas de saberlo todo. Y muchas veces la entretenía con sus chismes, no iba a negarlo.
—¿De qué crees que trabaje? —curioseó deteniéndose a leer la insignia del cheque en su mano. Por el rabillo del ojo, Sasha alcanzó a leer "Markov Industries". Cierto, la empresa petrolera que usaban de fachada para todos sus negocios sucios. Eaton recibía paquetes con ese mismo nombre.
Sasha se alzó de hombros.
—¿Importa? —retrucó en tono de broma —. Quiero decir, tenemos el dinero, y podremos hacer la ceremonia. Incluso mejor de lo planeado —la alentó buscando que el tema fuese zanjado.
—Tienes razón. ¡Ya mismo reuniré la comisión para terminar de organizarlo todo! —chilló emocionada marchándose por el pasillo, sus tacones resonaban con demasiada velocidad.
Soltando un largo bufido, Sasha pasó la mano por su nuca intentando aliviar su contractura. No entendía de dónde provenía esa preocupación de que nadie se enterase los verdaderos negocios de Sergei. Tal vez porque pondría en el foco a Olivia, la misma que alzó su mano y le sonrió con entusiasmo.
Igual que cada mañana, igual que todas las noches que compartían ahora en su casa los tres. Y es que era como si en los silencios compartidos con esa pequeña, pues Olivia solo hablaba con su padre, ambas juraban honor a cuidar la salud del mismo hombre.
El mismo hombre que dormía a su lado cada noche de esos últimos días, pero no estaba en la cama cuando ella abría los ojos. Lo que llevaba a pensar si en verdad durmió en la misma habitación o en medio de su enamoramiento compulsivo, fue ella quien lo soñó.
Las muestras de cariño eran cada vez mas naturales, cada vez más adictivas, porque no existía un solo minuto que no quisiera ser rodeada por sus brazos, o sentir sus labios en los suyos.
¡Era lo que siempre quiso! Lo era, desde el momento que puso sus ojos en él por primera vez.
Masajeó su frente obligándose a pensar en otra cosa y disfrutar, aunque su ansiedad rozara el límite cada hora. Miedo, pánico, incertidumbre, y la certeza de que su corazón saldría lastimado cuando todo acabase.
Su teléfono sonó dentro de su bolso a un costado de la pista.
El nombre de Sergei apareció en pantalla anunciando un nuevo mensaje.
Sergei: Mi hermano está en la ciudad y tendremos una reunión de negocios.
Negocios. No podía olvidarse con quién estaba viviendo toda esa locura, del rango que ocupaba, de su organización y la familia de renombre a la que pertenecía.
Sasha: Okay, cenaré con Olivia.
Al menos esta vez conocía el motivo de su ausencia.
Sergei: Creí que querrías acompañarme. Siempre lo haces.
Sus manos quedaron estáticas sosteniendo aquel aparato. Su estomago ya se cerraba ante los nervios. ¿Reunión de negocios? Dios, eso era jugar con fuego, cualquiera que estuviese presente podría informarle a Eaton de su presencia junto a Sergei. Pero no tenía tiempo para retractarse, venía huyendo de ese momento, de los mensajes y llamadas de su amiga sumergiéndose en la burbuja de ficción.
Relájate.
Soltó un suspiró dejando sus hombros caer. De verdad que necesitaba relajarse y disfrutar de esa mentira. Al menos a Donovan ya lo conocía, algo menos de lo que preocuparse.
Disfruta.
Esto es lo que quieres, lo que por meses has buscado. ¿Vas a retractarte ahora?
Sasha: No sabía si querías mi compañía. Pero me encantaría.
Y una Emoji de un corazón.
Si, así estaba bien.
Una simple Emoji que dejó sus manos temblando aguardando por una respuesta, como si en medio de toda esa situación, el papel de esposa no le daba el derecho de enviarle emojis a su esposo.
Sergei: Siempre voy a querer tu compañía.
Si era posible sentir a su corazón dar un salto en su pecho en busca de salida, lo acababa de hacer. Era un simple mensaje, del que conocía el contexto, la situación.
Era el poder de las palabras, de cómo algo tan pequeño podía hacerla sentir tanto, y cómo, sin darse cuenta, el deseo se colaba en cada rincón de su ser, tan natural como respirar. Su respiración se volvió más lenta, y el simple acto de leerlo fue suficiente para trastornar todo lo que creía saber.
