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17

Días después de la reunión con las bandas del este, Daniel sentía una creciente inquietud en su interior. Aunque las palabras intercambiadas parecían haber generado un efecto, sabía que aquellos hombres no se irían solo con promesas. Cada vez más, el destino de Vigo pendía de un hilo, y Daniel sentía que estaba corriendo contra el reloj. El conflicto podría estallar en cualquier momento si las bandas del este descubrían las manipulaciones que Pedro había estado orquestando desde las sombras.

El clima en el barrio seguía siendo tenso, pero la actividad delictiva parecía haber disminuido. Daniel y Pedro, ahora con acceso a la tecnología más avanzada gracias a Xosé, estaban empleando tácticas inteligentes para acorralar a las bandas. Pedro, siempre un paso adelante, había empezado a rastrear las rutas de suministro de las mafias del este y a interferir sutilmente en ellas. No hacía falta más que pequeñas alteraciones en la información: cambiar coordenadas de envíos, falsificar mensajes entre los miembros de las bandas, e incluso manipular sus cuentas bancarias. A pesar de los pequeños triunfos, Daniel sabía que aún faltaba el golpe definitivo para sacarlos de Vigo.

Una noche, Daniel decidió ir a casa de Pedro. Había pasado el día analizando la situación y sentía que era el momento de actuar. Al llegar, Pedro estaba frente a varios monitores, como siempre, con la mirada concentrada. Desde que Xosé les había proporcionado acceso a equipos de vigilancia, Pedro había expandido su red de espionaje. Con cámaras ocultas y micrófonos repartidos por puntos estratégicos del puerto y las zonas conflictivas del barrio, sabían mucho más de lo que dejaban ver. Daniel se acercó, cruzando los brazos mientras miraba las pantallas.

—Necesitamos algo más grande —dijo Daniel sin rodeos, rompiendo el silencio—. Las pequeñas interferencias los están molestando, pero no es suficiente para hacer que se vayan.

Pedro asintió, sin despegar los ojos de la pantalla, donde una serie de líneas de código pasaban rápidamente. Llevaba días sin dormir bien, trabajando en un plan que aún no había terminado de formarse en su mente.

—Estoy trabajando en algo —respondió, dándole un sorbo a su taza de café frío—. He logrado acceder a uno de sus sistemas de comunicación interna. Están preocupados, sospechan que algo no va bien, pero no pueden rastrear la fuente.

—Eso es un buen comienzo, pero necesitamos un movimiento más decisivo —insistió Daniel, con la mente girando rápidamente—. Algo que los desestabilice por completo.

Pedro, con el rostro cansado, detuvo su trabajo y giró en su silla para mirar a Daniel directamente.

—Hay una opción. Un ataque directo a su red financiera. No solo interferir, sino hacer que piensen que han sido traicionados desde dentro.

Daniel frunció el ceño, dándose cuenta de las implicaciones. Si lograban que las bandas del este comenzaran a desconfiar entre ellas, podrían hacer que se destruyeran desde dentro. Pero el riesgo era alto. Un error en esa operación podría delatar a Pedro y ponerlo en la mira de criminales muy peligrosos.

—¿Cómo lo haríamos? —preguntó Daniel, ahora intrigado.

Pedro se giró hacia sus monitores, mostrando una serie de cuentas bancarias y transferencias que había rastreado en los últimos días.

—Estas son las cuentas que usan para mover su dinero. Puedo crear movimientos falsos, haciéndoles creer que algunos de sus propios hombres están robando de estas cuentas. Si plantamos la evidencia adecuada, se volverán unos contra otros.

Daniel asintió lentamente, viendo cómo la estrategia tomaba forma. Era arriesgado, pero tenían la tecnología y la información para hacerlo. Ahora, lo único que faltaba era ejecutarlo en el momento adecuado.

Esa misma noche, Daniel y Pedro pusieron en marcha su plan. Pedro, con su destreza informática, empezó a infiltrar las redes de las mafias del este, manipulando las transferencias y creando registros falsos que apuntaban a varios líderes de las bandas.

Esa misma noche, Daniel y Pedro pusieron en marcha su plan. Pedro, con su destreza informática, empezó a infiltrar las redes de las mafias del este, manipulando las transferencias y creando registros falsos que apuntaban a varios líderes de las bandas. Todo estaba cuidadosamente planeado. Sabían que no podían dejar cabos sueltos. Si los mafiosos del este llegaban a sospechar que alguien de fuera había intervenido, sus vidas estarían en peligro.

—Listo —dijo Pedro, después de una hora de trabajo intenso—. He dejado suficientes rastros para que piensen que uno de los suyos los está traicionando.

Daniel observaba con una mezcla de admiración y preocupación. Sabía que estaban jugando un juego peligroso. Sin embargo, no había vuelta atrás. Habían llegado demasiado lejos.

