XX
"¿Recuerdas
cómo se llenó el mundo de poesía
cuando hicimos el amor?
Parecía
que en vez de besarte
te escribía versos en la boca."
E. Sastre
Al llegar a la casa abrieron una botella de champagne que encontraron en la cocina. Fue Kaedi quien comenzó a besar a Lía mientras ésta intentaba despojarse de su vestido con dificultad. Rieron a carcajadas subiendo las escaleras torpemente tirando todo a su paso, tropezando con sus propios vestidos y zapatos.
—Malditos zapatos, me estaban matando —dijo con gracia haciendo reír aun más a Lía.
Kaedi la arrojó en la cama y comenzó a hacerle cosquillas sin parar hasta que la tuvo cerca y pudo respirar su acelerado aliento. Esta vez nadie iba a tocar la puerta, nada iba a pasar porque Nina no estaba, tampoco Nailea y mucho menos Lucía. Eran sólo ellas, ellas dos en una habitación, con una botella de champagne y todo el candor de un deseo que llevaban consigo desde hacía meses.
Kaedi quitó lentamente el sostén de Lía rozando sus labios entre sus pechos. Cuando la chica sintió el contacto de la lengua de su compañera en su piel se erizó. Aferró sus manos a la melena rizada de Kaedi, mientras acariciaba sus suaves piernas. Lía intentó tomar el control como era habitual, pero Kaedi se negó.
—No, seré yo quien se encargue... —Se quitó el vestido para quedar únicamente en ropa interior. Llevaba un simpático bóxer que contrastaba con la feminidad de su atuendo anterior, descubrió sus pechos y de inmediato Lía los tomó entre sus manos. Eran delicados, pequeños, pero firmes y abultados. Era extraño tocar un cuerpo diferente después de tanto tiempo, pero era esa misma extrañes la que se encargaba de avivar el fuego de ese encuentro.
Comenzaron a besarse hasta el cansancio, hasta que los labios comenzaron a hinchárseles y sus cuerpos se hacían uno. Kaedi la desnudó por completo, y cuando la tuvo tal y como la quería comenzó a hacerle el amor.
Lía sintió los dedos de Kaedi deslizarse por todo su cuerpo, hasta llegar justo al lugar exacto en donde su respiración comenzaba a entrecortarse. Se aferró a la espalda de la chica, mientras ésta no se detenía. Podía sentir que perdía la cabeza, que el corazón se le aceleraba tanto que comenzaba a sentirlo en la garganta, presionando su cuello mientras Kaedi terminaba por sofocarle en cada beso que le entregaba. Para Lía fue suficiente, cuando la lengua de la chica comenzó a buscar el punto exacto de su palpitación.
—Kaedi...Kaedi —repitió en una especie de susurro.
La chica levantó la mirada y vio que el cuello de Lía estaba rojo y una vena se marcaba en él.
—No puedo más, no puedo...
Kaedi la miró a los ojos, dándole un tierno beso en la mejilla.
—Entonces pongámosle un hermoso fin a este poema.
Lía sintió que su vientre se contraía mientras Kaedi insistía entre sus piernas con suavidad. Aferró su mano al cabello de la chica con fuerza y comenzó a sentir que el cuerpo se le estremecía y un grito ahogado se escapaba de su garganta, como el grito de una fiera en la penumbra.
Cerró los ojos, estaba agotada y no podía creer que aquello acabara de pasar. Miró a Kaedi que respiraba como un león herido a su lado. Fue hasta ella, la besó y comenzó a tocarla mientras se estremecía, bajando sus manos lentamente hasta su entrepierna. Lista para colocar la estrofa final.
***
Por la mañana, Kaedi fue la primera en despertar, miró a la chica que estaba a su lado. Un sentimiento melancólico y al mismo tiempo alegre se apoderó de ella. Estaba feliz de que estuviera ahí a su lado, pero aun sentía un poco de temor de que Lía descubriera la verdad con relación a Lucía y a lo que había acordado con Nailea antes de conocerla. No sabía cómo lo tomaría. Con lo poco que la conocía era claro que no de la mejor manera.
