XIX
Joaquín llegó al poco rato, las chicas ya estaban listas y después de unas copas más de vino fueron a un restaurante de comida típica de la región a celebrar su última noche de solteros.
—Mis amigos no querían que me fuera. Dijeron que habían contratado a un par de strippers y toda la cosa. Me odiarán.
—Me alegra que fueras sensato y no te quedaras —contestó Melisa haciendo alarde de las chicas que iban a ir.
Rieron, bebieron y charlaron. Las cosas entre Kaedi y Lía estaban tensas y tanto Melisa como Joaquín se daban cuenta de ello, sin embargo nadie dijo nada. Continuaron de forma normal, Kaedi era quien parecía más serena, bromeando en ocasiones con Joaquín y hablándoles sobre su negocio de libros. Pero Lía apenas si hablaba, se limitaba a asentir en unas cosas y beber rápidamente sus tragos.
—Así que estudiabas ingeniería, vaya ¿lo dejaste por la literatura?
—Lo dejé porque no era lo mío. Me di cuenta que una barra de chocolate me hacía más feliz que la carrera. Busqué lo que verdaderamente me interesaba. Siempre fui buena escribiendo, gané concursos en la escuela, trabajé con un profesor editando tesis e investigaciones. Supongo que sólo busqué hacer feliz a mi padre y me olvidé de mi felicidad. Era él quien insistía en que siguiera sus pasos.
—Sé a lo que te refieres —contestó el chico algo taciturno—. Mi madre siempre ha puesto gran peso sobre mí. Cree que soy una especie de máquina perfecta. Es sofocante y...
—No mientas, Joaquín —intervino su hermana. Estaba ya un poco ebria y sus palabras se tropezaban unas con otras—. Siempre te gustó que mamá te prestara más atención. Eras como una avecilla elevando sus alas más y más cuando ella te presumía con sus amigas. No seas falso, hermano.
Joaquín miró fijamente a Lía, estaba furioso. Tenía las quijadas entumecidas y el ceño fruncido, dispuesto a arremeter contra su hermana, pero Melisa lo tomó del brazo como si intentara tranquilizarlo.
—No voy a contestarte como debería porque sería una grosería para Kaedi y Melisa. Y muy injusto para ti ya que evidentemente no estás en tus cinco sentidos —dijo el chico.
—Tengo una idea —intervino Melisa intentando aligerar un poco la situación— ¿por qué no usamos el Karaoke? Joaquín me dijo que cantas, Lía. Me encantaría escucharte.
Lía sonrió apenada al ver que la novia de su hermano seguía siendo cortés con ella a pesar de lo que acababa de suceder. Miró a su alrededor, el lugar estaba tranquilo pero sin duda tenía deseo de cantar un poco.
Se subió al escenario, bebió de golpe su trago de vodka y tomó el micrófono mientras algunas personas la alentaban. Eligió una canción electrónica con mucho ritmo que puso a bailar a un par de chicos mientras ella se contoneaba de un lado a otro. Melisa alentaba a Lía así como Joaquín que aparentemente había olvidado la discusión de hacía un momento. Cuando la canción terminó todos aplaudieron y Lía hizo una reverencia, bajó del escenario con dificultad, Kaedi se puso de pie para ir a ayudarla pero uno de los chicos que habían estado bailando mientras ella cantaba, se le había adelantado. Tomándola de la cintura para bajarla mientras la chica reía entre sus brazos. Cuando la puso en el suelo, Lía quedó a pocos centímetros de su rostro. Ella sonrió, el sujeto se inclinó lentamente hacía ella como intentando besarla pero Lía lo esquivó sin dejar de reír mientras se alejaba de él y no, provocándolo, comportándose de una manera juguetona.
Joaquín se puso de pie, estaba furioso. Iba directo hacía ella cuando Kaedi se le adelantó. Se acercó hasta ellos, Joaquín y Melisa observaron preocupados aquella escena que pensaron terminaría muy mal. Pero no fue así. Kaedi parecía elocuente mientras hablaba con el chico, inclusive al final él le extendió la mano y por la reverencia que hizo parecía que se disculpaba. Tomó a Lía de la mano y regresó a la mesa con ella detrás como si fuera una chiquilla regañada.