Oh Dios, la caída iba a ser catastrófica.
🤍🤍🤍
—Y tiene un cabello muy largo como si fuese el de una princesa. Y me ha dicho que existen cremas que puedo comprar para alisarlo.
Otra vez el mismo tema de la semana, el que venía resonando durante los últimos tres días. El cabello perfecto de Sasha que la tenía cautivada, llevándola al punto de admirarla en silencio durante la cena, el almuerzo, todo el tiempo que ambas estuvieran en la misma habitación.
—Malysh, no comprendo de dónde viene tu preocupación sobre tu pelo, pero no vas a comenzar a alisarlo —aclaró intentando no sonar tan tosco.
—Pero no es alisarlo, es usar una crema o mascarilla —especificó como si él no la hubiese escuchado.
—Tienes muchas de esas cremas en tu baño. Las usas todos los días —le recordó cruzándose de brazos, atento a esa charla tan importante para su hija.
—Esas son para tener rizos.
—Porque tú tienes rizos —le sonrió con obviedad.
Olivia acomodó sus gafas al agachar su rostro.
—Pero no me gustan, me molestan —explicó suspirando —. Tú también tienes cabello lacio ¿Por qué yo no? —frunció el ceño a la vez que se miraba en el espejo de la sala frente al sofá.
Sergei sacudió su cabeza y rascó su mentón intentando hallar las palabras para no herir la susceptibilidad de su hija.
—No tienes que preocuparte por eso. Tienes el cabello más hermoso de este mundo —dijo con sinceridad, porque para él sí que lo era.
—Eso es mentira. Sasha tiene el cabello más lindo del mundo. —Olivia asintió con su cabeza enfadada cuando sus rizos saltaron de su coleta.
—A ver, déjame —pidió tirando de su mano para arreglar su peinado y apartar los rizos de su rostro —. Tal vez la solución sea que aprenda a peinarte mejor —sugirió.
Olivia alzó sus hombros.
—No sabes cómo.
Si, por buenos momentos su hija era su peor enemigo, quien no tenía reparos en decirle las verdades tan ácidas como sonaran.
—¿Y Danielle? ¿Le has pedido que te peine para ver si lo hace mejor? —curioseó colocando uno de los broches a los costados de su cabeza.
El suave quejido de su hija lo hizo disculparse de inmediato.
—Los broches se le caen de las manos. Y me tira un poco cuando lo aprieta —explicó consciente de sus opciones para nada gratas.
Sergei no la culpaba de querer buscar otras soluciones cuando por un lado él apenas lograba terminar una trenza, y Danielle no sabía cómo colocar tantos broches.
Hizo todo el intento de que su trenza fuese perfecta, o rozara la línea de la perfección. Pero por mucho intento, la mueca de desagrado de su hija le avisaba de su error.
Terminando de colocar el broche en las puntas, él le sonrió dándole ánimos.
—Ha quedad per—
—Espantosa —irrumpió suspirando rendida, sacudiendo su cabeza.
Sergei apretó sus labios reprimiendo cualquier carcajada que amenazara con avalar el carácter de su hija que se intensificaba al hablar de su cabello.
Por el contrario, frunció el ceño y se mantuvo serio.
El silencio entre ambos pareció una bomba de tiempo, las opciones eran o desarmar aquel peinado, o mantenerlo como estaba pese al disgusto.
—¡Oli, la merienda!
La voz de Danielle proveniente del jardín la hizo salir corriendo.
—Momento —la detuvo por el brazo en cuanto quiso fugarse. Olivia se removió del agarre de su padre en una especie de berrinche, que no tuvo éxito. Sergei señaló su mejilla para que se despidiera, y a regañadientes obtuvo un beso, de esos que venían con resignación y una faceta insolente —. Gracias, malysh —canturreó provocándola.
Olivia soltó un bufido exagerado marchándose hacia el jardín con la misma muñeca que dormía cada noche. Su calzado resonando con fuerza como solo ella sabía hacerlo, para que él supiera que estaba agotada de sus fallidos intentos de peinarla.
Sergei sacudió su cabeza y descansó su cuerpo en el respaldó del sofá, disfrutando de ese pequeño momento de silencio.
