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6

Después de la intensa noche en casa de Pedro, Daniel se fue a casa con el corazón acelerado. La información que Pedro había revelado sobre las familias del narcotráfico en Galicia era más de lo que Daniel esperaba. Ahora no solo tenían una comprensión clara del tablero en el que estaban jugando, sino que también contaban con una oportunidad real de influir en las piezas. Sin embargo, Daniel sabía que cualquier movimiento en falso podría traer consecuencias devastadoras para ellos.

Al día siguiente, Daniel se despertó con una determinación renovada. Sabía que debían actuar rápido antes de que las bandas extranjeras consolidaran su poder en Coia. Quedó con Pedro para visitar a Rubén en su casa y seguir avanzando con el plan. Sabían que Rubén era la llave para abrir la puerta hacia las familias locales de Coia, pero también tenían que ser cuidadosos al manejar la situación. La presión en el barrio aumentaba y con ella, la violencia.

A primera hora de la tarde, Daniel y Pedro llegaron a la casa de Rubén. Vivía en una casa amplia, con un jardín descuidado y rejas en las ventanas, un reflejo claro de la desconfianza que las familias criminales sentían por todo y todos. Rubén los recibió en la puerta, vestido con ropa deportiva y una mirada severa.

—Pasad, no es buena idea estar mucho tiempo afuera —dijo, mirando con desconfianza a ambos lados de la calle.

Una vez dentro, Rubén los condujo a una sala grande donde se podían ver varias fotografías familiares, una de ellas destacando: su padre estrechando la mano de un hombre que Daniel reconoció como un importante empresario local, pero que en realidad era uno de los narcos más poderosos de la región.

—Entonces, ¿en qué estamos? —preguntó Rubén, sentándose con ellos en la mesa.

Daniel y Pedro intercambiaron una mirada, y fue Pedro quien comenzó a hablar.

—Tenemos información valiosa sobre quiénes están detrás de las bandas extranjeras que están empezando a invadir Coia. Sabemos que están afectando los negocios locales, y es solo cuestión de tiempo antes de que empiecen a interferir directamente con tu familia, Rubén. Lo que queremos es que hablemos con los Ríos, los Louro y los Pérez para que se adelanten y actúen antes de que las cosas se descontrolen más.

Rubén los observó con una expresión indescifrable, jugando con un mechero entre sus dedos.

—Y, ¿qué ganan ustedes con todo esto? —preguntó, sin dejar de mirarlos—. ¿Por qué se están metiendo en esto, si no están en el negocio?

Daniel se inclinó hacia adelante, decidido.

—Queremos recuperar nuestro barrio, Rubén. No es solo cuestión de los negocios de tu familia. Estas bandas están sembrando el terror en nuestras calles. La gente tiene miedo de salir de sus casas. Yo crecí en Coia, y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras lo destruyen.

Rubén dejó de jugar con el mechero y los miró con seriedad.

—Entiendo lo que están diciendo, y créanme, mi padre y los suyos también están empezando a preocuparse. No les gusta la idea de que estos tipos vengan de fuera a intentar controlar lo que siempre ha sido nuestro. Pero hay un problema: las otras familias no siempre están dispuestas a cooperar. Los Ríos, los Louro y los Pérez tienen sus propios intereses, y en cuanto se trata de poder, la lealtad desaparece.

Pedro, que había estado callado hasta ahora, intervino.

—Sabemos eso, y por eso hemos pensado en una forma de hacer que las familias vean esto como una amenaza directa a sus negocios. Si logramos que piensen que están perdiendo territorio o que los nuevos grupos van a atraer la atención de las autoridades, se verán forzados a unirse para eliminar la competencia.

Rubén se quedó en silencio unos segundos, claramente considerando lo que Pedro había dicho.

—Podría funcionar —dijo finalmente—, pero necesitaré algo más concreto que un plan. Estas familias no se mueven solo con palabras. Necesitan pruebas de que la situación es lo suficientemente grave como para intervenir. Si ustedes me pueden proporcionar esas pruebas, yo hablaré con mi padre, y él se encargará de los otros.

Daniel y Pedro se miraron de nuevo. Tenían información, pero necesitarían más pruebas tangibles para convencer a las familias. Daniel asintió.

—Lo haremos. Pedro tiene acceso a información sobre los movimientos de las bandas. Si encontramos pruebas de que ya están traficando por las rutas controladas por las familias, eso será suficiente para que actúen.

Rubén se levantó de la mesa, dando por terminada la reunión.

—Bien, consíganme esas pruebas. Pero recuerden algo: una vez que esto comience, no habrá vuelta atrás. Si nos metemos en esto, va a haber consecuencias.

Daniel y Pedro asintieron. Sabían que estaban jugando un juego peligroso, pero no había otra opción.

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Los días siguientes, Pedro utilizó sus habilidades informáticas para rastrear las actividades de las bandas extranjeras. Gracias a sus contactos en la red y su capacidad para hackear sistemas, descubrió varias rutas de transporte que las bandas estaban utilizando para introducir drogas en Coia. No solo eso, sino que también encontró conversaciones codificadas entre los líderes de las bandas y traficantes menores en las que discutían la expansión de su territorio y cómo planeaban desplazar a las familias locales.

Una noche, mientras revisaban los últimos datos en el ordenador de Pedro, dieron con lo que necesitaban: un intercambio de mensajes entre un líder de una banda del este de Europa y un intermediario local, hablando sobre cómo pronto controlarían las rutas marítimas que antes pertenecían a los Ríos.

—Esto es lo que necesitamos —dijo Pedro, mostrándole los mensajes a Daniel—. Si Rubén lleva esto a su padre, los Ríos no tendrán otra opción que actuar.

Daniel asintió, sintiendo que el plan empezaba a tomar forma. Se aseguraron de guardar la información de forma segura y la llevaron a Rubén al día siguiente.

Rubén observó los mensajes con detenimiento, y cuando terminó de leerlos, levantó la vista hacia ellos con una expresión sombría.

—Es suficiente —dijo finalmente—. Voy a hablar con mi padre esta misma noche. Si todo va bien, en unos días las familias se reunirán. Si aceptan el plan, estas bandas extranjeras van a tener problemas.

Daniel sintió una mezcla de alivio y tensión. Sabía que estaban cada vez más cerca de su objetivo, pero también que una vez que las familias del narcotráfico intervinieran, las calles de Coia se convertirían en un campo de batalla.

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Los días pasaron, y tal como Rubén había prometido, las familias se reunieron. Las tensiones aumentaron en el barrio, pero también se empezó a notar un cambio. Los movimientos de las bandas extranjeras se volvieron más discretos, como si estuvieran conscientes de que algo estaba a punto de suceder. Daniel y Pedro sabían que estaban en el ojo de la tormenta, pero también que estaban más cerca que nunca de recuperar su barrio.

Finalmente, una noche, Rubén los llamó.

—Está hecho —dijo con voz grave—. Las familias han decidido actuar. Ahora todo depende de cómo reaccionen las bandas.

Daniel colgó el teléfono, mirando a Pedro con seriedad.

—Esto va a ponerse feo, pero hemos hecho lo correcto. No hay vuelta atrás.

Ambos sabían que estaban al borde de algo grande, y que lo que estaba por suceder cambiaría Coia para siempre.

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