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BEAUTIFUL OBSESSION ( Leo x Des)

El bullicio que una noche de luna llena podía ofrecer a los transeúntes a veces era impresionante en el centro de la metrópoli. Gente de todos los estratos sociales recorría las calles principales, ya fuera a pie o en algún vehículo, a toda prisa. Se podía percibir la diferencia respecto de las horas familiares del día. Ya eran las 23:00 cuando Leonard Spindler se percató de que su cartera estaba vacía, por lo que apretó el paso para dirigirse al cajero más cercano. El retirar dinero a esas horas de la noche era un riesgo, pero estaba tan cerca de su destino que no le importó exigir unos dólares, siempre pendiente de las personas que pasaban a sus espaldas. Pudo percibir el aroma de la marihuana paseando cerca de su nariz, así como la orina que siempre se acumulaba en la esquina de los callejones y el tinte grasoso de los hot dogs del otro lado de la calle. El perfume barato de una prostituta que se aventuró a cortejarlo le asqueaba, por lo que la rechazó abiertamente, recibiendo como respuesta una grosería.


—¡Que te den por el culo, maricón de mierda!— exclamó la dama, frotándose la base de su peluca azul neón para después llevarse el cigarrillo de cannabis a los labios y seguir esperando clientela, recargada contra una pared y alejada de las farolas de la calle. Spindler no tenía tiempo para niñerías. Con las manos dentro de su saco gris oscuro, corrió para cruzar una avenida muy transitada, y luego de librar el peligro por fin se topó con el espectacular que venía observando las últimas 75 noches.



"La minute Garçon" estaba abierto desde las 20:00, pero sus principales atractivos no se presentaban hasta media noche. Ubicado entre un cine para adultos y casas de citas, el antro se convertiría en un centro de esparcimiento muy popular. Y es que poseía un plus muy peculiar: las personas que bailaban para el público, eran jóvenes menores a 18 años. ¿Cómo era eso posible? El dueño del inmueble, William Crawford, mejor conocido como "Le Pére", había logrado lo imposible desde hacía dos años. Gracias a una serie de permisos, el adinerado francés ofrecía trabajo a jóvenes de baja estirpe, que estuvieran en situación de pobreza y necesitaran un trabajo de medio tiempo. En La minute Garçon encontraban esa oportunidad por medio del baile erótico, siendo entrenados con antelación para que al ser presentados fueran un éxito.


Dentro del establecimiento podían verse personas de seguridad privada, la policía local  e incluso miembros del ejército. La regla principal, escrita en una de las paredes más visibles, rezaba en alto relieve: "Nadie podrá tocar nunca a nuestras flores. Deja que tus ojos se empapen de su belleza, pero mantén tus deseos guardados, como un homenaje a su amor". Los chicos participantes tenían prohibido relacionarse con los clientes, so pena de perder el empleo, tan bien pagado que la mayoría de los strippers ya habían podido hacerse de un hogar, de estudios en buenas escuelas y de toda clase de lujos. El club permitía que sus visitantes donaran apoyo económico a los chicos, también existía la probabilidad de llevar regalos, mismos que se colocaban en el recibidor, donde el encargado de turno se ocupaba de clasificarlos para después entregarlos. Cuando alguien pasado de copas intentaba tocarlos, seguridad intervenía y esa persona nunca más tendría permitido volver a poner un pie dentro del club. De esa forma, La minute Garçon logró ver la luz, en medio de muchos opositores que tacharon de inmoral e infame a Le Pére. Pero la ruina de unos siempre es la fortuna de otros, y el club no tardó en llenarse de prospectos dispuestos a mostrar la piel con tal de llevar un pan a sus mesas.


Entre esos talentos, resaltaba un joven de nacionalidad alemana, el único huérfano de todo el grupo. Des Aeva, mejor conocido como Deseize, debido a su edad. La glamorosa magnolia del pub era el único entre sus compañeros que poseía la altura de un jugador de basquetball pero el rostro de un tierno infante. A sus dieciséis años ya tenía bien dominado el pole dance, y era el más esperado, destinado a la función de la media noche. Su hogar se encontraba apenas a veinte minutos del establecimiento, y se rumoreaba que tenía una relación sentimental con el dueño del lugar, nada que estuviera fundamentado ni comprobado.


La música invadió los sentidos de los presentes cuando las luces se fueron opacando. Los meseros, caballeros de cuerpos bien trabajados que solo llevaban un mandil a la cadera, tanga y un coqueto moño en el cuello, corrieron a toda prisa para encender las velas dispuestas en cada mesa y en candiles destinados solo al numero de Deseize, quien apareció en escena luego de que una gran cortina se abriera. Leonard ya tenía un lugar reservado en una mesa trasera, a solas, y su bebida sudaba tanto como él cuando Aeva dio el primer paso.


Cuanta belleza podía derrochar un cuerpo tan delgado y sensual, una piel perfumada exageradamente para que todos a su alrededor pudieran empaparse en las fantasías que el chico ofrecía. En el momento que acarició el tubo al final de la pista, la lengua del menor se deslizó desde la parte media y hacia arriba, tan solo para darle la oportunidad de inclinarse y que las personas del otro lado del escenario tuvieran la oportunidad de ver como los volantes de su tanga se apretaban aún más dentro de su trasero. Des solía usar tacones de punta muy alta, por lo que sus piernas se estilizaban al igual que el contoneo de sus caderas, pero tenían una función oculta: ayudarlo a trepar con más facilidad.


—¿Necesita algo de comer, Monsieur?— preguntó uno de los meseros a Spindler, quien se atragantó un poco puesto que el varón le interrumpió hasta el pensamiento, negando de inmediato e indicándole que no estorba a la vista.


