Laura camina sosegada hacia su casa. Disfruta de la forma en la que el viento mueve su cabello.

No transcurre mucho tiempo hasta que logra observar el abandonado jardín, en otros tiempos florecido, que adorna el frente de su descolorida casa.

Una imperceptible brisa sopla, haciendo ondear suavemente la cortina que cubre el astillado cristal de la puerta frontal. A través de esta, alcanza a vislumbrar la televisión encendida.

Entra despacio a su casa, cierra la puerta y se acerca al sofá en el que su madre descansa. Se sienta sobre este, ignorando los oxidados muelles y el relleno que sobresale por varios agujeros.

La observa con detenimiento, mientras que en la lista mental de sus  quehaceres suma una nueva tarea. Tendrá que limpiarlos hoy en la noche, el rojo que los cubre no combina con el interior de la casa. Sonríe dulcemente.

Por fín se levanta para así acercarse un poco más a los dos miembros de su pequeña y feliz familia. Deposita un afectivo beso en cada una de las frías mejillas de ambos. Serena se retira a su habitación.

  En la soledad del salón, sólo quedan las oscuras luces que, con calidez, bañan los rígidos cadáveres y el horrible olor a putrefacción que estos comienzan a despedir.

Justo a su lado y también cubierto por la sangre que sale del gran corte de sus cuellos, un teléfono negro descansa, esperando por la llamada de la muerte.