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Capítulo 24

El frío de ultratumba que le calaba los huesos se había apoderado completamente de su cuerpo. No importaba lo que hiciera, no lograba volver a obtener calor. Era como si, lentamente, la sangre se le congelara, haciéndola entrar en un estado de duermevela. Sabía que ya no le quedaba tiempo. Pronto, Noche volvería por ella, pero en esta ocasión, en vez de dar un paseo para compartir su amor, la llevaría ante la Dama Blanca, donde tendrían que despedirse para siempre.

Aunque trató de moverse en su cama, no pudo. El cuerpo no le respondía. Salvo por algunos momentos de lucidez en los que alcanzaba a percibir escenas difusas de lo que sucedía a su alrededor, se sentía alejada de la realidad.

Níspero se acercó a su lecho para limpiarle el sudor frío que invadía su piel con una tela sumergida en agua tibia que, por instantes efímeros, le ayudaba a recobrar un poco el calor. Cuando terminó, se acercó a su cuello y tomó el ámbar que le había regalado Noche y luego se marchó de ahí.

El frío se volvió a apoderar de Alana, haciéndole perder la conciencia del tiempo. Le pareció escuchar la voz de Clementina que resonaba por el pasillo, lejana, como de otra vida. Aunque no alcanzó a escuchar las palabras que dijo, por su tono se dio cuenta que estaba discutiendo con alguien. Níspero le respondió, también alterada, en lo que parecía ser una riña entre las dos. Alguien se acercó a tomarle el pulso con unos dedos tan calientes que la quemaban al tocarla y le dolió, pero su cuerpo no le permitió quejarse.

Nuevamente apareció esa sensación de ingravidez que la hizo sentirse alejada de sí misma hasta que pudo percibir la esencia de Noche aproximándose, temía escucharlo pronunciar su nombre. Sus manos cuidadosas sobre su frente la hicieron acercarse de nuevo a la realidad, pero una bruma le impedía despertarse.

***

—Salgamos a caminar —propuso una Níspero niña a Alana, a quien en ese momento su criada ayudaba a vestir su camisón de dormir. Ninguna de las dos debía superar los diez años de edad.

La pelirroja no tenía muchas ganas de salir a esa hora, pues llovía y hacía frío, pero su amiga parecía muy emocionada. Desde la entrada de la puerta le sonrió con picardía. Le faltaban algunos dientes y tenía el rostro regordete, infantil.

Hacía tan solo unas horas ambas habían enterrado en el jardín ofrendas a las hadas.

—Por favor —insistió Níspero sin moverse de su lugar.

Alana miró a su criada, en busca de apoyo, pero la mujer parecía no observarla. Su rostro era borroso.

Finalmente, cedió a los deseos de su amiga, se vistió con una capa y salió.

La rubia lo tenía todo preparado: le entregó a Alana una red de mariposas con la esperanza de que les sirviera para atrapar a una de las hadas que acudiera a reclamar la ofrenda. Siempre había querido estudiar su magia para hacerse más fuerte.

Afuera ya había dejado de llover, pero, aun así, el césped estaba húmedo.

—Mamá dice que viviremos con ustedes por un tiempo —le contó Níspero mientras caminaban. Las enaguas de Alana se llenaron de trozos del césped que empezaron a pegársele; tendría que cambiarse de nuevo de ropa para dormir.

Llegaron al lugar en el que estaban las ofrendas: era un círculo formado por hongos en la entrada del bosque, al final de la propiedad. Como se lo había esperado Alana, no había nada, las ofrendas seguían en su lugar.

—No creo que las hadas salgan con este clima —opinó. La verdad era que tenía sueño y ganas de devolverse a su cama, que debían estar entibiando en ese momento.

—Calla —pidió su amiga cuando algo luminoso se movió entre los árboles.

Ambas se escondieron entre el jardín de hortensias con el fin de no ser descubiertas. La bola luminosa, de un intenso color azul, danzó errática entre los árboles por algunos minutos mientras ambas niñas la observaban fascinadas, en silencio. De pronto, dejó el bosque y se acercó hasta el círculo de hongos, donde estaba la ofrenda.