—Moy ser.
Sus ojos se abrieron lentamente.
Pavel, el encargado de su seguridad, lo miraba de manos cruzadas en su espalda. Una postura de respeto y reconocimiento.
—¿Qué ocurre? —bostezó subiendo sus pies a la pequeña mesilla frente a él.
—Su hermano está en el teléfono —informó extendiéndole el pequeño aparato.
Seguramente se tratase sobre la reunión de esa noche, y la poca paciencia de su hermano que lo obligaba a llamarlo a toda hora.
Asintió en agradecimiento, y recibió la llamada acomodándose en el sofá.
—León.
—Hasta que al fin tienes un tiempo para tu hermano —silbó en medio de su reproche.
—Nos veremos en un rato. Y has estado enviándome mensajes toda la mañana. No exageres.
—Porque apenas respondes —rechistó.
De fondo se oía unos pequeños golpes. Sergei adivinó que estaba lanzando su bendita pelota de tenis contra la pared y que esa llamada era excusa para saciar su aburrimiento.
—¿Stella ya te ha dejado solo?
—Mm —dijo a secas volviendo a lanzar la pelota.
Aguardó por otra respuesta, o algún comentario sobre su cuñada, pero León comenzó a silbar y lanzar la pelota una y otra vez.
Resoplando, refregó su rostro cansado. Era la tercera vez que lo llamaba en el día, y en ninguna de las tres le hablaba de algo importante. Era simplemente porque no sabía qué hacer sin Stella.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —retrucó León sin importarle estar perdiendo el tiempo en una llamada sin dialogo.
—¿A qué debo el honor de tu tercera llamada? —ironizó chequeando la hora en su reloj.
Sasha saldría en diez minutos de su clase de yoga, llegaría a darse una ducha caliente, alistarse, luego irían a la reu—
—Ah, sí. ¿Te has enterado que Enzo ha tenido un accidente en su motocicleta? Eleanor me avisó hace unas horas —comentó sin más, como si le hubiese preguntado sobre el maldito clima.
Rápidamente bajó sus pies de la mesilla y se puso en alerta.
Carajo.
—¿Qué? ¿Pero cómo está? ¿Por qué no me has avisado antes? —demandó severo, reclamando su accionar.
Podía imaginarse como estaría Eleanor, tirando el hospital abajo desesperada.
—Porque no se ha muerto. Solo fue una caída —aclaró con obviedad —. Además, tiene diecinueve años, estas cosas pasan. ¿Recuerdas cuando nos caímos a—
—No. No recuerdo —espetó cortando de raíz su eventual divague —. Llamaré a Emilio, luego nos vemos.
—Espera, espera —dijo apresuradamente, pero no fue necesario que continuara hablando, Sergei ya sabía lo que preguntaría esta vez.
Terminó la llamada sin darle la oportunidad y marcó enseguida el número de Emilio, con el que hablaba algunas veces a la semana por negocios. Y no se sentía orgulloso de admitir que era con quien más hablaba, porque si se detenía a responder cada mensaje de León, cada noticia que le enviaba sobre Rusia y los americanos, parecería un adolescente con su teléfono todo el tiempo.
Donovan era un caso aparte. Alguna llamada si fuese necesario cerrar algún negocio en la semana, y un mensaje cada dos días, en el mismo horario, para saber cómo estaba. Al igual que su padre y Arinka.
—Emilio —saludó en cuanto su hermano atendió.
—Ahora no es momento.
La voz de su hermano sonaba contundente en medio del caos que se oía de fondo, dejando entrever la poca disponibilidad para hablar en ese instante.
No lo culpaba, porque ahora que sabía lo que era ser padre, quizá en su lugar no respondería ni un solo mensaje.
—Entiendo. Pero ¿necesitan algo? Cualquier cosa que pueda ayudar.
Emilio resopló largo y pausado, como si necesitase tomarse unos segundos para poner su cabeza en orden, mantener la cordura porque bien sabía que Eleanor vería todo rojo en esos momentos.
—Le he pedido a León que las niñas mañana se queden con él —informó con voz neutra, cansada.
—Está bien. Necesitas estar ahí con Enzo, es comprensible.
