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XXXIII

A Lía, porque el crédito es de las musas.

Con el paso de los meses todo parecía volver a la normalidad, las cosas con Nina iban bien, no habían regresado de forma oficial, pero sin duda estaban dentro de una relación. La chica había cambiado considerablemente justo como le había prometido, esta vez era un poco más permisible, menos asfixiante y ligeramente más llevadera. Era casi como regresar al inicio de su relación. Lía se esforzaba porque todo marchara bien, intentaba hacer lo que fuera por evitar el nombre de Kaedi y sobre todo aquellas cosas que se la recordaban. Pero era como si viviera en su respiración, en cada libro o poema, en cada onza de café, en cada caricia que Nina le daba. Había llevado todo al extremo, al grado de evitar a Sara en el hospital incluso dejó de hablarle a su hermano para reportarse semanalmente. No quería que nadie la mencionara o le preguntara sobre ella. Optó por hacer tiempos extras ahora que por fin se había graduado y continuaba trabajando en el hospital. De alguna forma eso la mantenía distraída y alejada de todo y de todos. Eso incluía a Nailea, por supuesto, y aunque no lo admitiera, también a Nina, quien había comenzado a tramitar su cambio al mismo hospital a pesar de que Lía no estaba muy convencida de que fuera una buena idea.

***

Reacomodaba los estantes de los libros en una estricta clasificación que Salvador le había hecho. «No mezcles clásicos con contemporáneos, por favor». Le pidió, así que Kaedi llevaba más de la mitad de la tarde metida en eso. Sabía que si no cumplía con esa encomienda habría una riña segura por la mañana. Se sirvió una taza de café, pasaban de las diez de la noche, últimamente le era difícil dormir, por eso había querido darle más tiempo a su mesurado trabajo. Prefería estar ahí, contando y clasificando libros que en casa, pensando como siempre en Lía. Era casi imposible que no la pensara ni un solo día. No había pasado tanto tiempo como para decir que la había olvidado, sino todo lo contrario. La extrañaba, en ocasiones tenía un deseo casi impuro por ir a tocar su puerta y proponerle que olvidaran todo. Que estaba dispuesta a lo que fuera por recuperarla. Pero, ese deseo se veía apañado por la presencia de Nina. La sola idea de que Lía hubiera corrido a sus brazos aun y cuando no habían terminado su relación laceraba su pecho.
Suspiró, dejando caer una pila de libros cuando escuchó que la puerta de la entrada se abría repentinamente y de forma violenta. Se asomó para cerciorarse y no encontró a nadie. Quizá estaba un poco agotada por las horas o la cafeína estaba teniendo un doble efecto. Volvió a la barra dispuesta a servirse otra taza de café cuando escuchó el sonido de la puerta azotando la pared con fuerza. Apenas pudo voltear cuando dos sujetos encapuchados fueron hacia ella.
—Tomen lo que quieran y váyanse —dijo tratando de conservar la calma. Con las manos en el aire y la caja registradora abierta. 