—Voy a capturarla —anunció Níspero tomando la red y saliendo de su escondite.

Alana se dio cuenta de que no se trataba de un hada.

—Espera —dijo agarrándola del brazo.

El movimiento alertó a la bola luminosa, que tembló en su lugar y les mostró unos enormes colmillos afilados.

—Es un fuego fatuo —explicó—, son peligrosos.

Níspero forcejeó con ella, estaba dispuesta a atraparlo sin importar su naturaleza. El fuego fatuo dejó de temblar, la pelirroja se imaginó lo peor y se preparó para huir, pero, a diferencia de lo que había esperado, la bola luminosa dio media vuelta y se adentró en el bosque para perderse en la oscuridad.

Níspero estaba furiosa.

—Estúpida —murmuró apretando los dientes y ella la soltó. La rubia permaneció en silencio en medio del jardín de hortensias, los ojos le destellaban llenos de ira.

Dio un paso adelante y empujó a su amiga haciéndola caer de espaldas fuera del jardín.

—Mi mamá tiene razón —dijo llena de odio—, ni tú ni esa blanda de tu madre merecen estar en la hermandad. No merecen estar en la posición que tienen, no merecen vivir en este hermoso lugar. ¡Cómo desearía tener el poder para arrebatarles todo! ¡Cómo desearía ser tan fuerte como para que todos me temieran!

En ese momento, un halo de luz de luna se coló por entre las nubes, iluminando el jardín de hortensias. Una nube de perfume púrpura empezó a emerger de las flores del mismo color. Níspero se detuvo en seco, incapaz de pronunciar alguna otra palabra, parecía que entraba en un trance mientras aspiraba el aroma.

Alana se asustó y corrió en dirección a su amiga con el fin de ayudarla, pero una barrera helada la detuvo. Era un frío que le calaba los huesos, similar al que sentía en ese momento.

***

De pronto, la Hija del Bosque sintió de nuevo la voz de Níspero, pero, en esta ocasión, estaba cerca de su lecho. Su mente luchaba por despertar y por primera vez comprendió que era ella quien le hacía daño. Su amiga tenía un aura oscura, maléfica, que hacía lo posible por alejarla de la realidad.

No era culpa de la Lacrima Mortem, sino de ella.

Alana necesitaba abrir los ojos, por lo que decidió luchar para apartar esa maldad que la ataba en el frío. Era como si tuviera que nadar a través de un estanque profundo cuyas aguas heladas empezaban a congelar su cuerpo y sabía que si se detenía se hundiría. Era su última oportunidad de luchar, de salir, de respirar. Mientras se esforzaba, escuchaba que dos voces hablaban. Noche apretó sus manos, llamándola, y las palabras empezaron a adquirir sentido, señal de que estaba cerca de la superficie.

Pronto despertaría.

La voz del Segador resonó en la lejanía y, gracias a ella, logró abrir los ojos. A pesar de que la luz la lastimaba, pudo ver cómo la hija de Clementina, completamente desnuda, se enfrentaba a la Sombra de la Muerte con una daga ritual que la bruja principal usaba en el aquelarre.

Alana sabía que debía ponerle fin a eso. Tenía que detenerla antes de que le hiciera daño a alguien más, no podía dejar que lastimara a Noche.

—Níspero —llamó desde su cama y, como pudo, se levantó del lecho y caminó a tropezones hasta su amiga con el fin de hacerla entrar en razón. El frío que habitaba su cuerpo aumentaba, tratando de congelarla y así detener su movimiento, pero la pelirroja juntó todas sus fuerzas tratando de evitarlo. Debía romper el influjo de la mujer sobre ella.

Todo lo que sucedió a continuación fue tan rápido que no lo entendió hasta que se dio cuenta de que la daga rasgaba la piel de su pecho.

No pudo evitar un grito de agonía mientras un ardor infernal la consumía.