—Quizá sea hora de ir a casa —dijo la chica de anteojos, de forma serena pero firme.
Todos estuvieron de acuerdo y caminaron hacia el automóvil. En el camino nadie dijo nada, sólo el arrastre de los pies de Lía, que sujetaba el cuello de Kaedi, irrumpían el silencio de la noche.
—¿Estás segura de que no quieres que te ayude? —preguntó de nuevo Joaquín.
Kaedi asintió. Antes de acercarse de lleno al automóvil, sujetó a Lía de la mano y la detuvo mientras los chicos se adelantaban.
—Te lo voy a decir sólo una vez, Lía. No sé qué clase de patrón sigas en tus relaciones pero, yo no haré drama cada vez que te pongas ebria, tampoco cuando bailes y coquetees con un completo desconocido. Yo simplemente voy a decírtelo de frente y con toda la sinceridad del mundo.
La chica la observaba fijamente. Miró de reojo y vio que Joaquín y Melisa también se habían detenido.
—Kaedi, yo...
—No, déjame terminar —interrumpió— lo que acabas de hacer me lastimó de manera profunda. Fuiste cruel con tu hermano, con Melisa que no tiene porque soportar tus desplantes y fuiste una desconsiderada conmigo; bailando y jugueteando con ese sujeto como si yo no existiera. Si con Nina funciona y obtienes lo que quieres, conmigo no será así. Si estás molesta conmigo, simplemente me lo dices para que podamos arreglarlo y ya.
Lía bajó la mirada. No sabía que decir por primera vez en su vida. Asintió levemente con la cabeza y después se aferró al pecho de Kaedi sin dejar de repetir que lo sentía.
—No era mi intención lastimarte, simplemente quería que... que...
—No me gustan las relaciones de estira y afloja. Conmigo las cosas no van a funcionar así.
—Lo siento...
Kaedi sujetó la mano de Lía y esbozó una sonrisa:
—Disculpa aceptada, sólo si prometes que comeremos algo dulce para que se te baje el alcohol.
Lía sonrió. Aceptó aquello con simpatía.
Joaquín y Melisa pensaron en un lugar perfecto para eso, así que las llevaron a una pequeña tienda que vendía helado hasta tarde. Se sentaron los cuatro a la orilla del malecón a contemplar la oscuridad de un mar casi atlántico. Lía sujetó el rostro de Kaedi mientras la besaba tiernamente. Se abrazaron porque la brisa del mar helaba hasta los huesos, pero ahora mismo no sentían más que el calor de sus cuerpos y sus bocas.
***
Por la mañana un ligero dolor de cabeza la despertó. Sentía la boca pastosa y le pesaban un poco los brazos y las piernas. Era una resaca, mínima, pero a final de cuentas una resaca. Se envolvió en las cobijas y se dio cuenta de que llevaba una playera de Kaedi y había dormido en calzoncillos. Suspiró. Seguramente no había pasado nada entre ellas y si había pasado no recordaba ni un sólo detalle. Escuchó un poco de ruido proveniente de la planta baja de la casa. Asomó ligeramente su cabeza y escuchó un grupo de voces que no reconocía, debía ser familia de Melisa que estaba ayudándola a alistarse, después de todo en unas horas se celebraría la boda.
Tomó su pantalón y fue hacia la sala despacio. Un simpático niño rubio estaba en las escaleras jugando con un muñeco de acción. Acarició su cabello al verlo tan tranquilo ahí sentado, le pareció tierno. Justo como los hijos que alguna vez había soñado tener con Nina.
—Hey, amigo. Traje tu cocoa caliente.
Lía vio a Kaedi caminar hacia ellos con un par de vasos de plástico con chocolate caliente y espumoso. Sonrió al ver que la chica se comportaba con un carácter maternal con el pequeño mientras soplaba su vaso e intentaba ayudarlo a beber su chocolate primero.
—Sigue soplando —le indicó finalmente y el niño desapareció.
—Es sobrino de Melisa. Me recuerda un poco a Karim.
Lía se acercó a ella para besarla en los labios con pasión. Se dejó llevar por aquella caricia y después de que terminara se quedó mirando a la chica de los ojos oscuros.
—Fue intenso...Me gustó —dijo Kaedi sin dejar de sonreír.
