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Capítulo I: El Sonido del mar

◦❥Lilibeth❥◦

El sonido de las olas golpeando la orilla del mar es lo único que parece mantenerse constante, mientras camino en el silencio del atardecer.

Descalza, camino entre la arena húmeda, sintiendo cómo el agua fría acaricia mis pies. Mi vestido blanco flota en el aire, como una suave caricia. Todo a mi alrededor se siente irreal, como si estuviera en un sueño, o atrapada en un recuerdo lejano.

Alzo la vista y ahí parado frente a mí, se encuentra mi padre.

Sonríe, esa sonrisa que había olvidado, esa que me hizo sentir segura cuando tenía siete años. Sin embargo, algo en el aire cambia, la brisa se vuelve pesada y las nubes comienzan a cubrir el sol.

La serenidad del mar se convierte en furia y las olas chocan contra la orilla con violencia. Mi pecho se oprime y las lágrimas salen de forma inesperada, corriendo por mis mejillas.

¿Papá? pregunto con un hilo de voz, aterrada por una extraña sensación de que algo no está bien.

Él me mira, el color de sus ojos se obscurece y su sonrisa desaparece. Se arrodilla, quedando a mi altura.

—Todo estará bien, hija. —dice con voz baja y profunda, tratando de estar sereno, pero un temblor en su tono lo delata—. ¿Confías en mí?

Asiento con el miedo retorciendo mi estómago.

Entonces cierra los ojos.

Lo hago.

Y todo desaparece.

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El aire en mi habitación se siente sofocante cuando despierto de golpe. Mis pulmones arden al tratar de obtener oxígeno. Toso, sintiendo presión en mi pecho.

El sudor corre por mi frente y por un momento pienso que sigo dentro de una pesadilla, que hace mucho tiempo no las había tenido. Mis dedos se aferran a las sábanas, tratando de encontrar algo sólido en lo que sostenerme.

Al estar consciente, veo que el sol apenas asoma por la ventana, pintando la habitación con un resplandor débil y dorado. A pesar del miedo que aún me mantiene en alerta, me levanto y miro la hora en mi celular: las seis de la mañana. Demasiado temprano, incluso para mí.

Sin poder estar más tiempo en la cama, bajo las escaleras en silencio. Mi mirada se detiene en las fotografías que cuelgan a lo largo del pasillo que conecta con la sala. Ahí estoy yo, un bebé en brazos de mi madre, ambas con el mismo tono color rojo de cabello.

Con la yema de mis dedos recorro el rostro inexpresivo de mi madre, que nunca reflejó un atisbo de alegría. Realmente, nunca lo hizo.

He intentado entenderla. A lo largo de los años, me he realizado la misma pregunta: ¿qué es el amor?, ¿cómo se siente realmente? El amor de mi madre, que debería de recibirlo como lo he visto en televisión o en los parques de mi infancia.

Desde que tengo memoria, mi madre nunca fue de las que abrazan, de las que dicen te quiero. De hecho, lo único que recuerdo de mi niñez son las palabras frías que repetía:

Siempre serás un error, como tu padre —gritaba furiosa cuando accidentalmente derramaba jugo en la alfombra o rompía un adorno.

Después de un arrebato de ira de mi madre, encerrada en mi habitación lloraba pidiendo por mi padre, y con el tiempo, dejé de hacerlo. Dejé de esperar que las cosas cambiaran.

Pero ahora que el recuerdo de mi padre ha regresado de una forma cruel, no puedo evitar sollozar en medio del oscuro pasillo. Busco con la mirada una fotografía de él, pero recuerdo que mi madre las quemó todas después del divorcio, cuando apenas tenía tres años.

¿Por qué?, ¿por qué lo dejó? Suspiro y dejo de lado la pregunta sin respuesta. Limpio mis lágrimas y levanto mi rostro con determinación, donde el presente es lo único que importa ahora, dejando de lado los fantasmas del pasado.