—Ahora solo queda esperar a que muerdan el anzuelo —añadió Pedro, relajándose por primera vez en horas.

Los días siguientes estuvieron marcados por una calma tensa. Las calles de Coia parecían haber recobrado algo de su antigua tranquilidad. Pero Daniel sabía que eso solo significaba que las bandas estaban más ocupadas lidiando con problemas internos. Y pronto, esa calma se rompió.

Una mañana, Pedro recibió una notificación de una conversación encriptada que había interceptado. En ella, dos altos mandos de las mafias del este discutían acaloradamente sobre las transferencias bancarias. Los líderes de las bandas se estaban acusando mutuamente de deslealtad. Habían empezado a sospechar que alguien dentro de su propia organización estaba desviando fondos.

—Lo hemos logrado —dijo Pedro, conteniendo una sonrisa. Pero Daniel, con más experiencia en lidiar con situaciones de tensión, sabía que esto solo era el principio.

Una semana más tarde, el conflicto estalló de manera violenta. Las calles de Coia fueron testigos de enfrentamientos entre diferentes facciones de las bandas del este. Los rumores de traición se habían convertido en paranoia, y pronto las peleas internas escalaron. Los hombres se volvieron unos contra otros, buscando culpables donde no los había. La policía, aunque vigilaba la situación de cerca, no podía intervenir directamente, ya que las bandas estaban destruyéndose por sí solas.

Daniel y Pedro habían conseguido lo que querían: las mafias del este estaban en un punto de ruptura. Pero había una complicación. Xosé, el padre de Rubén, les había advertido que, aunque este plan podría funcionar, las bandas no se irían sin luchar. Y lo que nadie había previsto es que, en su desesperación, podrían volverse más peligrosas que nunca.

Una tarde, mientras Daniel y Pedro analizaban la situación en el barrio, recibieron una llamada de Rubén.

—Tenemos un problema —dijo Rubén, con la voz más seria de lo habitual—. Las bandas del este saben que están siendo manipuladas, y aunque están peleando entre ellas, sospechan que alguien de fuera está involucrado. No sé cómo, pero han escuchado rumores sobre vosotros.

Daniel sintió que un frío le recorría la espalda. Todo había ido demasiado bien, y ahora estaban en peligro. Las bandas, acorraladas y desesperadas, empezaban a buscar culpables fuera de su propia gente.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Pedro, nervioso.

Daniel, con la mente corriendo a toda velocidad, sabía que tenían que moverse rápido.

—Tenemos que hablar con Xosé —respondió Daniel—. Si estas bandas creen que estamos detrás, vendrán por nosotros. Necesitamos su protección más que nunca.

Horas más tarde, Daniel y Pedro estaban sentados frente a Xosé en su casa, un elegante chalet en las afueras de Vigo. El líder de los clanes gallegos los observaba con calma, mientras se acariciaba la barba, pensativo.

—Sabía que llegaría este momento —dijo finalmente Xosé—. Han hecho un trabajo impresionante hasta ahora. Pero, como les advertí, esto no se puede mantener para siempre. Las bandas del este no son estúpidas, y ahora que saben que alguien de fuera está interfiriendo, van a responder con toda la violencia que tienen.

Pedro, aún alterado por la llamada de Rubén, preguntó:

—¿Qué hacemos entonces? ¿Nos escondemos?

Xosé soltó una risa seca.

—Esconderse no es una opción. No después de lo que han hecho. Pero no se preocupen, no están solos en esto. Ahora es el momento de pasar a la ofensiva.

Daniel se inclinó hacia adelante, intrigado.

—¿Qué propones, Xosé?

El líder de los clanes gallegos sonrió, una sonrisa calculadora y fría.

—Ya no se trata solo de manipular desde las sombras. Es hora de enfrentarlos directamente. Vamos a mostrarles quién manda en esta ciudad. Los clanes gallegos van a tomar las riendas de esto. Ustedes han hecho su parte, pero ahora nos toca a nosotros. Vamos a expulsar a las bandas del este de una vez por todas.

Daniel sintió una mezcla de alivio y preocupación. Sabía que los clanes tenían los recursos y la fuerza para hacerlo, pero también sabía que esto significaba cruzar una línea de la que no habría vuelta atrás. El conflicto estaba a punto de volverse mucho más violento, y ellos estaban en el centro de todo.

Xosé se levantó, dándoles una última mirada firme.

—Ustedes dos han demostrado ser valiosos. Ahora van a ser parte de esto, les guste o no. Pero no se preocupen, tienen a los clanes detrás. Y con nosotros, nadie los tocará.

Daniel y Pedro salieron de la casa de Xosé sabiendo que el destino de Vigo estaba a punto de cambiar, y que ahora estaban más implicados que nunca en el futuro del narcotráfico en la ciudad.

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