Cuando la Hija del Bosque abrió nuevamente los ojos estaba sentada frente a una mesita de cristal. Ante ella, una mujer esquelética, elegantemente vestida con un sombrero de naturaleza muerta, dio un sorbo a una taza de té. En su mano tenía un libro que cerró al darse cuenta de que Alana estaba ahí.

—Te esperaba, querida —la saludó, pero la bruja no logró verle el rostro ya que lo tenía escondido detrás de un velo.

—¿Quién...?

—Soy la Dama Blanca —se presentó.

Una oleada de tristeza la invadió al entender que no se despediría de Noche y lamentó todas las palabras que no le alcanzó a decir. ¿Sabría él lo importante que fue para ella, lo que significaba para su corazón? Supo, entonces, que ya no importaba. Deseaba no tener que olvidarlo. Observó frente a ella una taza de porcelana llena con un líquido traslúcido.

—Si no lo quieres, no es para ti —continuó la mujer como si pudiera leerle los pensamientos—. De todas formas, aún no es tu momento.

Una pequeña esperanza brilló en su pecho.

—Entonces ¿qué hago aquí? —preguntó tratando de evitar que la voz se le quebrara.

La Dama Blanca señaló el libro con sus dedos huesudos.

—Desde que conociste a uno de mis servidores tu libro no deja de cambiar —explicó—. Se reescribe una y otra vez ante mis ojos, llenándome de sorpresa. Estás al borde de la muerte, es verdad, por eso pude invocar tu alma hasta mí para que hablemos.

La mujer volvió a dar un sorbo a su bebida y Alana observó la de ella con recelo.

—Cuando te hirieron en el mercado, Noche bebió de tu sangre por descuido —continuó—. Eso lo conectó a ti.

—¿Cómo?

—Se trata de una magia muy antigua, casi imposible de realizar, pero por eso mismo es muy poderosa. —Dio un nuevo sorbo a su bebida al mismo tiempo que observaba el libro de reojo—. Tu sangre, junto con el hechizo que él obtuvo por el eclipse, le están construyendo un cuerpo nuevo, esa es una casualidad que no ha sucedido en eones. Ha habido otros Segadores corpóreos, pero ninguno ha creado su propio cuerpo.

La Dama Blanca hizo una pausa para hojear nuevamente el libro.

—Tu vida ha estado marcada por una serie de sucesos que no estaban escritos cuando naciste —dijo pasando las páginas del libro—. Hay injusticia, mucha injusticia, y dolor. Alguien te envidia y te robó tu destino, por eso lo que tiene ella ahora era algo que estaba planeado para ti.

Cerró nuevamente el libro y tomó otro sorbo del té.

—No entiendo los planes de aquel que está por encima de todos, ni tengo por qué entenderlos —afirmó—. Pero Noche es una de mis Sombras de la Muerte y eso me involucra, así que he decidido interceder en esta ocasión. En las lágrimas de Noche está el antídoto a cualquier hechizo. El vial que fuiste a buscar estaba compuesto por lágrimas de Sombras de la Muerte, por eso su nombre: Lacrima Mortem. Rompe el Hechizo de la Hortensia que nunca estuvo en ti y libera tu destino. Si tienes suerte, tú y yo nunca más nos tendremos que volver a encontrar.

De nuevo todo se tornó oscuro, Alana volvía a su cuerpo, podía sentirlo. El pecho le quemaba y tenía los dedos entumecidos. Una presencia cálida se acercó y la abrazó con amor maternal, devolviéndole el aliento y las ganas de vivir.

La Hija del Bosque la observó mientras tomaba forma frente a ella. El lugar se inundó con un reconfortante aroma a azucenas.

Inmediatamente supo de quién se trataba.

—Mamá... —saludó. Estaba sin palabras, había deseado durante tanto tiempo volverla a ver que en ese momento, cuando estaba entre sus brazos, no sabía cómo actuar.

Su madre la soltó y ella quiso pedirle que la abrazara de nuevo, pero estaba despertando.

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