EBN 8. Danza de espadas.
Cuando haces algo indebido, tu mano izquierda no debe saber lo que hace tu mano derecha. El secreto y el silencio son la mejor arma que puedes tener para dejar en un rincón de tu historia, todo aquello que a los ojos del resto del mundo, sería reprobable. Para esta serpiente, comerse a un doctor en un hotel de paso, resultó ser un secreto que no pude guardarme, por ser el ratón más exquisito que pude haberme encontrado en el camino.
La experiencia de tener una lengua de gran tamaño recorriendo mi cuerpo se convirtió en algo digno de recordarse, memorizar cada camino platinado que fue dibujando en mi piel, así como mi amante se extasiaba reconociendo el aroma que mi ser le obsequiaba. Timothy provocaba que riera, que estremeciera, que me sofocara debajo de su cuerpo. Podía percibir esa humedad tibia deslizándose por detrás de mis orejas, en mis párpados, mis mejillas, mi cuello, dedos, codos, en cualquier lugar que alcanzara. Cualquier pensaría que era algo extraño, ¿pero acaso no es más ameno aquello que experimentas por primera vez? El galeno volvía a mis labios constantemente, los mordía, los saboreaba y los abandonaba por periodos de tiempo cortos. Mi oído podía escuchar claramente su respiración parsimoniosa, como un susurro muy dulce, moderado, evidenciando que no llevaba prisa. No, él rentó un cuarto que estaría disponible durante 24 horas, y yo había olvidado avisar al trabajo que al día siguiente no sería capaz de llegar temprano.
Al diablo con eso, fue lo que pensé entre pequeñas risas. El fru-fru delicado de su pantalón liberándole fue encantador, al igual que el roce de sus dedos contra el mío, para sacarlo antes de que la ansiedad lo gobernara. A veces me pregunto por qué pasamos a vivir en una época de ropas tan incomodas, cuando bien pudimos tener un manto holgado y usarlo como sábado, sin perder el tiempo en piezas más pegadas y estorbosas. Si, incluso en momentos como ese pueden venirse a la cabeza reflexiones estúpidas e inútiles para los fines que perseguía. Que hermoso es poder acariciar la hombría dura de un hombre dispuesto, aún dentro del bóxer. Una pieza negra, como era de esperarse de un buen macho alfa, algo apretado he de admitir, pues sus piernas fuertes y bien trabajadas obligaban a que la tela fina que las recubría se estirara. Deslicé mis dedos entre jugueteos, notando que en la parte frontal ya se formaba una mancha de humedad, y al notar la forma en que Tim se mordía los labios, supe que esta vez yo sería bien consentido.
Su sonrisa se mantuvo al meterse entre mis piernas, tan solo para retomar su camino, oprimiendo su intimidad contra la mía. No podía ignorar el tamaño de su miembro, comparado con el mío, yo estaba dos escalas abajo, y la tentación se anidó en mi pecho, cada vez más deseoso por sentir más. Por un instante le pedí que se detuviera e irguiera, tan solo para acariciar su cuerpo un poco más. Incluso mis dedos eran más pequeños, y como si fuéramos Jane y Tarzan, unimos nuestras manos, compartiendo miradas y sonrisas al notar la diferencia.
—No estoy seguro si tu pene es muy grande o mis manos demasiado pequeñas— comenté, provocando que soltara una tremenda carcajada. Una cosa más que descubría de él, la voz ronca que podía emitir al reír de forma sonora me recordaba a los susurros lúgubres de las canciones en Halloween. Sí, mi lobo sabía gruñir de formas muy llamativas, y eso me cautivó aún más. La mirada de Awertton parecía acariciarme incluso si no movía los dedos, pero los míos se ocuparon de tocar todo lo que estaba al alcance.
