XXX
Escuchó que llamaban a la puerta, por un momento se sintió desorientada. Tenía semanas sin dormir en su cama. Se quedó recostada unos segundos mirando la pintura blanca del techo recordando lo que había sucedido la noche anterior.
Se puso de pie de un salto cuando escuchó nuevamente la puerta. Al abrir encontró a Fabián con una caja de rosquillas en una mano y un par de vasos de café en la otra. Lo dejó entrar y el chico se dirigió hasta la sala, con mucha familiaridad, dejando las cosas sobre la mesa de centro.
—Buen día —saludó sin dejar de mirarla.
—¿Qué tienen de buenos?
El chico sonrió. Conocía a Lía desde hacía años. Se volvieron amigos al poco tiempo de que ella llegara a la ciudad. En un inició el interés que Fabián tenía era más que evidente, pero con el tiempo se forjó entre ambos una amistad que valía más para ellos que otra cosa. Él siempre había estado a su lado de manera incondicional, tratando de apoyarla y ayudarla en todo. Sabía que el carácter de la chica era algo peculiar, su comportamiento a veces llegaba a ser algo complejo y esa necesidad de sabotearse la metía en más de un problema. Imaginó que esta vez no era la excepción. Tenía la esperanza de que al haber dejado atrás a Nina, Lía pudiera por fin comenzar a sanar y llevar una vida más equilibrada al lado de Kaedi, pero sabía que todo dependía de su amiga, por más que Kaedi fuera una chica perfecta para ella, si Lía no ponía de su parte las cosas no terminarían bien.
—¿Qué sucedió?
Lía suspiró y comenzó a relatarle a Fabián sobre su inesperada discusión con Kaedi. El chico la escuchaba atento, aquella historia le sonaba bastante familiar. Había ocurrido lo mismo quien sabe cuántas veces cuando estaba con Nina.
—¿No vas a decir nada?
—Creo que ya sabes que pienso, Lía. No es la primera vez que te encuentras en esta situación.
La chica se levantó repentinamente de su lugar, tenía una evidente mueca de frustración en el rostro.
—¿Es en serio? ¿De qué lado estás? —preguntó sin dejar de caminar por la sala de un lado a otro. Fabián era su amigo, su deber era apoyarla.
—Del tuyo, por supuesto. Por eso te digo que tienes que razonar las cosas, Lía. Lo que hiciste no estuvo bien —Se puso de pie para llegar hasta ella—. Comprendo que con Nina lo hacías quizá de forma inconsciente para no sé, llamar su atención. Pero no entiendo cómo pudiste actuar así con Kaedi —continuó— ¿no habías dicho que era una chica increíble? ¿Qué todo era sencillo con ella?
Lía se quedó inmersa en aquellas palabras, eran ciertas. Pero no podía dejar de lado aquellos pensamientos que ahora parecían jugarle una mala pasada.
—Estoy asustada, Fabián —Un nudo comenzaba a formarse en su garganta y las lágrimas en sus ojos amenazaban con salir—. Tengo tanto miedo de que, todo parece tan perfecto, ella parece tan perfecta —continuó entre sollozos mientras su amigo la rodeaba en un abrazo— y jamás había sentido esto por nadie más. Tengo miedo de que no sea real, que se desvanezca.
De pronto el llanto de Lía se volvió más intenso. A su mente llegaron todas aquellas palabras hirientes que tantas veces le habían repetido: No eres suficiente. Jamás serás suficiente para nadie. Todos te buscan solo para acostarse contigo. Eres chica de una sola noche. Quién podría enamorarse de alguien como tú. Eres una egoísta. Te vas a quedar sola por el resto de tus días. Cuando ella te vea como realmente eres, va a dejarte. Comenzó a sentir una terrible presión en el pecho y el aire entraba con dificultad a sus pulmones, sentía que estaba asfixiándose, su corazón latía descontrolado y un sudor frío caía lento por su espalda. La voz de Fabián se escuchaba apenas como un eco. De pronto todo se nubló a su alrededor y no supo más de si...
