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15

Tras la operación en el puerto, Daniel comenzó a ganar una reputación entre los hombres de Xosé y en el propio clan. No solo por su habilidad para luchar, sino por algo mucho más valioso en el mundo del crimen: su capacidad para negociar, para leer a las personas, y, sobre todo, para mantener la calma bajo presión. Era como si la adrenalina que paralizaba a otros, a él le aclarara la mente. Podía tomar decisiones rápidas, pero calculadas, y eso no pasó desapercibido para Xosé.

Una tarde, poco después del exitoso golpe contra los Lobos en el puerto, Xosé invitó a Daniel a su casa. No era una invitación casual. El líder del clan nunca hacía nada sin una razón concreta. Daniel lo sabía, así que llegó preparado, aunque sin saber exactamente qué esperarse.

El chalet de Xosé, en las afueras de Vigo, no era ostentoso ni llamativo, pero sí imponente en su sencillez. Rodeado de viñedos y bosques, parecía una fortaleza disfrazada de hogar rural. Cuando Daniel entró, fue recibido por Rubén, quien lo guio hasta una sala amplia con ventanales que daban al paisaje verde y montañoso. Xosé estaba sentado junto a una chimenea, con una copa de vino en la mano, mirándolo con una sonrisa calculada.

—Daniel, siéntate —dijo Xosé con voz grave, señalando un sillón frente a él—. Quiero hablar contigo, en serio.

Daniel tomó asiento, intentando interpretar la atmósfera de la reunión. Sabía que había algo más que una simple charla. Sentía que esta conversación marcaría un antes y un después.

—Lo que hiciste en el puerto fue impresionante —continuó Xosé, dando un sorbo a su copa—. Pero más allá de las peleas y los golpes, me interesa tu habilidad para lidiar con las personas. He estado observando cómo hablas con la gente, cómo manejas las situaciones, y tengo que decirte algo: tienes un talento natural.

Daniel asintió, sin saber exactamente a dónde quería llegar Xosé.

—Verás —dijo Xosé, apoyando la copa en una mesa cercana y cruzando las manos sobre su regazo—, en este negocio, la violencia es una herramienta. Pero no es la única ni la más poderosa. La verdadera clave del poder está en la palabra, en saber convencer, en vender una idea, en hacer que otros crean que tus intereses son los suyos. Y tú, Daniel, tienes ese don.

Xosé hizo una pausa, como si midiera el impacto de sus palabras. Daniel mantuvo la compostura, pero su mente trabajaba a toda velocidad, intentando prever lo que estaba por venir.

—Quiero ponerte a prueba en algo —continuó Xosé—. Las bandas del este de Europa son peligrosas, y aunque les hemos golpeado donde más les duele, todavía tienen mucho poder. Hay una reunión importante en los próximos días, algo que podría cambiar el equilibrio de fuerzas en la ciudad. Se van a reunir varios jefes menores y algunos de los peces gordos de esas bandas. Quiero que vayas y hables con ellos.

Daniel arqueó una ceja, sorprendido por el encargo.

—¿Hablar con ellos? ¿Y qué esperas que les diga?

—Quiero que los convenzas de que Vigo no es un lugar para ellos. Que entiendan que tienen que retirarse, que no les conviene enfrentarse a nosotros. No les hables de fuerza ni de amenazas. Hazles ver que hay más para ellos en otro lado, que les conviene irse antes de que las cosas se pongan feas.

Daniel sabía que lo que Xosé le estaba pidiendo no era sencillo. Las bandas del este no eran fáciles de convencer, y menos con palabras. Eran brutales, y solo respetaban el poder. Pero Xosé confiaba en que la astucia de Daniel podría abrir una puerta que la violencia no lograría.

—Entiendo —dijo Daniel, después de una pausa—. Pero esto va a requerir algo más que simples palabras. ¿Qué tipo de oferta puedo hacerles para que realmente se vayan?

Xosé lo miró con una sonrisa, sabiendo que Daniel estaba calculando todo.

—Eso te lo dejo a ti. Quiero ver cómo manejas la situación. Te daré los recursos que necesites, pero quiero ver si eres capaz de navegar por estas aguas turbias sin recurrir a la violencia. Porque, Daniel, en este mundo, tarde o temprano, todos enfrentan una encrucijada. O sigues en la línea que has marcado hasta ahora, o cruzas al otro lado. Y cuando cruzas, ya no hay vuelta atrás.

La frase quedó flotando en el aire, pesada y significativa. Daniel entendió que Xosé lo estaba poniendo a prueba. Quería ver hasta dónde llegaría Daniel, si sería capaz de mantenerse fiel a sus principios o si terminaría envuelto en el lado más oscuro de ese mundo. Era una prueba de carácter, pero también de lealtad.

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Los días pasaron y Pedro, como siempre, se encargó de obtener toda la información necesaria sobre la reunión de los líderes de las bandas del este. La ubicación, las medidas de seguridad, incluso algunos detalles sobre las personalidades que estarían presentes. Daniel se preparó mentalmente para lo que sabía que sería un desafío monumental. A pesar de sus habilidades para hablar con la gente, sabía que estos hombres no eran los típicos delincuentes. Eran calculadores, fríos, y extremadamente peligrosos.

La reunión se celebraría en un almacén abandonado cerca del puerto, un lugar lo suficientemente apartado como para que nadie levantara sospechas. Daniel llegó solo, tal como Xosé le había indicado, sin mostrar signos de debilidad ni de provocación. No llevaba armas, solo su ingenio y la confianza que había ido ganando con el tiempo.

Al entrar en el almacén, lo recibió un grupo de hombres de aspecto amenazante. Estaban armados, y sus miradas eran de desconfianza. En el centro de la sala, en una mesa improvisada, se encontraban los líderes de las bandas. Sus caras duras reflejaban el tipo de vida que habían llevado: una vida donde la violencia y el poder lo eran todo.

Daniel se presentó sin rodeos, sabiendo que en este tipo de situaciones la honestidad era su mejor arma.

—No estoy aquí para amenazaros ni para imponeros nada —dijo, mirando a cada uno de los hombres frente a él—. Sé que sois inteligentes, y sabéis que la situación en Vigo está cambiando. El poder está cambiando de manos, y mi consejo es que no os quedéis para ver cómo termina esto. Tenéis oportunidades en otras partes. No os conviene quedaros aquí y enfrentaros a lo que viene.

El silencio en la sala era palpable. Daniel había conseguido captar su atención, pero sabía que no era suficiente. Necesitaba más.

—Os ofrezco una salida. Podéis dejar Vigo antes de que sea demasiado tarde. Tendréis lo que os pertenece, no os quedaremos con nada, pero si os quedáis… —dejó la frase sin terminar, sabiendo que ellos llenarían el vacío con sus propios miedos.

Los hombres del este se miraron entre ellos, sopesando sus opciones. Daniel podía ver que no todos estaban convencidos, pero algunos comenzaban a comprender que enfrentarse a los clanes gallegos no era algo que les beneficiaría a largo plazo.

Finalmente, uno de ellos habló, con voz grave y un acento marcado:

—¿Y qué nos asegura que si nos vamos, no nos seguiréis? ¿Qué garantías tenemos de que no intentéis aplastarnos en cuanto salgamos de aquí?

Daniel sonrió, sabiendo que esa era la pregunta clave.

—Las garantías están en vuestro propio interés. Esto no es personal, es negocio. Mientras no os interpongáis en el camino, no tendréis problemas. Tomad la decisión inteligente.

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