Por un instante, sentí que todo a mí alrededor se congelaba, a excepción de él. Cuando logras una conexión fuerte con tu amante, cada caricia alcanza un nivel más elevado en tu satisfacción, y había pasado mucho tiempo desde que no lograba conectar tan bien con alguien. Russell no logró hacerme sentir de esa manera. Si, pensaba en él incluso mientras Awertton ya llevaba un camino en descenso sobre mi vientre. Caí en cuenta de lo triste que era mi historia, al entender que días antes me entregué a un hombre que probablemente estaba dándose de topes varios estados lejos de mí, lamentándose por rendirse a mis encantos. Incluso si lo disfrutamos, al final no obtuve más que la experiencia cruel y peligrosa de robarle la virginidad masculina a un hombre que deseaba permanecer dentro de lo que el ser humano consideraba "normal". Mi orgullo y mi insaciable necesidad de recibir afecto, sólo lograron una sesión improvisada de sexo salvaje que pudo haber terminado mal, debido a la inexperiencia de Russell.
Pero no conseguí el amor que tanto anhelaba de él. Russell solo se limitó a su propio instinto, se rindió a la libido que mis manos expertas le provocaron, para después huir dejándome solo con el amargo paquete del desprecio. Sí, mi niño brillante no quiso iluminar ni un segundo más mi sonrisa, y eso fue lo que me dolió en el alma, pues creí haberle dado lo mejor de mí, cuando en realidad solo le di las sobras de un hombre caliente a quien le urgía más desvestir el cuerpo que el alma.
Pero Tim, era una nueva historia. Una que sería breve, lo sabía bien.
Dedos, labios y mente llena de experiencia y de la convicción de que anhelaba comerse mi entrepierna, no podía haber nada mejor que eso. Desde el momento que su rostro se hundió entre mi escaso vello púbico, pude notar que estaba embriagado, deslizando su lengua entre los finos rizos de oro que coronaban esa zona, sin importarle si se llevaba alguno de paso. Me estaba volviendo loco al sentir sus gruesos dedos frotarse contra mi intimidad, misma que aún resentía la noche con Russell, y comencé a temer que se diera cuenta, o que me lastimara más tarde si no se lo mencionaba. Pero no podía echar a perder todo el camino logrado, tenía que aguantarme de una forma u otra.
—Mi especialidad no es la urología, pero puedo revisarte a profundidad, si me lo permites— susurró de pronto, esbozando una sonrisa coqueta, lo que provocó que tragara saliva tan solo por el fino contacto de sus labios. La lentitud con la que su lengua también se unía a la fiesta, saboreando cada milímetro de mi hombría, provocaba que mis músculos se tensaran, castigados por la creciente necesidad de saber qué seguía. No esperé demasiado, ya que sus dedos hurgaban en mi intimidad de forma insistente, ocupándose primero de dibujar con cuidado la forma de mi ano. La humedad que encontraba le fue demasiado tentadora, y nuevamente la boca del lobo demostró la inexistente vergüenza que poseía, al deslizarse completa sobre esa área, succionando con fuerza. Mi cuerpo se curvó de inmediato, como reflejo a ese torrente eléctrico de placer que me tensaba todo el espinazo. Incluso intenté llevarme una mano a la boca, pero se quedó a medio camino ya que preferí aferrarme a la cabecera de nuestro nido improvisado, a fin de tener soporte,Tim requería que separara más las piernas.
—¿Acaso nadie se tomó la molestia de saborear tu piel alguna vez?— cuestionó entre lamidas, succionando con besos de tintes exigentes en intervalos.
—N-no todos t-tienen tan curiosos...f-fetiches... ahh...espera...e-es demasiado—gimotee tan excitado, que sentía que iba a correrme. Era impensable que en alguna otra ocasión yo llegara a ese punto tan rápido, pero el incubo que se divertía entre mis piernas era demasiado bueno en cada uno de sus movimientos.
El problema de mi resistencia se volvió grave cuando esos mismos labios comenzaron a succionar mi cavidad anal, valiéndose tan solo de un dedo, mismo que sabía exactamente donde presionar. —Timothy...nhh...— susurré mordiéndome los labios, y de pronto, mi cuerpo giró como si tuviera el peso de una pluma. No tenía idea de que Awertton tuviera tanta fuerza, al grado de lograr que me quedara boca abajo con tanta facilidad, que por un segundo me asusté. Afortunadamente ese segundo se quemó junto con mis gemidos, jadeos ahogados en uno de los almohadones dispuestos en la cama. Timothy no perdía el tiempo, su rostro encontró refugio entre mis glúteos y esa larga lengua comenzó a saborear desde mis testículos hasta el coxis, lubricando completamente todo mi trasero. Apreté los dientes ante una mordida sembrada en el borde del recubrimiento de mis genitales, provocando que temblara mientras estiraba la sensible piel, evidentemente buscando dejar una marca bien pintada en el área.
