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8

Después de ser dejado en las afueras de Coia, Daniel estaba exhausto, pero no podía permitirse el lujo de detenerse. Las palabras del hombre en el chalet resonaban en su mente: "Sabemos lo que has estado haciendo". Era evidente que las bandas extranjeras estaban al tanto de sus movimientos. El peligro era real y, aunque había logrado salir con vida de esa primera advertencia, no sabía cuánto tiempo más podría mantener ese margen.

Antes de regresar a casa, Daniel se aseguró de que no lo seguían. Se movió con cautela por las calles, tomando rutas alternas y observando cada rincón para asegurarse de que no había nadie tras él. Cuando estuvo convencido de que el camino estaba despejado, decidió ir a ver a Pedro, "El Chino". Necesitaba informarle de lo que había pasado y, más que eso, tenían que reforzar su plan. No podían hacerlo solos, eso estaba más claro que nunca.

Llegó al edificio de Pedro después de varias vueltas. Subió por las escaleras en lugar de usar el ascensor, por precaución. Al llegar a la puerta, golpeó tres veces en una secuencia que ambos habían acordado como señal para evitar sorpresas. Pedro abrió la puerta rápidamente, con una expresión de preocupación en el rostro.

—¿Estás bien, tío? —preguntó Pedro mientras lo invitaba a entrar.

Daniel asintió, aunque su rostro mostraba las huellas del cansancio.

—Me agarraron —dijo sin rodeos mientras se dejaba caer en el sofá—. Un grupo de tipos encapuchados me llevó a un chalet en Cabral. Me interrogaron. Saben lo que estamos haciendo.

Pedro frunció el ceño, cruzándose de brazos mientras trataba de procesar la información.

—Mierda... eso no es bueno. Están vigilándonos más de lo que pensábamos.

Daniel asintió.

—Sí, y ahora más que nunca necesitamos ayuda. No podemos hacer esto solos. Rubén nos está dando algo de apoyo, pero las bandas están más organizadas y tienen más recursos de los que imaginamos. Necesitamos más aliados, gente que sepa moverse en este tipo de terrenos, pero que no esté completamente metida en este mundo.

Pedro asintió, ya anticipando lo que Daniel estaba por sugerir.

—¿Bouzas? —preguntó Pedro, mencionando el barrio cercano al que tenían en mente.

Bouzas era un barrio con un carácter fuerte, conocido por sus habitantes trabajadores, muchos de ellos pescadores y gente humilde, pero también era un lugar donde había una fuerte red de relaciones personales, gente de toda la vida que había crecido junta. En el instituto, Daniel y Pedro habían conocido a varios chicos que vivían allí. Algunos de ellos no eran ajenos a la vida difícil de las calles, pero mantenían un cierto código, algo que podría funcionar a su favor. Si lograban ganarse su apoyo, podrían hacer frente a las bandas con más recursos y mayor fuerza.

—Exacto. Tenemos que ir a Bouzas. Hay un par de personas del instituto que podrían ayudarnos, gente con la que mantuve el contacto. Algunos de ellos han tenido problemas, pero nunca se involucraron de lleno en el narcotráfico o en las bandas. Si logramos que nos apoyen, podríamos tener un grupo más sólido y hacerle frente a lo que está por venir.

Pedro asintió, mientras sus dedos se movían nerviosamente por el teclado de su portátil. Era un genio de la informática y sabía cómo investigar sin ser detectado. Durante los últimos días había recopilado información sobre las bandas que operaban en Coia, las conexiones con otras zonas de Vigo y, sobre todo, sobre las familias de narcotraficantes gallegas que, en el pasado, habían controlado el tráfico de drogas en la región. Si las bandas extranjeras creían que podrían apoderarse del territorio sin problemas, estaban subestimando a los locales.

—Voy a preparar el coche —dijo Pedro, cerrando el portátil—. Tenemos que ser discretos, pero rápidos. No podemos perder tiempo.

Ambos salieron del apartamento de Pedro, una vez más asegurándose de que nadie los siguiera. Era ya de noche cuando llegaron a la frontera entre Coia y Bouzas, un barrio que, a pesar de estar al lado, tenía una identidad muy distinta. Las calles eran más estrechas, con casas más antiguas y una comunidad mucho más cerrada. Bouzas, en otro tiempo una pequeña villa de pescadores, mantenía una esencia que lo distinguía del resto de Vigo.

El primer nombre que vino a la mente de Daniel fue Marcos, uno de los chicos con los que había compartido pupitre en el instituto. Marcos era conocido por su lealtad y por ser un tipo que siempre protegía a los suyos. Aunque en su juventud había estado involucrado en algunas peleas y problemas menores, nunca cruzó la línea hacia el mundo del crimen organizado. Era alguien en quien Daniel confiaba.

—Vamos a buscar a Marcos primero —sugirió Daniel—. Si él nos apoya, seguro que otros también lo harán.

Pedro asintió y dirigieron sus pasos hacia la casa de Marcos, en una de las calles más cercanas al puerto de Bouzas. Golpearon la puerta con cautela y, después de unos segundos, se abrió. Marcos, más robusto y con barba, los miró con sorpresa al reconocerlos.

—Daniel, Chino... ¿qué hacéis aquí a estas horas? —preguntó, abriendo más la puerta para que pasaran.

Ya dentro de la casa, con la televisión encendida de fondo y una cerveza sobre la mesa, Daniel y Pedro explicaron lo que estaba ocurriendo en Coia, las bandas extranjeras, el tráfico de drogas, y cómo habían decidido que la única forma de detenerlos era actuando antes de que la violencia escalara. Marcos escuchó con atención, asintiendo de vez en cuando.

—Esto es una bomba de tiempo —dijo finalmente Marcos, rascándose la barbilla—. Sabía que las cosas en Coia estaban mal, pero no que habían llegado a este punto.

Daniel lo miró fijamente.

—Necesitamos tu ayuda. Y la de los chicos de Bouzas. No podemos hacer esto solos. Si las familias gallegas se dan cuenta de que hay una amenaza externa y que estamos moviéndonos para defender lo nuestro, pueden intervenir. Pero necesitamos consolidar apoyo en el barrio primero, mantener a las bandas extranjeras a raya mientras llegan refuerzos. ¿Nos ayudas?

Marcos se quedó en silencio por un momento, sopesando la propuesta. Luego, se levantó del sofá y se dirigió hacia la ventana, mirando hacia la calle oscura.

—Esto no es fácil, Dani —dijo finalmente—. Pero Coia y Bouzas siempre han estado unidos. Si están intentando apoderarse de tu barrio, no tardarán en venir por el nuestro. Si no hacemos algo, vamos a estar jodidos todos. —Se giró hacia ellos, con una chispa de decisión en los ojos—. Cuenta conmigo.

Pedro, que hasta ahora había permanecido en silencio, respiró aliviado.

—Bien —dijo Marcos—. Voy a hacer algunas llamadas. Si los chicos están disponibles, podemos reunirnos mañana en el puerto para hablar de lo que vamos a hacer.

Daniel asintió. Sabía que ese era solo el comienzo de una lucha aún mayor, pero cada paso los acercaba más a su objetivo. Coia y Bouzas tenían una historia compartida, y ahora, más que nunca, tendrían que luchar juntos para recuperar el control de sus calles.

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