XXI
El enorme jardín frontal hacía parecer a esa gran casa un castillo. Era de doble piso y de color ladrillo con el techo blanco. Bastante rústica su fachada y su interior también. Estaban en el porche, listas para tocar a la puerta cuando una mujer mayor abrió de pronto.
—¿Nani? —preguntó Lía al verla.
La mujer apenas si la reconoció, pero después de un rato fue hasta ella para abrazarla y darle un beso.
—¿Lía? ¿Eres tú? —preguntó la anciana que hablaba como si las palabras se le quedaran atoradas en la boca.
Lía le sonrió. Tomó sus manos y se las llevó a los labios.
—Soy yo —dijo y mirando a su abuela sonreír aun más—. Y ella es Kaedi, nani. Es mi novia.
La mujer hizo una expresión de terror y se dirigió hacía la chica como si secreteara.
—Ten mucho cuidado —le susurró—. A ella no le gustan estas cosas...
Kaedi la observó algo inquieta por la repentina reacción. Era claro que se refería a la madre de Lía.
—Estaré bien, señora. No se preocupe.
—No, sí me preocupo —le dijo tomando su rostro entre sus manos—. Es capaz de todo, ¿ya no te acuerdas, Lía? De lo que fue capaz de hacerte.
Lía miró a Kaedi y después dirigió a la anciana hacia ella.
—Yo soy Lía, nani. Tranquila. Entremos.
Era claro que la abuela de Lía parecía extraña, estaba senil y a veces confundía la realidad o evocaba situaciones del pasado con las del presente. Hacía tres años que aquello había empezado, pero ahora era tan grave que daba lástima ver a la pobre mujer ir de aquí para allá por la casa charlando con el viento o los muebles.
—Espérame aquí —le pidió mientras subía al segundo piso, rumbo a la habitación de su madre. Tocó la puerta un par de veces, el tocadiscos sonaba, así que supuso que no la escucharía.
—Pasa, Lía —dijo la mujer mientras terminaba de fumar un cigarrillo—. No imaginé que vendrías a esta casa. Tu presencia en ella me parece extraña.
—Sólo vine de paso, hoy regreso a casa —respondió tranquilamente.
Miró a su delgada madre, ahora entendía porque ese semblante tan diferente. Aun así, era guapa, llevaba sujeto su cabello por una cola de caballo y usaba una bata color melocotón luciendo unas manos impecables y tersas.
—Viniste porque Joaquín te dijo que me iba a morir.
Lía sintió que un hueco se le hacía en el estómago. Observó a su madre mientras esta iba lentamente hasta su tocador para ponerse algo de polvo en la cara.
—No tienes que tenerme lástima. Supongo que es algo que siempre deseaste.
—¡No digas tonterías! —gritó, provocando que la mujer se pusiera de pie y la mirara fijamente—. Jamás deseé tu muerte, ni siquiera estando en ese lugar. No soy como tú.
La mujer caminó hacía ella rápidamente para estar cara a cara. Tenía los ojos cristalinos, como si quisiera llorar pero no tuviera el valor de hacerlo. Sabía que llorar era darle la razón a su hija después de todo. Y era algo que jamás iba a hacer.
—¿Por qué tuviste que ser así? siempre me pregunté si Dios me estaba castigando por haber sido mala con tu padre...
—Quizá te estaba dando una misión, madre, y no la cumpliste con éxito.
La mujer comenzó a llorar, se llevó las manos al rostro y Lía sentía que el cuerpo le temblaba sin parar. Muchas cosas pasaban por su cabeza, pero la más sensata de todas era dar media vuelta y alejarse definitivamente de aquella mujer y de lo que representaba.
—¡No sabes todo lo que he sufrido, pidiéndole a Dios que te volviera a la normalidad! Eras mi pequeña... —La mujer hizo un movimiento con sus manos, como si meciera a un bebé—. Cuando te vi por primera vez sentí que no había mayor felicidad. Tú y tu hermano fueron todo lo que quise. Él se convirtió en el hombre que yo esperaba, uno justo, bondadoso y cariñoso. Pero tú...tú no eres ni la mitad de lo que es él... ¿en qué fallé?