Fue entonces que descubrí lo masoquista que podía ser, yo, que siempre gobernaba cada sesión de sexo que conseguía. Pero ahora, la mordida que recibí me hacía gemir abiertamente, obligándome a inclinarme tanto, que Tim no tenía problema alguno en disfrutarme a conciencia. Derramé mi primer orgasmo sobre las sábanas, pero no obtuve tregua ni descanso. Mis piernas flaqueaban, vibrando mientras el dedo de mi amante se introducía completo dentro de mí, hasta provocar que goteara de lo excitado que estaba.
—Gerald... ¿te han dicho lo bien que hueles?— susurró de pronto, hundiendo su nariz justo donde había lamido, embadurnándose con su propia saliva— el aroma de un ser pleno y joven dispuesto a aparearse... las hormonas disparando ese dulzor exquisito que sólo puedo encontrar en un macho perverso y necesitado de contacto corporal...la esencia sincera de un cuerpo listo para ser adorado... Gerald, eres tan hermoso que podría llorar pensándote, pero prefiero que sean tus lágrimas las que se derramen esta noche, quiero que gimas mi nombre, mímame un poco por favor...— me indicó de forma cariñosa, mientras yo observaba como sonreía tímidamente, relamiendo la última mordida que me dejó en el glúteo derecho.
Mi rostro se calentó súbitamente, y nuevamente me oculté en la almohada. Awertton se acercó entonces, invitándome a tumbarme de lado, de espaldas a él, para poder abrazarme de costado, dejándome sentir la dureza de su miembro frotándose contra mi pelvis.
—Déjame ver tu rostro...—
—No necesitas verlo para penetrarme— negué con la cabeza, aferrando ambas manos al almohadón, pero nuevamente bastó con que me diera un pequeño jalón, sosteniéndome de la barbilla para que le mirara. El cálido brillo en esos orbes cazadores se volvió hipnotizante, su aliento tan cercano lograba acariciar mis mejillas cada vez que exhalaba y la sonrisa sutil y seductora provocaba que mi cuerpo se moviera solo, apretándose contra su virilidad para invitarlo a consumar lo que había iniciado.
—Pero quiero verte mientras lo hago...—insistió con aire triunfal, acercándose a mis labios, sin tocarlos, tan solo para lograr que nuestras miradas estuvieran tan cerca que casi sentía sus pestañas largas sobre las mías. En el momento que un beso me hizo presa, su entrepierna ya se encontraba presionándose contra mi entrada, lo que me obligó a cerrar los ojos, temiendo que me doliera. Maldije internamente el no haber tenido la inteligencia de untarme lubricante, o como mínimo, tomar alguna pastilla para el dolor, pero esos pensamientos se apagaron cuando me di cuenta que Timothy no empujaba como pensé. Sus labios se ocuparon de distraerme, una de sus manos jugueteaba con mi vientre, con mis pezones, con la forma de mi cuerpo, e incluso se dio a la tarea de masturbarme cálidamente. Pero su miembro empujaba muy suave, con un cuidado quirúrgico que provocaba que jadeara acalorado, tratando de recuperar el aliento cada vez que el me lo arrebataba.
—Relájate...no podré entrar si estas tan tenso... ¿acaso no confías en mí?— preguntó en una breve pausa, relamiendo mi oído mientras sus palabras gentiles endulzaban mis sentidos, y asentí sumiso, recargándome un poco más contra el para indicarle que continuara.