—Vete, vete. Lo que me quiero comer no está en tu menú— masculló irritado, ocultando sus labios al colocar ambos codos sobre la mesa, para que las manos le quedaran a la altura de la nariz. Leonard se mordió los labios con fuerza al ver la forma en que la entrepierna del bailarín se deslizaba sobre su herramienta de trabajo, y por un segundo estuvo seguro de que en la música se apagó un gemido de Aeva, quien ya tenía las mejillas sonrojadas. Todo era parte del show. En realidad, el menor lleva maquillaje en el rostro, las luces sobre su cabeza eran de un nivel más alto para hacerlo sudar rápido y en conjunto con la música, lograban su cometido.


El caballero de las estrellas en la cabeza ya no recordaba la razón por la que terminó en un bar gay, conteniéndose las ganas de tocar a la belleza alemana, pero tenía la imperiosa necesidad de ir día tras día. Por las mañanas trabajaba como ingeniero en una constructora, era muy respetado y con pocas personas charlaba respecto de su vida privada. Todos sabían que venía de un matrimonio fracasado, que no tenía hijos pero si muchas pretendientes. De vez en cuando flirteaba con alguna, e incluso se las llevaba a la cama por la tarde, pero solo con un objetivo. Después de las ocho tenían que irse, sin excepción. Era la única manera en la que podía mantener su secreto a salvo y de paso, controlar sus impulsos. Ya tenía tiempo que no tenía interés en las mujeres, tal vez por el odio que sentía en contra de su ex-esposa, pero ahora suponían un remedio perfecto para que las ganas que sentía de poseer a Aeva se apagaran.


Para Des la historia era más bien simple. Vivía con sus tíos desde que tenía memoria, dos ancianos iracundos a los que no les importaba lo que el chico hiciera de su vida. Sus padres perecieron en un naufragio durante un paseo turístico cuando tenía tres años, así que no podía recordarlos y sólo tenía algunas fotos que no significaban nada para él. Conoció el amor de un hombre cuando estaba en la escuela media, pero William Crawford se convirtió en el mesías de su vida actual. Aun así, era tan discreto al respecto, que ni siquiera los chicos en el pub estaban enterados.


Cuando Leonard poseía a una chica, pensaba en Des. Cuando Deseize bailaba para el público, miraba discretamente a Le Pére, buscando incitarlo y recordándole cuanto le amaba con cada movimiento. Una gran ironía , sin duda.


Esa noche Des ofreció tres funciones para sus "súbditos". Un traje de marinero, el atuendo de una enfermera y por supuesto, el entallado atuendo de látex negro que recordaba a Catwoman, aunque tuviera orificios para lucir sus rosados pezones y aberturas sugerentes entre las piernas, así como una larga cola. Los labios de Leonard estaban escocidos de tanto que se los mordía y podía sentir el cosquilleo en la entrepierna cada vez que Deseize se inclinaba para arrodillarse en el escenario y fingir que maullaba. De pronto, el joven felino se bajó de un salto, usando su cola como cuerda para brincar con aire infantil. Se detuvo justo frente al chico de las estrellas, trepó sobre la mesa y a pesar de que pateó la bebida con una de sus botas, el nervioso caballero no dijo nada al respecto. Jamás había estado tan cerca de su inspiración alemana, por lo que aferró las manos a los bordes de la silla intentando calmarse, aunque su corazón palpitara acelerado. Spindler podía escuchar claramente como la prenda se apretaba al cuerpo de Aeva, sus pezones parecían tan duros que estaba casi seguro de que vería perlas de leche en los mismos. Las gotas de sudor en la frente del menor le hicieron imaginar que así se vería si lo tuviera entre sus sábanas, y al notar la forma en que sus más íntimas partes se dibujaban descaradamente dentro del traje ajustado y cruzar miradas con el chico, sin poder contenerse, se corrió dentro de los pantalones.


Había suficiente oscuridad en el sitio para ocultar ese detalle, y el menor bajó de la mesa cuando los guardias se lo indicaron mientras el resto de los presentes rechiflaban emocionados, rogando que la magnolia de La minute Garçon los honrara con baile privado. Pero Des solo se limitó a guiñar un ojo para Leonard y decirle "gracias por sus regalos, Monsieur" y después de eso, terminó su presentación de la noche, retirándose entre aplausos, gritos y un público emocionado que nuevamente lo despedía agradecido.


Esa noche Spindler recibió una botella de obsequio, y se retiró a casa luego de que Aeva desapareciera de su vista. Los ojos se le nublaban y caminaba con una sonrisa amplia en los labios, repasando en su memoria la forma delicada y sensual en que las caderas de su favorito se meneaban bajo las luces doradas y rosas que le enmarcaban. Que deliciosos los labios infantiles, con un ligero toque de gloss rosado. Leonard no podía dejar de imaginar su sabor, su textura al ser besados, mordidos, estirados.


—Me ama, la magnolia me ama tanto como yo lo amo a él— susurró mientras caminaba, tragando saliva al recordar el momento en el que Des le habló para agradecerle. La mancha en su pantalón fino se convertiría en el digno recordatorio de "la confesión de amor de Aeva", convenciéndose a sí mismo de que era especial en el corazón del chico.


Las noches siguientes Leonard planeó lo impensable: acercarse y conquistar a Deseize. Inició por pagar una mesa más cercana al escenario, aunque el costo se cuatriplicó. Nada que una tarjeta de crédito pocas veces usada no resolviera. A veces llevaba flores pero siempre sin remitente, y en otras ocasiones sus aportaciones en efectivo eran tan llamativas que Le Pére se sorprendía, pero no le daba importancia al asunto. Al finalizar las jornadas, Des siempre recibía un ramo de rosas de distintos colores para hacer un pequeño homenaje a su homosexualidad, y en cuestión de semanas, también aparecieron joyas muy finas en su casillero, provenientes de la misma persona. La envidia se hizo notar rápidamente entre los demás strippers; sin embargo, Aeva no estaba tan contento.


