7
Daniel salió temprano esa mañana, como de costumbre. Había convertido sus carreras matutinas en una rutina indispensable para despejar su mente. Después de todo lo que había pasado en los últimos días, necesitaba ordenar sus pensamientos. El plan con Rubén y Pedro avanzaba, las familias del narcotráfico en Coia estaban moviendo sus piezas, y Daniel sentía que el desenlace se acercaba. Sin embargo, también sabía que los peligros eran mayores que nunca. En cualquier momento, las bandas extranjeras podían descubrir lo que estaban tramando y reaccionar de manera violenta.
Comenzó su recorrido habitual por la avenida Castelao, una avenida amplia y arbolada que siempre le había gustado. Le recordaba a tiempos más tranquilos, antes de que las sombras del crimen volvieran a envolver su barrio. Las pendientes de la avenida lo retaban a aumentar el ritmo, y eso lo ayudaba a liberar la tensión que llevaba acumulada en el cuerpo. A medida que corría, sentía el aire fresco en su rostro y el latido constante de su corazón, como si por un momento, el caos que lo rodeaba no existiera.
Al finalizar su recorrido, llegó a la Plaza dos Volcáns, un lugar tranquilo donde solía estirar después de correr. Se sentó en uno de los bancos y comenzó a estirar sus piernas, respirando profundamente, concentrado en el ritmo de su respiración. Observó a su alrededor, el sol empezaba a brillar con más fuerza, iluminando la plaza con una luz cálida. Por un instante, todo parecía en paz.
Pero esa paz fue interrumpida abruptamente. A lo lejos, Daniel notó el sonido de motores. Dos furgonetas negras se detuvieron cerca de la plaza. En cuestión de segundos, varios hombres encapuchados bajaron de los vehículos y caminaron con determinación hacia él. Su primer instinto fue correr, pero antes de que pudiera moverse, ya estaban encima de él.
—¡Eh! ¿Qué está pasando? —exclamó Daniel, intentando retroceder.
Pero no hubo tiempo para reaccionar. Lo sujetaron con fuerza, uno de los hombres lo empujó hacia la furgoneta mientras otro le tapaba la boca. Daniel luchó, intentó zafarse, pero eran demasiados. Lo empujaron dentro de una de las furgonetas y lo tiraron al suelo. Sintió el frío del metal en su espalda mientras cerraban la puerta y el vehículo arrancaba.
El interior de la furgoneta estaba oscuro. Uno de los hombres le cubrió la cabeza con una capucha, impidiéndole ver hacia dónde lo llevaban. El corazón de Daniel latía con fuerza. Sabía que esto no era un simple secuestro al azar, estaban tras él por algo. Seguramente las bandas habían descubierto lo que estaban haciendo él y Pedro, y ahora estaban buscando respuestas... o venganza.
El trayecto fue largo. Sentía el vaivén del vehículo y el sonido del motor rugiendo mientras avanzaban por calles y carreteras desconocidas. Intentaba concentrarse, memorizar los giros, cualquier cosa que pudiera darle una pista de su ubicación, pero todo era confuso. Pasaron lo que parecieron horas, hasta que finalmente el vehículo se detuvo. Sintió cómo abrían las puertas, lo agarraron de los brazos y lo arrastraron fuera de la furgoneta.
—Vamos, muévete —dijo uno de los hombres, empujándolo bruscamente.
Daniel seguía sin ver nada debido a la capucha, pero sentía la tierra bajo sus pies. Lo llevaban por lo que parecía un camino de grava, el aire se sentía diferente, como si estuvieran lejos de la ciudad. Después de unos minutos de caminar, lo empujaron hacia dentro de una casa. Lo sentaron en una silla dura, la capucha seguía puesta, pero pudo oír cómo cerraban puertas a su alrededor.
El silencio se hizo pesado. Daniel intentaba escuchar, identificar cualquier pista sobre dónde estaba o quiénes lo habían capturado. Luego, después de unos minutos, notó algo. A través de una pequeña abertura en la capucha, pudo ver una ventana. A través de esa ventana, observó un paisaje que le resultaba vagamente familiar. Árboles, un camino empedrado, y al fondo, una colina que le recordó algo.
Cabral. Estaba en Cabral, otro barrio de Vigo. Solía pasar por allí cuando era más joven, pero hacía tiempo que no volvía. Eso significaba que no estaban muy lejos de Coia, lo que le daba un rayo de esperanza. Sin embargo, aún no sabía quién lo había traído hasta allí ni qué querían de él.
Finalmente, escuchó pasos acercándose. La puerta de la habitación se abrió y entró un hombre. Daniel no podía verle el rostro completamente, pero percibió su figura alta y robusta, un tipo que irradiaba autoridad.
—Quítale la capucha —ordenó el hombre con voz áspera.
Uno de los encapuchados obedeció, y la luz de la sala golpeó los ojos de Daniel, cegándolo momentáneamente. Parpadeó varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron. Cuando pudo ver claramente, el hombre que estaba frente a él lo miraba con una expresión fría, calculadora. Tenía cicatrices en el rostro, y los ojos oscuros como pozos sin fondo.
—Daniel, ¿verdad? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta—. Sabemos quién eres, y sabemos lo que has estado haciendo.
El estómago de Daniel se hundió, pero mantuvo la mirada firme.
—No sé de qué hablas —respondió, intentando ganar tiempo, aunque su voz traicionó un ligero temblor.
El hombre soltó una risa seca.
—No me subestimes. Sabemos todo. Sabemos que tú y ese tal "Chino" han estado metiendo sus narices donde no deberían. Creen que pueden desestabilizarnos, que pueden jugar a ser héroes en Coia. Pero déjame decirte algo, Daniel... estás en territorio peligroso.
Daniel guardó silencio, sabía que cualquier palabra mal elegida podría ser su sentencia.
—Ahora, dime algo —continuó el hombre, inclinándose hacia él—. ¿Qué esperabas lograr? ¿Qué creías que iba a pasar cuando empezaras a moverte contra nosotros?¿ Acaso piensas que puedes expusarnos de Coia?— El hombre lo miro con desprecio, como si fuese un insecto bajo si zapato.
Daniel, con la mente a mil por horas, trataba de pensar en una respuesta. Sabía que su vida estaba en juego. Respiró hondo y finalmente habló.
—No soy yo el que debería preocuparse. Las familias de Vigo no van a quedarse de brazos cruzados viendo como ustedes se apoderan de su territorio. Ya han empezado a moverse. Yo solo les abrí los ojos a lo que está pasado.
El hombre miro, y por un instante, Daniel vio una chispa de duda en sus ojos.
—¿La familia?— Repitió el hombre, como si estuviera evaluando sus palabras.— Veremos si eso es cierto.
El hombre hizo una señal, los encapuchados volvieron a ponerle la capucha a Daniel. Lo levantaron de la silla bruscamente y lo arrastraron de vuelta a la furgoneta. El trayecto de vuelta fue tan confuso y largo como el primero, pero Daniel no dejó de pensar en lo que le habia dicho. Si lograba sembrar la duda de ellos, tal vez ganaría algo de tiempo.
Cuando finalmente lo dejaron en una calle desierta. Daniel se quitó la capucha y vio que estaba cerca de Coia, en las afueras del barrio. Su cuerpo temblaba de adrenalina, pero sabía que no podía rendirse. Estaban en el ojo del huracán, y ahora más que nunca necesitaba a Pedro y a Rubén.
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