¡Escuchad a las sirenas!
Inspirado en "El viejo y el mar" de Ernest Hemingway.
En ocasiones amigos míos, es sencillo encontrar una eterna perdición en aquello que amamos sin medida.
Por eso escucho cómo el llanto visita sin falta cada rincón del pensamiento, para recordarme-en forma de triste psicofonía-una de las historias de amor más amargas y retorcidas impregnada en la salada brisa del mar. Dentro de las desvencijadas paredes del antiguo faro lucha contra el olvido, siendo fiel testimonio del precario hechizo del mar lanzado a un pescador.
El viejo Jack llegó a este pueblo de marineros muchos años antes de mi nacimiento. Encontró su hogar muy cerca de la costa, en el envejecido fanal que durante décadas condujo con seguridad hacia la orilla a tantos navíos extraviados entre la mística bruma que la noche trae consigo.
Pronto los implacables años llenaron su rostro de arrugas y sus manos de duras callosidades, la madera de su embarcación adquirió ese característico verdor que otorga la humedad e incluso la superficie anticorrosiva de los anzuelos no permitió que se librasen de una poderosa herrumbre. Sin embargo, esto no constituyó un impedimento para que el anciano se echara sin temor a la mar.
Faltando pocas horas para el amanecer, bien se le podía apreciar en el muelle, desenredando su deshusada red de pesca para lanzarse a esa inmensa masa de agua salada y ejercer su noble profesión.
Y mientras los días transcurrían quedándose en el olvido, cuando todos comenzábamos a creer que con ellos se perdía el anciano, siempre volvía en su destartalado bote con una entrañable sonrisa y más surcos en el rostro.
Procuraba escuchar con atención cada historia contada por sus labios, despellejados ante la excesiva exposición al sol. Nunca un hombre llega a conocer por completo los secretos que el mar atesora, por eso en el esplendor de mi inocente juventud enmudecía en presencia de esos increíbles escenarios que el experimentado Jack dibujaba con palabras.
Solo en aquella ocasión mostró un semblante apagado. El mar también podía ser cruel y días antes se lo había demostrado, desatando toda su furia en una oscura tempestad que sorprendió al viejo lobo de mar lejos del litoral. Su travesía no fue amparada por la suerte y toda la pesca de tres agotadores días fue tragada por enormes olas.
Por única vez en toda mi existencia pude observar al temor y la desdicha debatiéndose en sus ojos. Aquel azul cielo que antes mostraban, ahora se encontraba encapotado cual tormenta de verano. Solo ese triste sentimiento que afloraba en su mirada menguó cuando comenzó a hablar acerca de ella, esa hermosa mujer con cola de pez que nadaba en el encaprichado oleaje.
Según el anciano, la bella ninfa de mar calmó con su canto las embravecidas ráfagas del viento permitiéndole regresar de vuelta a su hogar.
Me complacía escuchar todas esas leyendas que su imaginación inventaba en cada viaje, pero la seriedad de su inescrutable expresión hizo que me revolviera en mi astillada silla. Comenzaba a creer que por fin su extraña obsesión por las sirenas comenzaba a pasarle factura. Obsesión o no, jamás imaginé que llegaría a tan inimaginables extremos.
Con una ligera joroba en su espalda-seña del peso de los años-y un poco de dificultad se levantó para acercarse lentamente a la inservible nevera que aún conservaba en una de las esquinas. Poco a poco abrió aquel cajón como si fuese un preciado cofre del tesoro.
La fresca sangre que aún se deslizaba sin prisa por las paredes de su interior me hizo testigo de la escena más espantosa que nunca nadie podría replicar.
En el centro descansaban los restos de un inerte cadáver femenino. El largo cabello castaño caía en cascadas sobre los hombros mientras que observaba sin ningún atisbo de vida al vacío. Su torso desnudo había sido separado de sus piernas y ahora se mostraba unido a una gran cola de pez a través de irregulares suturas de sedal.
En su dulce y amorosa locura, el anciano había creado su propia ninfa. Fue esa sombría circunstancia la precursora de aquel llanto que en mi mente nunca callaría, la detonante del lamento de la sirena.
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