XXXII
Llegó a la librería para arreglar algunos pendientes con los importes de compra y venta del local. En cuanto cruzó la puerta se percató de que Nailea estaba ahí, se extrañó de verla pero una parte de ella estaba feliz de que estuviera ahí. La chica parecía un poco mejor, pero su semblante no era el ideal. Se veía decaída, con un ligero desalineo que no le sentaba mal, pero no era usual en ella. Además, estaba tan delgada que en el rostro se le enmarcaban los pómulos, jamás la había visto de esa forma. A pesar de la felicidad que le producía verla, no tuvo el valor ni el ánimo de saludarle. Levantó la mano saludando a Salvador pasando de largo a la oficina.
Nailea la observó fijamente hasta que se perdió en el umbral de la puerta, se percató de que la chica tenía mala cara y debía estar pasando por algo en verdad difícil. Había pocas cosas que pudieran desquiciar a Kaedi, una de ellas era su padre y la otra, más reciente llevaba el nombre de Lía. Nailea se puso de pie, se tragó todo el maldito orgullo que había guardado durante días y fue detrás de ella. Tomó unos cuantos libros de las cajas y fingió acomodarlos en los estantes junto a la oficina en donde estaba Kaedi, sobre el escritorio, con la puerta abierta.
La rubia dejó caer un pesado libro que hizo sonar la duela del lugar. Kaedi subió la mirada y la observó mientras entraba a su oficina con el libro bajo el brazo y sus verdes ojos fijos en ella.
—Lo siento ¿de acuerdo? soy una estúpida y merezco que me odies. Ojalá no lo hagas por mucho tiempo ¿okey? porque te extraño y estoy realmente arrepentida de todo. Eres mi mejor amiga, Kaedi. No sé que hacer sin ti...
Los ojos de Nailea estaban ligeramente acuosos, de pronto, fue como si su cerebro reaccionara ante lo que acababa de hacer. Dio la media vuelta, apretó los puños y suspiró al percatarse de que Kaedi no emitía palabra alguna.
—Espera —le detuvo, haciéndola voltear—... sí, eres una estúpida y sí te odio —observó a Nailea hizo un mohín con sus labios y asentir indignada. Continuó—... pero acepto tu disculpa.
La rubia volvió su rostro, sonrió ampliamente y fue hasta Kaedi para aferrarla a un fuerte abrazo. Se quedaron así durante un instante, ambas lo necesitaban, el abrazo sincero de la amistad verdadera era quizá el acto de amor más poderoso de todos. Kaedi era consciente de que Nailea era una amiga incondicional, habían pasado por tanto juntas, llantos, risas, viajes y pérdidas. No se había percatado de la falta que le hacía en su vida tras esos días de oscuridad y duelo.
Comenzaron a charlar, de pronto y con como si no hubiera pasado el tiempo. En realidad, quería saber cómo iban las cosas en su vida, con Diego y qué pensaba hacer para alejarse finalmente de ese infeliz.
—Él ya es otro, Kaedi. Es irreconocible conmigo. Jamás me había tratado así.
No podía creerle demasiado, la conocía demasiado bien. Nailea era de esas personas capaces de hacer lo que fuera para fingir la perfección de su vida. Pero se dio cuenta de que no podía cuidarla para siempre por más que lo intentara. Además, no quería buscar otro motivo para discutir. Quizá era mejor aceptar que su destino no era salvar a sus amigas de las desgracias.
—No voy a decir nada al respecto, Nailea, de verdad ya sabes lo que pienso. Y si es tu decisión voy a respetarla.
Nailea parecía agradecida, pero Kaedi decía aquello de dientes para a fuera. En ocasiones solo quería poder tener una varita mágica o saber conjurar un hechizo que la alejara de él de una vez por todas. Pero al parecer, lo único que podía pedir era un jodido milagro para finalmente deshacerse de Diego.
—Te lo agradezco —dijo la rubia, sonriendo y aferrando la mano de su amiga—. Y dime, ¿cómo vas con Lía?
Kaedi suspiró y comenzó a jugar con el pisa papel que tenía a su lado. Hacía un instante había pensando en mil formas de arreglar la vida de su amiga y ni siquiera era capaz de arreglar la propia. Qué ironía.
—Se enojó conmigo porque no le había dicho lo de Barcelona.
—¿Te aceptaron? —preguntó la chica preocupada.
—No, aun no he recibido respuesta. Pero ayer estuvimos en casa de papá y se le ocurrió preguntar, ya imaginarás como se puso Lía.
Nailea dejó escapar un suspiro y sujetó las dos manos de la chica entre las suyas. Miró a Kaedi y pudo comprender entonces el motivo de ese semblante.
