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XIV

Viajaron en silencio por unos minutos, desde que subió al auto pudo sentir la mirada inquieta de su madre sobre ella todo el tiempo. Como si no quisiera perderse detalle de cualquiera de sus gestos. La conocía demasiado bien, en cualquier momento tendría que darle una explicación sobre su "novia". Intentó pensar en una forma de contarle su situación, pero no encontraba una manera de hacer que su peculiar relación sonara menos escandalosa de lo que era. Mentirle no era una opción, Sara tenía un sexto sentido y una habilidad impresionante para hacerla confesar.
—Es muy linda —dijo finalmente con ese tono dulzón que utilizaba cuando algo en verdad le gustaba—. ¿Qué sucedió con Lucía?
Kaedi mantuvo su postura y la vista fija en el camino, tratando de fingir que aquella pregunta no le causaba la sensación de estar cayendo por un enorme vacío:
—Está en Barcelona —se limitó a responder de la manera más natural.
—Sí, lo sé. Pero pensé que seguían juntas a pesar de eso.
—Bueno, las cosas no funcionan muy bien a distancia, mamá, así que...
—¿Qué sucede, Kedi? Esa chica no es tu novia, ¿verdad?
Suspiró. Era su madre, a ella no iba a ocultarle nada, no más. Sin embargo, no podía soltarle toda la verdad así como así. No quería que su madre se hiciera una idea equivocada de Lía.
—Es complicado, mamá, estamos conociéndonos aún.
Sara negó sin dejar de mirarla. Odiaba que a veces fuera tan similar a su padre no sólo físicamente. Pensó que con el tiempo Kaedi habría perdido esa costumbre de cerrarse cuando algo que le asustaba rondaba su cabeza, pero se dio cuenta de que no era así. Podía verlo en sus ojos, la conocía bien era su hija después de todo. Era capaz de interpretar todos sus gestos, el tono de su voz, el color de su mirada:
—¿La quieres?
—Mamá, basta. Ya te lo dije...
—Es una pregunta simple, no dudaste en responder cuando te pregunté lo mismo por Lucía.
—Eso fue diferente —respondió aferrando el volante.
Afortunadamente habían llegado a su destino. La casa se encontraba a las afueras de la ciudad, cerca de la bahía, desde ahí podía escucharse el mar y verse las olas rompiendo contra las rocas que rodeaban aquella playa. Sara continuaba observando a su hija, se dio cuenta entonces de que sucedía algo más. Sabía que el hecho de que no le pudiera dar una respuesta implicaba que algo verdaderamente complejo las envolvía. Fuera lo que fuera solo esperaba que su pequeña, no saliera lastimada.
—¿La quieres? —preguntó de nuevo, sujetándole la mano.
No sabía qué responder, se dio cuenta que ella misma no sabía lo que en realidad sentía por Lía. Sólo sentía que quería estar a su lado y que el enredo absurdo de Nailea tampoco tenía importancia, quería mostrarle a Lía que las relaciones no eran como ella las conocía, enfermizas y forzadas. Reflexionó aquello, y se dio cuenta de que quizá era algo más que amor lo que la movía por Lía. ¿Compasión? pensó.
—Sí —respondió finalmente, mientras bajaba del automóvil—. La quiero.

***

Regresó a casa después de un día largo en el trabajo, había parado en un restaurante para comprar algo de comida cantonesa para ella y Nina. Quizá una cena tranquila le haría dejar de pensar por un momento en Kaedi y su pequeña discusión en el hospital después del encuentro con su madre. No podía evitar reprocharse el hecho de que por algún motivo, siempre terminaba actuando de manera impulsiva con ella y acababa viéndose tonta e infantil. Kaedi tenía todo el derecho de estar molesta con ella. Se preguntó si la chica terminaría cansándose de la situación... de ella. Intentó alejar esas ideas de su cabeza y entró al departamento.
—¡Llegué...! —al no ver a su novia por ningún lado fue hasta la habitación donde la encontró sentada frente al espejo—. ¿Vas a salir? —preguntó algo sorprendida al ver que llevaba el cabello rubio pulcramente peinado y maquillaba un poco su rostro.