Lía también sonreía ahora. Estaba arrepentida de lo que había sucedido la noche anterior, esperaba que Kaedi pudiera simplemente olvidarlo y continuar con sus vidas como hasta ahora.
—¿En dónde está Melisa? —preguntó después de que Kaedi le diera un trago de su espumoso chocolate.
—Oh, está poniéndose el vestido. Hay todo un ejército ayudándola allá adentro. Está tu madre también, llegó hace un momento.
Lía palideció. Su madre ya estaba en esa casa. Volvió sus ojos temerosos a Kaedi y le preguntó si ya la había visto. La chica asintió.
—Melisa me la presentó. Pero fue como si no hubiese dicho nada. No te preocupes, Lía. No es la primera vez que alguien me mira de esa forma. Sinceramente me tiene sin cuidado. Si para tu madre lo mejor es pretender que no existo, pues entonces que lo haga —dijo muy tranquilamente encogiéndose de hombros, no quería que la chica se preocupara por ella—. Lo único que importa es que tú estés bien.
Lía negó, no podía creer que su madre fuera incapaz de actuar educadamente aunque fuera por mero compromiso, y no precisamente con ella y Kaedi, sino con su hijo y su futura esposa. Caminó hacía la sala en donde estaba el grupo de mujeres alrededor de Melisa observando la hermosura de su enorme y elegante vestido blanco. Todas parecían absortas. Como si aquel vestido fuera lo más cercano que podrían llegar a estar de la felicidad.
—¡Lía! ¿Te gusta? —preguntó la novia en cuanto la vio.
Lía pudo sentir la mirada penetrante de su madre abordándola. No tenía intención de interactuar con ella así que simplemente la ignoró. Caminó hacia la futura esposa de su hermano para tomarla de las manos.
—Es precioso, me encanta y tú te ves hermosa.
Todas aprobaron aquel comentario, mientras unas lágrimas se escapaban por los ojos de Melisa, sus damas y su madre corrieron a conseguir algunos pañuelos para evitar que su maquillaje se corriera. Lía vio a su madre por primera vez en tres años, se veía casi igual, sólo un poco más vieja y delgada. La mujer le devolvió la mirada y durante un instante sólo se observaron como si se estuvieran reconociendo después de tiempo, como si quisieran volver a recordar sus rasgos después de tanto. Lía fue quien se acercó a ella sin lograr si quiera que la mujer se inmutara en lo más mínimo.
—Pensé que no vendrías —le dijo sin siquiera volver a posar sus ojos en ella.
—Es mi hermano. Aunque me hubieras encerrado en ese horrible lugar otra vez habría venido.
La mujer la miró fugazmente y después dio la media vuelta.
—Más vale que reconsideres el llevar a esa...chica a la fiesta.
—¿O si no qué, mamá? —Lía había elevado la voz sin darse cuenta y algunas de las personas que estaban cerca ahora las miraban. Entre ellas Kaedi que estaba en la puerta con el pequeño sobrino de Melisa en brazos.
La mujer no dijo nada más. Tomó su bolso y salió de la sala pasando a un lado de Kaedi mirándola despectivamente.
Lía salió detrás de ella y subió a la habitación. Estaba temblando, ver a su madre le producía una rabia terrible. Temía hacer cualquier tipo de locura si alguna vez estaban solas. Se llevó las manos a la cabeza mientras presionaba sus sienes. En ese momento llegó Kaedi. La aferró en un abrazo y beso su frente.
—Estás bien. Deja de pensar en tu madre, vamos a disfrutar este día. Por tu hermano y Melisa que se han portado increíbles con nosotros.
—Mi hermano está encantado contigo —confesó la chica entre risas—. Actúa como cuando una chica le gusta pero no del todo porque está con Melisa y tú conmigo. Es raro, lo sé. Pero puedo sentirlo.
Kaedi soltó una carcajada. Era la primera vez que enamoraba a unos mellizos, pensó que tendría una anécdota divertida que contarle a Salvador después de todo.
***
La casa pronto se llenó de flores y personas. Faltaba poco para el momento de la boda y tanto Kaedi como Lía se prepararon para el gran momento lo mejor que pudieron. Ninguna de las dos destacaba precisamente por sus habilidades en el tópico de la belleza, pero Lía tenía una noción un poco más amplia que la de Kaedi, así que fue ella quien se encargó de maquillarla ligeramente.