Lía despertó al sentir aquellos ojos castaños que la observaban. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro.
—Sigues aquí... —dijo la chica sonriente.
—Aún... ¿quieres que me vaya?
—¡Claro que no! —contestó Lía mientras la besaba y se acurrucaba junto a ella.
A su mente volvió todo lo que había pasado la noche anterior. Sintió un hueco en la boca del estómago y por un instante sus mejillas se sonrojaron. Miró fijamente a Kaedi, dibujando con la yema de sus dedos el contorno de su rostro, un rostro que ahora era tan familiar para ella como el calor que las envolvía en ese momento. Jamás imaginó que las cosas llegarían hasta ese punto; ni en un millón de años lo habría imaginado, cuando la vio por primera vez en aquella fiesta, que meses después compartiría una pequeña cama con ella en esa ciudad recóndita. Tampoco podía imaginar que la presencia de la chica de los cabellos revoltosos se convertiría en algo tan real.
De pronto, algo inesperado pasó. Se puso de pie rápidamente y corrió hasta el baño. Había llegado como un relámpago el recuerdo de Nina, los gestos de la rubia estaban inmersos en su mente. Su voz, podía escuchar su insoportable voz aguda detrás de su espalda, insultándola, maldiciéndola por haberle hecho lo que le hizo. Era un tontería pensar en eso, pero la mente y la conciencia estaban haciéndole una mala jugada. Miró su teléfono, quería hablarle. Solo para cerciorarse de que en verdad no supiera lo que estaba haciendo, pero era imposible ¿por qué sabría? ¿quién podría decirle? sintió que el aire le faltaba y un mareo comenzaba a llenar su cabeza así que abrió la llave del lavado y se echó un poco de agua. En ese instante escuchó que que alguien tocaba a la puerta. Sabía que tenía que volver a actuar con normalidad, pero no estaba segura de poder lograrlo. Abrió y encontró a la chica con su alborotada cabellera de pie frente a ella, mirándola con curiosidad. Llevaba una blusa de tirantes que dejaba ver su hermoso tatuaje en el hombro, y su sonrisa resplandeciente hacía que el corazón le latiera con prisa. Aquello no era cosa de una noche, estaba ahí frente a ella. Y a juzgar por lo que habían dicho y hecho la noche anterior, sin duda estaba dispuesta a quedarse a su lado. Era cursimente aterrador.
—¿Estás bien? Te levantaste de pronto...¿te sientes enferma?
Lía sonrió, era imposible retractarse a esas alturas, era sencillamente imposible no enamorarse de Kaedi. Descubrió en ella una mirada que hasta el momento no había conocido, una mirada divertida y traviesa. Le sonrió ligeramente y envolvió sus brazos alrededor de su cuello para besarla con pasión, pudo sentir aquellas manos deslizando escurridizas hasta su vientre, mientras volvían a enredarse en un atmósfera como la de la noche anterior.
—Dame un respiro —dijo Lía sintiendo las caricias de la chica—. Estoy un poco agotada, quizá debamos comer algo antes.
Kaedi aceptó aquello con un nuevo gesto pueril. Sin duda ella también estaba hambrienta y un poco agotada. Se vistieron y bajaron a la cocina. Había una nota de Joaquín y Melisa en donde les decían que el desayuno estaba en el refrigerador listo para servirse.
Lía abrió el contenedor y encontró algo del pato a la orange que habían dado en la cena. Kaedi lo miró sin mucho entusiasmo mientras le proponía a Lía salir a buscar algo de comer fuera. Aceptó.
Tomaron el automóvil de Melisa y fueron a la ciudad. Lía conducía mientras Kaedi jugaba con la radio sin poder sintonizar una estación que valiera la pena.
—¿Qué es esta basura? Pareciera un radio de bulbos.
—Lo siento, señorita "civilizada" es todo el radio que encontrará por aquí.
—No lo digo por eso, algo de Louis Armstrong no estaría nada mal.
