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18

Rubén llamó a Daniel y a Pedro a primera hora de la mañana. La voz al otro lado del teléfono sonaba tensa, como si contuviera una rabia difícil de disimular.

—Daniel, Pedro… La banda del este acaba de dar un golpe duro. Han hundido uno de los barcos de Xosé. El lío ya está hecho.

Daniel sintió una punzada en el estómago. Sabía que la tensión con las bandas del este de Europa había estado aumentando, pero no imaginó que llegarían a tanto. La destrucción de un barco perteneciente a los clanes gallegos era una declaración de guerra abierta.

—¿Qué más sabes? —preguntó Daniel, manteniendo la voz firme, aunque internamente se sentía inquieto.

—No mucho, aún —contestó Rubén—. El barco llevaba una carga importante de contrabando. A estas alturas ya te puedes imaginar que esto no va a quedar sin respuesta. Mi viejo está furioso, y cuando él se pone así, las cosas siempre se descontrolan.

Daniel colgó la llamada y miró a Pedro, que había estado escuchando en silencio, con el rostro pálido.

—Esto es más grande de lo que pensábamos —dijo Pedro—. Si hundieron un barco de Xosé, no van a parar ahí.

Daniel asintió. Sabía que Rubén tenía razón: Xosé no dejaría pasar una afrenta de esa magnitud sin responder con todo lo que tenía. Pero eso también significaba que el conflicto con las mafias del este estaba a punto de escalar de una manera que ninguno de ellos había previsto.

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Esa misma tarde, Daniel y Pedro se reunieron con Rubén en un bar discreto de Bouzas, donde los clanes solían moverse sin llamar la atención. El ambiente era tenso. Los tres se sentaron en una mesa apartada, alejados del bullicio.

—¿Alguna novedad? —preguntó Daniel mientras pedía un café.

Rubén asintió, frunciendo el ceño. Parecía más cansado de lo habitual, como si el peso de los últimos días lo estuviera aplastando.

—La banda del este sabe que están perdiendo terreno en Coia, y este ataque fue su manera de demostrar que no se van a dejar aplastar fácilmente. Hundieron el barco en algún punto del Atlántico, cerca de nuestras rutas habituales. Han golpeado en un punto débil, y eso le está costando a mi padre mucho dinero.

Daniel no necesitaba que Rubén se lo explicara. Sabía que en el mundo del narcotráfico, las pérdidas de dinero no se toleraban. Y menos por un golpe tan humillante. Esto iba más allá de las ganancias; era un ataque directo al poder de los clanes gallegos.

—¿Qué quiere hacer Xosé al respecto? —preguntó Pedro, que aunque nervioso, seguía siendo el cerebro estratégico del grupo.

Rubén lo miró con una media sonrisa.

—¿Qué crees que quiere hacer? Va a responder con todo lo que tiene. No va a permitir que las bandas del este se salgan con la suya. Ya está moviendo contactos para armar a los suyos y preparar una respuesta. Pero aquí es donde ustedes entran.

Daniel y Pedro intercambiaron una mirada. Sabían que la situación se estaba complicando, y que si seguían adelante, sus vidas podrían estar en peligro.

—Mi padre está dispuesto a acabar con las bandas del este de una vez por todas —dijo Rubén—, pero necesitan un plan, algo que los desestabilice antes de que ataquen de nuevo. Eso es lo que les pido a ustedes. Pedro, tú tienes un don para entrar en sistemas que nadie más puede tocar. Quiero que encuentres algo que podamos usar contra ellos, algo que los haga retroceder antes de que la sangre llegue al río.

Pedro tragó saliva, pero asintió. Sabía que no podía decir que no en este punto.

—Daniel, tú también tendrás que hablar —continuó Rubén, volviendo su atención al otro—. Mi padre confía en ti para manejar las conversaciones con los pocos aliados que nos quedan. Si puedes convencerlos de que se unan a nuestra causa, tendremos más fuerza para enfrentar lo que viene. Este es el momento de que uses tus habilidades para hablar con la gente.

Daniel suspiró, sintiendo el peso de la responsabilidad. Sabía que Xosé lo estaba probando, viendo hasta dónde llegaría para proteger su territorio. Este era el tipo de situación que podía cambiar el destino de un hombre para siempre.

—Lo haremos —dijo finalmente—. Vamos a poner en marcha el plan.

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Los días siguientes fueron una mezcla de caos y estrategia. Pedro, con su habilidad para moverse en el mundo virtual, consiguió acceder a los servidores de las mafias del este. En ellos encontró un tesoro de información: cuentas bancarias, transacciones ilegales y, lo más importante, los movimientos de algunos de los cabecillas.

Pedro trabajó sin descanso, creando falsos rastros que confundieron a las bandas, mientras desviaba fondos cruciales para sus operaciones. Sabía que con cada transferencia alterada estaba acercándose a desestabilizarlos más, a quitarles poder. Pero también sabía que cuanto más se involucraba, más aumentaba el riesgo de que lo descubrieran.

Mientras tanto, Daniel había comenzado a moverse entre los aliados de los clanes gallegos, reuniéndose en lugares discretos y sellando acuerdos. Su capacidad para hablar y persuadir a la gente resultó ser crucial, y poco a poco logró reunir una red de apoyo. Sabía que Xosé observaba cada uno de sus movimientos, evaluando si estaba listo para cruzar la línea.

Finalmente, una noche, Pedro recibió un mensaje en su sistema. Era una señal de que algo grande estaba a punto de suceder. Las bandas del este habían notado las alteraciones en sus sistemas, y estaban preparando un contraataque. Lo que Pedro y Daniel habían temido durante semanas ahora se estaba volviendo realidad.

Reunidos de nuevo con Rubén, supieron que la guerra estaba a punto de estallar. Los barcos hundidos, las cuentas saboteadas y los contactos conseguidos habían puesto en marcha una cadena de eventos que ninguno podía detener.

—Es ahora o nunca —dijo Rubén, con los ojos encendidos de determinación—. Las bandas del este creen que están ganando terreno, pero no tienen ni idea de lo que viene.

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