—Te digo que ese hombre es extraño, William, deberías echarlo pronto— rogó en una ocasión el menor, aprovechando que estaba a solas junto al dueño del local, ya que llegó dos horas antes de la apertura—es el primero en llegar al pub, y nunca deja obsequios para nadie más que para mí. También Matthew me dijo que le estuvo ofreciendo dinero a cambio de que le dijera mi fecha de cumpleaños o donde vivía y su forma de mirarme es tan...William, por favor...—


—Cariño— espetó el rubio, acomodándose los lentes con un ligero empujón al centro de los mismos— todos en el club te observan con lujuria, y soportar eso para mí es muy difícil, ¿pero echar a un cliente tan acaudalado solo porque te mira feo?—


—¿Eso es lo que soy para ti? ¿Una fuente de capital?—


—¿Tengo que responder eso?—cuestionó el francés, provocando que Aeva bajara la mirada con algo de culpa en sus palabras. Nadie cuestionaba a Le Pére. Todos sabían que el pagaba cantidades grandes a personas peligrosas para que el lugar siguiera funcionando, y la obligación tanto de Deseize como del resto era atraer la mayor cantidad de efectivo posible. Pero lo que más le provocaba culpa al menor, era poner en duda el amor que Crawford le demostraba día con día. Las manos del rubio se elevaron para atrapar el rostro ensombrecido del stripper y sus labios se unieron un instante. Un beso con tintes tiernos era lo que Des necesitaba. El aroma de William siempre le resultaba reconfortante, y el abrazo que seguía de esa muestra de afecto era lo más gratificante.


—Perdóname... siempre digo cosas tan egoístas...—susurró el joven alemán, apretando un poco sus manos contra las ropas ajenas— sé muy bien que mi trabajo es conseguir dinero para ti...—


—Te prometí que te sacaría de aquí cuando la cuota que calculamos quede cubierta. Tú revisas los estados financieros, no me he gastado ni un solo peso de esa cuenta. Irás a la universidad como te lo prometí, estudiarás lo que deseas y compraré un hogar para ti y para mí. Sólo ayúdame un poco más Des, y olvídate de esas imaginaciones tuyas— suplicó el francés, y esta vez envolvió por la cintura al menor, para atraerlo y besarlo con más prisa. Las manos de Crawford no tardaron en desnudar la espalda del menor, e incluso deslizó sus dedos dentro del pantalón, para apretar esos glúteos bien marcados gracias al ejercicio y la natural anatomía del chico. Aeva jadeó acalorado, susurrando promesas de amor en alemán, provocando a su singular amante que fácilmente le rebasaba la edad unos 30 años. Pero lo que no sabían, es que un par de gemas esmeralda observaba desde la oscuridad del pasillo principal.


Leonard por primera vez en semanas, no acudió al La minute Garçon. Su plan era colarse entre bambalinas, pues estuvo siguiendo a Deseize varias veces, teniendo ya calculada una hora aproximada en la que el menor llegaba, siempre antes que todos los demás. Pensaba que era posible encontrarlo en el camerino y hablar con él en privado y de paso, confesarle su amor. Pero verlo entregándose a otro hombre, rompió el corazón de Spindler y de paso, su cordura. Las rosas que había comprado para el stripper se quedaron atoradas en el tanque de basura del pub, y mientras conducía, se llevaba una y otra vez un cigarrillo a los labios, enfurecido. La imagen de Aeva gimiendo mientras Crawford frotaba su hombría con una mano le hizo tensar el volante y oprimir el acelerador hasta el fondo, intentando que la velocidad le hiciera olvidar lo que presenció.


Pero era imposible.


Spindler se detuvo en el borde de la carretera y advirtió que una tormenta se acercaba. Necesitaba ordenar sus pensamientos, terminarse la cajetilla completa de cigarrillos y saborear la botella que noches antes le habían regalado gracias al baile privado de Aeva. Pensó en cada ocasión después de la primera en las que el alemán trepó sobre su mesa (aunque en realidad no había pasado nada de eso, pues su obsesión le hacía alucinar) y sintió más furia en su interior, seguro de que era una infidelidad en toda la extensión de la palabra.


—Te respeté todo este tiempo—balbuceó de pronto— dijiste que te mantendrías puro para mi hasta que pudiéramos estar juntos...tan solo tenías que esperar dos años para que la ley te liberara, pero...¿así me pagas? ¡Compré todo lo que querías, hijo de puta!— estalló, golpeando un costado del coche, hasta hacerle una abolladura. Los nudillos se le hincharon rápidamente, pero el dolor físico no podía superar la semilla de la locura que crecía en dentro del pecho de Spindler. Se llevó las manos a la cabeza, apretándose los cabellos, tratando de alejar de su cerebro las palabras de Le Pére— "Un hogar para ti y para mi, un hogar para ti y para mi"... ¡¿ Y yo donde quedo, Deseize?! ¡¿A dónde fueron a parar nuestras promesas?! Maldito traidor, maldito, maldito, maldito— poco a poco la voz de Leonard se apagó, cuando el pico de la botella le ahogó las palabras al elevarla para beber su contenido. No retomó el aliento hasta que el vino se perdió en sus entrañas, y para cuando estuvo vacía, Leonard la dejó caer entre la gravilla que le sostenía, cansado.


Una sonrisa vacía se dibujó en sus labios, luego de exhalar el penetrante aroma del fruto de la uva. Los ojos del chico estrella se entrecerraron y sus mejillas fueron tornándose rojas, comenzando a reír sin sentido mientras se frotaba el rostro una y otra vez.


