10
La calma en la cabina se desvaneció repentinamente cuando un fuerte estruendo sacudió la nave. Las luces de emergencia parpadearon, bañando la habitación en un resplandor rojo intermitente. Dmitri se despertó de inmediato, su cuerpo en alerta mientras intentaba entender la situación. La gravedad artificial parecía fluctuar, haciendo que los objetos flotaran momentáneamente antes de caer de nuevo con un golpe seco.
—¿Qué está pasando? —pregunté, mi voz temblando mientras me aferraba a la cama. Podía sentir el latido acelerado de mi corazón, cada pulsación amplificando mi miedo.
Dmitri se levantó rápidamente, su expresión grave. —Parece una emergencia real esta vez. —Su tono era firme, pero pude ver la preocupación en sus ojos, una sombra de duda que no había visto antes.
El zumbido constante de los sistemas de la nave parecía más ensordecedor ahora, como un eco de la tensión que llenaba el aire. Los altavoces emitieron una advertencia urgente, su sonido estridente reverberando por los pasillos metálicos.
—¡Alerta! ¡Alerta! Fallo crítico en los sistemas de soporte vital. Procedan inmediatamente a las cápsulas de escape.
Dmitri me miró con determinación. —Tenemos que movernos, Ana. Ahora.
Me tomó de la mano y me llevó hacia la salida, nuestros pasos resonando en los pasillos estrechos de la nave. Esquivábamos cables sueltos y escombros que caían del techo mientras nos acercábamos a las cápsulas de escape. La atmósfera era sofocante, con el aire llenándose de un humo acre que irritaba mis pulmones.
El acceso a las cápsulas estaba bloqueado por una puerta sellada. Dmitri maldijo en voz baja y se dirigió a un panel de control cercano, sus dedos moviéndose con urgencia sobre los botones. Podía ver el sudor perlado en su frente, cada gota reflejando la luz roja intermitente.
—Vamos, vamos... —murmuraba, tratando de abrir la puerta. Su voz era un hilo de esperanza en medio del caos.
El sonido de metal retorciéndose y explosiones distantes llenaban el aire, creando un ambiente de desesperación palpable. Cada segundo que pasaba nos acercaba más a un destino incierto y aterrador. Podía sentir la vibración bajo mis pies, como si la nave misma estuviera luchando por mantenerse entera.
Finalmente, la puerta cedió con un chirrido, revelando el camino hacia las cápsulas de escape. Dmitri me empujó hacia adelante. —Entra rápido.
Me detuve un momento, mirándolo a los ojos. —¿Y tú? —pregunté, el miedo palpable en mi voz.
—Voy a asegurarme de que la nave no explote antes de tiempo. —Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y amor—. Confía en mí.
Asentí, aunque mi corazón se resistía a dejarlo. Me metí en la cápsula de escape, sintiendo una mezcla de alivio y terror. Dmitri cerró la puerta detrás de mí y se volvió hacia el panel de control.
Desde la ventana de la cápsula, lo vi trabajar frenéticamente, sus movimientos precisos y desesperados. Sabía que estaba haciendo todo lo posible para asegurarse de que yo estuviera a salvo, pero el miedo de perderlo era casi insoportable.
De repente, otra explosión sacudió la nave y la cápsula se lanzó al espacio. Grité, mi cuerpo presionado contra el asiento por la fuerza del lanzamiento. A través de la pequeña ventana, vi cómo la nave madre comenzaba a desintegrarse, fragmentos de metal y fuego dispersándose en todas direcciones.
El silencio del espacio exterior me envolvió, un contraste espeluznante con el caos que había dejado atrás. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras observaba impotente cómo la nave que había sido nuestro hogar se convertía en escombros. La vastedad del cosmos se extendía ante mí, infinita y desoladora, un recordatorio cruel de la fragilidad de nuestra existencia.
—Dmitri... —susurré, mi voz ahogada por el vacío del espacio. La oscuridad del universo se cerraba a mi alrededor, una manta fría y silenciosa que apenas podía consolarme ante la pérdida inminente de mi amado.
Entonces, "Vino Rosso" comenzó a resonar por la cápsula, sus tonos alegres y vibrantes contrastando con la frialdad del espacio exterior. Caminé hacia donde se encontraban las provisiones para el viaje, buscando algo que pudiera distraerme de la angustia que me consumía. Había comida enlatada que parecía caducar pronto, latas de diversos tamaños y colores apiladas meticulosamente. El aire olía a metal y conservantes, una combinación que me recordaba cuán lejos estaba de la Tierra. Entre las provisiones también había papel higiénico, un recordatorio casi cómico de la necesidad de lo mundano incluso en medio de una emergencia.