—Son los nervios...es grande— confesé con vergüenza, entrecerrando los ojos, confundido. Sí, mi mente estaba siendo presa del extraño tacto con el que Awertton procedía, como si yo fuera una pieza de cerámica fina que debía tratarse con cuidado excelso. Lo que comenzó como una aventura dirigida a olvidar a Russell, ahora tenía el tinte del amorío de dos almas que se conocían desde siempre, incluso si sólo llevábamos juntos un puñado de horas. El pretexto de que su pene tenía un tamaño considerable solo provocó que Tim riera y me sometiera con toda la miel que le componía nuevamente. Sabía leerme, tenía la experiencia suficiente para desbaratar mis mentiras y usarlas a mi favor, al mismo tiempo que por fin su virilidad encontraba el momento adecuado para abrir mi intimidad. El dolor fue genuino, único me atrevo a confesar. No era lo mismo ser tomado de forma torpe por aquel a quien quería entregarle el corazón, que follar con un desconocido que se tomaba la molestia de tratarme como si fuera lo más valioso que tenía entre sus dedos.
No, la diferencia era descomunal.
Sus dígitos permanecieron sosteniendo mi falo endurecido, su cadera empujaba con cuidado, invitándome a acostumbrarme, incitándome a pendulear mi trasero para empalarme a mí ritmo, a mi propio gusto, con mi propia sazón. Poco a poco fui soltándome, sentía dolor pero era mucho menos de lo que imaginaba y en algún punto de nuestra secreta unión, olvidé por completo la molestia para darle paso al goce pleno. Awertton parecía leer mis pensamientos. Cuando deseaba que fuera más profundo, lo hacía; si necesitaba que fuera lento lo hacía. Cambios de posición, fuerte, lento, suave, rudo; Timothy complacía cada uno de mis deseos, los expresara o no, y eso inevitablemente me robó algunas lágrimas. Que sencillo habría sido conocerlo en otra situación, después de todo, el hombre consultaba en una farmacia reconocida cada fin de semana. Yo solo tenía que presentarme con cualquiera de los veinte mil padecimientos que siempre tenía encima, hasta lograr llamar su atención y de paso, robarme su corazón.
Pero el amor carnal es un negocio que no da fruto sentimental. Tenía que disfrutarlo cada segundo que lo poseía esa noche, porque solo ese instante Timothy Awertton me pertenecería. Así que decidí dejar de ser egoísta y mostrarme más dispuesto, porque me faltaba aún saborear algo más: la bestia oculta en su interior.
—No te contengas más...necesito saber hasta dónde eres capaz de llegar... —susurré en un momento de descanso, notando que se le erizó la piel con esas simples palabras. La luz es escasa en ese tipo de habitaciones, y el televisor, a pesar de que estaba enganchado casi acariciando el techo, brillaba lo suficiente para encandilar mis ojos, por lo que veía la silueta de los cabellos alborotados de mi amante, y su rostro casi oscuro. Sin embargo, pude ver en esa oscuridad como se asomaban los colmillos de un lobo hambriento. Esperaba luz verde para reclamar todo de mí y así lo hizo. Sentí como arrastró mi cuerpo sobre las sábanas, hasta erguirse completamente sobre mí nuevamente. Pero esta vez tuvo la delicadeza de meter almohadones debajo de mi cadera, para elevarla, junto con una de mis piernas. La estocada que recibí fue tan profunda, que casi me arranca un grito, obligándome a cubrirme los labios puesto que el hotel estaba concurrido y no podía darme el lujo de liberar mi voz como lo habría hecho en un motel cualquiera.
Su pelvis me golpeaba tan fuerte que me costó trabajo soportar la paliza anal que estaba recibiendo, al grado de sentí el deseo de pedirle que se detuviera. No lo hice. Comencé a empujar cada vez que una estocada venía, quería tatuarlo dentro de mí y lograr que me mandara al hospital si era necesario. Podía escuchar sus jadeos roncos, constantes, secos. El esfuerzo de sus piernas se imprimía en cada movimiento, y estaba seguro de que mi trasero se partiría en dos indudablemente. Cuando logré girarme para ofrecerle la oportunidad de poseerme en una pose canina, arremetió aún más salvaje. Sus dedos se hundieron en mi carne cuando me sostuvo por la cintura, mordí las almohadas, las sábanas e incluso me mordí la mano, y me masturbaba al mismo ritmo que me penetraba, encajando las rodillas en el colchón para no moverme un milímetro y arruinarlo todo. El chapoteo que provocaba nuestra humedad compartida llenaba mis oídos constantemente, el sudor me escurría por la espalda y el rostro abundantemente y en varias ocasiones lo descubrí lamiéndolo. Todo era música para mis oídos al combinarla con mi nombre pronunciado por los labios jadeantes de Timothy. El hombre se estaba sirviendo hasta la última gota que podía obtener de mi cuerpo, como un vino añejo que se disfruta a prisa, antes de que pierda su sabor y textura deliciosa.