—Sabes, Salvador y yo estuvimos hablando. Dijo que terminarías hecha pedazos y que sería mi culpa por haberte obligado a "seducirla". Estoy comenzando a pensar que quizá el imbécil tiene razón.
Esperaría de todos una autocritica como esa menos de Nailea. Kaedi sonrió. Ahora esa idea de "obligarla" a seducirla parecía tan tonta e infantil. Era consciente de que nadie la había obligado absolutamente a nada. Si había accedido a ese juego había sido porque Lía la flechó desde el primer momento. Desde ese instante había sido como si una ola le azotara el cuerpo y la arrastrara a lo más profundo. Así que, si se trataba de buscar culpables, ella era la única responsable de estar pasando aquella pena y si Lía llegaba a enterarse de la petición de Nailea aceptaría también su parte de responsabilidad en tal vileza.
—Es todo un manojo de emociones —contestó, ensimismada una vez más en el pisa papel— no logro entenderla por completo, es como si de pronto fuera alguien más. Alguien lleno de inseguridades, como un pequeño cachorro escondido en el cuerpo de un terrible lobo. He intentado ser paciente, comprensiva, pero siento que eso es precisamente lo que la aleja.
—La quieres demasiado ¿cierto? —preguntó Nailea, con los ojos entornados hacia ella con mucha precisión.
Kaedi suspiró, llevándose las manos al rostro apoyando los codos en la mesa.
—Es tu culpa.
Nailea soltó una carcajada, ella misma había asumido esa parte. No tenía problema en pagar las consecuencias como un karma seguro.
—Yo no te "obligué" a enamorarte de ella. Tú misma acabas de decirlo.
Kaedi suspiró, volviendo a sus pensamiento en donde era el único lugar en el que podía atesorar a la chica.
—No fue como si me obligaran de hecho. Fue algo natural, amarla es tan fácil como despreciarla.
Nailea hizo un mohín, se puso de pie de golpe y tomó del brazo a Kaedi para halarla y levantar su enorme cuerpo de la silla.
—Deja de hacer drama, ve y búscala —Kaedi la observó extrañada, como preguntándose de dónde había sacado tanta fuerza—. Debe estar en su departamento. Anda, usa tus encantos y no la presiones con lo de Barcelona.
Lo pensó detenidamente, de pronto le pareció absurdo estar en esa habitación, sobre esa silla, con Nailea lamentándose sobre su situación ¿a quién demonios engañaba? Sólo quería verla, tomarla entre sus brazos y besarla tan profundamente que la chica sintiera que no mentía. Que jamás iría a Barcelona si ella continuaba a su lado. Si era ella quien se lo pedía.
Se puso de pie y tomó sus cosas. Iría directo al hospital a buscarla. A esa hora estaba por salir de su jornada así que le daría la sorpresa. Esperaba al menos que tuviera la dignidad de mirarla a los ojos, sabía que podía llegar a ser muy testaruda y orgullosa, pero no iba a darse por vencida tan rápido.
Pasó media hora desde su salida normal, le extrañó que no hubiera ni un rastro de la chica así que entró al hospital para pedir información. La mujer encargada del departamento la conocía, más como hija de la doctora que como novia de Lía pero la saludó amablemente, y se encargó de decirle que la chica no había dio a trabajar ese día. Eso era inusual, pensó. Era extraño que Lía faltara a su trabajo si no era porque alguna situación se le presentaba. Le agradeció a la mujer y salió deprisa del lugar. Intentó llamarla pero su móvil daba a buzón. Ahora sí estaba preocupada, el corazón le latía con fuerza mientras intentaba comunicarse con ella en vano.
—Contesta, maldita sea. Contesta, Lía.
Pensó que quizá habría vuelto a su departamento, así que fue a buscarla. El casero le dijo que le había visto hacía un par de días salir al trabajo, pero no la había visto en ese día en especial. Kaedi le pidió que la dejara entrar al departamento, al hombre no le pareció extraño ya que sabía la relación que ambas tenían. Al entrar no encontró nada extraño, las cosas seguían ahí y también estaba su taza de té sobre la mesa. Salió del edificio, comenzó a sentirse desesperada y regresó a su departamento esperando encontrarla ahí. Sentía que estaban jugando al gato y al ratón.
Entró, y encontró algunas cosas en el suelo, era como si alguien hubiera entrado a robarle. Se había llevado algunas prendas y parte de su uniforme junto con algunas cosas personales como su cepillo de dientes y su secadora. No podía entender qué es lo que estaba pasando.
—¿Por qué no contestas, Lía? ¿Por qué estás haciendo esto? —comenzó a decir al tiempo que volvía a llamarle sin respuesta alguna. Se dejó caer en el sofá, frustrada, con las manos en el rostro y a punto de perder la cabeza—. No te pongas así, Kaedi —se dijo una vez más—. Ella está bien, debe estar bien...