Kaedi y la abuela se encontraban en la sala después de que Lía había subido a la habitación de su madre. Desde ahí podía escucharse todo. La abuela se mecía de un lado a otro, golpeando algunas cosas, hablando para si misma mientras susurraba el nombre de su hija
—Victoria, no debiste...no debiste ser tan dura con ella... ¡Joaquín! ¿Dónde está ese niño travieso, Lía?... Cariño, ven acá, mi pequeña ave cantora, cántame una canción.
La chica observaba a la mujer cuando de repente Joaquín entró a la casa. Se veía preocupado y en cuanto vio que ella y la abuela estaban en la sala subió a la habitación, esperando que su madre y su hermana no hubieran terminado por matarse.
Se acercó a la puerta y escuchó a su madre decir aquello: "Él se convirtió en el hombre que yo esperaba, uno justo, bondadoso y cariñoso. Pero tú...tú no eres ni la mitad de lo que es él... ¿en qué fallé?".
—¡Basta, mamá! ¡No voy a permitir que vuelvas a decir eso!
Victoria volteó asustada mirando a su hijo que tenía los ojos llorosos y parecía realmente molesto.
—¡No, cariño! ¡Tú eres perfecto, eres mi hijo...!
—¡Ella también es tu hija! ¡Y no hay nada de malo en ella, madre! Supéralo de una maldita vez.
La mujer hizo una cruz en su pecho, mientras aferraba con su otra mano la solapa del saco de su hijo. Aquello era un verdadero espectáculo del cual Lía se arrepintió haber sido partícipe.
—Basta Joaquín, deja que diga lo que quiera. No me interesa si se muere hoy mismo, ella no es mi madre.
—Lía... —continuó Joaquín sollozando—. ¡Carajo!... es nuestra madre. Está enferma ¿no te das cuenta?
—Siempre me di cuenta de ello. Eres tú quien vivió engañado todo este tiempo, Joaquín.
El joven se le quedó viendo. Era Lía quien ahora dejaba salir las lágrimas de sus ojos.
—Ella les mintió, a ti y a papá. Jamás fui a un internado de monjas, ella me llevó a un hospital que iba a curar mi "perversión". Me humillaron, me golpearon y me violaron las veces que quisieron. Todo era parte del "tratamiento"...Y no hizo nada, Joaquín, ¡nada a pesar de que le supliqué que me sacara de ahí!
Joaquín tenía los ojos muy abiertos, todo lo que escuchaba de boca de Lía le taladraba la cabeza. No podía creerlo. Miró a su madre que comenzaba a llorar, y se llevaba las manos a la cara tratando de ocultar su vergüenza y dolor. Pero el chico la tomó de las manos descubriendo ese rostro que ahora ni él mismo reconocía.
—Mamá, ¿es verdad que eso pasó? ¿la llevaste a ese lugar? ¿sabías lo que le estaban haciendo y no hiciste nada? ¡mamá! ¡contéstame!
Kaedi estaba detrás de la puerta, sentía un nudo en la garganta al haber escuchado aquello. Lía lo había omitido cuando le contó lo que había sufrido en ese hospital. Estaba tan devastada como Joaquín. Y al estar ahí oculta se sentía impotente.
Victoria negó, mientras lloraba con profundo dolor y Joaquín la llevaba sujeta por las muñecas.
—No sabía que eso pasaría. Sólo dijeron que sería algo intensivo.
—No puedo creerlo... —Se alejó de ella, mientras ésta intentó buscar los brazos de su hijo otra vez—. No, aléjate, no puedo creer que hayas sido capaz de esto... ¿Te das cuenta del dolor que Lía ha guardado en su corazón todo este tiempo? Hermana...
Joaquín fue hasta ella, la aferró con fuerza mientras se desvanecía entre sus brazos hasta caer al piso ambos.
—Perdóname, hermanita, perdóname. No sabía, perdóname...
El llanto de Joaquín era desgarrador. Kaedi supo que tenía que hacer algo, las cosas estaban poniéndose terribles.
En ese momento, Victoria comenzó a perder el sentido, Kaedi apenas si pudo entrar a tiempo y sostenerla para que no se cayera completamente al piso cuando se desvaneció. Tanto Joaquín como Lía corrieron asustados para ver que tenía su madre.
—¡Llama a una ambulancia, Lía! ¡Rápido! —ordenó la chica sosteniendo a la mujer.