—Sí, sólo un par de horas, es el cumpleaños de mi hermano y papá insistió en reunirnos.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó entusiasmada.
Nina se resistía a que conociera o tuviera contacto con su familia. Siempre que había una posibilidad se negaba rotundamente justificándose en que sus padres no estaban cómodos con su tipo de vida y que preferían simplemente dejar de lado aquella "situación." Jamás le habían reprochado nada sobre su orientación, pero preferían no tocar el tema, ellos nunca preguntaban nada al respecto y no dejaban que ella les contara. Nina era libre de hacer su vida como quisiera siempre y cuando ellos no se enteraran y lo hiciera donde nadie pudiera darse cuenta.
—Ya hemos hablado de eso, Lía —respondió la rubia mirándola por el espejo.
—Lo sé —intervino acercándose a ella—. Pero se trata de tu familia ¿acaso nunca vas a presentármelos?
—Ya sabes lo que pienso. Además conoces bien mi relación con ellos. No quiero hacerlos parte de esto.
Era una batalla más perdida con ella. Pero no iba a iniciar una discusión por eso, era consciente de que no podía obligarla a hacer algo así:
—No insistiré.
Lía se dejó caer en la cama, estaba más cansada que hambrienta así que tomaría un té y se relajaría un poco. Miró su celular y de manera inconsciente entró a la galería para buscar una foto en particular; la fotografía que había tomado en el Motel con Kaedi. Recordar aquel momento la hizo sonreír internamente. No podía explicar todas esas emociones que esa chica de antejos enormes y cabello alborotado le hacia sentir con el solo hecho de recordarla. No podía engañarse, tenía tantas ganas de verla. Necesitaba hablar con ella.
—Regresaré temprano, lo prometo —dijo Nina, mientras se acomodaba el vestido y se colocaba los zapatos.
—Descuida, iré con Fabián y los chicos al karaoke —Se puso de pie de un saltó y caminó hacia su clóset buscando algo de ropa. Con sólo escuchar la respiración de Nina podía darse cuenta de que no estaba de acuerdo pero no había más remedio. No tenía derecho a exigirle que se quedara sola en casa si ella también iba a salir. 
La rubia suspiró y se puso su abrigo.
—Bien. Diviértete y no llegues muy tarde. Te estaré esperando —dio un ultimo retoque a su maquillaje y finalmente se marchó. 
En cuanto la escuchó salir del lugar tomó sus cosas y se preparó para irse también, estaba haciendo tiempo para que Nina fuera la primera en dejar el departamento y marcharse sin tanto remordimiento a la librería de Kaedi.
Condujo hasta allá, dándose cuenta de que faltaban quizá menos de cinco minutos para que cerraran. Así que se apresuró. Entró en la tienda y le pareció extraño no ver a nadie en el lugar. Dio un recorrido con la mirada hasta que una voz familiar se escuchó a sus espaldas.
—Lía, qué sorpresa, ¿cómo estás?
Salvador estaba saliendo de la parte trasera de la tienda, llevaba el cabello más corto del lado izquierdo de su cabeza, vestía unos jeans color mezclilla y usaba un blazer negro que le daba cierto porte. Era sin duda realmente atractivo.
Se saludaron con un beso en la mejilla mientras la chica miraba a todos lados esperando ver a Kaedi.
—¿Buscas a cierto espécimen de cabello desaliñado y suéteres de anciana?
Sonrió, la relación que Salvador tenía con Kaedi era muy similar a la que ella mantenía con Fabián, pero sin duda Fabián era menos cínico.
—¿Llegué tarde?
—Creo que las cosas siempre llegan cuando tienen que llegar —dijo, regalándole una sonrisa a la chica—. Pasa, está en la bodega, la última puerta hasta el fondo.
Lía le agradeció, se apresuró a pasar detrás de la barra del café pero antes de que pudiera seguir Salvador la detuvo.