Se sentó durante horas sin saber absolutamente nada de ella, si el tiempo pasaba y no había respuestas no iba a tener más remedio que llamar a Joaquín, su hermano. Aunque no sabía bien qué es lo que iba a decirle. Comenzó a teclear el número de Joaquín cuando de pronto un mensaje de Lía entró.
Intentó llamarle de nuevo, solo quería escuchar su voz, ni siquiera iba a cuestionarle nada, pero, jamás contestó la bocina. Sintió una terrible impotencia en el pecho, quería tomar el móvil y hacerlo añicos contra el suelo, ir hasta el fin del mundo solamente para decirle lo infeliz y desconsiderada que era, decirle que era una perra, una loca que solamente había entrado en su vida para hacerle ver la peor de sus suertes. Estaba furiosa, realmente sentía que podía dejar de ser racional por un instante. Fue hasta la habitación y se recostó sobre su cama, pensando que no valía la pena, nada de lo que pasara o hiciera por ella valía la maldita pena. La odiaba, odiaba tanto amarla que sintió, por primera vez, aquel verso de poetas hacerse realidad. Kaedi sentía que se moría, que se moría de amor.
***
Una semana pasó sin tener más que pequeños rastros de Lía, le había dicho que estaba bien, visitando a su madre, así que ya no había insistido más. Además, después de platicarle a Nailea, ella misma le había pedido que no volviera a buscarla, no después de la grosería que le había hecho. Marcharse, sin darle una maldita explicación o aviso. Era demasiado desconsiderado y cruel incluso para ella. Kaedi, solo podía pensar que el motivo de su repentina huida era que quería estar a solas. Esperaba que en verdad estuviera bien.
Sin embargo, había algo que no encajaba en ese complejo rompecabezas por más que le daba vueltas, así que decidió llamar a su madre, quizá ella la había visto en el hospital por última vez y podría darle información sobre sus repentinas "vacaciones".
—Lía sigue viniendo a trabajar, la vi hoy por la mañana en el segundo piso revisando algunos archivos ¿está todo bien, cariño?
Kaedi sostuvo el teléfono enfática, había dejado de escuchar la voz de Sara desde hacía minutos. No podía entenderlo, Lía estaba ocultándose de ella. Fue entonces que todo entró con claridad a su mente, esperaba equivocarse, pero un latir en su arrítmico corazón se lo advertía como señal de mal agüero. Sentía que las manos le temblaban, tomó las llaves de su Caribe y salió de la librería dejándole una indicación ambigua a Salvador. Donde le decía que volvería pronto, o eso creía.
Cuando estuvo frente a la puerta sintió una gota de sudor sobre su frente, tocó un par de veces sin obtener respuesta. Estuvo a punto de marcharse cuando escuchó el sonido de la perilla girar. Sus ojos se encontraron fijamente. La chica rubia y alta le regaló una sonrisa llena de regocijo que hizo que sintiera un hueco en el estómago. Nina, llevaba una bata de baño atada a su cuerpo y tenía el cabello húmedo. Kaedi le regresó la misma sonrisa, tratando de mostrarse tan serena como siempre.
La rubia se hizo de lado esperando a que entrara.
—¡Lía, tu novia está aquí! —gritó la chica.
Kaedi no podía con eso, negó después de ver a Nina y se dio la media vuelta decidida a marcharse, pero la voz de Lía la detuvo.
—¿Qué haces aquí?
Después de semanas de no escucharla, aquella voz entró como el sonido del trueno en una noche oscura y lluviosa. Kaedi tenía las quijadas contraídas, y apretaba las manos sin darse cuenta.
—Siendo la persona más estúpida del planeta, supongo —respondió, sintiendo que casi podía desmoronarse.
Lía también llevaba el cabello humedecido. Usaba una playera negra de tirantes y un pants. La miró directo a los ojos, fue como ver un profundo agujero negro. Como si su cerebro distorsionara su imagen y solamente pudiera ver a una oscura áspid mostrando sus crueles colmillos cubiertos de espeso veneno.
—Esto no iba a funcionar de cualquier manera.
—Pudiste haber tenido la delicadeza de decírmelo por lo menos —Kaedi intentaba mantener el tono en su voz, estaba a punto de quebrarse.
Lía sonrió socarronamente, cruzando los brazos a la altura de su pecho. Parecía altiva, sin remordimiento. Ahora Kaedi podía verla tal cual era. Observó a Nina, esa rubia siempre había tenido razón. Justo cuando más amaba a Lía, más cruel parecía comportarse. Ahora podía ir con el juguete viejo y dejar el nuevo y viceversa. Había estado ahí para ella cuando enfrentó su oscuro pasado, pero eso no significaba nada. Ególatra, egoísta, todas aquellas palabras de la rubia emanaban de su cabeza como una fuente.