Cuando la ambulancia llegó subieron a Victoria en ella y la llevaron al hospital. Lía y Joaquín fueron con su madre mientras Melisa, que acababa de llegar, se quedó con la abuela y con Kaedi.
Las cosas en casa estaban tensas, Kaedi estaba intranquila, sólo podía pensar en estar junto a Lía tal y como se lo había prometido. Melisa la observó, se acercó a ella y le tomó la mano.
—Te llevaré al hospital. Así me mantendrás informada de todo ¿de acuerdo?
Kaedi aceptó mirándola con agradecimiento. Ellas dos y la abuela subieron al automóvil y fueron directo al hospital al que habían llevado a la madre de Joaquín y Lía. Al llegar de inmediato pidió informes sobre la ubicación de la mujer.
—La doctora se encuentra en terapia intensiva. Sufrió un infarto.
¿Doctora? pensó. No tenía ni idea de que la madre de Lía era doctora y estaba sorprendida.
Llegó a la sala en donde Lía y Joaquín esperaban y en cuanto Lía la vio corrió hacia ella para abrazarla.
—Estás aquí...por un momento, creí que te habías ido.
—Jamás —aseguró sin dejar de aferrarla con fuerza—. Te dije que estaría contigo.
También abrazó a Joaquín dándole un beso en la mejilla. El chico estaba agradecido de que estuviera ahí para apoyar a su hermana.
—Eres perfecta para mi hermana, ¿lo sabes?
Se quedaron durante un rato en la sala hasta que un médico les dijo que su madre estaba fuera de peligro pero que aquel infarto había empeorado la situación.
—Tendrá que estar muy tranquila y deben vigilarla en todo momento —dijo el médico—. Pasará la noche aquí, pero pueden entrar a verla si así lo desean.
Lía tomó su bolso y aferró su mano al brazo de Kaedi.
—¿Qué haces? —preguntó confundida la chica de cabello rizo.
—No veré a mamá, por mi culpa está aquí. No quiero hacerle más daño.
Joaquín miró a su hermana, se acercó hasta ella y le besó la frente.
—Iré yo, veré como está y te enviaré noticias. Si tienen que irse no hay problema, su autobús debió haber salido hace horas.
—Lía, es tu madre, debes quedarte —insistió Kaedi—. Escúchame, sé que lo que te hizo no tiene perdón, y no hay forma de solucionar el pasado. Pero lo que hagas tú a partir de ahora sí lo tiene. Perdonar te va a ayudar no sólo a mejorar la relación con tu familia, sino contigo misma.
Lía comenzó a llorar, aquellas palabras le dolían en lo más profundo de su ser. Tenía razón, a esas alturas de la vida ya nada de eso importaba, porque no quería que su madre muriera sin que las cosas se solucionaran de una vez por todas.
—No quiero hacerle más daño, Kaedi...
—Sólo despídete de ella, volveremos —dijo la chica esbozando una sonrisa que tranquilizó a Lía.
Joaquín y Lía entraron a ver a su madre. La mujer seguía dormida, estaba conectada a un respirador y cuando abrió los ojos intentó hablar, pero fue Joaquín quien le dijo que se tranquilizara mientras acariciaba su mano.
—Aquí estamos, mamá. Vas a estar bien, tranquila.
Su respiración se estabilizó. Lía no podía creer que su madre estuviera en esa camilla. La había visto tantas veces ser ella la que se encargaba de atender a esas pobres personas, con pacientes en la sala de cirugía o quirófanos, pero jamás pensó verla en algo similar.
La mujer extendió su mano para que Lía la sujetara. La chica no supo cómo reaccionar, hacía años que tocar o ser tocada por su madre era un recuerdo lejano. Titubeó un poco hasta que Joaquín la animó.
—Vamos, le da fuerza. Créeme.
Lía sostuvo la mano de su madre y ésta respiró aún más tranquila. Cerró los ojos y por un instante fue como si sonriera. Habían pasado un par de horas y eran más de las doce de la noche. Joaquín estaba dormido a un lado de ellas, apoyado en la cama. Lía se puso de pie tomando su bolso cuando se percató de que su madre la miraba. Sabía que quería decirle tantas cosas porque podía interpretar su mirada impotente bajo esa máscara de oxígeno.
—Tranquila, mamá. No te esfuerces demasiado.
La mujer no dejaba de mirarla con los ojos fijos y grandes como dos lunas nuevas.