Llegaron a una cafetería a la que el padre de Lía solía llevarlos a ella y a su hermano a almorzar cuando era su día de visita. En cuanto entraron los ojos se posaron en ellas. Aquel lugar había dejado de ser familiar para convertirse en una especie de taberna.
—No me gusta mucho este sitio, Lía —dijo acercándose a ella.
Unos sujetos no dejaron de mirarlas hasta que se sentaron en una mesa. Lía se percató de la incomodidad de Kaedi mientras miraban el menú, que en realidad constaba sólo de botanas, cerveza y bebidas preparadas.
—Busquemos otro lugar —sugirió Lía al ver que ni siquiera había algo que comer.
Ambas se pusieron de pie y caminaron hacia la salida. Se tomaron de las manos en un instinto de sentirse seguras en un lugar en donde predominaban los sujetos, que quizá por la hora, habían amanecido en él. Pero aquello inició una serie de susurros y alardes que las chicas no pudieron dejar pasar, sobre todo Kaedi. Quien se detuvo al escuchar que uno de los sujetos argumentaba cosas desagradables de ellas.
—¿Disculpe? No entendí lo que dijo —inquirió dirigiéndose al sujeto sin dejar de mirarlo.
Los sujetos se miraron mutuamente, nadie esperaba que alguna de las dos se acercara a ellos y les hablara con tanta tranquilidad.
—¿Tu novia y tú se perdieron, preciosa? —preguntó uno de ellos que sostenía un sucio tarro de cerveza y hablaba con la voz jadeante.
—En realidad así es, buscamos un lugar para comer, ¿sabe de alguno aquí cerca?
Lía la miró sin comprender, la chica sonreía y parecía tranquila mientras los sujetos se miraban entre si confundidos por aquella cordialidad inesperada.
—¿Qué te parece si las llevo a mi casa? Podemos comer muy bien ahí —dijo con intención otro de ellos, éste un poco más joven pero igual de ebrio.
Algunos se echaron a reír, pero Kaedi no perdió su tranquilidad en ningún momento mientras sentía las manos de Lía aferrarse a su brazo con fuerza, como si temiera lo peor.
—¿Es así como conquistan aquí a las chicas? —preguntó un poco más seria—. Porque eso que están haciendo ustedes dos en la ciudad de donde vengo se llama acoso, y de acuerdo con el código penal del estado en base al artículo ciento cuarenta y uno el acoso es penado con hasta diez años de prisión; y el cargo se agrava si el delito se comete en contra de personas homosexuales.
Todos se quedaron enmudecidos, hasta la propia Lía relajó su brazo para mirar fijamente a Kaedi que parecía creer en la mentira que ella misma acababa de decir.
—Ustedes no parecen ser malas personas —continuó— simplemente deberían considerar emplear otro método de interacción con las mujeres, no me gustaría que terminaran en prisión sólo por no saber comunicarse con el sexo opuesto. Mi novia y yo estamos halagadas pero, como es obvio, no estamos interesadas en los hombres. Que tengan ustedes un lindo día, caballeros —Volvió a sujetar la mano de Lía y ambas salieron del lugar sin escuchar siquiera el canto de un grillo.
Algunos de los sujetos ahí se dieron la media vuelta y continuaron en lo suyo, era como si quisieran olvidar lo que había pasado y que las chicas se fueran. Como si los intimidados fueran ellos esta vez.
Estando afuera Lía soltó su mano y se dio cuenta de que estaba temblando, aunque no sabía si de emoción o aun estaba en pánico.
—¡¿Qué demonios fue eso?! No tenía idea de que supieras de leyes —exclamó sorprendida sin dejar de mirar la expresión divertida en el rostro de Kaedi.
—No sé nada —contestó con una gran sonrisa—. Y por suerte ellos tampoco.
Lía comenzó a reír a carcajadas rodeándola con sus brazos por el cuello.
—¡Estás loca! —afirmó dándole un beso en la nariz.
—Bueno, ¿qué más podía hacer? no me iba a pelear con ellos. Además, eso es lo que necesitan este tipo de sujetos, muchos de los acosadores no son tan bravucones como parecen, sólo necesitas encararlos para quitarles esos aires de superioridad.
