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Después de aceptar la oferta de Xosé, Daniel y Pedro sabían que su vida había cambiado radicalmente. Lo que antes era una lucha improvisada, limitada por recursos y oportunidades, ahora se había convertido en una operación estratégica, con el respaldo de uno de los clanes más poderosos de Galicia. Con la tecnología avanzada que Xosé les había proporcionado y el talento de Pedro para el hackeo y la manipulación de información, sentían que tenían una ventaja considerable. Sin embargo, sabían que las bandas extranjeras no se iban a ir sin pelear.
Pedro, sentado frente a su equipo en la pequeña habitación que había convertido en su centro de operaciones, accedía a rincones del internet profundo que ni siquiera la policía podía rastrear. Con un par de comandos y usando proxies para ocultar su rastro, lograba obtener datos de transacciones sospechosas, comunicaciones cifradas y ubicaciones de operaciones clandestinas. Durante semanas, Pedro había monitoreado de cerca los movimientos de las bandas africanas, conocidas por su control del tráfico de hachís en la zona. El clan de Xosé quería recuperar ese territorio, y Pedro se había propuesto lograrlo sin necesidad de derramar sangre.
Mediante la manipulación de información, Pedro había comenzado a sembrar el caos entre los africanos. Interceptaba sus mensajes y los modificaba, haciendo que sus líderes creyeran que uno de sus propios hombres era un traidor. Hizo que sus rutas de suministro fueran descubiertas por las autoridades, pero de tal manera que parecía ser una filtración interna. Las detenciones se sucedieron rápidamente, y en cuestión de semanas, el poder de las bandas africanas en Vigo quedó reducido a cenizas. Fue una victoria limpia y calculada.
Con los africanos fuera del juego, el control del hachís pasó nuevamente a las manos de los clanes gallegos. La satisfacción en el rostro de Xosé y Rubén fue evidente. Daniel, aunque no estaba acostumbrado a este tipo de maniobras tan sofisticadas, sabía que aquello había sido una jugada maestra de Pedro. Sin disparar una sola bala, habían acorralado a una de las bandas más peligrosas del barrio.
Sin embargo, cuando se trataba de las bandas del este de Europa, las cosas no serían tan fáciles.
Las bandas del este eran diferentes. No solo traficaban con drogas, sino también con armas, personas y todo tipo de actividades ilegales. Eran más organizados, más violentos, y no tenían reparos en utilizar la fuerza bruta para mantener su control. Además, sabían cómo operar en las sombras, siempre un paso por delante de las autoridades y sus competidores.
Pedro intentó aplicar la misma estrategia que con los africanos: interceptar sus comunicaciones, infiltrar sus redes y manipular la información para sembrar desconfianza interna. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que las bandas del este operaban con un sistema mucho más cerrado. Sus comunicaciones estaban encriptadas de manera impenetrable, y sus movimientos eran erráticos y difíciles de predecir. Era como si siempre supieran que alguien los estaba observando.
Una noche, mientras Pedro analizaba los pocos datos que había logrado obtener sobre una de las bandas más poderosas, conocida como "Los Lobos", se dio cuenta de que algo andaba mal. Los patrones no encajaban. Había transacciones que parecían falsas, movimientos que no llevaban a ninguna parte. Y entonces lo entendió: ellos también estaban jugando el mismo juego. Alguien en las bandas del este había manipulado su información para hacerles creer que estaban más expuestos de lo que realmente estaban. Era un contragolpe.
—Daniel, tenemos un problema —dijo Pedro, con el ceño fruncido mientras seguía tecleando en su ordenador.
Daniel, que estaba a su lado revisando unos mapas de rutas de tráfico, lo miró con preocupación.
—¿Qué pasa?
—Ellos también están jugando sucio. Creí que los estábamos siguiendo, pero en realidad nos han estado dejando pistas falsas. Nos han llevado por el camino equivocado. Sabían que estábamos husmeando.
Daniel maldijo por lo bajo. Esto complicaba las cosas. Hasta ese momento, habían mantenido cierta ventaja sobre las bandas extranjeras, pero ahora sabían que estaban lidiando con adversarios mucho más astutos de lo que habían previsto.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Daniel.
Pedro se quedó en silencio unos segundos, pensando. Finalmente, levantó la vista hacia Daniel.
—Necesitamos otra táctica. Ya no podemos solo hackearlos. Esto va a requerir algo más… directo.
Daniel entendió de inmediato lo que Pedro estaba insinuando. La guerra de información había llegado a su límite. Ahora necesitarían enfrentarse a las bandas del este en el terreno, cara a cara. La pregunta era cómo hacerlo sin perder todo lo que habían ganado hasta ahora.
Decidieron hablar con Xosé nuevamente. Si alguien sabía cómo manejar una situación como esta, era él. Esa noche, en una reunión privada en el mismo despacho donde habían sellado su alianza, le explicaron a Xosé lo que habían descubierto.
—Los Lobos son listos, más de lo que pensábamos —dijo Pedro, detallando las trampas de información que habían montado—. Están jugando a un nivel diferente.
Xosé asintió, pero su expresión no mostró sorpresa. Era como si ya lo supiera.
—Sabía que tarde o temprano llegaría este momento —dijo con voz grave—. Las bandas del este no son como las africanas. Son metódicas, organizadas, y no dudan en usar la violencia extrema cuando es necesario. Si queremos sacarlos del juego, no bastará con la tecnología. Vamos a tener que enfrentarlos de manera más tradicional.
Daniel sabía lo que eso significaba: iba a haber confrontación. Ya no se trataba solo de manipular información o de mover piezas en un tablero invisible. Ahora tendrían que enfrentarse a Los Lobos en las calles.
—Tenemos hombres preparados para esto —continuó Xosé—. Pero necesitaré que vosotros también estéis listos. Los conocéis mejor que nadie ahora, habéis estado siguiéndolos. Vuestro papel será clave.
Pedro asintió, aunque era evidente que no estaba entusiasmado con la idea de entrar en combate físico. Daniel, por otro lado, sentía que esto era inevitable. Había entrenado, había preparado su cuerpo y su mente para momentos como este. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que, si no tomaban una acción decisiva, Los Lobos acabarían por dominarlos.
—Cuidaos las espaldas —advirtió Xosé—. Estos tipos no son como los africanos. Si saben que vais tras ellos, irán por vosotros.
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