—Lía, espera —Se acercó a ella, tenía un semblante en su mirada serio y taciturno que no era usual en él. Se metió las manos a los bolsillos, balanceándose un poco de un lado a otro como un chiquillo nervioso—. Sé que Kaedi es un ejemplar por demás extraño, pero hay pocas de su especie, ¿me entiendes? —sintió los ojos extrañados de Lía sobre los suyos, como si tratara de entender bien lo que quería de decir—. Se gentil con ella, ¿sí?
Supo entonces a qué se refería. El chico se despidió recobrando su simpatía y caminó hacia la puerta de la entrada. Volteó el cartel que decía "abierto" por "cerrado" y se marchó.
Lía caminó por un largo pasillo que daba a la bodega, un olor fuerte a libros viejos y nuevos lo inundaba todo. Así era como olía Kaedi en ocasiones. Aquel corredor daba un algo de miedo, había poca luz en él y la duela crujía al dar el paso. Finalmente, se detuvo en una mesita que se encontraba antes de la entrada a la bodega. Pudo reconocer la mochila de Kaedi y sus llaves junto a algunas hojas de papel reciclado. Comenzó a hojear aquellos papeles y se dio cuenta de que por la letra eran escritos de ella:

Hay poesía que no seduce
así mismo hay seducción que no es poesía
Tú eres ambas.
Eres lo que se necesita para atrapar a un colibrí con las manos
cuando pronuncio tu nombre, una sonrisa tonta se vuelve en mi rostro
Eres la espina de la rosa
el veneno del áspid
la muralla de mi pecho
y estás cansada como tú misma, y yo te miro asombrada
mientras te lanzas de cabeza hasta mi vientre.
¿Siempre has sido tú?
¿Aquella que aparecía en mis sueños de niña
y me decía que los monstruos bajo mi cama eran sus suspiros?
En ese entonces me lo creía todo
en ese entonces enfrentaba la vida con un abracadabra
y un sombrero de copa
Y ahora te presentas, con tu singular sonrisa, con las comisuras tan marcadas
que me hace pensar que Dios te ha esculpido con sus manos.
¿Por qué estás tan cansada? Si son mis brazos los que te esperan
como morfeos de tus ojos.
Te aferro con fuerza, pero el sol te desvanece con sus primeros rayos.
te vas, y yo sé que estarás aferrada al extremo de tu cama
con el calor de sus manos y su cuerpo.
¿Ella también respira tus sueños?
Me estoy abriendo el pecho, y mientras tú entras
las luciérnagas que hacen brillar mis días se van.
Pero vale la pena, porque estoy sonriendo de nuevo
con esa sonrisa tonta
porque me he dado cuenta de que siempre
has sido tú.

—¿Lía? ¿Qué haces aquí?
Cuando vio a la chica de los cabellos rizados frente a ella, escondió la hoja detrás de su espalda. Kaedi la observaba divertida. Lía tenía esa expresión de chiquilla traviesa. Supuso que había estado husmeando entre sus cosas y pudo imaginar que era lo que escondía entre sus manos.
—Yo...pues...vine a verte. Pensé que quizá tendrías hambre.
—No tengo mucha hambre —contestó la chica mientras tomaba su mochila y comenzaba a guardar unas cosas.
—...Tenemos que hablar y lo sabes, Kaedi.
La chica acomodó sus anteojos, comenzó a mover su cuerpo con algo de impaciencia. Estaba buscando la forma adecuada de decirle a Lía qué era lo que la atormentaba, sin sonar como una demente. No le agradaba el ese sentimiento, se sentía estúpida de solo pensarlo, pero simplemente no podía controlarlo era algo que le estallaba en el pecho.
Reconsideró la idea de cenar, pero no de irse de ahí. Pidieron una pizza mientras Kaedi hervía un poco de agua para hacer té.
—¿Ahora vas a decírmelo?
Kaedi suspiró. Tomó la taza de té y le dio un sorbo. Lía parecía impaciente, y por alguna extraña razón eso la hacía ver bastante hermosa. Se mordía los labios y acariciaba su cabello con preocupación sin apartar su profunda mirada de ella.
