19
Xosé estaba en su despacho, mirando fijamente a Daniel. Había una tensión palpable en el aire, como si la gravedad de lo que iba a pedirle fuera más pesada de lo habitual. Daniel, de pie frente a él, escuchaba con atención mientras Xosé le explicaba la situación. Los clanes gallegos, aunque poderosos, estaban enfrentándose a una amenaza inusitada por parte de las bandas del este de Europa. Era el momento de tomar una decisión extraordinaria.
—Tenemos que buscar una alianza —dijo Xosé, su voz ronca por la preocupación—. No podemos combatir a todos solos. Las bandas del este son más violentas y están mejor conectadas de lo que creíamos. Necesitamos refuerzos.
Daniel asintió, aunque lo que vino después lo dejó atónito.
—He decidido contactar con el cartel de Medellín —continuó Xosé—. Sebastián, conocido como "el Patrón Norteño", es un hombre con un gran peso en el mundo del narcotráfico. Es peligroso, pero su red es inmensa. Si logramos que él y otros carteles de América Latina se unan a nosotros, podríamos aplastar a las bandas del este.
Daniel sintió una punzada en el estómago al escuchar aquello. El nombre de Sebastián tenía un eco intimidante. Se trataba de un hombre calculador, implacable, que no ofrecía su lealtad fácilmente. Sabía que mediar con un cartel como el de Medellín no era cualquier cosa.
—¿Y qué esperas de mí? —preguntó Daniel, queriendo estar seguro de lo que Xosé le pedía.
Xosé lo miró directamente a los ojos.
—Vas a hablar con él en mi nombre. Quiero que lo convenzas de que aliarse con nosotros es lo mejor para todos. La reunión será en aguas internacionales. No te voy a mentir, Daniel. Este es uno de los retos más grandes que hemos enfrentado. Si fallas, no solo perderemos la guerra contra los del este; te jugarás la vida.
Daniel asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad. Sabía que tenía habilidades para negociar, para convencer, pero enfrentarse a alguien como Sebastián requeriría mucho más que palabras suaves.
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Días después, Daniel se encontraba a bordo de un yate que navegaba hacia un punto en el Atlántico. A su lado estaba Pedro, su aliado y estratega. Aunque Pedro no iba a participar directamente en la reunión, su presencia ofrecía apoyo en caso de que las cosas salieran mal. Cuando finalmente llegaron al lugar acordado, vieron el imponente barco del cartel de Medellín, una máquina de lujo que demostraba el poder que Sebastián ostentaba.
El primer encuentro fue incómodo. Daniel fue recibido por hombres armados hasta los dientes que lo guiaron hasta una sala de reuniones dentro del barco. Ahí, sentado en un sillón de cuero, estaba Sebastián, el Patrón Norteño, rodeado por sus más cercanos aliados. Su presencia imponía. Sebastián no era un hombre particularmente grande, pero su mirada penetrante y su forma pausada de hablar dejaban claro que tenía el control de cada situación en la que se encontraba.
Daniel se sentó frente a él, intentando mantener la compostura, aunque al principio se sintió fuera de lugar. Las palabras que había ensayado en su mente parecían desvanecerse ante la fría mirada de Sebastián.
—¿Entonces tú eres el enviado de Xosé? —preguntó Sebastián, con un tono que sonaba más a burla que a curiosidad.
Daniel asintió, intentando controlar el ritmo de su respiración.
—Así es. Vengo a hablar de una posible alianza que beneficiaría tanto a tu organización como a los clanes gallegos.
Sebastián se rió levemente, pero sin perder ese toque gélido.
—Eso ya lo sé, chico. Lo que quiero saber es por qué debería interesarme aliarme con ustedes. ¿Qué me asegura que no son solo otro grupo que va a caer bajo las botas de los europeos?
Daniel respiró hondo. Los primeros minutos de la reunión fueron tensos. Sentía que cada frase que decía era medida y evaluada por Sebastián, quien no parecía impresionado por su habilidad para hablar. El colombiano lo escuchaba con una ceja levantada, como si todo lo que Daniel dijera fuera insignificante. Pero, a medida que avanzaban los minutos, Daniel fue recuperando la calma.
Empezó a hablar de la historia de los clanes gallegos, de cómo habían dominado durante décadas las rutas marítimas de Europa y África. Describió con detalle la estructura económica que los hacía fuertes, pero también enfatizó las nuevas amenazas. Había algo en su tono que lentamente fue captando la atención de Sebastián. A medida que Daniel hablaba, empezó a notar un ligero cambio en el ambiente. El colombiano dejó de mirarlo con ese desdén inicial y comenzó a escucharlo con mayor seriedad.
Daniel jugó su carta más fuerte: apeló a la lógica fría que gobernaba a hombres como Sebastián.
—Sabes que los clanes gallegos nunca han sido dominados por otros —dijo Daniel, con un tono de voz que había adquirido una seguridad inesperada—. Nos enfrentamos a las bandas del este, sí, pero sabemos cómo combatirlas. Si nos unimos, con tu poder en América Latina y nuestras conexiones aquí en Europa, no habrá quién pueda detenernos. No se trata solo de defender el territorio; se trata de expandirlo.
Sebastián se recostó en su sillón, analizando las palabras de Daniel. Tras horas de conversación, la atmósfera se había suavizado. Daniel, que al principio parecía vulnerable y algo incómodo, ahora se había convertido en alguien digno de atención para Sebastián. El patrón norteño no era un hombre fácil de convencer, pero algo en Daniel le recordó su propio ascenso en el mundo del narcotráfico: la inteligencia, la calma bajo presión, y la capacidad de adaptarse rápidamente.
—Voy a ser claro —dijo finalmente Sebastián—. No me impresionas como lo hacen algunos de los tipos con los que suelo hablar. Pero reconozco algo en ti. Tienes la mente fría y eres capaz de venderle arena a un hombre perdido en el desierto. Eso es útil en este negocio.
Sebastián se inclinó hacia adelante, cruzando las manos frente a él.
—Trabajaremos juntos, pero bajo mis condiciones. Los carteles de América Latina se aliarán con los clanes gallegos solo cuando sea estrictamente necesario. No voy a poner mis operaciones en riesgo por un juego de egos con los europeos. Pero si las cosas se salen de control, puedes contar con nosotros.
Daniel asintió, sintiendo una mezcla de alivio y responsabilidad. Sabía que había logrado lo que Xosé le había pedido, pero también sabía que el precio de esa alianza podría ser alto.
La reunión terminó con un apretón de manos, un gesto breve pero cargado de significado. Daniel y Pedro abandonaron el barco del cartel y volvieron al yate, sabiendo que acababan de entrar en un juego más peligroso del que habían imaginado.
Cuando llegaron a la costa, el atardecer teñía de naranja las aguas del Atlántico. Daniel miró a Pedro, que lo observaba en silencio.
—Lo logramos —dijo Daniel, exhalando el aire que había estado conteniendo—. Pero esto solo es el comienzo.
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