XXIV
Sabía que tenía que controlarse, las manos le temblaban y le costaba un poco respirar. Nina ya debía estar en el departamento, así que no podía darse el lujo de llegar a casa de esa forma. Subió y la encontró descansando en la sala.
—¿En dónde estabas? me preocupe al no encontrarte cuando volví.
—Fui a ver a Nailea —respondió, seguía de pie intentando controlar su respiración y mantener la calma.
—¿Y cómo sigue?
—Mejor —mintió
Nina continuó pendiente a su computadora mientras la observaba, ahí estaba como siempre, demasiado inmersa en sus propios problemas como para siquiera mirarla y darse cuenta de que llevaba los ojos hinchados. Se acercó lentamente y se puso frente a ella. Nina subió su mirada y la encontró con las mejillas rojizas y los ojos llorosos.
—¿Qué te pasó?
—Lo siento, Nina. Pero no puedo seguir así.
La rubia continuó observándola sin comprender que le quería decir en realidad.
—Estuve con Kaedi —confesó.
Nina la miró fijamente:
—¿Fuiste a verla? —preguntó con ingenuidad.
Lía negó, se llevó las manos al rostro para limpiar sus lágrimas y tomar el valor suficiente para decirle la verdad una vez por todas. Miró sus extrañados ojos azules, una vez más, le rompería el corazón.
—Me acosté con ella. Kaedi y yo estuvimos juntas, y me di cuenta de que no quiero perderla.
Nina se quedó mirándola fijamente. A Lía le pareció que temblaba cuando se puso de pie para caminar hacia la ventana.
—Confié en ti, por segunda vez... —susurró y mientras Lía intentaba llegar hasta ella con el corazón partido en pedazos le dio un empujón para apartarla—. ¡Fui una estúpida! ¡Ahora me doy cuenta que tu madre tenía razón! ¡Estás enferma! ¡Eres una perra egoísta!
Lía le soltó una bofetada. Estaba perdiendo el control y al ver su mano marcada en la mejilla de Nina supo que aquella acción no tenía perdón.
—Nina...
—¡NO! —gritó de pronto—. ¡Deja de comportarte como una niña! Pensé que tú y yo estábamos rotas. Que por eso éramos la una para la otra, pero lo cierto es que tú estás aún más rota de lo que imaginé.
Nina fue hasta la habitación, tomó un par de maletas guardando ropa al azar y fue hasta la puerta. Lía sintió que su corazón se aceleraba tanto que terminaría por reventarle el pecho, no quería que las cosas terminaran así pero sabía que no había mucho que pudiera hacer.
—¡No quiero seguir haciéndote daño! ¡Por eso es mejor que esto acabe y...!
—No puedes hacerme más daño, Lía —dijo aun en el umbral de la puerta—. Primero Fabián, ahora Kaedi. Me pregunto, ¿quién será el próximo? ¿con quién vas a herirla a ella?
Nina cerró la puerta con fuerza. A pesar de que intentó contenerse, se dio cuenta de que era inevitable. Sus ojos se llenaron de agua y le fue imposible poder ver su camino. Así que se detuvo, se derrumbó a mitad del pasillo, dejando salir todo el dolor que había en su corazón.
Todo había sido una terrible repetición, como vivir una asquerosa pesadilla. Aunque aquella vez no se había marchado, el dolor era similar...
...
Llegó hasta el departamento del chico, estaba buscando a Lía después de que ésta no volviera esa madrugada. Era una maldita costumbre con la que no podía lidiar.
La puerta del lugar estaba abierta así que entró.
—Malditos idiotas —musitó.
Entró despacio, encontró algunas prendas por el piso. Pudo reconocer que algunas de ellas eran de Lía, caminó hacia la habitación con un sentimiento agrio invadiendo su cuerpo. Se detuvo en el umbral del dormitorio: ahí estaba, sobre la espalda de una chica castaña que llevaba un corazón tatuado en la cadera, en el otro extremo estaba Fabián. Los tres desnudos entre sábanas y restos de botellas de vodka y tequila. Se acercó hasta ella, acarició su cabeza con ternura y Lía despertó al darse cuenta de quien se trataba. La observó como si se tratara de la misma muerte.
La rubia le hizo una señal para que guardara silencio y después le hizo un gesto con la mano indicándole que saliera con ella de la habitación. No quería despertar a los demás. Se vistió rápidamente, fue hasta la sala donde Nina continuaba recorriendo cada rincón con su mirada cuando la vio salir de la habitación con los ojos llenos de temor, se dirigió hacia ella para intentar abrazarla pero la detuvo:
—No intentes tocarme con tus asquerosas manos —le dijo sujetándola por los antebrazos—. ¿Por qué? —preguntó con los ojos rojizos y apenas un hilo de voz.
Lía no supo qué decir, ¿de qué forma podría justificarse? ya lo había visto con sus propios ojos. Ni siquiera sabía cómo había terminado en esa situación, lo último que recordaba era su discusión con la chica, había sido un pleito absurdo por las mismas tonterías sin importancia de siempre. Sin embargo, algo dentro de ella se preguntaba si de verdad aquel tema era tan insignificante como creía. Por supuesto que no lo es. Pensó. Ese sentimiento agobiante de desolación y tristeza la golpeó al recordar cada una de las crueles palabras de la rubia. Se quedó titubeando hasta que finalmente su boca pudo emitir palabras.