Subieron al automóvil y continuaron buscando un lugar para comer, pero al parecer Joaquín y Melisa ya estaban en casa, así que quedaron de verse en algún punto de la ciudad y ellos las llevarían a desayunar.
—No puedo creer que hayan ido a ese lugar. Es un basurero ahora, sólo van borrachos e indigentes.
—Sea como sea —continuó Lía mirando a Kaedi con mucho orgullo— por suerte Kaedi estaba ahí para salvarme, como siempre.
Lía se inclinó para besarla mientras Joaquín y Melisa sospechaban que algo debía haber pasado la noche anterior para que ambas hicieran esa clase de aproximaciones tan desinhibidas. Además, había algunas dudas al respecto, si Kaedi era quien parecía ser, ¿quién era la chica rubia a quien había presentando como su novia hacia unos días atrás, cuando fueron a su departamento? Ninguno de los dos iba a cuestionar nada al respecto. Joaquín sabía que eso podía complicar las cosas, así que era mejor obviar la situación.
—Lía... ¿podrías acompañarme a fumar un cigarrillo?
Kaedi miró a la chica que parecía igual de sorprendida que ella. Lía accedió y los dos hermanos salieron del restaurante.
—¿Pasa algo, Joaquín?
El chico sacó su cajetilla. Puso un cigarrillo en su boca y ofreció uno a su hermana.
—Caminemos...
Caminaron hacia la parte trasera del restaurante en donde había un área de fumadores al aire libre. Lía contemplaba a su hermano un poco serio e inquieto. No imaginaba que podría ser aquello que quería decirle a solas.
—Me alegra que estés aquí, Lía. Lo cierto es que siempre te echo de menos. No quiero que se vayan.
—¿Hablas de Kaedi también?
—Por supuesto. Creo que es una chica increíble, hasta me dan un poco de celos —confesó Joaquín mientras Lía reía.
—¡Lo sabía! No le digas nada, que los mellizos más sexys del condado la encuentren atractiva es algo que puede subirle demasiado el ego.
Los dos chicos rieron, pero Joaquín continuaba un poco serio.
—Dime algo, Lía. Si Kaedi es tu novia, ¿quién era la chica de tu departamento?
Lía le dio una gran bocanada al cigarrillo. Expiró el humo y se quedó fija en la ceniza que estaba siendo consumida por el fuego poco a poco...
—Nina es mi novia en realidad. Conocí a Kaedi hace algunos meses y te juro que jamás pensé que terminaría enamorada de ella...
—¿Entonces amas a Kaedi?
Lía se quedó pensativa, ¿amar? pensó. No sabía qué tan profundo era su cariño por Kaedi, pero sin duda, dejar a Nina de lado era algo que tampoco podía hacer. Le había dicho tantas veces aquella palabra a Nina sin sentirla que ahora mismo no sabía qué significado tenía para ella en realidad.
—No tienes que contestar eso —continuó Joaquín percatándose de la evidente incomodidad de su hermana—. Sólo estoy siendo curioso, no pretendo ponerte en la cruz. Y dime, ¿Kaedi sabe que Nina existe?
Lía asintió, llevándose el cigarrillo a la boca para terminarlo. Joaquín hizo lo mismo. Lía imaginó que quizá esa conversación era todo, así que se puso de pie. Pero su hermano la detuvo.
—No sé cómo decirlo, no quiero que esto te afecte, Lía. Es sólo que...
—¿Qué pasa Joaquín? ¿No era sólo de Kaedi de quien querías hablarme?
—No —contestó el chico bajando la mirada.
Ahora parecía preocupado y a punto de quebrarse. Lía se inclinó para mirarlo a los ojos.
—¿Qué pasa?
—Mamá está enferma. Tiene una enfermedad degenerativa que pronto acabará con ella.
Lía volvió a sentarse junto a su hermano. No podía creer lo que le decía. Siempre había visto a su madre como un fuerte roble, un invencible titán con corazón de hierro. Dejó caer la colilla del cigarrillo a un lado y se llevó las manos a la cabeza como si intentara despertar de esa pesadilla.
