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XXVI

A Lucía, que es polvo de estrellas.

Cuando llegó le llamó la atención encontrar sobre el asfalto lo que parecía ser un móvil hecho añicos. Miró hacía la ventana abierta del departamento y corrió hasta el segundo piso por las escaleras para llegar más rápido. Abrió la puerta y encontró a Lía sobre la alfombra ahogándose en una espesa saliva blanquecina.
—¡¿Qué hiciste?! —gritó, mientras intentaba llevarla en brazos hasta el elevador.
Finalmente pudo colocarla sobre su espalda con una fuerza que hasta ella misma desconocía. La subió de prisa a la Caribe y aceleró hacia el hospital. Intentó reanimarla, pero Lía perdió el conocimiento justo a la mitad del camino.
—¡No me hagas esto! —suplicó.
Acariciaba su rosto con una mano como para cerciorarse que aun respirara, con la otra, sujetaba el volante con fuerza. No podía dejar de sentirse culpable, había discutido con ella esa mañana. Odiaba pensar que aquello solo era efecto de todo eso, de las discusiones, su distanciamiento y la toxicidad de su relación desde el inicio. Su rostro cada vez estaba más y más frío. Se pasó un par de semáforos en rojo, pero nada iba a detenerla. 
Llegaron al hospital y de inmediato una camilla llegó por ella, la ingresaron. Preguntándole si era su familiar o si simplemente la conocía. Kaedi contestó un poco fuera de sí cuando sintió las manos de una enfermera sobre su pecho, para impedirle la entrada al área de reanimación. Se quedó de pie, observando la camilla que llevaba a Lía alejarse y perderse entre unas puertas de vaivén. Fue entonces que Kaedi escuchó una voz conocida.
—¿Qué sucedió, cariño? No me digas que es Nailea.
—Mamá... —se aferró a los brazos de su madre como cuando era pequeña. No sabía por dónde empezar, así que únicamente le dijo que había encontrado a Lía de esa forma en su departamento. 
Sara se llevó las manos a la cara sorprendida y después volvió sus brazos a su hija.
—Todo estará bien, mi amor. Yo misma veré cómo está.
La mujer se acercó a una de las enfermeras que acababan de salir de la sala donde habían ingresado a Lía. Kaedi cayó en cuenta de que lo mejor era avisarle a Nailea y a Lucía lo que estaba pasando. Cuando le dijo a su amiga esta llegó rápidamente, iba con Salvador.
—¡Kaedi! —gritó el chico al verla y la abrazó con fuerza—. Está bien, estamos aquí, está bien.
La chica comenzó a llorar entre los brazos de sus amigos mientras se aferraba al pecho de Salvador. Nailea estaba detrás acariciando su cabello y abrazándola.
Después de un rato un médico se acercó a ellos. Les dijo que por fortuna Lía ya estaba fuera de peligro y que no había daño alguno. Kaedi sintió que el aire volvía a su cuerpo. Se dejó caer sobre la silla mientras veía que su madre se acercaba.
—Ven, cariño.
La mujer la llevó por el pasillo de emergencias hasta que llegó a una habitación. Ahí estaba Lía que al mirarla volteó su rostro, como si estuviera avergonzada. Kaedi fue hasta ella y la aferró con fuerza. La besó con ternura en los labios una y otra vez.
—No vuelvas a hacer algo así, por favor, no vuelvas a hacerlo...
Lía se recostó sobre su pecho. Estaba desorientada y al mismo tiempo tan débil. Pero tener a Kaedi junto a ella la llenaba de una alegría inefable.
—Quiero volver a casa...por favor. Quiero volver contigo.
Kaedi sonrió. Y alzó su barbilla para que pudieran mirarse a los ojos.
—Saldrás en cualquier momento y prometo que volverás a casa.
—¿Contigo? ¿Volveré a estar contigo?
Kaedi la miró. No pudo evitar pensar en lo que Nina le acababa de decir esa misma tarde. Pero no podía simplemente negarse. No iba a alejarse de ella cuando más la necesitaba, no sería como Nina.
Se quedaron abrazadas hasta que los estragos del día las vencieron. 

***

Nailea y Salvador continuaban en la sala de espera. Lucía llegó poco después y cuando vio a los chicos fue hasta ellos para saludarlos. Ambos estaban asombrados de verla ahí, no tenían idea siquiera de que la chica había regresado de Barcelona. Mucho menos imaginaban que ahora, estaba al tanto de todo lo que había sucedido con su ex novia.
—¡No sabía que estabas aquí! — Gritó Nailea emocionada de verla.
—Llegué hace apenas dos días.
—Kaedi no nos dijo nada —dijo Salvador acercándose para abrazarla— que gusto tenerte de vuelta.
—Han sido dos días bastante... ¿emotivos? ¿sorpresivos? supongo que no le dio tiempo de anunciar mi regreso. Pero me da mucho gusto verlos.
—Es una pena que sea en una situación como esta.
Lucía pudo percibir algo de molestia en las palabras del chico. Y vio a la rubia que estaba junto a ellos darle un codazo a Salvador.
—Bueno, tengo que admitir que no era la bienvenida que esperaba pero, ¿qué se le va a hacer?
—¿No te sientes extraña en medio de esto?— preguntó Salvador con curiosidad. 
—¿Extraña? Define esa palabra, siento muchas cosas, pero ninguna extraña.
El chico hizo un mohín pensativo para intentar acomodar las palabras de forma correcta en su siguiente pregunta.
—Me refiero a que tú volviste, pensando encontrar a Kaedi tal como la dejaste pero al contrario de eso solo encontraste un caos, ¿cómo te sientes con eso?
Lucía suspiró y luego dirigió su mirada hacia Nailea que tenía una expresión algo culpable en sus ojos.
—Sabía que esto podía pasar. Era lógico que las cosas iban a cambiar. Jamás le dije que me esperara, pero una parte de mi no pensó que realmente fuera a suceder ¿me entiendes? supongo que yo misma alimenté esa ilusión egoísta.
—Ella te ama, Lucía —intervino la rubia— siempre lo ha hecho, a pesar de...todo lo que ha ocurrido con Lía.
—Ella ama el recuerdo de lo que teníamos, pero ahora su corazón es de alguien más. Yo misma vi ese dolor en sus ojos esta tarde cuando la dejó. No creo que mi partida la haya hecho sufrir de esa forma.
—Te equivocas —dijo de pronto Salvador— Kaedi sufrió por ti cada noche desde el día que te marchaste. No fue la misma desde entonces. Así que no te atrevas a decir que no sufrió por ti cuando yo mismo limpié sus lágrimas noche tras noche durante meses.
La chica miró fijamente a Salvador. Aquellas palabras se anidaban en lo más profundo de su pecho haciendo esa situación aun más difícil. Estaba por llorar pero en ese instante Kaedi volvió y al ver a Lucía fue hasta ella para abrazarla, la psicóloga la recibió con los brazos abiertos mientras acariciaba su cabeza con ternura.
—¿Está bien? —le preguntó. Kaedi asintió tratando de ocultar un poco su entusiasmo de forma instintiva—. Me alegro —sonrió sin dejar de acariciarla, todo aquello comenzaba a volverse más y más doloroso para ella.

