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Después de la conversación con Pedro, conocido como "El Chino", Daniel se sintió renovado. Sabía que tenía que actuar rápido, pero también entendía que no podía hacer esto solo. La idea de organizar a los vecinos y hacer que se unieran en contra de la delincuencia era valiosa, pero para tener éxito, necesitaba alianzas, incluso entre aquellos que ya estaban metidos en el mundo del crimen.
El barrio de Coia había visto muchas cosas a lo largo de los años, y entre sus habitantes, había quienes tenían lazos con las viejas familias del narcotráfico gallego. Entre ellos estaba Rubén, un viejo amigo de la infancia que había tomado un camino diferente al de Daniel. Rubén provenía de una familia con negocios de dudosa procedencia, y a pesar de que muchos en el barrio lo miraban con recelo, Daniel sabía que podía tener acceso a información crucial.
Un sábado por la tarde, Daniel y Pedro decidieron que era hora de hablar con Rubén. Se encontraron en un bar de la zona, uno que había sobrevivido al paso del tiempo y las modas, un lugar donde la gente se conocía y donde el murmullo de las conversaciones se mezclaba con el tintinear de los vasos. Era un sitio donde las historias del pasado de Coia se contaban una y otra vez, y donde el miedo a la violencia era palpable en el aire.
Cuando entraron, el bar estaba casi vacío. Daniel vio a Rubén en una esquina, con una bebida en la mano y rodeado de un par de amigos. Su risa resonaba, y por un momento, Daniel sintió un retazo de la juventud compartida, de esos días en que las preocupaciones eran otras. Se acercaron, y Rubén alzó la vista al verlos.
—¡Dani! —exclamó Rubén, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. ¿Qué tal, tío? ¡No te veía desde hace siglos! ¿Y tú quién eres? —preguntó, dirigiéndose a Pedro.
—Soy Pedro, El Chino —respondió, algo más serio de lo que le gustaría.
Rubén lo miró con interés, pero no dijo nada. En su mente, Daniel sabía que lo importante era el tema que querían tratar. Se sentaron, y tras unas palabras de cortesía, Daniel tomó una respiración profunda.
—Rubén, necesitamos hablar de algo serio —comenzó, mientras se acomodaba en la silla—. Y no hay manera de que te lo diga suavemente. Las cosas en el barrio están mal. Mal de verdad.
Rubén frunció el ceño, y su expresión cambió. No le gustaba que se hablara de problemas en la comunidad.
—¿A qué te refieres? —preguntó Rubén, encogiéndose de hombros—. Todos saben que esto ha cambiado, Dani. La gente se ha ido, y los que quedan... bueno, ya no son como antes.
Daniel miró a Pedro, quien lo animó con un gesto. Daniel continuó:
—Hay bandas de fuera que están tratando de hacerse con el control del barrio. No son como nosotros, Rubén. No tienen códigos. Solo violencia. Y lo que es peor, no están aquí para construir nada. Solo quieren destrozar lo que tenemos.
Rubén se quedó en silencio, evaluando las palabras de Daniel. Por un lado, le gustaba la idea de que alguien estuviera intentando luchar por el barrio, pero por otro, sabía que meterse en este tipo de problemas podía ser peligroso.
—¿Y qué quieres que haga yo? —preguntó Rubén, su tono un poco más serio—. No soy un superhéroe, Dani. Mi familia tiene negocios que están muy relacionados con el... negocio de las sombras. No quiero problemas con ellos.
—No se trata de eso —interrumpió Pedro—. Se trata de unir fuerzas. Hay una oportunidad de cambiar el rumbo. Si logramos que las familias más antiguas del narcotráfico, como la tuya, se encarguen de expulsar a estos nuevos grupos, tal vez podamos recuperar el barrio. Con la influencia que tienes y con las conexiones de tu familia, podrías hacer que se muevan.
Rubén se cruzó de brazos, pensativo. Sabía que la idea era arriesgada, pero también veía en los ojos de sus viejos amigos un fervor que él había perdido.
—¿Y cómo lo hacemos? —preguntó finalmente—. ¿Cómo convencer a mi familia de que se involucren en esto? Ellos solo quieren hacer dinero. No les importa el barrio.
Daniel tomó un sorbo de su bebida, nervioso, pero decidido.
—Hay que ser astutos. Si les planteamos esto como una oportunidad para consolidar su dominio, tal vez lo vean como algo beneficioso. Podemos decirles que al eliminar a estos nuevos chicos, estarán asegurando sus territorios, que esto les dará más control sobre el negocio en general. Hay que jugar con su avaricia.
Rubén asintió lentamente. La idea parecía arriesgada, pero había algo en la determinación de Daniel y Pedro que lo animaba.
—De acuerdo, pero si esto sale mal… —empezó a decir Rubén.
—No saldrá mal —interrumpió Daniel—. Sabemos lo que está en juego. Pero necesitamos tu ayuda. Necesitamos que hables con tu familia y que nos apoyen en esto. Si no lo hacemos pronto, el barrio caerá por completo.
Rubén miró a los dos, la tensión palpable en el aire. Finalmente, asintió.
—Está bien, hablaré con ellos. Pero tendré que ser cuidadoso. No quiero que me vean como un traidor. Tendremos que presentar esto como un beneficio, como algo que ayudará a todos.
—Perfecto —respondió Daniel, sintiendo cómo una chispa de esperanza comenzaba a encenderse en su interior—. Vamos a hacerlo.
Los tres hicieron un pacto tácito, una promesa silenciosa de que lucharían juntos por su barrio, cada uno utilizando sus fortalezas y recursos para afrontar un enemigo que había llegado desde fuera. Mientras se despedían, Rubén se levantó con más confianza.
—Ten cuidado, Dani. Y tú también, Chino. Esto no será fácil. Pero si lo hacemos bien, podríamos estar haciendo historia.
A medida que salían del bar, Daniel y Pedro intercambiaron miradas, entendiendo que lo que habían comenzado podía tener un impacto más allá de lo que se habían imaginado. El barrio necesitaba un cambio, y aunque sabían que el camino sería difícil, también sabían que no estaban solos en esta lucha.
Al día siguiente, Rubén se reunió con su familia, un clan que había estado inmerso en el narcotráfico durante generaciones. Las primeras conversaciones fueron tensas, pero Rubén utilizó cada argumento que Daniel y Pedro le habían dado. Planteó la idea de eliminar a los nuevos grupos de forma estratégica, presentándolo como una oportunidad para aumentar su dominio en el negocio.
El tiempo pasó, y mientras Rubén trabajaba entre las sombras para establecer el plan, Daniel y Pedro comenzaron a hablar con otros vecinos. Formaron pequeños grupos de vigilancia, personas dispuestas a estar atentas a los movimientos extraños en las calles. Aunque muchos eran reticentes al principio, la idea de recuperar su barrio empezó a calar hondo. Cada conversación, cada encuentro, era un paso hacia la creación de una comunidad unida contra la violencia y la delincuencia.
Daniel sabía que aún quedaba mucho por hacer, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que había un camino claro. La lucha por Coia había comenzado, y aunque el futuro era incierto, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para proteger su hogar y la gente que amaba. Con cada paso que daban, la esperanza se hacía más fuerte, y aunque la sombra del narcotráfico seguía acechando, el espíritu de la comunidad comenzaba a despertar.
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