—Lía, estará bien. Yo estaré con ella y también Melisa, tú podrías venir en vacaciones y...
—Olvídalo, Joaquín. No volveré. Lo siento, hermano...
Lía se puso de pie, caminó de regreso a la mesa sin decir nada más.
En cuanto llegó Melisa y Kaedi se quedaron serias mirándola con esa expresión enajenada en los ojos. Melisa se puso de pie para ir a buscar a su marido mientras Lía y Kaedi se quedaban en la mesa.
—¿Pasó algo malo?
—No —contestó Lía—. ¿Podemos volver a la casa de mi hermano?
Kaedi asintió. Quizá lo mejor era esperar a los chicos pero Lía caminó rápidamente al estacionamiento del restaurante, así que apenas tuvo tiempo de dejar algunos billetes en la mesa y se apresuró para alcanzarla.
Subieron al auto y durante ese transcurso ninguna dijo nada. No iba a preguntarle porque comenzaba a conocerla, ella le diría todo cuando estuviera lista, cuando comenzara a sentir que aquello le quemaba el pecho.
Llegaron a la casa y Lía subió primero a la habitación, cuando fue a ver cómo estaba la encontró recostada en la cama, bajo las cobijas.
—Lía... ¿no vas a decirme que sucede?
La chica se quedó en silencio. Miró a Kaedi y se echó a llorar aferrada a su hombro. No entendía que era lo que le había hecho cambiar de humor tan de repente. Estaba inconsolable, después de un rato, pudo recobrarse y darse cuenta de que Kaedi continuaba ahí, acariciando su cabello y limpiando sus lágrimas.
—No voy a presionarte, sólo quiero que sepas que estoy preocupada y por eso insisto en saber qué es lo que pasa.
Lía se reincorporó, acercó su rostro al de ella para darle un tierno y húmedo beso.
—Hay algo que no sabes con respecto a la relación con mi madre.
Lía comenzó por contarle todo, desde su infancia, su adolescencia y lo que su madre hizo cuando se declaró bisexual. Kaedi no podía dar crédito a lo que le contaba, era imposible imaginar que una mujer pudiera hacerle algo como eso a un hijo.
—Ese lugar era un infierno, comenzaron con tratamientos psicológicos hasta llegar a los físicos. Los electroshocks eran sólo una parte mínima de esa pesadilla, las humillaciones y el constante estrés eran mucho peor...
La rabia comenzó a llenarle la cabeza a Kaedi, siempre intentaba tomar las cosas bajo un control preciso, pero aquello sobrepasaba sus límites de condescendencia.
—¿Y tu padre? ¿Joaquín en dónde estaba?
—Les mintió. Ellos siempre creyeron que yo estaba en un internado. Mi madre se las arreglaba para que yo mandara cartas.
Kaedi aferró a la chica entre sus brazos, Lía pudo sentir su fuerza y su calor. Estaba temblando, incluso más que ella.
—Ellos siguen creyendo eso. Sólo Nina y Nailea lo saben.
—¿Nailea lo sabía? —preguntó sorprendida.
—Sí, juró no decir nada a nadie. Y creo que hasta ahora lo ha hecho bien.
Kaedi acarició el cabello lacio y esponjoso de la chica. Acercó sus labios a la frente de Lía y le dio un beso.
—Eso es algo imperdonable, no me extraña que el resentimiento que tienes por tu madre no acabe jamás y no quieras saber más de ella.
—Tengo que hacerlo... —continuó Lía—. Joaquín acaba de decirme que está enferma, esclerosis múltiple. No le queda mucho tiempo antes de que la enfermedad la domine.
Kaedi se llevó una mano a la cabeza. Aquello no podía ser más trágico, no podía creer que Lía pudiera cargar con algo como eso todavía.
—¿Y qué vas a hacer?
—Hablar con ella, ¿vendrás conmigo?
Kaedi asintió. Iría con ella hasta el final del mundo una y mil veces para poder acabar con los demonios que continuaban atormentando su alma. Así que condujeron hasta la casa en la que Lía había crecido junto a su madre y su hermano.
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