Al entrar a la cocina encuentro a Logan, mi pequeño hermano, comiendo su cereal favorito en la mesa. Desde que mi madre se dedicó a trabajar doble turno en el hospital, él se ha convertido en mi mayor responsabilidad.

Aun así, disfruto estar a su lado, amo a este pequeño de cuatro años con sus hermosos ojos color zafiro y su cabello rubio alborotado por sus rizos.

—Buenos días —digo bostezando.

—¡Hola, bruja! —responde con una risa traviesa, dejando de lado el video que se reproduce del celular de Sara.

—¿Mamá dónde está? No escuché cuando llegó anoche de su turno.

—Marian se fue temprano —dice Sara, la niñera de Logan— Ha dejado diez dólares en la mesa para gastos. Pero, no encontré nada para el almuerzo de Logan.

Busco entre latas de comida vieja y cajas vacías algo para desayunar antes de ir a la escuela. Al no encontrar nada comestible, como una manzana que encontré en la nevera.

—Prepara ravioles —comento luego de unos minutos.

—¿Otra vez ravioles? —pregunta Logan con una mueca.

—Sí, otra vez ravioles —Sonrío, aunque sé que en realidad no es divertido.

El dinero no alcanza, y la despensa está prácticamente vacía. Logan se cruza de brazos arrugando su rostro, pero no dice nada.

Rentamos una vieja casa de tres habitaciones a media hora del centro de la ciudad, por las múltiples reparaciones que necesita, la arrendadora nos cobra la mitad de su valor original. Es poco lo que tenemos, una sala con dos sillones desgastados que mi madre encontró en una venta de garaje, una mesa en el centro, una alfombra gris y una televisión antigua.

Subo de nuevo a mi habitación al ver la hora en mi celular, ya casi son las siete. Duermo en un pequeño espacio: Una cama, cuadros y muebles que he conseguido en tiendas de segunda mano.

Y lo que más amo es mi colección de libros, en especial uno que mi padre me dio sobre un chico francés que perdió a su amada. Sin embargo, la privacidad no es algo que entiendan en esta casa, especialmente un niño pequeño que le gusta agarrar mis cosas y destruirlas. Ya arruinó dos de mis libros favoritos.

Después de una ducha rápida, me coloco el uniforme de la preparatoria: una falda negra con cuadros rojos, polo blanco, medias blancas hasta la rodilla y zapatillas negras. Me contemplo en el espejo, volviendo mis pensamientos sobre mi madre. 

A veces me pregunto si ella siente algo por nosotros. ¿Nos quiere? ¿Nos odia? O simplemente estamos ahí, como un recordatorio de algo que preferiría olvidar. A pesar de todo, Marian es una mujer hermosa de cuarenta años, sin embargo, el tiempo le ha permitido conservar su figura tal como fue en su juventud.

Mi celular vibra en mi bolsillo, olvidando por completo el asunto de mis padres al ver el nombre de mi amigo en la pantalla. Nicholas sabe cómo alegrar mis mañanas deseándome un buen día, y no puedo evitar sonreír. De alguna forma, él siempre aparece cuando más lo necesito, incluso cuando las cosas en casa se complican. 

Al ser mi mejor amigo, lo considero como mi refugio, aunque últimamente hemos pasado menos tiempo juntos. Este año comenzó la universidad y mi madre me exige estar en casa antes de las tres de la tarde. 

—Sara, ya debo irme. Regreso a las cinco —le aviso a mi vecina jugando con mi hermano en la sala. 

A pesar de ser una chica de veinte años, es muy paciente y cariñosa con Logan. Su baja estatura y su complexión delgada la hacen ver más joven de lo que es, su cabello corto y negro danza al ritmo de la música y sus ojos marrones se esconden detrás de unas gruesas gafas. 

—Pórtate bien —le digo seria—, no hagas travesuras y te prometo que el sábado te llevaré a comer helado. —Me agacho para darle un beso en la mejilla a Logan.