—No te maquillaré tanto porque eres hermosa natural. Pero ese cabello...quizá sólo de lado ¿te parece?
Kaedi encogió sus hombros. No le importaba mucho su apariencia, lo único que quería era pasar un rato agradable con Lía y su familia. Y demostrarle que en verdad le importaba y la quería con todas sus fuerzas.
Melisa les prestó su automóvil para que fueran a la ceremonia religiosa, así que Lía condujo hasta la iglesia en donde ambas decidieron sentarse casi al último para no tener que ver a la madre de Lía. Aun así, fue hermoso y conmovedor. Lía recordaba esa iglesia mucho más grande, era donde su madre los llevaba a comulgar todos los domingos. Ahí había iniciado su amor por la música, estando en el coro eclesiástico había descubierto su verdadera vocación que al final de cuentas sería como un hobby más.
La recepción del evento se llevó a cabo en un hermoso jardín cerca de la costa del mar. Podía verse la inmensidad del océano y su belleza mientras chocaban las olas con las puntiagudas y enormes rocas. Se encontraban en un pequeño balcón que daba vista al hermoso y frío paisaje.
—En casa no hay rocas como estas —dijo Kaedi admirando aquel basto mar que se extendía frente a ellas.
—Es porque aquí es más áspero el clima.
—Me encanta este lugar. Sin duda podría vivir aquí contigo.
Lía sonrió y se acercó más a ella para besarla tiernamente.
—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto. Todos hablan con tu acento raro y huelen a pescado, ¡qué hermoso lugar!
Lía se echó a reír mientras empujaba a Kaedi. La vio detenidamente, ese hermoso vestido la hacía ver tan linda. Con un hombro descubierto que mostraba la totalidad de ese tatuaje de flores que llevaba en él, mientras el color azul del mismo la hacía ver elegante y radiante. Lía por su parte llevaba un vestido color verde menta, que se ornaba a su cintura dejando entrever parte de la misma. Su cabello estaba atado hacia un lado, dejando expuesta su espalda con el tatuaje de una pequeña media luna en ella.
La música comenzó, los primeros en bailar fueron Joaquín y Melisa ya que era tradición que los novios abrieran la pista. Después fue imposible ver el lugar vacío, las parejas comenzaron a llenar la pista de baile al ritmo de una melodía lenta. Lía tomó la mano de Kaedi, quería bailar con ella y dejarse llevar por ese deseo. Kaedi sujetó su mano, sintiendo el tibio sudor entre sus dedos. Se pararon a un lado de la pista, mirándose fijamente. Kaedi deslizó su mano para sujetar la cintura de la chica. Podían sentir las miradas de las personas sobre ellas pero no importaba. Lo único que importaba era esa sensación de paz que le producía sentir la respiración de Lía sobre su cuello, bailando al ritmo de una melodía de enamorados. Lía había olvidado lo que era esa sensación, es más, ni siquiera recordaba haberla sentido antes. Los sentimientos que la chica le producía eran tan misteriosos y cálidos que podía sentir que flotaba en aquel lugar. No quería que esa melodía terminara nunca, deseaba quedarse ahí; en ese momento, abrazando el cuerpo de la chica de cabellos revoltosos, sintiendo el tranquilo latir de su corazón que se hacia uno solo junto al de ella.
Siguieron bailando por un rato más hasta que de pronto, Lía vio que un sujeto entraba a la recepción, era su padre. Tenía quizá más de tres años sin saber de él. Le dijo a Kaedi que la acompañara mientras corría hasta los brazos del hombre que en cuanto la vio la estrechó fuertemente besando su frente.
Kaedi lo observó, era muy parecido a Lía y a Joaquín.
—Mírate nada más, estás hermosa —dijo el hombre sin dejar de mirar a su pequeña.
—Me da gusto verte, papá. Por un momento pensé que no vendrías.
El hombre negó y después volvió a acariciar el rostro de su hija.
—Jamás me perdería la boda de uno de mis hijos.