—Le dije que no era buena idea una motocicleta. Pero Eleanor no puede decirle que no. Pudo haberse quebrado la columna si se golpeaba unos centímetros más —farfulló entre dientes, furioso —. Ya no sé cómo carajos hablarle —admitió resignado.
Para nadie de la familia era novedad el deseo agónico de su sobrino de querer una motocicleta cuando cumpliera la mayoría, de las reiteradas conversaciones con sus padres para que accedieran, de sus contestaciones rebeldes y cruces con Emilio que terminaban con ambos sin hablarse.
—¿Eleanor cómo está con todo esto?
Tras unos segundos, su hermano continuó hablando.
—Cree que es todo su culpa por haberle dado el permiso a Enzo de comprarla. No ha abandonado la habitación ni siquiera para comer. Teme que él despierte y no la encuentre. Y no lo sé, Sergei, no sé qué carajos va a pasar ahora con su recuperación. Lo único que sé es que quiero despertarlo y gritarle lo irresponsable que ha sido, que no ha pensado en nadie más que en él, y esa absurda idea de querer algo que no sabe controlar —escupió cada palabra desahogándose.
En ese preciso momento, Sasha aparecía sobre la entrada con su bolso colgando de su hombro, su cabello atado en una coleta alta y sus mejillas rojas del calor.
Sintiendo la mirada penetrante que él le dedicaba sin reparos, meció su cabeza saludándolo desde su lugar, aprovechando su momento en el teléfono para ir a la habitación.
—Lo importante es que se recupere. Luego tendrás tiempo de reprocharle sus decisiones. Estoy seguro que eso es lo último que está pensando Eleanor en estos momentos. Deberías hacer lo mismo —aconsejó pasando su dedo por su labio en cuanto miró encima de su hombro a esa joven subir las escaleras, el suave movimiento de sus caderas, la tela de ese conjunto deportivo pegado a ella como segunda piel remarcando la curva de su trasero.
Sergei agachó su mirada a su entrepierna.
Carajo.
Carraspeó y se dedicó a continuar la charla con Emilio, antes que pasara por maleducado y tuviera que atender su nueva emergencia.
🤍🤍🤍
El agua de la bañera se deslizaba lentamente sobre la piel de Sasha, envolviéndola en una atmósfera de relajación. El aroma a lavanda llenaba el aire, mientras la espuma cubría su cuerpo.
El silencio era solo interrumpido por el sonido de los pequeños suspiros de esa joven. Se sentía en paz, por un momento ajena al murmullo constante en su cabeza sobre la llamada veloz y casi que a secas que mantuvo junto a Eaton esa tarde con la excusa de que estaba en clases de yoga.
La puerta del baño se abrió y Sergei apareció en el umbral buscándola con su mirada. Al percatarse de la puerta entre abierta del baño, sus ojos se encontraron con los de ella.
—¿Sasha? —preguntó él, en un tono bajo, como si la situación fuera algo inesperado, aunque su voz parecía siempre llena de certeza cuando la llamaba por su nombre.
Sasha lo observó por un momento, su mente rápidamente reconociendo el deseo que habitaba en los ojos de Sergei. Le sonrió suavemente.
—Hola —respondió casi inaudible.
Sergei dio un paso dentro del baño, su bota resonando en el piso de madera, acercándose lentamente, como si no quisiera interrumpir la calma de la escena. Aunque se debatía internamente hacerlo.
Sasha colocó sus manos sobre el filo de la bañera aguardando por un movimiento de ese hombre. Se lo notaba nervioso, un poco ansioso y mirando hacia todos lados como si buscara algún punto de distracción.
En medio de su debate interno, que le resultaba a ella demasiado tierno, tomó asiento en la silla que yacía al costado de la bañera.
Todo un contraste era esa escena; él, vestido casi tan igual a un guardia, como si fuese para una especie de batalla, y ella, desnuda en la bañera apretando sus labios para no reírse por lo nervioso que se veía Sergei.
Era la primera vez que la imagen que siempre tuvo de él; seguridad, equilibrio, se debilitaba. Y saber que el motivo era precisamente ella, ugh, la dosis de confianza en sí misma que necesitaba.
Eso no se podía fingir. Su cuerpo lo delataba, el movimiento de sus manos juntas sobre su regazo, sus dedos tamborileando contra su pantalón.
Adorable.