Sentía el corazón en la garganta, más cuando vio que dos de los sujetos comenzaban a patear los estantes, voltear las mesas, impactar las tazas y destrozar todo a su paso. Uno de ellos se quedó de pie mirándola. A esas alturas estaba aterrada, era claro que no iban por dinero. Sintió las manos del sujeto tomarla del cabello para halarla con fuerza hasta él. No podía verle el rostro, pero sin duda, ese par de ojos claros le parecían sumamente familiares. Pudo confirmarlo cuando escuchó su despreciable voz susurrarle al oído.
—Te dije que me las ibas a pagar.
Sin pensarlo dos veces, llevó su puño al estómago de Kaedi haciendo que perdiera totalmente el aliento. Por más que intentaba halar oxígeno, el dolor y el impacto eran tan intensos que terminaron doblegándola en el suelo. La chica se retorcía de dolor y le era imposible gritar o emitir algún sonido. Se quedó ahí, tumbada mientras veía y escuchaba todo el desastre que los otros dos hombres hacían. De repente todo pasó en cámara lenta. Diego la tomó de la camiseta y la elevó a su altura, se quitó el pasa montañas y sus ojos revelaban un poco de locura inducida quizá por algún narcótico.
—Veo que ahora no pareces muy valiente.
Kaedi pudo aferrar sus dedos al rostro de Diego, encajó sus uñas con fuerza intentando rasgar su piel con intención. El chico rugió como un león y la levantó con una mano sujetándola del cuello.
—¡Eres una imbécil! —gritó, dejándola caer al suelo.
La chica no dejaba de patalear, aquel sujeto podría intentar lo que fuera, ella no iba a darle tregua. Pero cuando llegaron los otros y la sometieron se dio cuenta de que no tenía oportunidad, eran tres hombres contra ella. No era una batalla justa. Sintió las manos de uno de ellos aferrarse con violencia a sus senos y al otro insistiendo en bajar su pantalón. Comenzó a gritar, pero uno de los chicos logró amordazarla.
—Vas a sufrir un poco. Pero luego te gustará —le susurró uno de ellos al oído.
Kaedi supo que no le quedaba más que luchar por su vida, no iba a quedarse quieta aunque los cobardes trataban de someterla por medio de golpes en las costillas y el rostro. Lograron doblegarla, cansarla a través de las heridas que le producían cada uno de los impactos. Vio a Diego sobre ella y un grito desgarrador salió de su boca, jamás se había sentido tan vulnerable. Nadie podría llegar y ayudarla a tiempo, sería un milagro que alguien pudiera salvarla. Cerró los ojos, vio a Lucía, a Anna y a Lía junto a ella. Diciéndole que no se rindiera. Incluso a su madre y a su padre, a Nailea y...
En ese instante dejó de sentir presión en su cuerpo, se dio vuelta y encontró a Salvador forcejeando con los tres sujetos. No sabía de dónde había salido, pero tenía a Diego sujeto por el cuello mientras los otros dos comenzaban a golpearle las costillas y a lanzarle cosas.
—¡Suéltalo, pedazo de mierda! ¡Suéltalo!
Kaedi miró a los ojos a Salvador. Sabía lo que trataba de decirle, pero no sabía si podría hacerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras su amigo continuaba soportando los golpes sin soltar a Diego que comenzaba a ponerse morado.
—¡Sal de aquí! —gritó el chico, haciendo que su voz saliera como un profundo eco, haciéndola reaccionar.
Kaedi corrió hasta la puerta de salida y comenzó a pedir ayuda. Tenía la voz temblorosa pero lo suficientemente firme como para que algunas luces se encendieran y llamaran a la policía.