—Esto que tengo que decirte es algo que puede cambiar todo esto ¿estás de acuerdo en ello?
—Kaedi...me estás asustando. Sólo dilo, ¿ya no quieres estar conmigo?
—¡No! No, no es eso!
—¿Entonces? —preguntó Lía un tanto confundida, no imaginaba qué podía ser eso tan importante que tenia que decirle.
—Quiero estar contigo ahora más que nunca...
Lía sintió que su piel se erizaba, estaba emocionada con tan sólo escuchar aquellas palabras de su boca. Había intentado no darle importancia a todo aquello que sucedía en su interior cuando estaba con la chica, pero escucharla hablar de esa forma le hacia querer olvidar todo lo demás y de una vez por todas asumir que estaba...
—¿Y eso es malo?
—Es hermoso... —Lanzó un suspiro y luego se acomodó los anteojos para volver a mirarla fijamente—... pero no puedo hacerlo así. No cuando tú estás con alguien más.
Lía ferró su mano a la taza caliente, sintiendo aquello mínimo en comparación al calor que atravesaba su corazón. Observó a la chica que estaba frente a ella, tan verdadera y cierta. Podía ver a través de aquellos graciosos anteojos su mirada transparente; aquello que decía en verdad salía de su interior.
—Pero no voy a forzarte a dejarla...simplemente quiero que entiendas que cada noche que pasas con ella siento como si... —Hizo una pequeña pausa buscando el valor para decirlo—...me estuviera deshaciendo —Observó cómo las lágrimas comenzaban a correr silenciosas por el rostro de su acompañante—. No llores te lo suplico.
Lía se llevó una mano al rostro, verdaderamente estaba llorando. Estaba avergonzada, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento comenzó a hacerlo.
—No, lo siento. No sé cómo es que estoy llorando de repente.
—Yo sí — intervino Kaedi, se acercó a ella y acarició su mejilla para deshacer las lágrimas entre sus dedos—. Tienes miedo, miedo de que te acaricie y darte cuenta de que tu luz ahora es otra, miedo de aceptar que pasamos de un "no hay nosotras" a "somos nosotras" ¿Qué más te da miedo, Lía? ¿Temes lastimarla a ella?
Lía aferró su mano a la taza con fuerza y Kaedi se acercó hasta ella para hacer que la soltara.
—No —contestó mientras le sostenía la mirada a la chica de los cabellos revoltosos, que ahora sujetaba su barbilla con sus dedos—. Tengo miedo de que tus luciérnagas se vayan para siempre...
Kaedi la tomó del rostro con ambas manos llevándola hasta su boca. Comenzaron a besarse hasta llegar a una de las repisas. Algunos libros cayeron con el impacto de sus cuerpos que ahora estaban sobre la alfombra. 
Lía luchó contra la camisa de Kaedi, colocó sus labios sobre su pecho, recorriéndola con la punta de la lengua sin dejar de mirarla. Kaedi estaba extasiada y al mismo tiempo aterrada, en verdad estaba pasando, no podía creerlo. Desde Lucía no había estado con nadie más y ahora estaba ahí, frente a esos ojos llenos de aquel deseo tan ajeno y distante. Lía se puso sobre ella, y comenzó a quitar su blusa y sostén para exponer sus preciosos senos blanco que cayeron con una gracia casi divina. Tomó la mano de Kaedi para dirigirla hasta uno de ellos. Cuando su mano hizo el contacto, un quejido bajo salió expulsado de su boca entreabierta, donde vacilaban aquellos terribles y carnosos labios. Kaedi presionó con fuerza, arrastrada por el deseo de escuchar ese delicioso sonido que se escapaba de su pecho. 
Repentinamente la puerta del lugar se abrió, era Salvador que en cuanto las miró se dio la media vuelta.
—Lamento la interrupción.
Lía cubrió su cuerpo con su blusa mientras Kaedi se ponía de pie para abotonar su camisa. Salvador se volvió hacia ellas después de unos segundos y Kaedi se dio cuenta de que tenía un semblante oscuro y alarmado.
