Capítulo 1 Mal plan
No puedo creer que tenga que hacer este trabajo, pensaba Lexie mientras conducía hacia la empresa de la que formaba parte desde hacia poco. Posterior a su graduación le fue asegurado una posición dentro de cada empresa prestigiosa donde la necesitasen, claro ellos ganaban algo con eso. De nuevo trabajando para la policía. Es que se creen que tengo que hacer lo que a ellos les da la gana.
Su cabeza era un torbellino de insultos ocultados en la cabellera castaña a combinación con sus ojos avellana. Su mirada solía ser seria y muchos decían que parecía amenazante debido a que su piel de un blanco pálido enmarcada en las ondas suaves de su cabello la hacían ver intimidante, aunque de haberla estado observando en ese momento seguro que habrían visto como una mirada era capaz de matar verdaderamente.
La delgada joven, hasta el punto de verse frágil e inocente, se encontraba pensando en las mil formas en que podría torturar a cierto agente de la ley si tuviera la oportunidad mientras se mordía el grueso labio inferior que la hacía ver como si estuviera haciendo puchero constantemente.
Llevaba ya dos meses trabajando para ellos de infiltrada en la compañía Blothom, le habían pedido que entrase y averiguase algo sobre las irregularidades de entrada de dinero. Era Licenciada en Contabilidad Pública y Finanzas.
Para aquellos que la contrataban hacía función de contable financiera y de costes, pero para las fuerzas del gobierno y los fiscales, específicamente el detective John Norton, era a quien ellos le pedía que ingresase a cierta empresa y encontrase las fuentes de ingresos enormes que casi siempre resultaban ser de negocios con la mafia para el lavado de dinero por terceros.
Hacía unos años había tenido problemas legales y el policía que la arrestó trajo consigo a un detective, se parecían mucho y posiblemente fueran familia, que le pidió a cambio de su libertad que cuando obtuviese su certificado trabajase para el beneficio de la ley. Claro, aquello era en contra de la ley, pero es increíble como las reglas pueden doblarse acorde a la necesidad de cada uno. Con 24 años y problemas hasta las costillas.
Llegó a su actual centro de trabajo donde cada que entraba rezaba mentalmente para que no la hubiesen descubierto todavía. Había encontrado ya la fuente de ingresos turbios pero le preocupaba el decir algo del tema. La compañía que ingresaba el dinero por medio de contratos inexistentes era Löwenterprises, un conglomerado de empresas todas pertenecientes a Viktor Löwe. Un joven empresario billonario con el mayor éxito en el mercado, una celebridad en el mundo de los negocios, el soltero más codiciado que no pertenece a la industria del entretenimiento.
Si alguien como Viktor Löwe manejaba negocios en el bajo mundo, no podía ser bueno para ella meterse en el medio. Podría acabar muerta y además a él jamás le harían nada. Legalmente debía de tener abogados capaces de llevar a la quiebra países, por no mencionar que de ser cierto todo aquello la policía casi por obligación tenía que estar comprada. Las fuerzas de la ley eran turbias aguas donde los mafiosos tenían conexiones que impedían la caída de sus imperios. Eran arenas movedizas turbias donde Lexie podría ahogarse con cualquier movimiento si se adentraba.
Llegó a su oficina en la tercera planta y saludó a Jenny, su secretaria. Era una joven bastante amable y dedicada, aunque decir joven debía de ser ofensivo teniendo en cuenta que era tres años mayor que Lexie, pero se veía de su misma edad, por no decir menor.
— Buenos días, señorita Rosenberg— saludó desde su escritorio la rubia muchacha de rosados labios.
— Buenos días, Jenny ¿Algún mensaje?— preguntó Lexie con una sonrisa mientras tomaba el café que todos los días Jenny tenía preparado para ella. Caliente, negro y con poca azúcar, solo el punto suficiente. Delicioso.
— Nada todavía, señorita Rosenberg— respondió con una sonrisa delicada.
— Muy bien— entró a su oficina dándole una sonrisa a la muchacha.
Estudiaba los documentos más a fondo en su portátil, no le gustaba trabajar con la computadora de la empresa más allá de lo indispensable, su portátil era más seguro y tendría garantizado que no vieran lo que ella hacía. Sintió la vibración de su celular distrayéndola. Eran las diez de la mañana, sabía exactamente quien sería.
— Creo haber dicho que no me molestaras cuando estoy trabajando— dijo apenas contestó.
— Por favor bonita, sabes que nunca me interpondría entre tu trabajo y tú. Especialmente porque me beneficio de él— la sarcástica pero realista contesta era un ataque directo a la escasa paciencia de Lexie.