Despertó sobresaltada a causa de una pesadilla, lo primero que vio fue a Kaedi que estaba sentada a su lado mirándola con preocupación mientras sostenía una de sus manos.
—Tranquila —le dijo acariciando su rostro con ternura— estás bien, ya pasó.
Giró ligeramente su cabeza y encontró a Fabián de pie junto a la puerta de la habitación. Recordó vagamente lo que había sucedido antes de que perdiera el conocimiento.
—¿Cómo te sientes? —preguntó preocupado.
—Mareada —volvió sus ojos a Kaedi que continuaba mirándola tranquila—. ¿Cuándo llegaste?
—Hace media hora, vine en cuanto Fabián me llamó.
El chico se aclaró a garganta y se acercó hasta el pie de la cama para despedirse de su amiga.
—Yo me voy, tengo algunas cosas que hacer. Si necesitas algo, llámame. Nos vemos, Kaedi.
La chica le agradeció y finalmente se quedaron a solas.
Kaedi parecía muy tranquila, seguía sosteniendo su mano acariciándola lentamente y su rostro tenía esa expresión afable que la caracterizaba.
Lía se sentía avergonzada, había hecho las cosas de la peor forma y estaba arrepentida de ello, Kaedi no se merecía nada de lo que le había hecho. No tenía una justificación para su comportamiento así que ahora lo único que podía hacer era disculparse con ella.
Subió su mirada para encontrar aquellas simpáticas gafas muy cerca de su rostro.
—¿Cómo te sientes? ¿Quieres un poco de agua?
Lía negó.
—Estoy bien, no es necesario.
—¿Por qué no te recuestas? Trata de descansar un poco —soltó su mano para ponerse de pie.
—No, no te vayas. Por favor —pidió sujetando su antebrazo para hacer que se sentara de nuevo junto a ella—. Kaedi, yo... lo lamento. Fui una idiota —hizo un enorme esfuerzo por controlarse pero el llanto salió de forma natural— no quería lastimarte, no sé por qué siempre termino haciendo cosas estúpidas...
Kaedi se acomodó a su lado aferrándola con fuerza y acariciando su cabeza con ternura en un intento por consolarla.
No podía enojarse con ella, sabía que Lía, aun estaba a mitad de su camino para sanar y le correspondía ayudarle. Ahora estaban juntas después de todo.
Sin embargo, había algo que su corazón simplemente no podía dejar de lado. No entendía cómo es que Lía tenía un don casi natural para romperle el corazón. Podía entender esa necesidad de auto sabotearse, estaba segura de que alguna vez había escuchado a Lucía hablar de un trastorno como ese. Pero no podía entender cómo es que seguiría junto a ella si las cosas continuaban así. Ahora mismo, por más que repasaba la razón de estar a su lado, nada era más fuerte que ese sentimiento de temor e incertidumbre en su corazón.
***
Cuando despertó, se percató de que un olor a mantequilla se extendía por toda la habitación. Miró la cama vacía. Seguramente Lía debía estar ya en el trabajo. Giró hacia el otro lado y observó el reloj, se había quedado dormida, Salvador estaría furioso al descubrir que no había abierto la librería. Miró su celular esperando encontrar algún mensaje del chico pero no fue así. Ni en ese momento ni después. Caminó a la cocina y descubrió que el olor venía de los waffles que Lía le había preparado junto a una nota: "Endúlzate el día. Besos".
Miró el reloj nuevamente, pasaban de las doce. Tomaría una ducha y quizá se iría a la librería un rato. Tomó su móvil para revisar su mail como cada mañana desde hacia meses, la carta de aceptación no había llegado. Se alegró. Esta vez no estaba tan segura de quererse ir.