—Es una broma cariño, ¿no es así? Es la prueba de fuego de la que me hablaste la última vez, por supuesto que sí— afirmó asintiendo con la cabeza una y otra vez. Un pequeño "click" resonó en la parte trasera del automóvil y Leo revisó el interior, luego de patear la botella. Las cuerdas y la cinta negra seguían ahí. Desde que vio una serie policial sobre secuestros y asaltos a mano armada, comenzó a comprar algunos objetos que los supuestos perpetradores utilizaban en sus actuaciones cliché. Pero jamás imaginó que pudiera utilizarlos, como en ese instante. Cerró de golpe la portezuela, apretando ambas manos contra el metal frío y un rayo partió el cielo a lo lejos, iluminando brevemente el entorno de Spindler.


—No puedo...dijimos que sería hasta tu mayoría de edad—farfulló asustado. La lluvia no tardó en llegar, aunque tenuemente, provocando escalofríos en todo el cuerpo del joven moreno. Pero las imágenes en su cabeza nuevamente le restaron la poca cordura que le quedaba —No, claro que puedo. Una vez rota la promesa tengo ese derecho...vendrás conmigo, ahora mismo— aseguró en la soledad de la carretera, retomando el camino de vuelta al pub.


Cuando llegó al sitio, ya habían cerrado. Eran las tres de la madrugada, pero Leonard sabía bien que Des aún estaba ahí. Tantos días siguiéndolo no arruinarían sus cálculos en ese momento, más aún al ver que el coche de Le Pére seguía parqueado en el estacionamiento. Se detuvo en el callejón aledaño y bajó en medio de la lluvia, llevando una llave inglesa  dentro del saco, ocultándose cerca de la salida de emergencia por donde siempre veía que Des se asomaba al final de la jornada.


En el interior, el joven stripper terminaba de ducharse, después de una candente sesión de amor con Crawford. Era sus noches favoritas, cuando lograba que el francés se rindiera a la tentación y lo tomara en los camerinos, pero al ver que ya era muy tarde, decidió no despertar al rubio. —"Bastará con que llame a Richard"— se dijo a sí mismo, pues sabía que el taxista siempre trabajaba cerca y no demoraría en llegar si lo requería. Siendo un caballero de confianza, no sería necesario molestar a William para que le llevara a casa. Un casto beso fue lo último que Aeva le obsequiaría a Le Pére antes de marcharse, apresurándose a salir, como todos los días. Hizo una mueca cuando abrió la puerta y se topó con la lluvia torrencial y no tardó en hurgar dentro de su bolsillo, para sacar el móvil y caminar cerca del borde del pub, tratando de cubrirse de la lluvia.


—¿Richard? Si, si, soy Deseize...¡Jajaja! No seas tonto, no te llamé por eso. ¿Podrías? ¿De verdad? ¿Quince minutos? Está bien, está bien, te esperaré en la puerta trasera, apresúrate, esta lluvia es terrible—


El menor sonrió con la broma del taxista en la mente, pero sintió la presencia de alguien más en el callejón, por lo que inevitablemente volteó hacia la sombra que se erguía a su costado. Un golpe en el rostro, y todo se volvió negro para Aeva.


El sonido de la cinta desprendiéndose de su base parecía lejano y la sensación de movimiento provocó que Deseize devolviera el estómago un par de veces, pero no fue capaz de reaccionar. El ardor en el rostro y una sensación cálida y extraña fueron los factores que lo llevaron a despertar por fin, varias horas después del ataque. Al parpadear, descubrió que tenía un ojo velado y algo pegado, aunque ignoraba que era su propia sangre seca la que le estorbaba a la vista. El golpe en la cabeza le provocó una abertura en la frente que sangró escandalosamente y le daba un aire lastimoso, pero a Leonard ya no le importaba.


Fue entonces que Des se descubrió a si mismo sentado sobre una cama de telas muy finas, manchadas con su propia sangre. Estaba completamente desnudo, aunque llevaba un collar de rosas en el cuello, tejidas con hilo blanco, y sus manos estaban atadas en la cabecera de la cama con cinta negra. También tenía los labios cubiertos con una gasa que se apretaba detrás de su cabeza, y en la punta del pene se le había atado un moño rojo de plástico. El terror le invadió al instante, obligándose a retorcerse sobre la cama, dando algunas patadas y estirándose una y otra vez tratando de zafarse. Pero solo logró que la cinta se apretara, comenzando a hincharle las manos.


—No, no, no. ¿Qué no vez que arruinas nuestra luna de miel, amor?— resonó la voz de Spindler, quien ingresó a la habitación con un vaso de jugo y un sándwich sobre una charola que sostenía con ambas manos, pero que abandonó en el buró de la entrada para acudir a toda prisa donde el menor. Los ojos ámbar de Aeva reconocieron de inmediato ese rostro, y por instinto interpuso ambos pies para tratar de golpearlo, pero lo que recibió fue una bofetada tan tremenda, que casi le rompe el cuello. Deseize se quedó inerte unos minutos, incluso cuando Leo lo soltó para retirarle la cinta apretada y volver a atarle. La sangre esta vez brotaba a través de la tela oscura que le impedía hablar y gruesas lágrimas comenzaron a gotear. Los dedos de Spindler se deslizaron en el borde de la mejilla  hinchada del chico y de pronto lo tomó por la barbilla, obligándole a voltear— no me gusta esta mirada...—murmuró irritado, apretando la carne del stripper— la última vez sonreíste para mí, bailaste para mí, estabas feliz de verme... ¿por qué lloras amor? ¿Acaso no eres feliz por que hicimos el amor?— preguntó extrañado. Pero esas palabras solo lograban que Des llorara aún más, pues sabía que la persona que lo tenía cautivo estaba completamente desjuiciado.


