Las calles de Coia habían recuperado una calma que parecía imposible solo unos meses atrás. Los ecos de los enfrentamientos con las bandas del este de Europa ahora eran solo un recuerdo difuso en la memoria de los vecinos. El barrio, que antes estaba sumido en la violencia y el caos, comenzaba a sanar. Daniel lo observaba todo desde su ventana, viendo a los niños jugar en la plaza, sintiendo el aire más ligero, como si el peso que una vez cargaban esas calles se hubiera desvanecido.

El costo de esa paz, sin embargo, seguía presente en la mente de Daniel. Había cruzado líneas que nunca imaginó y había visto el rostro de la corrupción desde dentro. Pero sabía que no había vuelta atrás. A pesar de las sombras que aún lo rodeaban, había hecho lo que creía necesario para proteger a los suyos.

La propuesta de Xosé seguía rondando en su cabeza: postularse como alcalde de Vigo. ¿Sería ese su próximo paso? ¿O terminaría cayendo en la misma red de poder y corrupción de la que había intentado escapar? Daniel no tenía respuestas aún, pero sabía una cosa: su lucha por Coia no había terminado. Tal vez ahora desde un nuevo lugar, desde la política o desde las sombras, seguiría luchando por mantener la paz.

El sol comenzaba a esconderse, y con él, los pensamientos de incertidumbre se desvanecieron, aunque solo por un momento. Daniel se levantó, tomó aire y salió a caminar por las calles que había prometido proteger, consciente de que el futuro traería nuevos desafíos, pero también nuevas oportunidades para hacer lo correcto.