Lía, por su parte, había dejado de darle vueltas a la historia de Kaedi, pero de pronto volvía a su mente como un enorme yunque que aplastaba su tranquilidad. En el fondo sabía que era una tontería, y que sus celos estaban tan fuera de lugar como ella misma. Debía considerar ir a terapia, lo pensó, después de algunos años. Era lo mejor. Estaba segura de que sería la mejor forma de ayudarse y ayudar a Kaedi, y quién sabe, quizá poder relacionarse con otros de una forma más sana. Sintió su móvil vibrando en su bolsillo. Era un mensaje de su chica.
Leyó aquel mensaje con incertidumbre ¿Había dicho "visitar a mi padre"? tiró su botella de agua en el cesto de la basura, dispuesta a contestar el mensaje con un rotundo no, una de las cosas que más le molestaba era que la incluyeran en planes sin consultárselo previamente. Se encontraba ensimismada en esos pensamientos, cuando escuchó una voz familiar que se dirigía a ella.
—Lía, ¿cómo has estado, cariño?
Guardó su teléfono y saludó a Sara con amabilidad. La mujer fue hasta ella para estrecharla y darle un beso en la mejilla. Se veía radiante. Llevaba una ligera capa de maquillaje y tenía un corte diferente, sin duda más jovial.
La acompañó hasta su consultorio mientras charlaban, Sara le pidió que entrara y le ofreció una taza de café. Lía negó, no era muy fan del café, Kaedí lo sabía, pero su madre no. Pensó que quizá sería grosero de su parte, pero Sara no lo tomó de esa forma. Abrió uno de los estantes de su escritorio y sacó un paquetito de té de doce flores.
—Comenzaron a ser mi terapia después del divorcio, son un sedante natural, pero sin un efecto secundario.
Lía sonrió. Recordaba que su abuela solía tomar esos tes cuando aun vivía en el fin del mundo junto a ella, como decía Fabian. La chica tomó la taza de té humeante y sorbió.
—Iremos a visitar al padre de Kaedi hoy. Acaba de avisarme, no sé cómo sentirme al respecto ya que...
—Me parece una excelente idea —interrumpió la mujer sonando un poco sorprendida e irónica—. Sin duda Rajid debe involucrarse más con su hija. Siempre se lo he dicho, pero es tan testarudo como ella.
Miró a la mujer, había dejado de lado el tema que competía y ahora solo parecía evocar los errores de su ex marido no solo como esposo sino también como padre. Quizá, como había dicho Kaedi, a su madre le costaba un poco dejar atrás la idea de que su padre tuviera otra vida, a lado de una mujer más joven.
—Como sea. Ella no me dijo nada, ¿qué se supone que haga? ¿Y si no le agrado?
—Cariño, a ese hombre no le agradan muchas cosas, pero ¿y qué?, el mundo no gira alrededor de él. Ve con Kaedi, estoy segura que es importante para ella tenerte ahí.
Lía suspiró. Ella también lo estaba pero, ¿qué había con lo que era importante para ella? Kaedi se había apresurado al invitarla a conocer a su padre, sin tomar en cuenta lo que eso significaba. No estaba lista para conocerlo. Lía solía sentirse cohibida con cualquier persona que tuviera la connotación de padre. Sentía que Kaedi la había dejado un poco de lado. Además no estaba muy segura respecto a su situación actual, sentía que una pequeña brecha había comenzado a abrirse en su naciente relación y temía que pudiera seguir su camino hasta convertirse en un profunda y lodosa zanja. No creía que fuera un buen momento para conocer al resto de su familia.
Miró su reloj. Casi era la hora de salir así que se despidió de Sara y fue a la entrada principal a checar su turno final.