***

Nailea acababa de salir del consultorio médico después de varios análisis que le había sugerido su doctor. Tenía semanas sintiéndose terrible, mareos, náuseas y todo sumado a la tragedia que había pasado días atrás en la librería de sus amigos. Sintió que su mundo se desmoronaba, no podía creer que Diego hubiera sido capaz de llegar a tanto. Aún le costaba trabajo no llorar cuando volvía a su mente la imagen de Salvador yaciente entre libros y cerámica hecha añicos y Kaedi sosteniendo su cabeza para evitar que se ahogara en su propia sangre. Ella misma se había encargado de llamar a la policía y acompañar a su amiga y a su madre a interponer la denuncia. La sentencia de Diego iba a ser larga, aquel crimen solamente era uno de cientos, entre ellos violación, robo a mano armada y agresión física a más de diez mujeres que habían salido con él. Aunque su corazón estaba destrozado, jamás volvería a verlo. No solo por la sentencia, sino porque no había forma de que le perdonara algo como eso. 
Iba por los pasillos del hospital cuando sus ojos encontraron a Lía. No habían hablado desde su ruptura definitiva con Kaedi.
La vio detenerse en un cubículo y fue detrás de ella. Se acercó, llegó a pocos metros de distancia pero al verla Lía suspiró e intentó dar la media vuelta.
—¿Podrías actuar como una persona madura?
—¿Me estás diciendo inmadura? —espetó la chica castaña viéndola fijamente—. ¿No te parece más inmaduro apostar la vida personal de tus amigos? 
Era comprensible que estuviera furiosa. Pero realmente no quería que su relación de años terminara así. Tenía que saber que lo que había pasado no era una apuesta como ella creía, y que si bien, inicialmente era solo un plan para separarla de Nina, ahora tenía claro que había hecho lo correcto. Porque Kaedi la amaba, y estaba segura de que ella también lo hacía.
—Las cosas no son como tú crees, Lía. Kaedi te ama. Es cierto que todo inició como una idea estúpida y egoísta de mi parte pero, el cariño que desarrolló ella por ti es tan real como lo que tú sientes. 
—¿Lo que yo siento? ¿Qué carajo sabes tú sobre lo que yo siento? Seguro pasaban horas riéndose de mí, ¿quién de las dos ganó? ¿eh? ¿Kaedi? Casi logra derretir el corazón de hielo de Lía, ¿verdad?
Nailea negó. Realmente sentía que no podía hacer nada por ella. Estaba cerrada, era como hablar con una pared y podía entenderla. De haber sido ella claro que estaría furiosa y cegada por su dolor. Pero era importante que entrara en razón en ese momento. 
—Nadie ganó nada, Lía. Porque esto jamás fue una apuesta, fue un intento de mí parte para hacer que te alejaras de Nina —Nailea sintió que las lágrimas se desbordaban de sus ojos, todo lo que llevaba ese día y aquella discusión con Lía habían terminado por quebrarla una vez más. Continuó—. Pensé que iba a poder tener conmigo a mis dos mejores amigas para siempre pero no fue así. Todo paso justo como no deseaba que pasara. Perdí al hombre que amaba, tú me odias y ella finalmente se irá.
Lía se quedó congelada. Miró fijamente a Nailea sin comprender.
—¿Se marchará?
—Se va a Barcelona dentro de unas horas.
—¿Le dieron la beca?
—Así es —continuó, observando como un semblante contraído se formaba en su rostro—, ya no hay nada que la detenga en este lugar.
Lía sentía como el latir de su corazón incrementaba, una angustia terrible le atravesó el estómago. Sabía que si Kaedi se iba a Barcelona jamás volvería a verla. Sería un adiós definitivo esta vez. Además, después de lo que le había dicho Nailea, sentía que había sido muy injusta al no darle el derecho de replica a ninguna de las dos. Si tan solo no se hubiera cegado por su propia furia, quizá habría podido arreglar las cosas con más anticipación.
—Escúchame, Lía, quizá a primera instancia fui arrastrada por mi egoísmo, quería que Kaedi estuviera contigo para así no perderla. Sabía que si se enamoraba de ti no se marcharía, simplemente no podría dejarte. Y así fue, Kaedi se enamoró de ti como jamás lo hubiera imaginado. Pero si tú...
—¿Por qué dices que no hay nada que la detenga? —intervino la chica, sosteniendo con fuerza la carpeta que llevaba en la mano—.  ¿Y la librería? tiene a su familia, sus amigos, su vida entera aquí.
Nailea suspiró. Se llevó las manos al cabello para acomodarlo y después miró con ojos lastimeros a Lía. Realmente quería omitir aquel funesto detalle, pero era necesario que la chica lo supiera.
—Hace unas semanas, Diego destruyó la librería. Él y dos sujetos irrumpieron una noche cuando Kaedi estaba sola. Destrozaron todo, intentaron...abusar de ella, de no haber sido por Salvador quién sabe que hubiera sucedido, fue él quien se llevó la peor parte. 
Lía se paralizó mientras Nailea le contaba aquella terrible historia, se acercó al cubículo de las enfermeras y les entregó la carpeta de nuevo. Caminó hacia el pasillo a gran velocidad, Nailea le siguió apenas el paso. La chica iba casi corriendo, sacándose la bata y salió del hospital con su amiga pisándole los talones.