La jornada fue más corta que mi noche con Russell, pero para el momento que ambos terminamos luego de recorrer lo más posible del kamasutra, la imagen del valuador del que me había enamorado, estaba completamente borrada de mi cabeza. Compartí la cama con Awertton tal vez dos horas más, antes de volver a casa, siendo mimado y adorado todo ese tiempo, e incluso se ocupó de hacerme una revisión rápida, para asegurarse de que estuviera bien. Una ducha rápida fue necesaria, y cada segundo que se apagaba, sentía a Tim más lejos. Cuanta nostalgia sentí en el momento que nos despedimos en la parada de autobús. Incluso me regaló un beso, a pesar de que otros miraban, y se despidió con un "la próxima vez iremos a comer", a modo de promesa.
Por supuesto, no lo volví a ver.
Seguramente te estas preguntando ¿Por qué carajos el lobo urbano desapareció de mi vida? Era predecible, en realidad. Tan predecible como el hecho de que un día después extendió una receta de paracetamol de 700 miligramos ya que el trasero me dolía junto con todo el cuerpo.
Nuestra relación parecía una amistad que iba en ascenso luego de ese único encuentro, pero conforme pasaron las semanas, las respuestas del doctor se minimizaron, se volvieron secas, evidenciando la realidad de cualquier amante: perdí mi valor ante sus ojos, una vez que le di lo que buscaba. Lo curioso del caso es que mi sonrisa permaneció todo ese tiempo, hasta el momento que di por perdido el contacto con él. Lo más importante es que siempre supe las condiciones en las que me enfrascaba, y como lo pensé, no llegamos más lejos.
Para mi supervisor Spindler, era una realidad cruda y difícil de aceptar. Incluso descubrí que se reservaba al querer hablar de su relación con el gerente Aeva, pero le expliqué ampliamente lo que significaba tener un amante, y lo efímeros que eran a veces. Para obtener solo sexo de una persona, debe enfriarse el corazón y conocer el orden de las cosas, antes de tomar el paso y cometer el error de enamorarse. Y aunque mi amigo no lograba comprender mi posición al respecto, encontró un poco de alivio cuando le dije que estaba bien. Y en verdad lo estaba. Por fin dejé de pensar en Russell como la persona brillante que me provocó tantos problemas, y tanto mi vida como mi trabajo retomaron el curso deseado.
Luego de unos meses, una noche, el timbre de mi departamento resonó repetidas ocasiones casi a la media noche. Suspiré pesadamente, puesto que ya me había recostado y me vi en la necesidad de colocarme una camiseta y un short, ya que prefería dormir desnudo. Incluso rocé con mis dedos un bate dispuesto cerca de la puerta principal (era una época difícil y escuchar de tantos actos vandálicos cerca del edificio me llevó a tener medidas dispuestas para mi protección personal). Sin embargo, al asomar un ojo por la mirilla de la puerta, me quedé anonadado. Russell Williams esperaba impaciente, frotándose ambas manos mientras sostenía un ramo de rosas bajo uno de los brazos, observando en todas direcciones. Vestía elegantemente, pero ahora su rostro parecía demacrado, evidenciando la falta de horas de sueño en su vida. También pude notar que tenía el cabello mucho más corto y algo desmarañado. Me llevé una mano a los labios, incrédulo. Lo último que sabía de él fue una información breve de Leo, quien me comentó días antes que Russell había embarazado a una de sus compañeras de trabajo y que la joven ya procedía en su contra para que tomara responsabilidad al respecto. ¿Qué demonios estaba haciendo en mi puerta entonces?.
Abrí la puerta sutilmente, fingiendo somnolencia, pero apenas me notó, empujó la puerta casi derribándome y se fue sobre mí, para abrazarme y besarme por la fuerza. Las rosas cayeron al suelo en el momento que elevé mi mano y le sembré un puñetazo en el rostro, logrando apartarlo por fin, intentando recuperar el aliento.