—Porque no puedo estar con alguien que piensa que no soy lo suficientemente buena como para amarme...
Nina la miró fijamente. Podía escuchar que su corazón se partía en mil partes como un pedazo de vidrio.
—¿Y por qué estás aquí? ¡Vuelve a acostarte con ellos! Si tan cansada estás de mi, déjame ir de una buena vez. No vuelvas siempre con tus ojos vehementes y me digas que no puedes vivir sin mí.
—Nina... —susurró, yendo hasta ella para sujetar su rostro intentando besarla pero la chica se resistía hasta que la empujó con fuerza.
Caminó hacia la puerta dando pasos agigantados para salir de ese lugar que comenzaba a asfixiarla.
—¡Sólo quiero que me ames! —gritó Lía desde un extremo de la habitación.
Nina se dio la media vuelta. Al verla, Lía supo que estaba llorando, su rostro blanco y rubio se había puesto rojo y sus ojos también.
—Vine hasta aquí a buscarte. Estoy frente a todo esto que me destruye y me grita que eres lo peor que me ha pasado ¿y aun así te atreves a decirme eso?
Nina azotó la puerta. Caminó por el largo corredor hasta llegar a las escaleras, se detuvo en un escalón. Sentía que el aire se le escapaba de los pulmones. Se dejó caer agotada, mientras una mujer con su pequeño hijo se acercaba hasta ella.
—Señorita, ¿se encuentra usted bien?
Nina asintió fingiendo recuperarse, se puso de pie y continuó con su camino hasta llegar a su auto, subió en el vehículo acelerando con rapidez por las calles esperando que todos los semáforos estuvieran en rojo.
...
Se sirvió una taza de té, la bebió despacio mientras cerraba los ojos e intentaba concentrarse en otra cosa y no en esos pensamientos terribles que le venían a la mente. De repente, volteó a ver las paredes de ese departamento que eran tan blancas como las nubes. Presionó la taza caliente del té contra su pecho y cerró los ojos con fuerza para luego abrirlos. No estaba más ahí, sino en una habitación de hospital que le era tan familiar que comenzó a temblar. No podía entender qué estaba pasando hasta que una enfermera llegó con una charola de comida.
—¿Hoy si vas a comer? No quiero batallar contigo, niña.
Lía negó, se llevó las manos a la cabeza como intentando despertar pero parecía imposible ¿en verdad estaba ahí? La respiración se le entrecortó cuando vio entrar a uno de los enfermeros a la habitación.
—Ya sabes lo que le pasa a las niñas que no quieren comer —dijo el sujeto con una sonrisa maldita en sus labios secos.
Lía tomó la bandeja y comenzó a comer aquella masa pastosa y olorosa. La enfermera se había marchado conforme, con una sonrisa satisfactoria y ocultamente buena en su rostro. El sujeto estaba ahí mirando a Lía mientras se acercaba a ella cada vez más.
—¿Ves que linda eres obedeciendo? Tienes que seguir así y seré yo quien te saque de este maldito infierno —susurró acercando su boca a la oreja de la chica que ahora temblaba al sentir el fétido aliento en su cuello—. ¿Quieres salir? Yo te voy a ayudar, sólo tienes que seguir obedeciendo ¿vas a obedecer?
Lía se puso de pie, intentó salir corriendo pero el sujeto logró atraparla por los cabellos hasta azotarla en la cama con fuerza. Se subió encima de ella mientras trataba de detener sus brazos, finalmente le propinó un golpe en el estómago que le dejó sin aliento dándole tiempo al hombre para cerrar la puerta. Lo miró, el enfermero se quitó lentamente el cinturón y comenzó a caminar hacia ella...
Despertó de golpe. Un aullido se había escapado de su garganta, continuaba llorando sin poder contenerse. Gritaba, era como si alguien estuviera clavándole un cuchillo en la espalda mientras se hacía tan pequeñita como hubiera deseado ser en aquel momento. Tomó su celular y marcó el número de Kaedi.
—¿Diga? —escuchó la voz de Lucía—. Lía, sé que eres tú. Ya oíste a Kaedi, no quiere verte más. Deja de molestarla.
Colgó. Lanzó con fuerza el móvil por la ventana y el aparato se desplomó en el asfalto como si fuera un pedazo de cerámica. Caminó rápidamente hacia el baño y después de lavarse la cara se miró al espejo. Recorrió su rostro, y se dio cuenta de que no podía sentir nada, ni siquiera su propia respiración. Abrió el botiquín y comenzó a tomar las pastillas que había dentro, algunos analgésicos, antibióticos, jarabes para la tos.
Los tomó todos y cada uno de ellos hasta dejar los frascos limpios. Salió del baño sintiendo que todo a su alrededor giraba. Hacía tiempo que una crisis como aquella no llegaba. Pensó en su madre, no iba a volverla a ver, tampoco a Joaquín. Ni a Kaedi...
—Kaedi... —susurró, alzando la mano a la ventana en donde había arrojado el móvil que ahora estaba hecho añicos.
Se dejó caer en medio de la habitación. Todo pasaba como una vieja película en blanco y negro. El aire se iba lentamente hasta que los ojos comenzaron a cerrársele...Lo último que escuchó fue el sonido de la puerta al abrirse.
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