—Me iré pronto. Debo volver a mi trabajo y a la universidad...
—¿Trabajas en un hospital? —preguntó la mujer con un hilo de voz.
Lía sonrió.
—Sí, empecé a hace unos meses. Las cosas van bien.
—Me alegro...
Lía se inclinó hacia ella para despedirse.
—Nos vemos. Por favor, cuídate mucho.
Acarició su mano con ternura, e impulsada por un cariño que creía inexistente besó su frente con dulzura. Intentó ocultar su llanto pero al ver que era mutó sonrió.
Joaquín despertó. Descubrió a Lía poniéndose de pie y tomar su bolso.
—Tenemos que volver, trabajo por la mañana —se dirigió a su hermano acariciando su cabello.
—Lía, llama al hospital. Si les explicas seguro te darán el día.
La chica suspiró.
—Está bien, mamá está bien. Volveré pronto, lo prometo. Además, Kaedi también necesita volver.
Joaquín entendió. Aceptó aquello y se acercó a su hermana para abrazarla y despedirse de ella. Le dio un beso en la mejilla y le deseó un buen viaje.
Salió y encontró en la sala de espera a su acompañante. Melisa llegó antes de que tomaran un taxi con destino a casa y las llevó por su cuenta a recoger su equipaje. Subieron a la habitación, la cama estaba deshecha así que Kaedi la tendió tranquilamente para dejar ordenado el lugar.
—Eres tan pulcra. No sabes cómo me encanta eso.
La chica sonrió.
—Esta cama merece todo mi respeto. Guarda algo hermoso en ella...
—¿Ah, sí? —preguntó acercándose.
—Sí. Te guarda a ti, y a lo que fuimos durante un momento.
—¿Y qué fuimos?
—Dos personas, que en algún momento llegaron a ser una.
Lía se acercó hasta ella, tuvo que ponerse de puntitas para poder llegar a su boca y darle un buen beso. Era increíble todo lo que a esas alturas aquella chica de anteojos graciosos era capaz de provocar en ella con solo palabras. Quería aferrarse a ese sentimiento todo el tiempo que fuera posible pero aquel fin de semana idílico estaba por terminar.
—Vámonos, Melisa nos está esperando.
Bajaron y la chica las llevó hasta la salida de autobuses. Esperaron durante un buen rato hasta que finalmente su autobús llegó. Pasaban de las doce de la noche, llegarían por la madrugada.
Apenas se subieron al autobús, Lía se quedó profundamente dormida mientras Kaedi la acercaba a su pecho. Se alejaban rápidamente de esa ciudad y todo lo que representaba para Lía que ahora parecía descansar más plácida. Kaedi miró por la ventana, había una luna hermosa y brillante como la del día de la boda. Sintió que algo le oprimía el corazón mientras en su mente, volvía a repasar el poema que había recitado aquella noche.
—Huye luna, luna, luna... —susurró, mientras acariciaba el rostro de Lía con suavidad.
***
No supo cuando se quedó dormida, pero fueron las vibraciones del móvil de Lía las que le despertaron. Pensó que quizá era Joaquín, quien estaba llamándoles para saber si ya habían llegado a casa con bien.
—Alguien está llamando.
Lía se despertó de pronto para tomar su teléfono, era Nina. Por un momento se había olvidado de ella y de que le había prometido que volvería esa misma tarde. Kaedi pudo percatarse de que se trataba de ella por más que Lía hizo lo posible para esconderla, quién más iba a molestar a esa hora sino ella.
—Hola...sí, lo siento, tuve un problema estoy en camino... ¿qué? claro que no. Mamá está en el hospital fue por eso que perdí el autobús... —Lía suspiró se acomodó en su asiento mientras tallaba sus ojos. Parecía fastidiada—. Sí, sé que dije que llegaría a esa hora pero no podía simplemente irme, Nina...de acuerdo, te veré más tarde...
—¿Todo en orden? —intervino percatándose de su expresión.
Lía asintió. No quería tener que hablar de Nina en ese momento, lo único que quería era dormir y descansar un poco antes de volver al trabajo. Estaba agotada.
En ese instante el móvil de Kaedi sonó también era Lucía quien llamaba. Se quedó mirando la pantalla sin saber si responder o no. Realmente no tenía ánimos para hablar con ella y menos delante de Lía que seguro haría un drama.