Lía tendría que pasar la noche ahí y aunque Kaedi dijo que no era necesario, Lucía insistió en quedarse con ella. Salvador y Nailea se marcharon sabiendo que Lía mejoraría. Kaedi tuvo intención de preguntar cómo es que estaban juntos, pero decidió que no era momento.
—Cualquier cosa, llámame —dijo la chica despidiéndose con un beso de su amiga.
Fueron a la habitación de Lía que estaba durmiendo profundamente. Pasaba ya de media noche y ambas seguían despiertas, en medio de un silencio que parecía consumir todo el oxígeno en aquella habitación. 
—Descansa, no tiene caso que estés despierta. Mírala, está bien.
—Lo sé, pero no puedo dormir.
Lucía se quedó observándola fijamente, tenía tantas cosas que decirle después de lo que había escuchado de boca de Salvador pero no sabía si era el mejor momento.
—Sé que quieres decirme algo, —dijo de repente la chica, tomándola por sorpresa— te conozco demasiado bien. Mueves el pie derecho porque estás inquieta, algo te sucede.
Lucía sonrió. Suspiró e intentó buscar las palabras correctas para no sonar tan herida.
—Es sólo que quiero saber algo, quiero tenerlo en claro porque de esto depende que yo siga aquí o tome mañana el primer vuelo a Barcelona.
Kaedi la miró sorprendida.
—¿Volverás tan pronto? Pero dijiste...
—Dije muchas cosas —interrumpió— pero al volver aquí no encontré lo que esperaba. Me di cuenta de que no tenía más a mi novia, ya no hay nada más aquí para mi... No quiero que te sientas mal. Tuve mi culpa en esto. Supongo que lo mejor hubiera sido dejarnos desde el momento en que me fui...Lo que quiero saber es... —suspiró— si aun tengo una oportunidad. Quiero saber si puedo luchar de forma justa por lo nuestro o tú...te enamoraste de esta chica. Quiero que seas franca, Kaedi. Justo como siempre lo has sido ¿la amas? ¿Quieres estar con ella?
En la garganta de Kaedi un nudo comenzó a quemarle. Lucía, como siempre, estaba por sobre ella. La miró a los ojos, intentó mantenerse serena pero era imposible. Estaba por despedirse de quien alguna vez pensó sería el amor de su vida, de la persona que la había enseñado a amarse y amar por sobre todo prejuicio. Lucía le había salvado la vida, y ahora mismo sentía que se la quitaba. No era fácil despedirse, decirle que amaba a Lía y que ese era un adiós definitivo entonces. Pero no podía ser injusta, quizá había algo mejor para ella en esa vida y tenía simplemente que dejarla ir...
—Dímelo, Kaedi. Dime que no quieres que me vaya y no volveré. Me quedaré aquí y volveremos a ser lo de antes. Dime si esto es posible. Te lo suplico —Las últimas palabras salieron apenas como un suspiro seguidas de un par de lágrimas que le quemaban las mejillas.
Kaedi intentó aferrarla en un abrazo, pero la chica la hizo de lado, mirándola con ojos suplicantes a la espera de una respuesta.
—Lucía...yo, me enamoré de ella.
Supo entonces que aquello era el fin, el dolor que sentía por dentro era insoportable, pero no había remedio. No iba a seguir aferrándose a algo que ya no existía, no podía permitirse hacerse más daño. Sujetó una mano de Kaedi. Se la llevó a los labios y después besó su mejilla.
—Entonces no tengo razón para seguir aquí —dijo al tiempo que se ponía de pie, luego se inclinó para limpiar los ojos llorosos de la chica y besarle la frente mientras no dejaba de sollozar. Sintió sus brazos rodeándole la cintura presionando su rostro contra su vientre. Se apartó tiernamente y se inclinó para besar sus labios. Después de eso finalmente se marchó.
Kaedi se quedó mirando aquella puerta. En su interior había una débil voz gritándole que aquello era un error, que fuera tras ella, que no la dejara marcharse. Pero no pudo hacer nada más que quedarse ahí...
Un nuevo día comenzaba a asomar ya por la ventana. Los rayos del sol iluminaban todo en la habitación, pero en el corazón de Kaedi no había más luz, la última luciérnaga que moraba en su pecho finalmente se había marchado.

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