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★Pasillos Prohibidos★

"Nos han dicho que la cordura es lo que define a los normales, pero ¿quién dice qué es normal?"

Me quedé en la consulta por unos minutos, tratando de asimilar lo que Hoseok había dicho. Aunque sus palabras eran tranquilizadoras, mi mente seguía atrapada en ese mar de recuerdos y emociones a medias. No sabía si quería recordar más o si deseaba borrar todo de mi cabeza de una vez por todas.

Cuando la consulta terminó, me levanté lentamente, pero antes de salir, Hoseok me detuvo.

-Jungkook, recuerda que no tienes que enfrentarlo todo de inmediato. El proceso es gradual. No te exijas demasiado. Pero, por favor, si en algún momento sientes que necesitas hablar más, estoy aquí.

Asentí sin hablar, dándole una pequeña sonrisa que no llegó a mis ojos. Salí de su oficina, y el pasillo del hospital se sentía aún más largo que antes. Cada paso que daba, el peso en mi pecho aumentaba, como si algo invisible me estuviera siguiendo.

Mientras caminaba, mis pensamientos se volvieron hacia el chico pelinegro. Las palabras que me había dicho esa noche, "no confíes demasiado en este lugar", resonaban en mi cabeza. ¿Qué quería decir con eso? ¿Cómo podía saber él lo que yo estaba sintiendo?

Decidí que necesitaba respuestas, aunque no sabía si estaba preparado para recibirlas. Esa sensación de estar atrapado en un ciclo de recuerdos y emociones no iba a desaparecer por sí sola. Tenía que encontrar una manera de entender por qué me sentía tan fragmentado.

Cuando llegué al comedor logre visualizar a Jimin cogiendo una charola con comida, me dio una pequeña sonrisa y la pregunta inevitable salió a la luz.

-¿Cómo te fue con el doctor? -preguntó con voz suave.

-Está... Bien. No sé, no siento que haya avanzado mucho -respondí, el peso de la conversación aún doliendo en mi pecho.

Jimin asintió, como si comprendiera, pero no insistió. En lugar de eso, se acercó y me ofreció un tazón de cereal, como si fuera lo más natural del mundo. No estaba seguro de si quería comer, pero acepté, porque en el fondo, sabía que necesitaba algo que me anclara a la realidad, aunque fuera algo tan simple como un desayuno.

Mientras comíamos, no pude evitar pensar en la pareja que había visto en el pasillo. Esa escena tonta, esa chispa de nervios y emoción, parecía ahora una burla cruel. ¿Por qué mi mente no podía dejar de revolver esas imágenes? Recordé el primer beso, la manera en que me miraba como si no hubiera nadie más en el mundo. Pero esa imagen era como una película antigua, llena de fisuras y manchas.

Decidí que tenía que encontrar al chico pelinegro. No sabía por qué, pero necesitaba hablar con él. Quizás encontraría respuestas o al menos una forma de calmar las preguntas que se agolpaban en mi mente.

El jardín estaba tan silencioso como la última vez. La brisa fría movía las ramas de los árboles, pero no había rastro del chico. Miré alrededor, mi mente llena de pensamientos contradictorios. Quizás nunca lo encontraría, o tal vez se había ido como siempre lo hacía, como una sombra que aparece y desaparece sin dejar rastro.

Mientras me daba la vuelta para abandonar el jardín, un escalofrío me recorrió la espalda. Esa sensación inexplicable de que alguien me observaba. Instintivamente levanté la mirada y allí estaba: una silueta oscura detrás de una ventana en el segundo piso. No podía distinguir sus rasgos, pero algo en la postura me resultaba familiar, como si ya hubiera visto esa figura antes.

Mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿Era él? ¿El chico pelinegro? Me quedé quieto, con la respiración contenida, esperando algún movimiento que confirmara que no era solo mi imaginación. Y entonces, lo hizo. La figura inclinó ligeramente la cabeza hacia la izquierda,pero ese pequeño gesto me hizo sentir más nervioso que si hubiera salido corriendo o desaparecido.

Por un momento, pensé en quedarme allí y seguir mirando, esperando alguna señal. Pero algo en mi interior, una especie de impulso primitivo, me llevó a actuar. Entré de nuevo al edificio, sintiendo cómo la calma del jardín se quedaba atrás, reemplazada por el eco de mis pasos resonando en los pasillos.

Subí las escaleras casi sin pensar en las consecuencias que eso me daría, pues se supone que el segundo piso estaba prohibido, mis piernas moviéndose automáticamente mientras mi mente trataba de prepararse para lo que fuera que me esperaba. No sabía qué le diría si lo encontraba. Ni siquiera estaba seguro de lo que buscaba. ¿Una conversación? ¿Una explicación? ¿O tal vez solo comprobar que era real?

Al llegar al segundo piso, todo estaba silencioso, demasiado silencioso. Avancé despacio por el pasillo, mis ojos recorriendo cada puerta, cada sombra, cada rincón. Hasta que me detuve frente a la ventana desde la que había visto la silueta.

La habitación estaba vacía.

El vacío en la habitación me golpeó como una bofetada. Me quedé de pie frente a la puerta abierta, mirando dentro, intentando descifrar lo que sentía. Había algo inquietante en el silencio del lugar, como si las paredes mismas guardaran un secreto que yo no podía comprender. La ventana estaba entreabierta, y una brisa fría hacía que las cortinas se movieran suavemente, dándoles vida propia.