— Claro, el Detective John Norton, el mejor miembro de las fuerzas policiales investigativas del país desde que ha desenmascarado ya cuatro compañías corruptas que participaban en el lavado de dinero no alteraría el orden de trabajo de una simple contable— dijo en el mismo tono que él había usado— no he visto mi nombre entre tus ayudantes— era una acusación directa que el detective prefirió pasar por alto con una sonrisa que Lexie obviamente no podía percibir.
— Ese era el trato, o... ¿prefieres que saque a la luz tus antecedentes penales?— la amenazó con coquetería reflejada en su voz, la misma que tenía desde la primera vez que se conocieron.
— Y yo tengo que suponer que haces esto por la seguridad de los ciudadanos y tal— rebatió Lexie. El sistema fallaba porque había personas como él metidas dentro. ¿Lo peor? Siempre las habría.
— Esos seres son corruptos que dañan nuestro sistema y sociedad necesitan ser cazados y destruidos, el método es lo de menos— su voz se tornaba peligrosa— Como sea, por buena fuente sé que tu jefe se reúne hoy al mediodía con su inversor más grande en un centro de contenedores al final de la cuidad. Ese probablemente sea quien está haciendo el lavado de dinero en su compañía.
Lexie, curada de todo espanto, no quiso ni preguntar como sabía él con tanta seguridad que había semejante negocio allí y que era esa persona quien iría a esa reunión. Siempre había dudado de los medios informativos del detective pero no había podido corroborar nada por ende seguía como al inicio.
— ¿Qué quieres de mí? Cazarlos es tú trabajo— discutió ella con dureza.
— No puedo movilizar fuerzas oficiales sin una orden judicial, para la cual necesito pruebas que convenzan al juez— a Lexie no le gustó que le hablase como si ella fuera retardada— necesito que vayas y te encargues de conseguirme algo que yo pueda usar. Fotos, una grabación, algo.
— ¡Estás loco! No soy una profesional, no puedo simplemente... — intentó protestar ella.
— Me da igual, tú hazlo y restaré dos años a tu deuda conmigo— le ofreció— sino aumentaré otros dos— era una amenaza que, ella sabía, cumpliría. Resignándose a su orden respiró profundo.
— Estoy saliendo— colgó molesta.
Recogió todas sus cosas y se aseguró de guardar los cambios en los documentos antes de salir.
— Jenny, no me siento bien— le dijo a la joven secretaria saliendo apresurada de su oficina— iré al médico a que me atiendan. Ya hablé con la clínica para la cita. Regresaré pronto sino es nada serio— Aunque probablemente no regrese, pensó para sus adentros. Era consciente del riesgo que corría pero qué más podía hacer.
Entró a su auto y condujo de regreso a su sencillo y pequeño apartamento, dejó el auto en el parking y subió con sus pertenencias, dejándolas todas guardadas bajo llave y seguro en cajas detrás del doble fondo de la pared del baño y cocina.
Se cambió de ropa dejando atrás la falda y los tacones para usar unos pantalones elásticos, una camiseta y un chándal por encima con capucha incluida. Tomó un bolso pequeño que se cruzó en el cuerpo y dentro metió las llaves, una cámara pequeña pero de lente potente, un micrófono, dinero y su celular.
Finalmente uso dos palillos chinos de metal para recoger el cabello. Habiendo sido adiestrada en sus artes marciales podía perfectamente usar el kanzashi, que era el nombre real de ese ornamento para el cabello, como bo shuriken, un arma blanca arrojadiza y letal en dependencia del ataque. No usaba armas de fuego, pero aquello era igual de efectivo en el tipo de contacto que ella pretendía tener: ninguno.
Dejó el apartamento y tomó un taxi hacia la dirección que John le había enviado en un mensaje, pagó y despidió al chofer. Llegaba con dos horas de antelación pero así llamaría menos la atención. Difícil notar extraño algo que ya está allí, pensó con una risa de lado.
Se escondió trepada en el segundo piso de un edificio en derrumbe que tapaba los contenedores abandonados del lugar. Las horas pasaron y finalmente unos cuatro autos negros con cristales polarizados que definitivamente tenían que estar blindados llegaron al lugar. Hombres vestidos en trajes totalmente negros con gafas de sol igualmente oscuras salieron de algunos de los autos, luego los conductores se llevaron los coches excepto uno. Debe ser ese, supuso Lexie.
