Parte I
En la opaca y tranquila habitación al final del pasillo Laura descansa sobre su cama. Observa hipnotizada las vigas del techo mientras a su mente vienen y van-como una marea-retazos de recuerdos. Evoca con melancolía aquel día en el que esperaba con ilusión el regreso de su padre de Afganistán. Había partido con el Ejército a luchar por su país, y había regresado claro, en un ataúd.
Sin dudas fue la época más compleja que atravesó su familia. Junto a su madre experimentó difíciles situaciones que la obligaron a luchar contra las adversidades a muy corta edad.
No transcurrió un extenso período hasta que Jerry-el nuevo novio de su madre-llegó a sus vidas. Al principio a la chica le costó demasido esfuerzo aceptar que ahora el lugar de su padre estaba ocupado por un completo desconocido, aunque con el tiempo su desconfianza había menguado hasta casi desaparecer en su totalidad. La felicidad de su madre constituía una prioridad.
A primera impresión Jerry era una persona amable. Sí que lo fue...hasta que una noche penetró las puertas de su cuarto para iniciar un amargo y extenso ciclo de abuso. Pasaron oscuros años en los que la única constante eran las dolorosas golpizas a su madre y esas trágicas noches de abuso seguidas de continuas visitas a la ducha. Únicamente el agua helada podía aliviar esa sensación de suciedad e indecencia. Los días se perdían en el olvido, muchas veces tuvo la intención de acabar con tanto dolor y sufrimiento pero sus deseos de vivir luchaban con mucha más fuerza en su interior.
Solo había algo que la reconfortaba, el teléfono situado sobre la pequeña mesa de su habitación. Grande, de color negro y muy antiguo, con el auricular colgando de una horquilla plateada. Tenía una clavija y dos campanillas en la parte de arriba y en lugar de teclas, un disco giratorio. No funcionaba, por eso era usado como parte de la decoración. Había sido un regalo de su padre quien lo había heredado de su abuelo.
La joven pasaba sus tardes conversando con la nada que se escuchaba al otro lado de la línea, contando sus penas y buscando una clara razón que explicara el por qué de su difícil existir.
Necesitaba volver a sentirse segura, retroceder en el tiempo y así retornar a esos días en los que el simple hecho de sentir pasos cerca de su habitación, no significaban que tendría que volver a ser usada una y otra vez. El llorar aferrada a su teléfono buscando consuelo quedaría en el ayer.
Pero en las últimas semanas algo había cambiado. Un timbre bajo inundaba en las noches cada espacio de su alcoba. El taciturno aparato negro ahora despertaba, como una lechuza en el crepúsculo para ser vigía en las sombras. Por el auricular, se escuchaba un pequeño clic que cada vez aumentaba hasta convertirse en un gélido siseo como de electricidad estática.
Hoy en la mañana ha resonado de nuevo. El sonido retumba con mayor volumen que el de otras ocasiones, invitando a su asustada dueña a contestar. Esta lleva lentamente el auricular a su oreja, sin imaginar ni por un segundo lo que escuchará del otro lado. Muy en el fondo se logra percibir una lejana voz masculina.
El rostro de la chica se transforma hasta reflejar su desconcierto. Las palabras se atropellan en sus labios mientras pregunta totalmente anonadada:
-¿Papá...?
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