La luz blanca de la habitación brillaba sobre él, poniéndolo en el foco que ella analizó por largos segundos. Ahora tenía el derecho de hacerlo.
Su mirada se detuvo en sus manos, grandes, fuertes, su piel tersa, sus dedos largos reflejaban el brillo de sus múltiples anillos. No pudo evitar fijarse en ellos.
—¿Por qué tienes tantos anillos? —preguntó, una sonrisa leve en sus labios mientras los observaba con interés.
Sergei miró sus manos abriéndolas, su misma expresión distante, casi pensativa.
—Es algo que viene de familia —respondió él, sin dejar de mirar sus dedos, como si los anillos fueran parte de algo más grande.
Su tono fue calmo, casi automático. Había aprendido a llevarlos con orgullo.
Sasha asintió lentamente, absorta en la historia no contada que esos anillos podían ocultar. Pero sus ojos no tardaron en moverse hacia otra parte de él.
—¿Y por qué no tienes tatuajes? —preguntó, frunciendo el ceño con una ligera curiosidad.
Tenía entendido que era algo habitual en el área que se manejaban. Incluso Eaton llevaba algunos.
Sergei sonrió, casi divertido por la pregunta.
—Ya sabes que nunca me llamaron la atención —respondió, encogiendo sus hombros. Sin embargo, su mirada se mantuvo fija en la silueta de Sasha, en el brillo del agua sobre su cuello y valle de sus senos, en su tranquilidad, como si algo en su presencia le resultara especialmente cautivador.
Cuidado con las preguntas, que ya deberías conocer la respuesta. Para él, lo sabes todo.
Sasha volvió a cerrar los ojos, ignorando el pequeño error de ese cuestionario que esperaba él no le diera trascendencia.
La espuma cubría su cuello y hombros, difusa y brillante bajo la luz suave de la habitación. A su lado, él continuaba observándola, sin apartar la vista, absorto en ella, en lo increíblemente apetecible que lucía frente a él.
Golpeó su bota sobre el piso tantas veces como fuesen necesarias para controlarse.
La paz que él sentía no tardó en quebrarse por la siguiente pregunta.
—¿Qué tan largo tienes ahora tu cabello? —le preguntó ella, todavía sin abrir los ojos, como si la curiosidad por conocer cada detalle de él la invadiera lentamente.
Esta vez cambió la oración, como si necesitase una actualización de su corte, y no saberlo por primera vez.
Sergei soltó una risa, un sonido grave que llenó el aire por unos segundos.
—¿A qué viene este cuestionario ahora? —bromeó él, aun sonriendo.
Sasha le devolvió la sonrisa, aunque aún con los ojos cerrados, y se recostó más en la bañera, disfrutando del silencio que quedaba entre ellos.
Poco a poco, él comenzó a acercarse al borde de la bañera, con una suavidad casi reverente. Sin mediar palabra, se agachó junto a ella y, con movimientos lentos y cuidadosos, comenzó a mojar sus manos bajo el agua corriente, admirando el cabello mojado de Sasha.
Con la misma delicadeza, comenzó a acariciar sus mechones, lavándolos con suavidad, como si estuviera llevando a cabo un ritual que le pertenecía. Cada movimiento estaba impregnado de una ternura profunda, como si sus manos supieran exactamente qué hacer, sin necesidad de instrucciones.
Sasha, completamente fascinada, dejó que él lo hiciera, disfrutando de la sensación de sus dedos acariciando su cuero cabelludo. Un gesto tan íntimo que lo sentía como un suspiro silencioso entre ambos. El sonido del agua y el suave masaje de sus dedos sobre su cabeza la sumergían en una calma profunda, mientras su mente se dejaba llevar por el delicado movimiento.
—Tu cabello es tan suave... —dijo Sergei de repente, rompiendo el silencio, su voz en un susurro.
Sasha entre abrió sus labios en cuanto el masaje descender por la curva de su cuello, sin poder evitar un pequeño escalofrío. Había algo en esa acción que la tocaba profundamente, algo que la hacía sentir una conexión con Sergei.
Sus manos fueron reemplazadas por sus labios, absorbiendo el agua que cubría su cuello en una especie de beso y succión que la hizo tensarse en su lugar. Sobre todo, cuando Sergei la sostuvo por su mentón para que alzara su rostro enfrentándolo y capturar su boca con la suya. Sus labios se movieron sobre los suyos con ternura, de la manera en la que venían haciéndolo durante días, como si la conociera, como si fuese una rutina de años.