—¡Si, helado!, quiero de fresa con mucho chocolate encima. —Me río de su entusiasmo y le revuelvo el cabello antes de levantarme—. Adiós, bruja.

—Adiós, enano.

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El claxon de Megan se escucha a varias cuadras, salgo apresurada por la puerta sujetando mi mochila para que no se caigan mis cosas al salir corriendo a su auto. El mes pasado cumplió dieciocho años y su padre le regaló un convertible color rojo.

—¡Hola, cariño! —Me saluda entusiasmada, embarrando su labial carmesí en mi rostro. 

—Te extrañe en las vacaciones.

—Lo sé, lo siento. No quise dejarte sola, pero mi padre insistió que lo acompañara a un viaje de negocios. 

—Por tu expresión, deduzco que no estuvo tan mal. 

—¿Se nota? —vocifera emocionada sin despegar la vista en el camino—, fui a una fiesta, conocí varios chicos, pero uno en especial me llamó la atención. 

A veces siento envidia de mi amiga, quisiera de igual manera salir los fines de semana a divertirme, tal como ella lo hace. Mi madre no es capaz de estar en casa para cuidar a Logan, así que mi única interacción social es con un niño hablando sobre personajes animados. 

Volteo para ver a mi amiga mientras me sigue contando sus aventuras. Ella es muy linda, tiene ojos color avellana, una sonrisa perfecta, el cabello largo, ondulado y rubio. Está bronceada por las horas que pasa bajo el sol cuando va a su casa en la playa y un cuerpo muy bien proporcionado.

Los chicos de esta pequeña ciudad se mueren por ella, pero no ha encontrado al indicado. Ha tenido varios novios en el pasado, sin embargo, ninguno de ellos ha logrado conquistarla para quedarse a su lado por más de tres meses. A cambio yo me conformo con mis novios ficticios que salen en los libros o en las películas.



—¿Lista? —Megan agarra mi mano antes de entrar por las anchas puertas de la preparatoria.

Belmont Preparatory School es enorme y frío, conformado por un laberinto lleno de pasillos donde los estudiantes se mueven en hordas, cada uno en su pequeño círculo de amigos. Entre empujones, gritos y tropiezos del estrés del primer día después de unas largas vacaciones de verano, las chicas comentan sobre las salidas, fiestas y compras. 

Al llegar a mi casillero encuentro mi horario y con Megan buscamos los cursos que tengamos juntas, pero este año no tuvimos la suerte de quedar en el mismo salón. 

—Te veo a la hora de almuerzo —señala mi amiga mientras se aleja a su primera clase. 

Corro por los pasillos al tener menos de cinco minutos para llegar al salón del señor Brown, al impartir lengua extranjera nos hace recitar un poema en italiano al entrar tarde a su clase. Sin fijarme en el camino empujo a varios de mis compañeros pidiendo perdón, hasta que tropiezo con alguien.

—¡Oye!, ¿qué sucede contigo?

—¡Lo siento! —le grito a la chica que por alguna razón nunca le he caído bien. No me detengo a saber si está bien porque queda un minuto antes de que el timbre suene.

Entro con la respiración agitada y trato de no llamar la atención, me siento en los pupitres que quedan al fondo del salón. De suerte llegué antes que el profesor. 

Al ser becada en una de las preparatorias más prestigiosas de San Agustín, debo de mantener un buen promedio, de lo contrario podría perder la beca y adiós futuro lejos de aquí. Mi plan es simple, graduarme de Belmont y obtener otra beca para la universidad; con Megan hemos planeado hasta cuantos hijos vamos a tener. Todo debe salir perfecto.

La mañana transcurre normal, escuchando el constante tic, tac del reloj, esperando con ansias que sea receso para poder comer. Después de unas horas sofocantes de italiano, matemáticas y ciencias, dónde la mayor parte de lo que dice el profesor no entiendo nada, el timbre nos libera.