Una de las manos de Leonard aferró el mechón dorado que llevaba al centro la cabeza del menor, para tirar de sus cabellos con fuerza y así poder encontrar sus miradas —No lloraste mientras te revolcabas con el perro francés, ¿Por qué lloras justo ahora? Oh, lo sé. Sientes el cargo de tu conciencia, eso debe ser. No fuiste capaz de guardar tu virtud para mí, a pesar de que te dije que te haría feliz y ahora lloras arrepentido. ¡Ah, qué alivio!— exclamó, sonriendo por fin— sabía que lo entenderías, que comprenderías mis sentimientos por fin, anda, anda, déjame escuchar tu voz cariño, la necesito tanto— urgió el moreno, desatando la tela de los labios del chico, permitiéndole recuperar el aliento y desentumir el rostro, que ya lucia la marca de la atadura bien dibujada en las mejillas.


—Por favor señor, déjeme ir, se lo ruego, por favor, por favor, yo no sé de qué está hablando, ¡por favor!—gimoteó el menor apenas sintió los labios libres.


—..¿Ah...? ¿...qué dijiste?— preguntó desconcertado Leonard, quien no apartaba sus orbes esmeralda de esos ojos dorados que con tanto miedo le observaban— ¿por qué quieres irte, Deseize? Si estas en casa...—Leonard se ocupó de contemplar un instante el cuerpo ante sus ojos. Lo había desnudado un par de horas antes, después de asimilar que estaba secuestrando a un desconocido por el que estaba loco. Cada prenda fue retirada con tanta benevolencia, que estuvo imaginando que lo que desprendía eran las plumas de un avecilla del paraíso, y cada trozo de tela lo besó una y otra vez. Pero la piel blanca del chico estaba llena de marcas. Besos, succiones, incluso marcas de mordidas. Apenas iniciaba una semana de vacaciones para el alemán, por lo que Le Pére se dio rienda suelta al tener sexo y llenarlo de marcas, a sabiendas de que esperaban siete días para que cada morete desapareciera.


Pero ese mapa era la prueba que Spindler necesitaba para confirma la ficticia infidelidad.


Sus manos aferraron las piernas largas de Aeva, obligándolo a recostarse boca abajo, posición que le torcía los brazos lo suficiente como para hacerlo gritar de dolor. Al separarle las piernas, pudo ver claramente que el ano del stripper estaba algo hinchado, y que también tenía mordidas en los testículos y la parte interior de sus muslos. La rabia emergió de Leonard, como un volcán que hizo erupción al mínimo contacto, llevándolo a apretar bruscamente uno de los glúteos de su presa.


—¡N-No! ¡Por favor deténgase! ¡No siga, se lo ruego!—


—Tienes el descaro de pedirme que no lo haga, porque ya estas lleno ¿no es así? Ese hijo de perra incluso te mordió tan abajo...eres tan puta como todas las mujeres, como mi esposa incluso, pero esto no se va a quedar así—afirmó, recogiendo del sueño el paño que antes cubría los labios de Deseize, para volverlo a silenciar, esta vez con un nudo más apretado que lograba aplastar la lengua del chico—querías sentir un hombre en tu interior, te mostraré lo que es tener un hombre de verdad dentro de ti. Quería esperar hasta nuestra boda, pero tu así lo has querido. Voy a borrar todas estas marcas amor, lo prometo. Voy a perdonarte a mi manera—


El pequeño Des trató de gritar cuando la entrepierna ajena se enterró en su carne sin ninguna preparación, pero la tela entre sus labios se lo negó. Leonard le atrapó por los cabellos nuevamente, comenzando a estocar tan bestialmente que el cuerpo de Aeva iba y venía sin control, haciéndole creer al atacante que el menor estaba cooperando. Los pies del chico cimbraban cada vez que Spindler volvía a entrar; sin un lubricante que favoreciera la penetración, el dolor era inmenso, y Deseize apenas si podía respirar entre la gran cantidad de lágrimas que se le acumulaban entre los labios y la necesidad de respirar agitadamente.


Leonard lo giró boca arriba nuevamente, arrastrándolo hasta tensar la cinta que lo mantenía sujeto a la cama, para abrirle las piernas y arremeter nuevamente en su interior. El gesto de placer que el moreno tenía en sus facciones causaba aún más miedo en el stripper, provocando que su intimidad se apretara y llevando el sufrimiento a un nuevo nivel. Des no podía reaccionar a ningún estímulo, a pesar de que su "nuevo amante" se esforzaba en hacerlo disfrutar, acariciando su pecho, su cintura, besando sus piernas pero sin dejar de penetrarlo, nunca dio una muestra de placer, haciendo enfadar aún más a Leo.

—¡Gime para mí, maldita sea!— exclamó en un arranque de ira, arrancando el trozo de cinta que mantenía al menor atado, para poder manipularlo a su gusto. A pesar de la diferencia de estaturas, la fuerza de Spindler rebasaba por mucho la capacidad de autodefensa de Aeva. El chico estrella le dio una nueva bofetada al verlo llorar, misma que arrancó el paño nuevamente, y fue así como por fin podía hablar.


—¡No más, ya no más!— rogó el alemán, pero su voz nuevamente se apagó al sentir como Spindler volvía a girarlo para trepar sobre él, apretándole la cabeza contra las almohadas y volviéndolo a penetrar sin piedad. Des no tenía más opción que rendirse y fingir que lo disfrutaba. Poco a poco el dolor aminoró cuando su intimidad logró amoldarse a la dura hombría que la mancillaba, por lo que tragó saliva y comenzó a gemir dulcemente, a pesar de que apretaba ambas manos a la cama, humillado y lleno de horror. Música para los oídos de Leonard, por fin el amor de su vida estaba entendiendo, y la pequeña mentira funcionó. El moreno se inclinó para besar los hombros del chico, ahora llenos de marcas rojizas debido al forcejeo y a los golpes, y lentamente su pene se albergó en la cavidad anal del alemán, saboreando los sonidos húmedos que provocaba la unión. Aeva empujó el cuerpo un par de veces hacia atrás para estimularlo, de esa manera lograría que se corriera rápido y lo dejara en paz, pero la solución fue contraproducente.