—¡Lía! ¿A dónde vas? ¡Lía!
Pero la chica no la escuchó más. Subió a su auto y aceleró por toda la avenida perdiéndose con rapidez entre la autopista que daba al centro.
Fue directo al departamento de Kaedi, pero el casero le informó que la señorita Jitán había entregado el lugar esa misma mañana. Miró su reloj, Nailea había dicho que se iba en unas horas, entonces pensó con obviedad que para ese momento ya debía estar en el aeropuerto. Condujo a gran velocidad, escuchando el claxon de los otros vehículos que la veían pasar desbocada. No iba a detenerse, nadie en su sano juicio se detendría cuando era el amor de su vida quién se iba para nunca más volver. Sintió la garganta seca, las manos sudorosas, constantemente revisaba su reloj. No iba a permitir que la chica tomara ese avión, cuando la viera ahí con toda la certeza de que su amor era más grande que cualquier adversidad no podría subir a ese maldito avión. 
Llegó y dejó estacionado su vehículo en la entrada a pesar de que un oficial le dijo que no podía hacerlo. Comenzó a llamar a Kaedi, pero no contestaba, quizá Nailea ya la había advertido.
Vio la salida de los vuelos, aún faltaban más de veinte minutos para que despegara el próximo avión a Barcelona. Corrió hasta la sala de espera y encontró a Sara sentada sosteniendo un libro entre sus manos. Al verla la mujer se sorprendió.
—¿Lía? ¿Qué haces aquí, cielo?
—Kaedi... no puede irse —dijo con un hilo de voz. Apoyándose en una de las sillas del lugar.
Sintió una mano sobre su hombro, volteó de pronto y encontró a Kaedi frente a ella. Llevaba el cabello recogido con una coleta y la miraba algo impresionada de que estuviera ahí.
—¿Y por qué no puedo irme?
Lía se quedó enmudecida. Observó el rostro de Kaedi, tenía una cicatriz grande en el labio, y un hematoma en su ojo que comenzaba a desvanecerse. Quería abrazarla, besarle todas sus heridas, simplemente dejarse envolver por esa alegría de verla ahí de pie. 
—Me avisas cuando vayas a abordar... —intervino Sara, dándoles espacio y caminando hacia el otro lado de la sala de espera.
Kaedi y Lía se observaron durante un rato, solamente el bullicio del aeropuerto podía escucharse entre ellas. 
—Dijiste que no te irías —le recordó. Intentó buscar su mano, pero la chica deslizó sus dedos uno a uno para deslindarse de ese roce.
—Dije que no lo haría si tú seguías a mi lado. Pero ya no tengo nada que me retenga más aquí.
—Nailea me contó lo que pasó, ¿por qué no me dijiste nada?
Kaedi negó, bajando la mirada 
—Lía, no puedes aparecer después de meses pidiéndome que te dé detalles de lo que sucede en mi vida. No cuando fuiste tú quien no contestó llamadas, quien volvió con su exnovia, quien jamás quiso escucharme.
El vuelo de Kaedi se anunció. Los ojos de Lía chispearon y comenzaron a llenarse de agua. Había llegado tarde, la vio tomar sus cosas y caminar hacía donde estaban su madre y ahora también Nailea y Salvador que recién habían llegado para despedirla.
Se llevó las manos al rostro, intentando enjuagarse las lágrimas, no quería que nadie la viera de esa forma. Al darse la vuelta se encontró con la escena de la chica abrazando a su madre y a sus amigos. Nailea en ocasiones la miraba de reojo, ella también lloraba. 
Finalmente, la vio caminar, alejarse lentamente mientras se despedía de todos con nostalgia.
—¡No te vayas! —La voz de Lía sobresalió del bullicio del aeropuerto, y todos se volvieron a verla. Corrió hacia donde estaba la chica de cabello revoltoso, se aferró a su torso con fuerza mientras sollozaba sin parar. Kaedi respondió rodeándola por la espalda. Y depositando un beso sobre su frente—. Te lo suplico, quédate.
Habría dado lo que fuera por escuchar esas palabras un par de semanas atrás, pero ahora era imposible quedarse. Todo estaba arreglado en Barcelona, tenía pagado el departamento, iniciaba clases un día después de su llegada, tenía una beca y la oportunidad de cumplir su más grande sueño. Le había aprendido a su padre una única cosa y esa era que la vida estaba compuesta por tiempos. Y su tiempo, como pareja, había terminado. 
Soltó poco a poco las manos que aferraban su cuerpo, sintió que las piernas le fallaban y su corazón se detenía. Iba a dejarla ir, finalmente, el pajarillo tendría que aprender a ser libre. A dejar de huir y aceptar su destino.
—No voy a quedarme Lía, hacerlo sería aceptar el ancla y no puedes vivir esperando algo de mí ni de nadie. Suéltalo, deja que me vaya. 
Lía la miró fijamente, podía percatarse del dolor detrás de sus palabras. Pero finalmente soltó aquel adiós inevitable. 
Kaedi tomó su maleta y caminó a la sala de abordaje. Lía se quedó ahí de pie, lejos de Nailea, Salvador y Sara. Viendo como poco a poco, aquel amor que creía el verdadero comenzaba a convertirse en un doloroso recuerdo.

FIN

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