Capítulo 16 (parte 1)
Los primeros rayos del sol los saludaron cuando aparecieron nuevamente en el riachuelo junto a la propiedad de Clementina. Les sorprendió encontrar un pequeño árbol que había empezado a crecer en el mismo lugar en el que ambos habían hecho su fogata, hacía unas horas, y que antes no estaba ahí.
Alana tomó un respiro, tratando de liberar sus pulmones del aire que había estado reteniendo desde el momento en el que el Ermitaño descubrió a Noche. Tuvo mucho miedo de que le hicieran daño a su amigo solo por su naturaleza. Las viejas historias que le contaba su madre habían vuelto a su mente así como la advertencia de la Sombra de la Muerte antes de que ella fuera a hablar con el viejo brujo.
A su lado, el Segador lanzó una larga risotada que le puso los pelos de punta.
—Lo hiciste bien —la felicitó, haciendo que todas sus preocupaciones se desvanecieran.
La hechizada no pudo sino sonreír también, más calmada.
—¿Tú crees? —preguntó.
La Sombra de la Muerte asintió y ella deseó poderle quitar nuevamente la máscara para verle el rostro. Los gallos cantaron en el gallinero, el tiempo había pasado más rápido de lo que ella esperaba.
—Entonces —dijo su amigo— ¿qué tal estuvo tu primer Quinto Rito?
Ella sonrió de lado mientras pensaba en las diferentes respuestas que podía darle; sin embargo, algo le llamó la atención, haciendo que las palabras se perdieran en su mente: su amigo olía a jazmines. ¿Desde cuándo había empezado a adquirir su propio olor?
—Mejor de lo que alguna vez esperé —respondió. Luego añadió con un poco de vergüenza—: Especialmente por la compañía.
La Sombra de la Muerte la observó y ella casi pudo sentir cómo levantaba una ceja detrás de esa máscara de hueso. Sonrió para sí misma, pero él bajó la mirada y su actitud cambió.
—Sobre lo de la Lacrima Mortem... —empezó a hablar, pero se detuvo y negó con la cabeza haciendo que una de sus plumas de abismo se desprendiera y cayera al suelo—. No. No es por el vial, es por la Doncella del Veneno, la Gorgona.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó la bruja con curiosidad.
—Es una larga historia —respondió el Segador—. El vial era uno de los tesoros más preciados de una antigua hermandad que cazaba Sombras de la Muerte —explicó—. Pero no solo es eso, la Gorgona es un ser que está maldito. Las Doncellas del Veneno son mujeres que desde niñas se dejan morder por serpientes cada vez más venenosas para obtener inmunidad al veneno. Su cuerpo y su sangre adquieren una concentración tan letal que son capaces de matar con un beso...
—¿Con un beso?
—Sí. La Gorgona sedujo a la bruja principal de esa hermandad cazadora. No sé cuáles fueron sus motivos, pero, al besarla, le mordió la lengua y la envenenó. Cuando la hija de la bruja principal se dio cuenta, usó una magia antigua para maldecirla y transformarla en el monstruo que es ahora, luego la desterró a la Isla de las Serpientes y le ordenó que cuidara las reliquias de la hermandad... —Noche detuvo su paso y luego se dio la vuelta para quedar frente a ella—. Alana, no tenemos que obtener ese vial... podemos buscar otra forma, debe haberla. El Ermitaño habló sobre la Dominancia, tal vez...
Pero ella lo detuvo llevando su mano hasta el lugar en el que estarían sus labios de no ser por la máscara.
—No —dijo y notó cómo sus ojos se ensombrecían. Sabía que a él no le gustaba, pero por el momento no tenían una mejor solución, nada tan tangible—. Quiero hacerlo.
Él acunó el rostro de la bruja con sus manos como queriendo protegerla.
—Pero ni tú ni yo estamos preparados, no tenemos la habilidad para enfrentarnos a ella...—Dejó caer las manos—. No soy el único en el inframundo que le teme.
La pelirroja se alejó de Noche, consciente de sus palabras. Dejó vagar su mirada hasta llegar al árbol que antes no estaba ahí.
«Alana, Hija del Bosque».
¿Y si...? No. Sacudió la cabeza tratando de alejar ese pensamiento. Ella no era más que una mujer hechizada de quien todo el mundo huía como si se tratara de una enfermedad que los pudiera contagiar y, después de lo que pasó con su madre, ella sabía que no se equivocaban.
—Está bien —dijo Alana y se dirigió hacia sus aposentos en la casa de Clementina.
Noche tardó un momento en seguirla porque él también estaba mirando el árbol que empezaba a florecer. Caminaron en silencio por la casa que seguía vacía. Sus habitantes debían continuar con los festejos del Quinto Rito, aunque ya debían estar próximos a terminar. Cuando entraron a la habitación, el ser se dirigió al espejo.
—Iremos por el vial —se despidió—. Solo déjame averiguar qué puedo hacer.
Luego lo traspasó y se marchó.
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