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11. El arte de la tortura

—¿Cómo te llamas? —Preguntó Frank cuando el joven se había recuperado del golpe. Este se removió inquieto. Estaba sentado y atado a una silla y le era imposible librarse de sus ataduras. Habían vuelto al almacén de Wesley y el joven recorría con la vista el local buscando algo para poder liberarse.
—¡Matarán a su hija por esto...y después le matarán a usted! —Gritó.
—No lo creo, se quedarían sin la persona que les puede hacer el trabajo sucio. Muchacho, creo que estás muy jodido. Si no empiezas a largar ahora mismo, te romperé todos los huesos del cuerpo. ¿Cuál es tu nombre? No me gusta pegar a nadie sin conocer antes su nombre, aunque siempre hay excepciones...
El joven se mordió los labios para evitar decir una sola palabra.
—Ya que no hablas, te haré gritar —dijo Frank mientras tomaba el dedo indice del joven y de un golpe seco se lo partía limpiamente.
El joven se mordió los labios con fuerza y la sangre resbaló por su mentón, pero ni siquiera grito.
—Eso si que no me lo esperaba —Le dijo Frank a Helmutt que le miraba aterrado—. ¡Es un tío duro! Mejor, así aguantará mayor castigo antes de derrumbarse. ¿Sabes? —continuó mientras volvía la vista hacia el joven —Estoy muy, muy cabreado con vosotros por lo que me habéis hecho. Yo de ti, hablaría rapidito, porque a cada momento me voy cabreando más y a lo mejor se me va la mano.
El joven, asustado hasta lo indecible cerró los ojos y negó con la cabeza.
—¡Esta bien! Divirtámonos un poco.
Frank soltó la mano derecha del joven que había atado con bridas a la silla y la sujetó con un gato que estaba anclado a una de las mesas. Luego sacó varios objetos, entre ellos un martillo, unas tenazas y una sierra.
El rostro del joven empalidecia por momentos, parecía a punto de desmayarse.
—Última oportunidad. ¿Tu nombre es?
—Gregory Hills...¡Me llamo Gregory Hills! —Chilló.
—¿Ves que fácil ha sido después de todo? Siguiente pregunta: ¿Donde tenéis retenida a mi hija?
—¿Tu hija, Frank? —Preguntó Helmutt —¿Estos cabrones tienen a tu hija?
—Sí, la secuestraron y quieren obligarme a hacer algo para ellos...
—¡Cárgatelo, Frank! ¡Un hijoputa menos!
—Creo que al final no tendré más remedio que hacerlo —miró a Gregory a los ojos —. No vas a contestar, ¿verdad?
El otro le miró con los ojos llenos de pánico, pero no abrió la boca.
—Sí quieres le hago hablar yo, Frank —dijo Helmutt —, cuando era policía se me daba muy bien el arte de la tortura y...
Frank cogió el martillo y bruscamente golpeó con él la mano del joven, sonó a huesos rotos.
El aullido que siguió al golpe les puso los pelos de punta.
Frank cogió a Gregory del flequillo y le gritó a la cara.
—¿Dónde tienen a mi hija? ¡Dímelo!
Silencio, excepto por un agudo gemido de dolor.
El martillo volvió a caer, está vez con más fuerza aún.
Gregory dio un bote en la silla, pero ni siquiera gritó. Frank le abofeteó el rostro, pues el joven parecía a punto de desmayarse.
—Les tiene más miedo a ellos que a nosotros —aclaró, Helmutt?
—Pues no debería —contestó Frank —. Todavía no me conoce a mí...
El tercer martillazo hizo que el joven pusiera los ojos en blanco y echase hacia atrás la cabeza con la boca abierta en un grito inaudible.
—Dale un respiro, Frank, o te lo cargarás.
Frank tiró el martillo sobre la mesa con rabia, tenía manchas de sangre en su superficie.
—Si no habla, empezare a córtarle cosas —rugió.
—Tranquilízate, amigo. El miedo a veces es más poderoso que la violencia. Déjame a mí y verás como habla.
Helmutt tenía la expresión de un niño que va a hacer una gamberrada.
—Vale, lo dejo en tus manos —dijo Frank  encogiéndose de hombros —, es todo tuyo.
—¡Eh, chaval! —Helmutt zarandeó a Gregory para que le prestase atención —. Mi amigo tiene poca paciencia, está muy cabreado y quiere verte sufrir, pero yo no, yo soy paciente. Si no me cuentas lo que quiero saber, lo vas a pasar muchísimo peor de lo que hasta ahora lo has pasado. ¿Crees que ellos van a apreciar tu sufrimiento? No les importas, lo mismo les da que estés vivo o muerto. Si hablas ahora te ahorraras mucho dolor y sus consecuencias...
Gregory abrió la boca para decir algo, apenas podía mantener los ojos abiertos. Su mano era un destrozo de sangre y huesos astillados y su cuerpo temblaba con convulsiones.
—Habla, cuéntanoslo todo.
Frank se volvió prestando atención, parecía que el cabrón de Helmutt lo había logrado.
—¡Que...que te...follen...! —balbuceó el joven mientras una sonrisa curvaba sus labios.
—¿Qué me follen...? —Repitió Helmutt. Un segundo después cogía el martillo que Frank había desechado y le golpeaba tres veces con él en la cabeza.
—¡Cabrón! —Gritaba a cada golpe, hasta que Frank consiguió hacer que soltara el martillo.
—¡Me encanta tu paciencia, amigo! —le dijo.
—¡Ese hijoputa no va a hablar! ¡Cárgatelo de una vez!
Frank se acercó a una de las estanterías y cogió una pistola de las docenas que allí había, comprobó que estuviera cargada y le quitó el seguro, amartillándola. Luego volvió junto a Gregory y le voló la cabeza.
—¡Que desperdicio! —dijo, dejando la pistola en la mesa.
—No hubiera hablado —precisó Helmutt —. Sabía lo que le harían en caso de que cantara y ha preferido dejarse matar.
—Me salvo la vida, ahí fuera. ¿Lo sabías?
—Esto es una guerra, Frank. No hay tiempo para lamentarse. Tu hija esta en peligro y eso es lo más importante. Te ayudare en lo que necesites y... gracias por librarme de los rusos.
—No están muertos, Helmutt. Volverán y la próxima vez no serán solo tres.
—No me encontraran aquí, Frank. 

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