11
Pasaron algunos días desde aquella intensa noche en el puerto de Bouzas. Daniel y Pedro mantuvieron un perfil bajo como habían acordado con Jorge, pero la inquietud crecía en el ambiente. Sabían que estaban rodeados de traiciones, movimientos ocultos y que algo grande estaba a punto de suceder. Sin embargo, a pesar de la tensión, seguían adelante, recopilando información y tratando de entender mejor quiénes estaban realmente controlando las cosas en la sombra.
Una tarde, mientras Daniel estaba en casa revisando algunas notas que Pedro le había pasado, recibió una llamada inesperada de Rubén. Era extraño, ya que Rubén había permanecido distante en las últimas semanas, después de los últimos sucesos. Daniel contestó de inmediato, intrigado.
—Daniel, soy Rubén —dijo la voz seria del otro lado—. Tengo algo importante que decirte. Nos vemos esta tarde en Praza América. Ah, trae también al "Chino".
Antes de que Daniel pudiera responder, Rubén colgó. El mensaje era claro, pero lo que no lo era tanto era el motivo. Sin embargo, sabiendo que no podía perder esa oportunidad, Daniel se puso en contacto con Pedro, y acordaron encontrarse en la plaza a la hora señalada.
Cuando llegaron a Praza América, el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas de Vigo, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y púrpuras. La plaza estaba llena de gente como siempre, jóvenes sentados en los bancos, gente paseando y otros volviendo de sus trabajos. Todo parecía tranquilo, normal, lo cual era crucial para evitar levantar sospechas.
Daniel y Pedro se mantuvieron atentos, buscando a Rubén entre la multitud. No pasó mucho tiempo antes de que un hombre se acercara a ellos con una sonrisa tranquila. No era Rubén, sino un amigo de él, un tipo de unos treinta y tantos, con el pelo corto y ropa de trabajo, lo suficientemente corriente como para no destacar.
—Buenas, muchachos —saludó con naturalidad, como si fuera un viejo conocido—. Rubén no podía venir en persona, pero me pidió que os diera un mensaje. Tranquilos, no llamemos la atención.
El hombre sacó su móvil discretamente, como si estuviera mostrando una foto o compartiendo un mensaje casual. Pero cuando Daniel y Pedro miraron la pantalla, la lectura rápida del texto les hizo tensar los músculos.
"A las 22:00 en el lavadero de detrás del Campo Rojo."
El mensaje era claro y preciso, pero también críptico. El Campo Rojo, un viejo campo de fútbol que se encontraba en la Rúa Marín , en una zona de Coia muy conocida. El "lavadero" detrás del campo era un lugar semiolvidado por la ciudad, un antiguo lavadero público que se usaba hace décadas, ahora un lugar de paso para los que preferían evitar la mirada pública. Perfecto para un encuentro clandestino.
El amigo de Rubén se despidió con un gesto casual, como si nada importante hubiera ocurrido, y Daniel y Pedro se quedaron unos segundos en silencio, asimilando lo que acababa de suceder. Sin intercambiar muchas palabras, ambos entendieron que la cita era peligrosa, pero también que podrían obtener información vital si asistían. Se despidieron del amigo de Rubén sin levantar ninguna sospecha, y tras caminar unos metros, comenzaron a planear.
—¿Crees que es seguro? —preguntó Pedro, inquieto, mientras caminaban alejándose de la plaza.
—Nada de esto es seguro —respondió Daniel con un suspiro—. Pero Rubén siempre ha jugado con las reglas de su propia familia, y hasta ahora nos ha ayudado. No tenemos más opción que ir. Si no lo hacemos, podríamos perdernos algo crucial.
Pedro asintió, aunque no dejaba de mirar de reojo a los transeúntes, como si temiera que alguien los estuviera vigilando. Sabían que, desde aquel incidente en Bouzas, alguien había estado tirando de los hilos desde las sombras. La única pregunta era quién.
Cuando llegó la noche, Daniel y Pedro se encontraron en el lugar acordado, en las afueras, cerca del viejo Campo Rojo. El aire era fresco, y el silencio se hacía cada vez más denso a medida que se acercaban al lavadero. El lugar estaba en ruinas, con graffitis en las paredes y maleza cubriendo gran parte de la estructura. No era un lugar al que uno iría de noche si no tuviera una muy buena razón.
A las 22:00 en punto, Daniel y Pedro llegaron al lavadero. La oscuridad les hacía avanzar con cautela, y el sonido de sus pasos sobre la grava parecía resonar en el silencio.
—Esto me da muy mala espina, Dani —murmuró Pedro mientras se acercaban a la entrada.
—Lo sé —respondió Daniel—, pero tenemos que hacerlo. Solo mantente alerta.
De repente, unos pasos se escucharon a lo lejos. Eran varios, y venían hacia ellos. Instintivamente, ambos se escondieron entre las sombras de la estructura. Tres figuras emergieron de la oscuridad, moviéndose con sigilo. No tardaron en reconocer la silueta del hombre que iba en cabeza: Rubén.
—Salid, chicos, ya sé que estáis ahí —dijo Rubén, con voz baja pero firme, alzando una mano en señal de paz—. No os preocupéis, estamos solos.
Daniel y Pedro salieron de su escondite, con las manos listas para cualquier cosa, pero al menos tranquilos de que era Rubén quien los había citado.
—¿Qué está pasando, Rubén? —preguntó Daniel, directo al grano—. ¿Por qué tanto misterio?
Rubén les hizo un gesto para que lo siguieran al interior del lavadero, donde el eco de su voz no se escucharía en los alrededores.
—Las cosas se están moviendo rápido —comenzó Rubén, con seriedad—. La policía se está metiendo más de lo que pensábamos, y lo de Bouzas fue un aviso. Alguien de alto nivel dentro de las familias está vendiendo información, o quizás estén comprando a los de arriba. No está claro todavía, pero lo que sí sé es que las bandas extranjeras están acorraladas. No tienen mucho tiempo. Pero… —hizo una pausa, mirando a Daniel—, también tenemos un problema mayor.
—¿Cuál? —preguntó Pedro.
—Las familias gallegas no se van a quedar de brazos cruzados. Están moviendo piezas para limpiar la casa, pero si no actuamos rápido, se desatará una guerra entre ellos y las bandas. Y ya sabes lo que significa eso: el caos total.
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