—¿Pasa algo? —preguntó mientras recogía los libros que habían caído.
—Es Nailea, está en el hospital.
Ambas fijaron su atención en el chico que continuaba de pie con una preocupación terrible atravesada en el pecho.
Kaedi fue hasta él.
—¡¿Le pasó algo?!
—Un accidente —contestó tranquilo—. Pero está bien. Me llamaron del hospital, intentaron comunicarse contigo también pero...
Lía se puso de pie, tomó su bolso y la mochila de Kaedi para luego dirigirse al chico:
—¿Y qué demonios estamos haciendo aquí? ¿Te dijeron en dónde la tienen? —le preguntó a Salvador y éste asintió.
Salieron de prisa. Lía condujo a toda velocidad por las calles hasta llegar al hospital. Esperaban encontrar a los padres de Nailea ahí pero no fue así, al parecer la chica no había querido que se enteraran de la situación negándoles a los médicos cualquier dato. Así que decidió llamar a sus amigos.
—¿Podemos verla? —preguntó Lía al médico que ahora se encontraba de pie frente a ellos.
—Claro, pero primero, me gustaría hablar con ustedes ¿Me dan un momento?
Se miraron entre los tres, estaban temerosos, esperaban que no fuera una noticia peor. El médico los llevó hasta su consultorio y los invitó a sentarse. Aquel lugar tenía un olor extraño que Kaedi detestaba. Observó al hombre que tenía enfrente, diciéndoles que no eran las personas indicadas para recibir ese tipo de información. Pero era importante que alguien comenzara a ayudarla.
—¿Ayudarla con qué? —preguntó sin comprender nada.
—Su amiga llegó aquí intoxicada, ambos habían consumido drogas y alcohol, la policía dice que eso fue lo que causó el accidente.
No podía creer lo que estaba escuchando. Nailea no era capaz de algo como eso, era un poco alocada y desinhibida, pero jamás haría algo que la pusiera en riesgo de esa manera, apreciaba demasiado su vida. Kaedi pensó en sus padres, estarían destrozados en cuanto supieran sobre la situación.
—No sólo es eso, la señorita Fuentemayor presenta signos muy evidentes de violencia que no se produjeron durante el accidente.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Salvador mientras juntaba sus manos y se inclinaba sobre el asiento.
El médico lo miró, y después reparó en ambas chicas que hubieran preferido no escuchar lo que estaba por decir:
—Alguien ha estado abusando de ella física y me atrevería a decir que sexualmente también. Necesitamos que nos dé su autorización para realizar los exámenes pertinentes.
Salvador se puso de pie para salir deprisa del consultorio. Kaedi fue detrás de él mientras Lía agradecía al médico y se despedía. El chico parecía llevado por todos los demonios cuando llegó a recepción.
—¿Me puede decir en qué habitación está el sujeto que llegó con la señorita Nailea Fuentemayor?
—¿Qué haces? —preguntó Kaedi sujetándolo del brazo. Pero fue apartada de inmediato por Salvador que sin darse cuenta de sus actos y cegado por una rabia que le llenaba el cuerpo, le dio un empujón que la hizo tambalear un poco.
—¡Basta, Salvador! —intervino Lía llevando a Kaedi a sus espaldas como intentando protegerla. Estaba segura de que el chico no la dañaría pero aquello salió como un instinto protector que no creyó podría tener—. ¿Crees que dándole una paliza a ese bastardo las cosas van a solucionarse? ¿Te preocupa más verlo a él que a Nailea?
—¡Ese imbécil es el culpable de que ella esté aquí! —gritó colérico.
Una enfermera se acercó hasta ellos para pedirles que guardaran silencio.
—Vamos a ver a Nailea —dijo Kaedi, poniendo de nueva cuenta la mano sobre el hombro de su amigo que contenía su ira con dificultad.
—No sé si pueda hacerlo... Me iré a casa.
Salvador se despidió, caminó hacia la puerta de salida y se perdió entre la multitud y la noche. 

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