—¡Que demonios te pasa, maldito imbécil! ¡¿Quién te crees para venir a molestarme de esta manera!?— exclamé fúrico, limpiándome los labios con todo el desprecio que fui capaz de expresar, mientras lo miraba temblar un poco, intentando acercarse.
— No puedo dejar de pensar en nosotros, lo intenté todo este tiempo, p-pero... ¡pero no puedo! ¿Qué fue lo que me hiciste?— dijo de forma nerviosa, atrapándome por ambas manos. Pude notar entonces el aroma del alcohol impregnado en su aliento, evidenciando su estado. Forcejeamos, sin embargo seguía siendo más imponente que yo, y en un momento de torpeza propia, terminó azotando mi espalda contra la pared —por favor Gerald, tienes que escucharme, tienes que decirme de nuevo que aún sientes algo por mí...—
—¡Suéltalo ahora mismo hijo de puta!—fue lo que escuché antes de que Russell fuera derribado de un golpe frente a mis ojos, y sonreí al ver que mi salvador por fin aparecía. Williams se levantó algo aturdido, y su labio partido dejaba ver un brote de sangre que no era de consideración, pero el gesto que dibujaba en sus facciones fue impagable.
—¿Q-que significa esto...Gerald, quien es esta persona, que hace aquí?— balbuceó el niño brillante, mientras los brazos de mi protector me envolvían celosamente.
—Osborne Reinhardt, imbécil, ese es mi nombre— interrumpió , apretando sus manos contra mi pecho— y Gerald es mi prometido, así que si no quieres que te parta el rostro a golpes, es mejor que te largues de aquí— advirtió. Osborne le llevaba por lo menos dos dedos de estatura a Williams, y a pesar de que era un chef, practicaba box en el gimnasio al que asistía todos los días, y al cual ya comenzaba a ir yo también. Me acurruqué contra el pecho de mi defensor, y vi como los ojos de Russell se llenaban de lágrimas. En el fondo de mi corazón, sentía que el dolor que yo mismo experimente, estaba siendo vengado en ese instante.
—Ahora que lo sabes, lárgate... —susurré con la voz temblorosa, apretando mis manos contra las de Reinhardt— el único lugar que tuviste en mi corazón , lo perdiste desde que te fuiste y para ti no queda nada , ni siquiera el recuerdo, solo eres una basura, ¡largo!—
Russell Williams nunca más volvió a figurar en mi vida. Tampoco volvió a su puesto en el banco de metales, ni tuvo contacto con los viejos amigos de la institución. Ciertamente era mentira mi supuesto compromiso con Osborne, ese día el hermoso castaño que apenas venía conociendo desde una conferencia, me pidió permiso de dormir en el departamento ya que tenía una exposición de platillos regionales a unas calles de mi hogar, y no le vi problema en permitirle quedarse. Gracias a él pude cerrar un capítulo terrible en mi historia, pero ese altercado dio paso a una nueva oportunidad: Osborne y yo nos declaramos pareja terminando el año, y nuevamente pude constatar en carne propia lo sencillo que es darse la oportunidad de amar de nuevo, pero esta vez, de la manera correcta, sin engaños, sin mentiras, sin prisas. Osborne se convirtió en un nuevo pilar, lleno de confianza, de amor puro y sobre todo, de una gentileza que no conocía. Me enseñó que no necesitaba mi cuerpo para obtener lo que deseaba, y que su cariño era incondicional, a pesar de que lo rechacé repetidas ocasiones antes de darle el "sí".
Fue entonces como yo, Gerald Leblanc, me convertí en un auténtico niño brillante, pero no en aquello que odiaba, si no en una versión que solo deseaba resplandecer para Reinhardt.
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Y con esto cerramos esta historia, ladies and gentlemans. :'D Muchas gracias por darle seguimiento, espero no haber escrito algo apresurado (:'v kill me se me acababan las ideas). Muchos saludos desde México a todos, Lord Lemon viene de regreso ;D más recargado y mas irreverente que nunca muajajaja
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