El secuestrador tenía un arsenal de objetos destinados para "hacer feliz a Deseize" y estaba listo para usarlos. Desde juguetes sexuales hasta cadenas de perro, collares, artículos para el cabello, aretes y baratijas. Grandes cantidades de lubricante que escurrirían entre las piernas del menor cada vez que era violado , como si Leo no se cansara nunca, e incluso intentó perforarle un pezón con un piercing, pero sólo logró hacerle una herida al stripper sin alcanzar su cometido. Aeva no conocía tantas posiciones en una cama, y en algún punto del interminable abuso, ya no sentía nada, tan sólo rogaba en silencio que su vida se apagara lo más pronto posible mientras sus dientes rasgaban las sábanas.


Spindler continuó por lo menos seis horas más, hasta que el menor perdió el conocimiento. Se ocupó de llevarlo a la tina y lavarlo con el mismo cuidado que lo había desvestido; luego de limpiar la cama, lo recostó al igual que cuando llegaron, atado de ambos brazos y con un moño en la entrepierna. Después de eso, Leonard concilió el sueño como jamás en su vida lo había hecho, pero sólo durante un par de horas. Al encender la televisión, alrededor del mediodía, su pequeña hazaña ya era noticia. El taxista estaba con una reportera, asegurando que había llegado al tiempo pactado con el stripper, pero que sólo encontró en el suelo el móvil del menor y su abrigo. También entrevistaron a varios de sus compañeros, pero cuando William apareció en escena, Leo escupió el café. Al girar su rostro hacia la recámara, ahí estaba Des aún.


La tasa se resbaló de entre sus dedos y una expresión de angustia gobernó sus facciones, para luego dejar que sus ojos recorrieran el departamento entero. Ropa tirada en el suelo, condones usados, manchas de sangre por todas partes, y debajo de la cintura del menor, aún escurría sangre. Des estaba muy pálido y sus manos se estaban poniendo moradas debido a las ataduras, por lo que Spindler se apresuró a retirarlas y a sobarle las muñecas, sin aparente mejoría. El miedo comenzó a invadirlo al sentir que la piel de Aeva estaba demasiado fría y se apartó como si estuviera ante una visión imposible de soportar.


—¿Q-Qué fue lo que hice...? ¿Qué está pasando...por qué esta él aquí? Yo...no puede ser, yo...— balbuceó confundido, pero no podía explicar nada.


Su corazón dio un salto cuando escuchó un par de golpes en la puerta, tan inesperados que casi se queda sin aliento.


—Policía del condado, Policía del condado. Señor Spindler, queremos hablar un momento con usted, habrá la puerta por favor— se escuchó una voz seca y recia detrás de la entrada, y Leonard se llevó ambas manos a pecho, aterrorizado. Un vecino dio informes a los oficiales sobre la presencia del moreno en su hogar, así que no podía simplemente quedarse en silencio, ya que incluso su coche se mantenía en la entrada, con los vidrios abiertos debido a un descuido, un detalle que el ojo de las fuerzas de la ley no ignoraron. Leo estaba seguro de que todo estaba descubierto y comenzó a caminar en círculos alrededor de la sala del departamento, pero cada golpe en la puerta le hacía retumbar la cabeza, hasta que no soportó la presión.


—¡YO NO LO MATÉ! ¡NO LO MATÉ! ¡EL APARECIÓ EN MI DEPARTAMENTO, NO SE QUE ESTA PASANDO!— gritó con todas sus fuerzas. A pesar de que el agente sólo quería hacerle un par de preguntas para el archivo del caso de desaparición de Aeva, ya que lo conocían por ser un cliente frecuente, el oficial no esperaba semejante confesión.


—¡Abra la puerta ahora!— exclamó el representante de la ley, pero al no obtener respuesta, comenzó a patear para poder entrar. Leonard no se quedaría a esperar. Tomó sus llaves y cruzó el departamento hasta llegar a la ventanilla del baño. En el trayecto, había mirado por última vez a Deseize, lamentándose profundamente el horrible aspecto en el que lo dejó recostado. El chico tenía el rostro tan inflado y manchado, que parecía un mounstro y por un instante Leonard se convenció de que nada de lo que le rodeaba era real.


Cuando los oficiales entraron, la escena del crimen tenía todos los elementos para condenar a Spindler, pero el chico estrella ya se encontraba abordando su coche, y no tardó en huir a toda velocidad. Uno de los agentes salió corriendo mientras pedía apoyo por la radio; el segundo oficial a cargo no tardó en usar su comunicador para reportar las buenas noticias.