Joaquín vio a su padre también, fue hasta él. Pero con la emotividad del momento no pudo evitar llorar. Ambos lo hicieron mientras Lía se unía a su abrazo.
—¿Y usted es? —preguntó al ver a Kaedi que seguía de pie.
—Kaedi, señor, un placer. Soy la novia de Lía —contestó la chica sin siquiera pensarlo.
El hombre sonrió. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla mientras tomaba su mano.
—Es un verdadero gusto, Kaedi. Te encargo mucho a mi princesa.
Kaedi asintió y al ver el rostro de Lía supo que por nada del mundo habría de borrar de su memoria esa expresión. Estaba tan feliz que sus comisuras por fin formaron un ángulo de sesenta grados. Se veía encantadora siendo extremadamente feliz tanto, que Kaedi sintió que debía cambiar todo el mundo de ser necesario sólo para ver esa sonrisa día con día y sin descanso. A final de cuentas, ¿quién se puede cansar de ser tan feliz?
La fiesta continuó. Lía prefirió no beber por temor a que volvieran a pasar cosas desastrosas. Así que toda la noche tomó ponche y alguna que otra copa de vino blanco. Continuó bailando con Kaedi hasta que la luna se posó en el oscuro cielo iluminando las olas del mar. Jamás habían visto la luna tan alta y enorme como en esa noche. Kaedi sentía que la piel se le erizaba cada vez que volteaba al cielo a ver aquel enorme monstruo que se comía la infinidad del mar
—Acabo de recordar un poema... —dijo sin quitar sus manos de la cintura de Lía.
—¿En serio? recítalo para mi.
Kaedi clavó su mirada en ella y sonrió. Cerró los ojos intentando acordarse de él:
—La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
No dejó de contemplar a la chica de cabellos rizados, que lloraba mientras terminaba ese último verso. Unas lágrimas surcaban sus ojos y sin darse cuenta la chica se llevó las manos a la cara.
—Lo siento, yo sólo...me siento un poco tonta —dijo entre risas tratando de aligerar las cosas.
—No tienes que disculparte. Es lindo verte llorar, tan frágil y sensible. Me hace querer protegerte.
Lía recorrió con su dedos los labios de la chica, y después su bello rostro hasta llegar al escote de sus pechos. Kaedi detuvo sus manos con la respiración un poco entrecortada y miró los ojos encendidos de Lía que gritaban una y mil cosas.
—Quiero estar contigo, Kaedi, ahora mismo sólo quiero que esta noche acabe con nosotras, como esa luna aterradora llevándose al niño gitano en sus brazos. Sin más interrupciones, sólo las dos, una junto a la otra y despertar contigo por la mañana, sin que te levantes, simplemente sentir tu cuerpo tan junto al mío que duela alejarme...
La chica la miro fijamente con una enorme sonrisa en los labios y finalmente asintió.
Fueron por las llaves del automóvil y se despidieron de los chicos. Pero antes de que pudieran marcharse, la madre de Lía se acercó hasta ellas, tomando a su hija del brazo para obligarla a detenerse:
—No puedo creer que le hayas hecho algo como esto a tu hermano. La gente de la iglesia no deja de hablar de ustedes. Qué descaro.
Lía observó a su madre con fiereza mientras Kaedi se acercaba a la mujer para hablarle:
—Señora, las personas de la iglesia son seres humanos como usted y yo. Lo que digan o no, le aseguro que nos tiene sin cuidado. Su Dios, el dios de muchos pero al que usted exclusivamente llama suyo, no perdonará todo el dolor que le ha ocasionado a su hija. No nos diga cómo vivir ni qué hacer. Dedíquese a hacer su vida y deje de una vez por todas que Lía viva tranquila.
Kaedi sujetó con fuerza la mano de Lía y salieron de la recepción para subir al automóvil de Melisa. Lía apenas si miró la expresión indignada de su madre mientras ella se regocijaba de felicidad. Luego se volvió para mirar a Kaedi por un momento, nadie, nunca, se había molestado en defenderla. Imaginó qué tan diferente habría sido su vida si tan solo hubiera encontrado a Kaedi antes. Pensó en todas las noches de desvelo y dolor, de ansiedad, de tormento, que se habría ahorrado si tan solo aquella chica hubiera tomado su mano antes para llevarla a la luna.
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