—¿No vas a contestar? debe ser importante para que llame a esta hora.
Kaedi contestó, aunque un poco nerviosa por lo que Lucía pudiera decir. Lía tenía suficiente con lo que había pasado como para que un problema entre ellas la colmara.
—Hola... —contestó con un tono tranquilo y amigable—. No, nada de eso. Estoy en un autobús de regreso a casa en realidad...surgió un contratiempo y nos fue imposible regresar antes...si, ¿No tienes clases?... ¿de verdad? que bien... ¿Ah sí? ¿Y de qué se trata?
Lía se percató de que Kaedi ahora sonreía, pero luego su expresión cambió sutilmente.
—¿Hablas en serio?... ¡No! no seas tonta, eso es grandioso, de verdad, simplemente me tomó por sorpresa...de acuerdo...te llamaré cuando llegue a casa...también yo...
—"¿También yo?" —repitió, mientras alzaba una ceja y la miraba furiosa.
La chica se echó a reír.
—Vuelve a dormir, señorita celópata.
—¿La quieres? —parecía aún más seria. Miró fijamente a Kaedi esperando aquella respuesta con ansias.
Suspiró. No iba a mentirle a Lía en eso:
—Por supuesto que la quiero, es mi ex novia. Fue mucho tiempo el que estuvimos juntas.
Lía no podía evitarlo, escuchar eso le rompía el corazón y no podía simplemente dejarlo de lado. Se dio la media vuelta para voltear a la ventana haciendo un berrinche de niña como siempre.
—Pero lo que siento por ella —continuó, mientras buscaba los ojos de Lía— no afecta lo que siento por ti, porque eres tú con quien comparto mi tiempo ahora.
Insistió en que Lía volteara a verla, sostuvo su pequeña barbilla y la miró con mucha fijeza mientras acariciaba sus labios.
—¿Y qué sientes por mí? —preguntó Lía sin dejar de mirarla.
Kaedi tomó su mano y la llevó directo a su pecho. Pudo sentir su corazón latiendo con fuerza, acelerándose cada vez más, hasta que sus bocas se encontraron.
***
Al llegar a la ciudad, Salvador ya las estaba esperando. Hacía un poco de calor en la costa, a diferencia de donde venían. Salvador fue hasta ellas para ayudarles con su equipaje.
—¿Y qué dice el fin del mundo? —preguntó el chico algo divertido a pesar de que pasaban de las seis de la mañana.
—Bastante hermoso la verdad —contestó Kaedi—. Deberíamos planear un viaje, estoy segura de que te gustaría.
—Yo encantado de ir con ustedes, preciosas.
Subieron las cosas a la Caribe de Kaedi y llevaron a Lía a su departamento. La chica se volvió a quedar dormida en el camino, así que cuando llegaron Kaedi la despertó.
—Lía, despierta. Estás en casa.
La chica abrió los ojos, vio a Kaedi y luego a Salvador. Miró su teléfono y faltaban quince para las siete. En una hora Nina tendría que ir a la universidad y ella al hospital.
Aquel viaje mágico había terminado y no de la mejor forma. Lía aferró su cuerpo a Kaedi dándole un apasionado beso que incluso provocó que Salvador mirara hacia otro lado.
—Te llamaré más tarde —prometió.
—De acuerdo —contestó Kaedi esbozando una sonrisa—. Gracias por llevarme contigo, fue una increíble aventura.
Se abrazaron nuevamente, se despidió de Salvador y salió del automóvil con su maleta en la espalda.
Kaedi tuvo un presentimiento, había algo extraño en el aire que no la dejaba tranquila. Culpó al golpe de realidad que se presentaba, ahora todo volvía a ser como antes. Lía tenía novia, ella aun estaba con Lucía y las cosas volverían a ser difíciles para ambas. Más aún después de lo que habían pasado juntas.
Kaedi se pasó al asiento del copiloto con Salvador que al ver su rostro preocupado, extendió uno de sus brazos para acurrucar a su amiga a su costado dándole un beso en la frente.
—No te preocupes, estará bien —dijo el chico.
Pero Kaedi no estaba segura de lo que sucedería con Lía. Las cosas se volvían tan impredecibles como el curso de las olas del mar, no estaba segura de qué era lo que les esperaba ahora.
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