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6. Hice lo que me pidieron

La ciudad ardía bajo el sol de la tarde, pero lo que estaba a punto de desatarse era mucho más que calor. Julia, Iván y Dolores sabían que no quedaba tiempo. Las piezas del rompecabezas habían encajado de golpe, revelando un cuadro que ninguno de ellos estaba preparado para ver.
El asesino, el enigma detrás de las explosiones y los cuerpos que caían uno a uno, tenía un nombre: Víctor.
La revelación había llegado de la peor manera. Entre archivos olvidados, testimonios fragmentados y la insistencia de Julia en seguir el rastro de Judith, la historia de Rosa emergió como el origen de todo. Una prostituta más en los márgenes de la Expo 92, víctima de un encuentro sexual con hombres poderosos, hombres que sellaron su destino sin dudarlo. La mataron y borraron su existencia, convencidos de que nadie la recordaría.
Pero alguien sí lo hizo.
Víctor, su hijo, creció con una única certeza: la necesidad de venganza. Y durante treinta años, esperó. Observó. Planeó. Hasta que el momento llegó.
Y ahora, el último objetivo era Palacios.
El ministro, pieza clave de la Expo y uno de los nombres que aparecían en los documentos que Iván había encontrado, estaba en Sevilla. Y sabía que alguien iba tras él.
-Tenemos que encontrarlo antes de que lo haga Víctor -dijo Iván mientras conducía a toda velocidad por la SE-30. Julia iba a su lado, con el teléfono en la mano, intentando conseguir la ubicación exacta del ministro. Dolores estaba en la radio, coordinando a los agentes, aunque sabían que la policía llegaría tarde.
Palacios, por su parte, no era un hombre que se rindiera fácilmente.
-Puedo pagar. Puedo desaparecer. Lo que sea necesario.
Su voz temblaba al teléfono mientras hablaba con un contacto anónimo. Pero ya era tarde para comprar su seguridad. Víctor estaba cerca.
La persecución terminó en un lujoso hotel en la avenida de la Palmera. Palacios, rodeado de guardaespaldas, intentaba huir en su coche blindado cuando Víctor apareció de entre las sombras. En su mano, un detonador. En su rostro, la calma de quien ya ha ganado.
-Hiciste lo que te pidieron -dijo Víctor con voz baja, mientras los guardaespaldas apuntaban sus armas-. Y ahora pagarás por ello.
Los segundos se hicieron eternos. Julia, Iván y Dolores llegaron al lugar en el último momento, gritando para que Palacios se detuviera. Pero no había negociación posible. Víctor no estaba allí para hablar.
El estruendo de la explosión cubrió Sevilla con un último eco de muerte.
Cuando el polvo se asentó, Víctor yacía en el suelo, herido pero vivo. Palacios no tuvo tanta suerte. Su coche ardía, y con él, los secretos de una España que había preferido olvidar.
Julia miró la escena con el corazón encogido. No era justicia lo que había sucedido, solo una espiral de venganza que había llegado a su final inevitable.
-¿Y ahora qué? -preguntó Iván, con la voz cansada.
Julia no respondió. Solo sostuvo la muñeca de Curro entre sus manos y pensó en todo lo que se había perdido en el camino.
A veces, mirar al pasado significaba desenterrar monstruos. Y en esta historia, todos habían sido víctimas.

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