Más al fondo, encontré una cabina donde permanecían cubículos congelados de lo que parecían ser óvulos ya fecundados, asegurando la supervivencia de la raza humana. La vista de esos cubículos me hizo estremecer; eran pequeños bancos de vida, potenciales futuros en espera de una oportunidad. Me acerqué más, observando las etiquetas y los sistemas de control que mantenían la temperatura constante. La responsabilidad de nuestra misión se hizo más palpable que nunca.
Junto a los cubículos, había una pequeña consola con luces parpadeantes y una pantalla que mostraba datos vitales en tiempo real. Información sobre la integridad estructural de la cápsula, niveles de oxígeno y trayectoria de vuelo se actualizaban constantemente, proporcionando una tenue sensación de control en medio del caos. Me apoyé en la consola, dejando que la música alegre y los datos me envolvieran, tratando de calmar mi mente.
De repente, una de las luces de advertencia comenzó a parpadear con insistencia. El nivel de oxígeno estaba disminuyendo más rápido de lo esperado. El pánico empezó a instalarse de nuevo mientras me daba cuenta de que mi lucha por la supervivencia apenas comenzaba. La alegría de la música contrastaba irónicamente con la gravedad de la situación, un recordatorio constante de la fragilidad de nuestra existencia en el vasto vacío del espacio.
En medio del pánico, mi mente solo podía traer de vuelta a Dmitri, sus palabras de aliento y la abrupta necesidad de tenerlo a mi lado. La soledad de la cápsula parecía amplificar cada uno de mis pensamientos, cada uno de mis miedos.
—¿Dónde estás, Dmitri? —susurré al vacío, mis palabras resonando sin respuesta—. Dijiste que estaríamos juntos, que me protegerías. ¿Qué voy a hacer sin ti?
Miré alrededor de la pequeña cápsula, la soledad oprimiéndome como una manta pesada.
—Esto no debería estar pasando. —Mi voz se quebró, la desesperación llenando cada sílaba—. No estaba preparada para estar sola. No sin ti.
Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas, un torrente de emociones que no podía contener. Me abracé a mí misma, tratando de encontrar consuelo en mis propios brazos.
—Dmitri, ¿puedes oírme? —Mi voz era un susurro desesperado, una súplica al vacío del espacio—. Te necesito. Necesito que me digas que todo estará bien, que sobreviviremos a esto.
El silencio era ensordecedor, una respuesta cruel a mis ruegos. Cerré los ojos, tratando de recordar su rostro, su sonrisa, la calidez de su abrazo.
—Te prometo que no te fallaré. —Dije con voz temblorosa, como si él pudiera oírme a través de la vasta distancia que nos separaba—. Encontraré una manera de mantenerme fuerte. Lo haré por ti. Por nosotros.
La soledad y el miedo seguían presentes, pero dentro de mí comenzó a crecer una chispa de determinación. Dmitri había arriesgado todo por mí, y no podía dejar que su sacrificio fuera en vano.
—Sobreviviré. —Murmuré con más firmeza, limpiando las lágrimas de mis mejillas—. Encontraré una manera de seguir adelante. Por ti, Dmitri. Por nosotros.
En la cabina central había una especie de consola, con la ignorancia aterrando mi vida y breves recuerdos de los anuncios de los altavoces, comencé a teclear hasta que las luces rojas dejaron de parpadear.
La paz me encontró y sonreí pensando en lo orgulloso que Dmitri estaría de mí.El alivio fue fugaz. Una vez que las luces dejaron de parpadear, la pantalla de la consola mostró una serie de códigos y mensajes encriptados.
Mi mente, aún embotada por la adrenalina, luchaba por comprender la información que desfilaba ante mis ojos.
Me incliné más cerca, tratando de descifrar algún patrón.—¿Qué es esto? —murmuré para mí misma, la incertidumbre volviendo a instalarse en mi pecho.
Uno de los mensajes se destacaba entre los demás, una secuencia de números y letras que parecían no tener sentido a primera vista. Me detuve un momento, dejando que mi mente repasara cada detalle.
De repente, un recuerdo emergió de las profundidades de mi mente: Dmitri hablando sobre un protocolo de emergencia oculto en los sistemas de la nave, un plan B para casos desesperados.
—¿Podría ser esto? —me pregunté en voz alta, la chispa de esperanza encendiéndose de nuevo.
Con dedos temblorosos, comencé a ingresar la secuencia en la consola. Cada tecla pulsada resonaba en la cabina silenciosa, cada segundo se estiraba en una eternidad.
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