Era exactamente donde deseaba estar, sentir su aliento mezclarse con el suyo mientras su mano la sostenía obligándola a no apartarse, a responderle con la misma intensidad.
Sasha sintió que su piel se encendía en cuanto notó que sus caricias descendían por su pecho hasta alcanzar sus senos que la espuma ya no cubría. La sensación fría de sus anillos rozaron la sensibilidad en ellos enviándole una corriente de calor que incrementó entre sus piernas exigiendo liberación.
Necesitaba más.
Ahora fue su turno de afirmarse de su hombro para traerlo a ella, empujándolo para que se metiera a la bañera.
Sergei comenzó a bajar la intensidad, no accediendo a su deseo.
—Tenemos que irnos —susurró contra sus labios al separarse. Sasha abrió sus ojos aun sometida a su hechizo —. Te espero abajo. —Volvió a besar sus labios despacio, para marcharse luego de la habitación.
Sasha soltó una bocanada de aire, y tiró su cabeza hacia atrás mirando hacia el techo. ¿Por qué carajos se retraía tanto?
🤍🤍🤍
La cena de negocios era en el mismo restaurante exclusivo que Eaton y ella frecuentaban. En la terraza, bajo una suave luz dorada.
Sergei estaba sentado a la cabecera de la mesa, con la mandíbula ligeramente tensa, pero la mirada segura. Había algo en su postura, una arrogancia sutil, que indicaba su habitual dominio en este tipo de situaciones.
Sasha, a su lado, no podía evitar sentir una leve incomodidad al ver cómo la conversación fluía a su alrededor entre él y dos hombres, sobre temas que no comprendía completamente. Al igual que las esposas de esos dos tipos, competían por la mejor cara de aburrimiento.
A medida que la noche avanzaba, los platos llegaban y se servían con una precisión que solo un lugar de esa categoría podía ofrecer. El ambiente estaba impregnado de una especie de formalidad que Sasha no lograba entender del todo. No le extrañaba que Eaton se apiadara de ella y decidiera no llevarla a ninguna pese a su insistencia. Ahora lo entendía.
El brillo de las copas de vino reflejaba las luces tenues, mientras las voces se entrelazaban, hablando de inversiones, proyectos, y mercados internacionales. Sergei estaba concentrado, a veces asintiendo, otras veces dando respuestas con una seguridad que sorprendía, pero era propia de él, de su familia. Era imposible no admirarlo.
De repente, el sonido bochornoso de una silla arrastrándose la sacó de su ensueño, alterando a las otras mesas. Sergei alzó sus cejas y su mirada se relajó enseguida al percatarse de quien era.
Frunciendo su nariz, Sasha meció su cabeza intentando reconocer a esa pareja, principalmente al hombre que se sentaba en la otra cabecera y alzaba su mano para llamar a la mesera sin importarle saludar primero.
Solo alguien tan cercano a Sergei podría hacer semejante desprecio.
Incluso la mujer que llegó junto a él sacudió su cabeza resignada, pero sonriendo hacia todos.
El hermano de Sergei; León.
Debía ser él.
Alto, de cabello oscuro y con una mirada tan penetrante como la de Sergei. Tenía una presencia dominante, macabra, pues sus ojos negros rápidamente analizaron a cada uno de los presentes hasta llegar a ella provocando que se removiera en su silla incomoda.
No le dedicó más de dos segundos, y en ninguno de ellos intentó saludarla, o reconocer su presencia al lado de Sergei.
Él continuó respondiendo algunas preguntas de esos sujetos, sin tampoco saludar a su hermano.
¿Qué clase de relación era esa?
Por el rabillo del ojo intentó mirar mejor a la esposa de León. Su cabello rojizo llegando a sus hombros iluminaban su rostro. Desde ahí podía oler su perfume tropical, comparándola con una pradera llena de flores, porque eso es lo que transmitía.
Todo lo contrario a León que cruzó sus piernas y miró impaciente al pasillo del que salían todos los meseros, menos el suyo.
El estruendo fuerte y ensordecedor la hizo encogerse de hombros.