Poco más de diez minutos después llegó el tan familiar auto de su jefe. Que suerte, escogí el mejor lugar. Este salió con sus dos guardaespaldas, que parecían niños perdidos al lado de aquellos inmensos monstruos colosales en negro, por eso le pareció gracioso.
Su gordo y grasiento jefe sudaba mucho bajo el sol y se notaba nervioso. La puerta del auto negro se abrió y de dentro salió un hombre alto enfundado en un traje de igual negro que su guardaespaldas pero obviamente más caro y de corte fino, probablemente hecho a medida, aunque no lograba disimular la musculatura que debajo se encontraba. Su cabello negro peinado hacia atrás. ¿Gel?.
Algunos pelos rebeldes caían sobre su frente. Lexie se dio cuenta por ello de que debía de tener el cabello ondulado ligeramente, su blanca tez contrastaba con aquella cantidad del oscuro color y se sorprendió a su misma pensando en ello de la misma forma en que otros la miraban a ella. Pensando que esto le daba un aire intimidante mayor al que ya poseía.
Hablaban, aunque desde donde ella estaba no escuchaba nada. Sabía que sacar la cámara en aquel sol haría que se reflejase la luz en la lente por lo que la descubrirían, además de eso tenía otro problema. Había estado en lo correcto, el esculturalmente hermoso hombre que se reunía con su jefe era Viktor Löwe.
La reunión duró veinte minutos, en ningún momento intercambiaron nada, había sido de cualquier forma una pérdida de tiempo. Su cuerpo estaba entumecido, cuando su jefe regresó dentro del auto y se retiró ella decidió que caminaría unos metros dentro. El sol empezaba a alumbrar donde estaba y se volvía más visible a cada segundo. El pensamiento cruzó su cabeza demasiado tarde.
— Oye ¿Quién anda allí?— uno de los guardaespaldas la había visto.
Tapó su cabeza con la capucha y se lanzó a correr. Sintió el movimiento abajo, subían a por ella.
— Si no puedes ir abajo...— dijo para sí misma.
Corrió subiendo las escaleras a toda prisa, solo quedaban tres pisos más, pronto no tendría a donde correr. Cuando llegó al cuarto piso vio que una de las paredes tenía un hueco que medía por lo menos tres metros de alto y dos de ancho. Se asomó por este y vio los contenedores abajo.
Los guardaespaldas que llegaban hasta ella estaban en el piso inferior. No lo pensó mucho, otras soluciones no eran posibles. Caminó cinco metros hacia atrás y echó a correr con todas su fuerzas, impulsando todo su cuerpo en un gran salto justo cuando el suelo desaparecía de debajo de ella. La ingravidez tomó el control por un instante y entonces...se precipitó hacia el techo de uno de los contenedores.
El golpe fue estruendoso y el dolor dobló su cuerpo por un momento. No, no tengo tiempo, se recordó. Tomando de nuevo el mando de sus acciones rodó sobre sí misma y se puso de pie nuevamente. Saltó del techo del contenedor hasta el suelo, el sonido sordo de sus pies al caer no llamó la atención.
Camuflándose entre las sombras de los contenedores y las posiciones de estos fue logrando escabullirse, pero cometió un error fatal. Estuvo muy atenta de los guardaespaldas que la perseguían, olvidó que no eran los únicos en el lugar.
Unas manos se aferraron a ella desde atrás tapando su boca con un mano y con el otro brazo aguantándola contra su pecho por el cuello. No lo había notado inicialmente, pero debía de medir por lo menos 190 cm y además era más ancho y musculoso de lo que su elegante traje dejaba ver.
— Mira lo que tenemos aquí— dijo seductoramente. Lexie se sintió mareada, Viktor la sostuvo mientras la droga hacía efecto.
Ella no se había percatado pero en la mano que callaba su boca él tenía un pequeño pañuelito, más parecido a una servilleta, con un olor dulzón extraño. Todo daba vueltas, lo que la rodeaba perdía forma.
— Vamos a divertirnos mucho pequeña.
Todo se perdió.
*****
Yyyyyy....holaaaaaaaa (grito de loca)
Bienvenidos al primer libro de una trilogía bajo el nombre de Cuentas peligrosas.
¿Qué piensan del primer capítulo?
Opiniones aquí por favor👉🏻👉🏻👉🏻
No olviden dejan su estrellita. Ayuden a esta humilde escritora por favor. No toma mucho🥰😘.
Ya saben mi sistema de actualización. Para los son nuevos leyéndome básicamente actualizo día si y día no.
Eeeen fin. Os dejo con eso.
Besitos de pitufa💙💙💙
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