Avancé con cuidado, como si temiera perturbar algo sagrado. Mi reflejo en el vidrio me sorprendió: el ceño fruncido, los ojos inquietos, la respiración acelerada. Me veía como alguien perdido, y quizá lo estaba. Toqué la ventana con la punta de los dedos, sintiendo el frío del cristal. Era absurdo, pero esperaba encontrar algún rastro: una huella, un indicio de que alguien había estado allí.

-¿Buscas algo?

El sonido de la voz me hizo girar de golpe, el corazón casi se me detuvo. Allí estaba él, apoyado contra el marco de la puerta, observándome con una expresión que no pude descifrar. Era el chico pelinegro, esta vez más real que nunca, aunque seguía emanando esa extraña aura de misterio que me había atrapado desde el primer momento.

-Yo... -las palabras murieron en mi garganta. No sabía qué decirle, cómo explicar por qué estaba aquí.

Él arqueó una ceja, cruzándose de brazos. -¿Es que siempre andas husmeando donde no te llaman? -Su tono no era agresivo, pero había algo desafiante en sus palabras, como si estuviera probándome.

-Vi algo... Te vi desde el jardín -respondí finalmente, aunque sonó más como una disculpa que como una declaración.

Su mirada se volvió más intensa, casi perforándome. -¿Y eso te dio permiso para subir corriendo hasta aquí?

Me quedé en silencio, sintiéndome atrapado bajo su escrutinio. Había algo en sus ojos que mezclaba desdén y curiosidad, como si quisiera alejarme y acercarme al mismo tiempo.

-Solo quería... hablar contigo -dije al fin, aunque ni yo mismo estaba seguro de qué esperaba obtener de esa conversación.

Él dio un paso hacia mí, la luz del pasillo iluminando su rostro. Había algo cansado en su expresión, algo que no había notado antes. -Hablar conmigo... -repitió, casi como si estuviera probando las palabras en su boca-. ¿Y qué crees que tengo yo para decirte?

La pregunta me dejó helado. ¿Qué quería de él? Ni siquiera sabía su nombre, y, sin embargo, me sentía conectado a él de una forma que no podía explicar. ¿Por qué no podía dejar de buscarlo, de pensar en él?

-No lo sé -respondí finalmente, con una sinceridad que me sorprendió.

Si me fijaba bien, él era una persona diferente al chico que estaba peleando en el primer piso y al de la otra noche, como era posible...

Esta vez su actitud hacia mi cambio, ya no se veía tan desafiante.

-¿Es tu primera vez aquí? -me preguntó, con una voz calmada y cálida que no encajaba con las palabras duras que recordaba de la noche anterior.

Asentí lentamente, aún tratando de descifrar qué estaba ocurriendo. Quería preguntarle por qué había estado en aquella pelea, por qué su actitud ahora era completamente diferente, pero algo me detenía. Tal vez era miedo, tal vez la sensación de que si decía algo inadecuado, rompería esa máscara de amabilidad que estaba usando frente a mí.

-No te preocupes, todos se sienten un poco desorientados al principio

Había algo en él que me inquietaba, como si fuera un rompecabezas con piezas que no encajaban del todo.

-Por cierto, mi nombre es Kim, Kim Taehyung-dijo de repente, interrumpiendo mis pensamientos. Extendió su mano hacia mí, y su sonrisa parecía genuina, aunque todavía había algo en ella que me desconcertaba.

Tomé su mano después de una breve pausa.

-¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

Me tomó un segundo responder. Era como si su presencia me sacara de mi eje.

-Soy Jeon Jungkook-dije finalmente, mi voz sonando más tímida de lo que hubiera querido.

Me crucé de brazos, incómodo bajo su mirada, pero intentando no demostrarlo. Había algo magnético en él, algo que hacía imposible apartar la vista, pero al mismo tiempo, cada fibra de mi ser me decía que debía tener cuidado.

-Tengo que irme -dije abruptamente, necesitando poner distancia entre nosotros.

-Claro -respondió Taehyung, aún con esa sonrisa. Pero antes de que pudiera salir de la habitación, añadió-: Nos volveremos a ver, Jungkook.

No había ninguna duda en su voz, como si fuera una afirmación en lugar de una posibilidad.

Salí rápidamente, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Había algo en ese chico que me desconcertaba, algo que me hacía sentir que había mucho más detrás de su sonrisa y sus palabras.

Mientras caminaba por el pasillo, todavía tratando de calmarme, me encontré con Jimin. Estaba de pie junto a una ventana, con los brazos cruzados y una expresión tranquila en su rostro, mientras hablaba con un chico.

-¿Estás bien? -preguntó en cuanto me vio, sus ojos llenos de preocupación.

-Sí... bueno, no lo sé -admití, pasándome una mano por el cabello.

Jimin arqueó una ceja, claramente no convencido.

-¿Hablaste con Taehyung?

-Sí -dije, soltando un suspiro. Luego, lo miré directamente, ¿cómo lo sabía?-. ¿Qué sabes de él?

Jimin se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.

-Solo ten cuidado con él, Jungkook. Taehyung no es alguien fácil de entender.

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