Cuando salió del hospital, Kaedi ya estaba en la acera de enfrente, recargada sobre su auto, terminando un cigarrillo. Lía la observó, llevaba ese horrible suéter de rombos rojos y grises, había intentado ocultarlo en la lavandería pero sin duda era el favorito de la chica. Su rebelde cabellera caía más allá de sus hombros y esos gruesos lentes de pasta enmarcaban su afilada cara ¿qué había sido lo que le había atrapado de esa mujer? estaba segura de que iba más allá de lo físico. En algún momento pensó que quizá había sido la química sexual, pero se equivocaba, Kaedi era un espacio cálido. Era una novia en toda la extensión de la palabra, iba todos los días por ella hasta el hospital, hacían la cena juntas y finalmente dormían. Con Kaedi era fácil estar, el sexo estaba en segundo plano y siempre había espacio para ella misma. Pero Lía seguía siendo, en el fondo, el asustado pajarillo que quería volver a la jaula. Y esa tarde, le había dado el motivo perfecto para que sola, entrara en ella.
Kaedi se acercó, tomando su rostro con ambas manos para llevarla a sus labios y finalmente besarla. El sabor de la nicotina y el café en su boca contrastaba con el amargo sabor del té que acababa de beber en el consultorio de su ahora suegra. Ambas sonrieron, parecían felices de verse la una a la otra pero había una energía extraña en el aire.
Subieron a la Caribe y en el camino Lía estaba inquieta. No podía más. Aquella "invitación" repentina a casa de su padre era motivo suficiente para molestar a cualquiera... estaba cansada, había sido un turno de locos, solo quería llegar a casa y beber un copa de vino tinto.
—¿Sucede algo? estás muy callada.
Lía miraba pensativa por la ventanilla del automóvil. Suspiró. Era ahora o nunca.
—¿Por qué no me dijiste antes de la visita a casa de tu papá?
Kaedi enmudeció mirándola ocasionalmente. No entendía a qué se debía ese tono en Lía.
—Porque hablé con él apenas esta mañana, es cumpleaños de Karim y quiere que cenemos juntos.
—¿Le hablaste de mi?
—¿A papá? sí, le dije que llevaría a mi hermosa novia conmigo —sonrió al decir aquello acariciando con una mano la pierna de Lía.
El enojo comenzaba a convertirse en nerviosismo, y no había nada más inquietante que eso para ella. No podía creer que le costara tanto decirle las cosas a Kaedi. Con Nina habría sido diferente, se habrían gritado hasta el cansancio, o quizá con ella jamás se hubiera presentado aquella situación.
—¿Te molesta? —continuó al ver que Lía se quedaba callada.
—¿Y si no quiero ir contigo?
—Está bien —contestó con gran tranquilidad— no puedo obligarte a ir si no quieres. Te guardaré pastel —sonrió.
Llegaron al departamento y mientras Kaedi se cambiaba la ropa Lía la observaba como si esperara el momento de la confrontación. Pero Kaedi parecía tan normal, ni siquiera era como si estuviera sentida con ella por haberse negado a acompañarla. Era un poco frustrante, por un instante Lía llegó a pensar que era imposible que existiera alguien tan mesurada y paciente ¿por qué no insistía? ¿era quizá que no quería en realidad llevarla a conocer a su padre porque eso la comprometería más en su relación?
Las cosas habían cambiado de pronto, la película de la historia que ella misma había hilado tenía una trama alternativa, como ese gran libro que había leído que tenía el nombre de un juego infantil.
—Kaedi, ¿a ti te gustaría que fuera contigo?
Esperó que la chica se mostrara insistente, pero no fue así.
—Claro, pero descuida, quizá te parezca muy precipitado. Así que podemos hacerlo con calma, cuando te sientas lista podrás acompañarme.
Kaedi caminó hacia ella tomándola de la barbilla para depositar un beso en sus labios a lo cual Lía sonrió instintivamente. Era increíble, en realidad parecía que Kaedi no iba a molestarse en lo más mínimo. Aquello, irónicamente, fuera de hacerle sentir tranquila, lo empeoró. Ahora no podía dejar de pensar en lo mala novia que era el despreciar la invitación tan de repente. Ya no tenía duda, aquella chica de cabellos revoltosos se había convertido en su nueva debilidad.
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