—¡Una ambulancia entre la 53 y Stone Ville, el chico está vivo, repito, el chico está vivo!—


La persecución no llegaría muy lejos. Spindler dobló entre la Cuarta Avenida y el Boulevard Principal, tratando de llegar a la autopista que lo sacaría de la metrópoli fácilmente, pero una camioneta se cruzó en su camino cuando se pasó el alto de un semáforo, impactando de lleno contra el segundo transporte. Quien diría que el ocupante de esa camioneta era precisamente William Crawford. El aviso de que Des estaba atrapado en la casa de un cliente pero que todavía vivía le llegó como un balde de agua bendita, y sin pensarlo, salió corriendo del bar para tomar un transporte prestado y acudir a toda prisa a la dirección que le indicaron. El coche se despedazó mientras giraba violentamente hasta detenerse contra un muro de contención; la camioneta se giró tan solo una vez pero derrapó varios metros, con la portezuela del chofer completamente aplastada. Leonard perdió la vida al instante, prensado entre fierros retorcidos y después incinerado debido a que su coche no tardó en quedar envuelto en llamas. Las sirenas de los cuerpos de emergencia resonarían lejanamente en los oídos de Le Pére, quien quedó de cabeza, atado a su asiento gracias al cinturón de seguridad, pero gravemente herido debido a que recibió de lleno el impacto. A pesar de los esfuerzos de paramédicos y bomberos, el francés falleció una hora después, cuando todavía intentaban liberarlo.


Para Des, la noticia fue terrible. Necesitó cinco días para poder despertar, después de una cirugía correctiva que logró reconstruir su cavidad anal, así como diversas puntadas en las áreas donde Leonard le dejó heridas profundas. Una serie de complicaciones tenían a los doctores pendiendo de un hilo, pero cuando abrió los ojos todos supieron que sobreviviría. Uno de sus compañeros le habló a detalle de lo acontecido, y tuvo que soportar las interminables entrevistas de la policía, quienes parecían inculparlo una y otra vez. No había tiempo para llorar por William, todo el día su habitación de hospital estaba repleto de gente pidiéndole detalles e incluso algunas personas que Le Pére consideraba "peligrosas" se tomaron la molestia de hablar con el chico, tan sólo para despejar sus dudas respecto de la situación. La minute Garçon ahora cambiaría de dueño, y el destino de los chicos que trabajaban para el lugar era incierto. Por supuesto, Aeva ya no tendría lugar entre ellos.


La prensa intentó conseguir una exclusiva, pero afortunadamente amigos le sobraron para apoyarle. Aunado a la situación, el gobierno intervino para que el acontecimiento se mencionara solo por el choque aparatoso y no por el secuestro de Aeva, a fin de evitar que se retomara el repudio inicial hacia el pub. Durante un tiempo vivió con Richard, el taxista, quien lo apoyó en todo momento para su difícil recuperación. También se ocupó de llevar al menor al cementerio, en un intento por ayudarlo a superar la muerte de William. Deseize lloraba por lo menos una hora, besaba la lápida y cambiaba las flores, no importando como estuviera el clima. Rogaba a Crawford un perdón que no necesitaba pedir, y le prometía que en el más allá se volverían a encontrar. No obstante, William demostró el alcance de  su amor nuevamente en poco tiempo.


Un abogado contactó con Aeva dos meses después del infortunado acontecimiento y lo citó para una entrevista. En esa sesión, le informó que se había convertido en heredero de cuatro cuentas bancarias que William Crawford dejó preparadas para él, en calidad de tutor, por lo que podía disponer de ellas gracias al permiso firmado que el rubio dejó listo desde hacía tiempo. Las cantidades en cada cuenta a Des le parecieron millonarias, y resultaron ser ahorros de los cuales tenía completo desconocimiento. También se le dieron a firmar los cambios de propiedad, puesto que Le Pére tenía como sorpresa decirle que ya estaba la casa prometida comprada, apenas a dos calles de la universidad que el alemán siempre quiso, lista para usarse en un área céntrica de París.


Fue así como el joven decidió cambiar su vida de forma radical. La mudanza se realizó en cuanto los médicos le dieron luz verde a su salud, dejando atrás su infancia destrozada y el único lugar donde podía hablar con Crawford cuando lo necesitaba. Aeva se inscribió en la universidad como tanto deseaba, dispuesto a convertirse en un experto en repostería fina y para eso, también modificaría su apariencia personal. Vestía de forma conservadora, e incluso se inventó un pasado completamente ajeno a sus días en el pub. Su nuevo hogar resultó ser muy hermoso, al igual que toda la ciudad, y durante los semestres de estudio conoció el amor nuevamente, ahora proveniente de un caballero de su edad, llamado Mad. Inscrito en las mismas asignaturas, Mad se convirtió en su apoyo y compañía, y después de graduarse, ambos decidieron vivir juntos. Ese gran paso llenó de júbilo al "chico jirafa" (como era apodado desde los primeros días en la universidad) y luego de algunos cálculos y acuerdos mutuos, la casa se remodeló por completo. La primera planta se convertiría en el Café Ardent, mismo que cobró éxito rápidamente, principalmente por que los clientes se sentían atraídos por su hermoso dueño. Mad no era celoso en realidad, hasta cierto punto, entendía muy bien los sentimientos de sus clientes, pero jamás dejaba a Des solo. Conocía su historia completa, gracias al voto de confianza que se había ganado con el paso del tiempo, por lo que cuidaba de él día y noche, e incluso se inscribió a clases de defensa personal. Mad era apuesto, un varón de ascendencia africana que poseía una mata de cabello tan plateada como sus ojos, lo que le daba un aire exótico que combinaba muy bien con lo llamativo que podía ser Aeva.


La vida de Aeva nuevamente brillaba, a pesar de que el camino para alcanzar esa estabilidad se había minado de contratiempos pues su recuperación mental fue más lenta. Pesadillas, ataques de pánico, la imposibilidad de permitir que le tocaran; todo en conjunto fue un trabajo arduo en el que Mad participó con toda la paciencia del mundo, demostrando así que era un hombre digno de reclamar el corazón de su pareja.