Salgo del aula con prisa, mi estómago protestando por la espera. La cafetería se convierte en una jungla para llegar antes que la comida se acabe. En la ventanilla, le entrego a una mujer de unos cincuenta años la tarjeta que le otorgan a los estudiantes menos favorecidos, que no pueden permitirse comprar su comida. Prepara el plato de siempre: pollo, ensalada y papas fritas. 

El menú es tan predecible como la rutina diaria, salvo por los viernes, cuando la directora, en un acto de caridad ocasional, nos regala un pedazo de pizza. No es mucho, pero es lo mejor que podemos esperar con el subsidio escolar. 

Busco con la mirada a Megan una vez que me entregan mi bandeja. La encuentro sentada en nuestro rincón habitual, una mesa al lado del club de los nerds. Aquí todos se sientan según el estatus o club al que perteneces. 

A pesar que debería de estar en la sección de los becados y Megan con los de élite, nuestra amistad trasciende lo que se considera "socialmente aceptable" en este lugar. En cuanto me gradúe, esta rutina será solo un recuerdo lejano.

A medida que me acerco, veo a Megan hablando con la chica con la que tropecé esta mañana. Mis manos tiemblan ligeramente y los nervios me recorren, su presencia siempre ha causado un aire intimidante, llamando la atención con su cabello de colores, largo y vibrante, que ahora tiene recogido en una coleta alta.

Su grupo de amigos es conocido por su aura de popularidad, y aunque no hemos intercambiado palabras, su mirada me ha hecho sentir fuera de lugar en más de una ocasión. 

—¡Lili, ven a sentarte! Quiero presentarte a mi amiga —indica Megan con una sonrisa que no logra ocultar la emoción en su gesto. 

Nuestros ojos, del mismo color verde se encuentran por unos instantes. Agarro más fuerte la bandeja al percibir algo en la manera que la chica me mira, poniendo los pelos de punta. Me siento a la par de mi amiga, disimulando mis diversas emociones. 

—Siento lo de esta mañana, tenía prisa para llegar a la clase del señor Brown —me disculpo.

—No hay problema en absoluto —responde con una sonrisa que no llega a alcanzar sus ojos.

—Bueno, ahora que hemos aclarado eso, Helen, permíteme presentarte a mi amiga Lilibeth.

—Lili —susurro, me gusta más mi nombre abreviado.

Los minutos pasan mientras Helen y Megan conversan animadamente. Yo solo asiento y sonrío, atrapada en mi propio torbellino de pensamientos, tratando de entender la razón del porqué Helen sigue sentada frente a nosotras. 

Devoro mi almuerzo en un abrir y cerrar de ojos y antes que el timbre suene, me levanto dejando a Megan y Helen desconcertadas por mi comportamiento. Dejo la cafetería para adentrarme en los pasillos casi desiertos, y voy hacia mi casillero buscando el libro de química. 

Me apresuro hacia el aula para evitar encontrarme con Helen, y me siento para enfrentar los parámetros de la estructura molecular del señor Sánchez. Finalmente, las horas de agonía académica terminan. Al levantarme para entregar mi trabajo, un empujón inesperado me hace tambalear, y giro para ver la causa de mi perturbación.

—Lo siento —dice Helen con un tono que no es tan conciliador como parece—. La próxima vez, ten más cuidado. No querrás lastimarte.

Se aleja antes de que pueda responder, dejándome con un desconcierto palpable. No comprendo cómo Megan puede estar tan a gusto con ella, y mis instintos me susurran que hay algo inquietante en Helen. 

En mi casillero encuentro una nota anónima metida entre mis libros. Mi nombre está garabateado a un lado, y del otro un solo mensaje destacada en el papel arrugado, con letras apresuradas: "Ten cuidado con quién te rodeas."

Durante el trayecto de regreso a casa, no puedo evitar pensar en la sensación que tuve todo el día de ser observada.  Intento no perder la cordura mientras mi mente se agita con pensamientos de lo que les sucede a los protagonistas en películas de psicópatas asesinos.

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