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10

La noche era oscura y fría, un viento suave soplaba desde el mar mientras Daniel y los otros aguardaban en silencio en sus escondites, ubicados estratégicamente alrededor del puerto de Bouzas. Estaban listos. Todo había sido cuidadosamente planeado gracias a la información que Pedro había interceptado. Según los mensajes hackeados, las bandas extranjeras recibirían un gran cargamento esa noche, y detenerlo podría significar el golpe definitivo para expulsarlas de Coia. Daniel, Jorge y los demás sentían la tensión en el aire, con los músculos tensos y los sentidos alerta.

Pedro había seguido los movimientos desde lejos, utilizando su laptop en tiempo real para monitorear cualquier cambio en las comunicaciones entre los narcotraficantes. Mientras tanto, Jorge había reunido a un grupo de hombres, todos listos para actuar en el momento preciso. El plan era esperar hasta que el cargamento fuera descargado y después intervenir, rodeando a las bandas y forzándolas a abandonar la zona. Pero algo no parecía estar bien.

Daniel, observando desde las sombras cerca de uno de los almacenes abandonados, notó una actividad inusual. Había más movimiento del esperado, y no solo por parte de las bandas. Un mal presentimiento le recorrió la columna vertebral cuando, de repente, las luces de los coches patrulla iluminaron el puerto. La policía había llegado.

Las sirenas empezaron a sonar y el caos estalló. Varios hombres armados que formaban parte de las bandas intentaron huir, mientras que otros, completamente sorprendidos, fueron reducidos rápidamente por los agentes. La operación policial parecía perfectamente coordinada, como si supieran exactamente dónde estar y a quién detener. Daniel, con los nervios de punta, se mantuvo en su escondite junto con Jorge y los otros, mirando atónitos cómo las fuerzas del orden se llevaban a decenas de personas bajo custodia.

—¿Qué demonios está pasando? —susurró Jorge desde su escondite, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada.

Daniel no tenía respuestas, pero su mente ya comenzaba a hacer conjeturas. "¿Cómo podía ser esto? Nadie sabía que estaríamos aquí, nadie fuera de nuestro círculo", pensó, mientras la tensión en su pecho se hacía más y más intensa. Algo no cuadraba. Esto no podía ser una coincidencia.

Después de lo que pareció una eternidad, las luces de la policía comenzaron a apagarse y las patrullas se retiraron. La calma volvió al puerto, aunque quedaba una atmósfera densa de incertidumbre y desconfianza. Daniel y los demás, aún en shock, se reunieron en el escondite donde Jorge tenía su base temporal en Bouzas. Un pequeño bar a pocas calles del puerto, propiedad de un viejo amigo de Jorge que había sido un refugio seguro para los hombres durante los últimos días.

Una vez allí, el ambiente era tenso, casi eléctrico. Pedro, que había estado observando todo desde su terminal, llegó al bar con la cara pálida y sudorosa, visiblemente alterado.

—Nos han vendido —dijo Pedro, apenas conteniendo la ira en su voz—. No puede ser coincidencia. La policía no aparece así, sin más, y en el momento exacto. Alguien debió chivarse. Alguien sabía lo que planeábamos.

Jorge golpeó la mesa con el puño cerrado, frustrado.

—Pero ¿quién? —preguntó—. Nadie sabía de este plan aparte de nosotros, y las bandas. ¿Cómo es que la policía estaba tan bien preparada?

—Eso no lo sé —respondió Daniel, con el rostro sombrío—, pero lo que está claro es que hay alguien moviendo hilos en la sombra. O alguien en nuestro propio círculo está hablando de más, o alguna de las familias está comprando favores dentro de la policía.

El grupo quedó en silencio. La posibilidad de que hubiera un traidor entre ellos, o peor aún, que alguna de las familias narcos gallegas que ellos mismos esperaban usar en su beneficio estuviera involucrada, era inquietante.

—Las familias narco… —susurró Pedro, como si la idea recién cobrara fuerza en su mente—. No podemos descartar que estén detrás de esto. No sería la primera vez que se protegen de esta manera, comprando a gente dentro de la policía. Si las bandas extranjeras están empezando a mover tanto dinero y mercancía por la zona, podría haber intereses cruzados.

Jorge asintió, reflexionando sobre las palabras de Pedro.

—Tiene sentido. Algunas de las familias gallegas han estado metidas en este negocio durante décadas. Tienen conexiones en todas partes, y si estas bandas están invadiendo su territorio, podrían estar dispuestas a dejarlas caer con tal de proteger sus propios intereses.

Daniel respiró hondo, tratando de organizar sus pensamientos. Sabía que estaban caminando sobre terreno peligroso. No solo estaban enfrentándose a bandas extranjeras violentas, sino también a una red de poder que se extendía más allá de lo que podían controlar. Las familias gallegas habían estado involucradas en el narcotráfico desde hacía años, pero siempre habían mantenido un código, una especie de "pacto de caballeros" que hacía más predecible el caos. Sin embargo, con las nuevas bandas del este de Europa y del centro de África en el tablero, todo era mucho más impredecible.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Jorge, rompiendo el silencio—. ¿Seguimos adelante o nos retiramos? No podemos arriesgarnos a que nos detengan a todos la próxima vez.

—Seguimos —dijo Daniel, su voz firme y segura, a pesar de todo—. Sabíamos que esto no iba a ser fácil. Si las familias están detrás de esto, no podemos enfrentarlas directamente. Pero eso no significa que debamos rendirnos. Vamos a mantener un perfil bajo por un tiempo, recabar más información y averiguar quiénes son nuestros verdaderos enemigos.

Pedro asintió, dándose cuenta de que su trabajo de hackeo iba a ser aún más importante ahora. Si alguien los había traicionado, necesitaban saber quién era y cómo estaban operando. Pero, sobre todo, necesitaban estar un paso adelante.

La conversación continuó durante un rato más, mientras el grupo planeaba sus próximos movimientos. Ahora sabían que no podían confiar en todos. Tendrían que ser más cautelosos, pero también más decididos.

Cuando salieron del bar, la noche en Bouzas parecía más oscura que nunca.

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