Lía volvió sus ojos a ella, que continuaba con la cabeza erguida y el rostro contraído.
—Pude habértelo dicho, pero no lo hice. Así como tú no tuviste la delicadeza de decirme que te ibas a Barcelona. O como no pensabas decirme que yo sólo era un juego estúpido entre tú y Nailea.
Kaedi abrió los ojos con asombro. No podía creerlo, finalmente aquello que había hablado con su amiga hacía unos días se convertía en una pesadilla que cobraba vida.
—Eso no...
—Tuve la fortuna de llegar justo a tiempo hace unos días —continuó Lía, ahora su semblante era distinto, como si un dolor fuerte le atravesara el cuerpo— cuando tú y ella hablaban en la librería. Fui una estúpida al pensar que de verdad me querías cuando es claro que solamente estabas jugando conmigo.
Lía se percató de que Kaedi estaba paralizada, no podía negar nada. Ella misma las había escuchado aquella vez en la librería. Había pedido el día para ir a arreglar las cosas de una vez por todas. Ese día llegó y Salvador estaba ocupado con unos clientes así que entró con facilidad hasta la oficina, cuando encontró un libro tirado entre los estantes. Se inclinó para recogerlo y fue cuando escuchó lo que ambas chicas charlaban. Nailea había convencido a Kaedi de seducirla quizá en una apuesta boba para ver si lograba enamorarla. Sin duda Kaedi había ganado. Lo había hecho perfecto, jamás hubiera imaginado algo así de una chica que va con su bandera de ingenua y buena samaritana. No podía dejar de imaginar la cantidad de veces que ambas se habían burlado de ella. De una loca, con sentimientos complicados y llena de inseguridades.
No podía creer que Kaedi apareciera en su departamento con esa expresión indignada cuando la que en realidad debía estar así era ella. La había utilizado, aun no podía entender el propósito, pero había utilizado todo a su favor para hacerle creer que en verdad la amaba.
—Eso no es así, déjame explicarte.
—No es necesario, Kaedi. Dejémoslo pasar —intervino con voz firme— ve a Barcelona y sigue con tu vida. Yo seguiré con la mía.
Kaedi miró a Nina que se mantenía al margen pero podía ver como disfrutaba aquella escena.
Lía se dio la media vuelta para volver al departamento, de alguna forma ambas habían quedado más allá del umbral de la puerta y Kaedi se percató de que estaban discutiendo en el pasillo del piso.
—Por cierto —continuó Lía, volviendo lentamente al marco mientras se sostenía del mismo— de verdad te creí. En verdad pensé que... olvídalo. Ya no tiene importancia.
Lía azotó la puerta justo en su cara. Kaedi supo que aquello era quizá el comienzo del fin. No podía siquiera pensar con claridad. Una vorágine de sentimientos se le anidaba en el pecho. No sabía que le resultaba más tormentoso, que Lía creyera que todo lo que habían vivido era parte de una apuesta o una mentira, o que estuviera en los brazos de Nina, consolándose una traición que no era cierta.
***
Lía corrió al baño después de azotar la puerta. Aquella emoción comenzaba a hacer difícil su respiración pero no quería que Nina la viera de esa forma. A pesar de que se encerró, la rubia podía escucharla sollozar desde la otra habitación. Lía era tan patética como siempre, enamorándose de una perdedora como Kaedi que había salido más lista de lo que imaginaba. Sin duda le había sorprendido, le había hecho creer que el villano era Lía cuando era ella la que tenía planeada una jugada siniestra. Comenzó a vestirse y se dirigió a la cocina a preparar algo de té. Lo llevó a la recámara y esperó a que Lía se compusiera de la situación. Cuando escuchó la puerta del baño comenzó a servir el té de infusión de azahar.
—¿Podrías dejar de ser tan patética una vez en tu vida, cielo? —dijo Nina, al sentir que se acercaba a ella—. En el fondo sabías que esa chica no era para ti.
Lía tenía los ojos y la nariz escarlata. Suspiraba sin poder contenerse hasta que se sentó sobre la cama.
—Llegué a pensar que todo eran ideas mías. Imaginé de todo, menos un juego de apuestas entre amigas.
Nina arqueó su ceja, fue hasta Lía para aferrarla entre sus brazos, acariciando su cabello y llevándola a su pecho como si fuera una niña pequeña.
—¿La quieres?
Lía negó. Levantó el rostro observando el mentón de Nina mientras se recostaban sobre la cama.
—Es contigo con quien quiero estar en ese momento.
Nina sonrió. Una vez más el pajarillo había vuelvo a la jaula, y esta vez, se aseguraría de que no volviera a salir.
—Estaremos bien. Olvidarás todo, como siempre.
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