Pasados los años, en el cumpleaños número treinta de Aeva, una pequeña fiesta se celebró en su honor luego de que las horas de servicio del café se terminaran. Un asado, algunas hamburguesas y mucha cerveza se convirtieron en el menú ideal (a contrarie de la cena fina que Aeva quería preparar para todos, y que por supuesto, le negaron). Pero la oportunidad de gastarle una broma al joven alemán no se dejaría pasar, mucho menos siendo noche de brujas el día de su cumpleaños. Uno de los asistentes, ex-compañero de la universidad, propuso que se reunieran todos alrededor de la fogata falsa que tenían encendida en la terraza, para contar historias de misterio o de terror. Bien era sabido que no era fácil sorprender al dueño del café, así que el reto era provocar aunque fuera un poco de miedo al hombre jirafa, sólo de esa manera se sentirían satisfechos.


Des tomó asiento sobre las piernas de Mad y sonrió confiado, estaba seguro de que nadie presente tendría una historia creíble, por lo que indicó que empezaran. Y al principio todo era risas y bromas. Los participantes tenían historias realmente malas, algunas más risibles que terribles, y poco a poco la esperanza de lograr el milagro se apagaba conforme los asistentes hablaban. Pero cuando Vanessa Casiragui (vieja rival de Des) tomó la palabra, Aeva se quedó helado.


—En mis recorridos por Francia, tuve la oportunidad de visitar varios sitios de mala muerte, ustedes saben, me gusta el vino— inició Casiragui, encogiéndose de hombros y meneando una botella entre sus dedos— un sitio en especial me pareció inolvidable. Ahora lleva otro nombre, pero conserva un espectacular que mantiene sus luces apagadas y que sigue rezando el nombre original... "La minute Garçon"— cuando Vanessa mencionó ese nombre, Mad apretó un poco sus dedos contra la espalda de su pareja, pero Aeva negó ligeramente con la cabeza. No pensaba escapar de su pasado, nunca más— la razón es muy simple: hay una leyenda local , relativamente joven puesto que no tiene muchos años de haber comenzado, en la que se cree que el pub esta embrujado. Se dice que inicialmente el sitio fue destinado para que jóvenes homosexuales menores de edad bailaran desnudos, como en cualquier otro puticlub, pero estaban prohibidos al público—


—¿Qué tiene eso de espantoso?— interrumpió otro de los invitados— más bien es asqueroso, ¿Qué clase de enfermo usaría a menores de edad para divertir a su público? Es increíble—


—Oh querido, sólo te he contado la mitad, déjame terminar— insistió Vanessa, quien se puso de pie a fin de caminar un poco entre las quince personas a su alrededor— se cuenta que el primer dueño del pub se enamoró de alguien a quien llamaban "La Magnolia"— remarcó Vanessa, sonriendo levemente mientras sus orbes recargados de maquillaje dorado se encendían con las llamas de la falsa fogata— era un chico considerablemente hermoso, que hechizaba con el movimiento de sus caderas a cualquiera que lo mirara. Y en su embrujo cayó uno de los clientes más ricos que tenían, quien se desvivió por conquistar a La Magnolia, sin conseguirlo. Y mientras el joven y su amante se ponían de acuerdo para atraer más y más al cliente, aquel hombre infortunado gastó todo lo que tenía intentando conquistar al stripper. Sin embargo, un día, lleno de ira al descubrir el engaño, decidió proponer un duelo para decidir quién se quedaría con el príncipe de la historia—


—Es el cuento más ridículo que podrías haber ofrecido, Vanessa. Es suficiente— cortó Aeva de pronto, poniéndose en pie para buscar camino rumbo a la cocina, no sin antes mirar de reojo a la chica— han perdido sin duda, y tu historia es la más barata de todas— pero cuando Des se disponía a retirarse, Casiragui levantó la voz, llamando su atención y obligándolo a detenerse.


—El día que entre a ese club, me percaté de algo muy peculiar. Frente al escenario, la mesa que supondría el mejor punto para ver a las damas que ahora bailan ahí, estaba vacía, ¿sabes por qué, Aeva?—cuestionó la chica, sonriendo cada vez más amplio al ver los orbes dorados del chico dibujar una expresión de asombro— los meseros pasan y sirven la mesa, dejan bebidas...siempre es cerveza y un vaso de wisky en las rocas. También sirven un platillo con carne de cordero y otro que sólo tiene cacahuetes y nueces indias, así como un limón partido. ¿Por qué creen que hacen eso los meseros, si nadie va a pagar por esa comida desperdiciada?— 


Fue entonces que la dama sacó su teléfono móvil, y luego de revisar su galería, mostró a todos los presentes una foto de esa mesa. En la imagen, se veían dos siluetas extrañas observando hacia el escenario. Uno parecía sostener un cigarrillo que apenas se distinguía, mientras que el otro parecía llevarse los dedos al rostro, como si empujara algo que parecían unos lentes. Des se llevó ambas manos a los labios, intentando apagar un gemido de sorpresa y Casiragui rió alto, sabiendo que había ganado— son los fantasmas del La minute Garçon, que noche tras noche van en busca de su Magnolia, esperando verlo danzar sobre el escenario nuevamente como en aquellos tiempos. Todos los meseros que han pasado por ahí aseguraron que si no se les dejaba una "ofrenda" y la mesa libre, comenzaban a experimentar eventos sobrenaturales en el pub, como encontrar sillas tiradas o la cocina desordenada. Incluso uno terminó en un centro psiquiátrico, pues decía que el espíritu del dueño había intentado poseerlo. Una joya sin duda, pueden revisar en internet, hay montañas de fotografías y videos que prueban que esos fantasmas siguen ahí. Fue una suerte que pudiera captar esta fotografía después de horas de no obtener nada. Y ahora, prepararás la tarta de mi cumpleaños la próxima semana como pago por haberte asustado, Des Aeva—


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¡Saludos desde MÉXICO! Gracias por seguir leyendo mis historias, y espero este pequeño escrito haya sido de su agrado, ¡también agradezco los comentarios :D!!

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