¿Cómo podía silbar tan fuerte?.
Su esposa golpeó su brazo llamándole la atención, probablemente dejándole en claro que esa no era la manera de llamar a la mesera.
—Ah, Sergei, siempre tan puntual —dijo León cortando toda conversación, sin más.
—Acércate en cuanto puedas —respondió Sergei con sencillez, señalando la otra silla a su lado.
No, no, iba a quedar frente a frente con el hermano.
La cuñada de Sergei, le sonrió desde su lugar, reconociendo por primera vez su presencia. Quizá pensaba que era una cita, una amiga que la acompañaba. Tenía una sonrisa suave, pero los ojos de Sasha notaron algo en ella que no sabía cómo identificar. Como si la presencia de la mujer al lado de Sergei fuera lo más natural del mundo.
Sasha observó con atención cómo León se ponía de pie y se movía de lugar al que su hermano le indicó para continuar con la plática de negocios. Tomó asiento con una gracia calculada.
Pero lo que realmente la inquietaba era el comportamiento de León. A pesar de la obviedad de que Sasha no pertenecía al círculo, de que era la primera vez que la veía, León no mostró ni un atisbo de curiosidad. Ni siquiera cuando se sentó frente a ella y extendió su mano sobre la mesa para estrecharla.
Era inmediato el contraste con la mano de Sergei. Esta llevaba cicatrices, y tantos tatuajes como fuese necesario. Pudo comprobar que llevaba anillos al igual que su hermano, y que, si no lo saludaba en el próximo segundo, esa oscura mirada comenzaría a observarla de otra manera.
Sasha sujetó su mano y la soltó rápidamente en cuanto notó que él iba a apretar su agarre.
No le dirigió ni una mirada inquisitiva, ni tampoco hizo una sola pregunta sobre su identidad. De hecho, apenas parecían notar su presencia. La conversación siguió sin interrupciones, como si Sasha hubiera sido parte de la escena durante años, como si no fuera la mujer ajena a todo esto, la impostora.
Tal vez no era habitual cuestionarse entre esos hermanos las mujeres que frecuentaban, ni querer averiguar quiénes eran, sus intenciones. Después de todo era decisión personal de cada uno.
El silencio que acompañaba la incómoda mirada de Sasha no pasaba desapercibido para Sergei, que giró hacia ella con una sonrisa. Le acarició suavemente la mano por encima de la mesa entrelazando sus dedos, en un gesto de tranquilidad, como si todo estuviera bajo control.
Pero ella no podía evitar sentirse observada, cuya existencia no requería explicación alguna.
—¿Cómo va todo con la expansión en el este? —preguntó León, dirigiéndose a Sergei con voz firme, mientras Stella tomaba una copa de vino sin prisa.
Sasha respiró hondo, intentando asimilar el flujo de palabras que pasaban a su alrededor. La conversación giraba en torno a números, nombres de empresas, y una serie de términos que le sonaban vacíos.
De pronto, Stella la miró, un destello fugaz en sus ojos. Pero fue todo. Un segundo de contacto visual, antes de que su mirada volviera a centrarse en su esposo que comenzaba a girar en su mano el cuchillo que sacó de su plato.
Sasha intentó leer algo en esa mirada, un signo, una pista, cualquier cosa que le indicara qué estaba pasando. Pero nada. La normalidad de la situación la asfixiaba. Nadie se preguntaba qué hacía ella allí, ni siquiera León, quien, de alguna forma, parecía tan ajeno a su presencia como si fuera una sombra en la mesa.
—Todo va bien. Eaton trae novedades en dos días. Todo ha terminado antes de lo previsto —respondió Sergei con una sonrisa confiada, y la conversación siguió.
¡¿Dos días?! ¿Cómo...cómo tan rápido?
Carajo, debió darles más importancia a los mensajes de su hermano, pero es que ni siquiera quiso tocar su teléfono esos días.
En dos días probablemente toda esa fachada comenzaría a derrumbarse, porque no había forma en el mundo de que su hermano comprendiera lo que estaba ocurriendo.
Pues ahí tienen la presencia de algunos Markov 🤭🤭🤭
No se olviden de comentar y decirme qué les parece 🫶🏻🫶🏻
Gracias por su apoyo.
Instagram: @justlivewithpau
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