XIII
"Quería contarte un secreto: Te quiero.
Pero no un te quiero para no odiarme a mí mismo.
Tampoco un te quiero para quererme contigo,
un te quiero para quererme por ti.
No un te quiero de ropa por el suelo,
ni de cielo sin tu boca,
ni de boca para fuera.
Un te quiero desde dentro y hasta el fondo."
Ernesto Pérez Vallejo
Hay quienes no reconocen la diferencia entre el amor y la compasión. El amor es un sentimiento puro que nos conecta a todo lo que nos rodea, amar no se refiere únicamente a un sentimiento romántico, al famélico deseo sexual sino que es la concatenación y resultado de ambos. El amor no siempre es bello, tampoco es bueno. Hay quien es capaz de hacer cosas malas y terribles por amor. Decía Agatón, en uno de los diálogos de Platón que el amor era bello, bueno y que anhelaba, deseaba, tendía a lo bello; pero todo deseo representa anhelo de algo, que es algo que no se tiene, y que se apetece tener, o si lo tenemos quizá no sabemos si mañana estará con nosotros y lo deseamos tener siempre.
Para Kaedi, era ahí en donde comenzaba la compasión: ¿Qué es la compasión? escribió en una servilleta mientras Salvador acomodaba unos libros en las repisas. La compasión era ver morir algo, acabarse, finitarse por su cuenta con lentitud y agonía, y tener la voluntad de darle el fin merecido. Encontraba algo de egoísmo en la compasión, quizá el que estaba por morir no quería morirse aun y el otro, por su voluntad compasiva se sentiría con la libertad de darle la muerte. Tomó su celular y buscó el significado etimológico de la palabra: "(sympathia), palabra compuesta de συν πάσχω + = συμπάσχω, literalmente «sufrir juntos», «tratar con emociones ...», simpatía)"
—Sufrir juntos... —susurró.
Miró el mensaje que tenía de Lía, le había confesado esa mañana que tenía miedo de lo que empezaba a sentir por ella. Era el hecho de sentirse segura, amada, lo que más le aterraba. Era de esperarse, pensó. Era como abrir la jaula del ave que siempre ha estado en cautiverio, como darle algo de carne mascada al león que ha nacido sin dientes ¿Cómo es que alguien le iba a temer al amor si nacemos con ese don?
Hacía unos minutos había descubierto que sentía un poco de lastima por ella, prefirió denominarlo: compasión. Se dio cuenta de que quizá la amaba, la amaba lo suficiente como para sentir esa compasión y eso no era malo. Simplemente, era un compromiso, el compromiso de demostrarle que el amor puede ser como Agatón lo había explicado en los diálogos de Platón; algo bueno y algo bello.
***
—¿Por qué me has invitado a desayunar?
Kaedi dejó de lado el tenedor y miró a Lía como si no comprendiera lo que acababa de preguntarle. Habían pasado ya un par de semanas desde que ambas se habían sincerado respecto a sus sentimientos.
—Pues...porque estas cosas hacen las personas que están juntas ¿te molesta?
—No —respondió algo extrañada y volvió a su plato, llevándose una rodaja de melón a la boca.
—Nina y tú debieron haber ido a desayunar alguna vez.
Lía suspiró, dejando caer el tenedor en el plato:
—Sabes que no me gusta que hablemos de ella cuando...
—Lo sé —interrumpió—. Pero viene al caso —volvió a su almuerzo mientras Lía la observaba algo intranquila. Quizá había sido un poco dura.
—Y no, para tu información tampoco compartimos desayuno en la casa. Ella entra más temprano que yo a la universidad.
—Ya veo... —contestó únicamente.
El desayuno pasó tranquilo, después de aquel pequeño momento incómodo todo volvió a ser natural entre ellas.
Fueron al departamento de Kaedi, charlaron un poco más, miraron una serie y se quedaron dormidas en el sofá. Al despertar, Lía se dio cuenta de que aquel era otro cuerpo, el calor de esa chica era diferente, así como su aroma que se mezclaba con el de los libros viejos y la mariguana. Abrazarla era como abrazar a un algodón de azúcar gigante. Podía hundir su nariz entre su espeso cabello y olía tan delicioso como su cuello. Nina era diferente, siempre estaba fría y siempre olía a hospital, y aunque su cuerpo era suave no era tan cálido como el de la chica que la acompañaba. La miró detenidamente, y se acercó a sus labios para besarla con ternura. Kaedi despertó al sentir aquel tacto, con una enorme sonrisa dibujada en su rostro. Aferró a Lía en un abrazo acomodándola a su cuerpo, como si la chica fuera una muñeca.
—Tengo que irme a casa, necesito terminar unos pendientes.
Kaedi hizo un mohín mirándola con un ojo cerrado.
—Te llevaré.
Subieron a la Caribe y llegaron rápidamente al departamento de Lía, quien esperó que en algún momento Kaedi le preguntara si podía quedarse en un rato más con ella, pero la chica imaginó que tal vez era ella quien no quería que se quedara. Ninguna dijo nada.
Se despidieron con un beso un poco más intenso, porque cada día que pasaba crecía un deseo por tenerse y no, por poder llegar más allá sin ser capaces de sincerarse.
***
Cuando llegó al del departamento, se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y simplemente giró la perilla.
—Volviste —susurró mientras veía que Nina cruzaba la cocina rumbo a la puerta.
—¡Tres semanas, Lía, tres semanas y no fuiste siquiera para llamarme!
Ahí estaba, frente a ella, con su larga cabellera rubia algo alborotada y con un tono de voz que comenzaba a irritarla como siempre que tomaba esa actitud arrogante.
—Si sólo volviste a seguir discutiendo es mejor que te vayas, no estoy de humor para eso.
Pasó de largo y fue rumbo a la sala, encendió su computadora y se quitó los zapatos mientras su chica la observaba sorprendida. Antes Lía hubiera dicho cualquier cosa para intentar tranquilizarla, pero esta vez era diferente.
—Tienes razón, cielo. Perdóname —contestó la rubia acercándose a ella—. Lo que pasa es que te he extrañado tanto estos días, ¿a caso tú no?
Sintió el abrazo de su novia como si aquella fuera una desconocida. Sin embargo, no era como si sus sentimientos por ella se hubieran acabado de un día a otro. A pesar de todo, también la había extrañado y mucho.
Cenaron juntas, fue Nina quien se encargó de preparar la pasta mientras Lía cortaba los vegetales para acompañar. Hacía tiempo que no hacían algo como eso. Miró su teléfono y descubrió que tenía un mensaje de Kaedi. Quería saber si había terminado sus pendientes y si le gustaría ir a cenar. Guardó su celular cuando Nina se acercó a ella para decirle que todo estaba listo. Se puso de pie y caminó hacía su habitación.
Esperó a que Kaedi contestara, pero la chica no respondió.
Pasaron un par de días y las cosas en casa estaban curiosamente mejor. Su rutina se dividía entre su trabajo y la universidad. Los momentos libres eran acaparados ahora por Nina que comenzaba a mostrarse más comprensiva y hasta cierto punto cariñosa. Le preguntaba cómo había sido su día, cuando llegaba temprano la sorprendía con la cena, incluso estaba recuperando la libido. Lía no podía entender qué era lo que estaba sucediendo. Aquella repentina actitud de la rubia la ponía nerviosa y comenzaba a hacer las cosas más difíciles. Ahora hablar con Kaedi parecía imposible, no era solamente por la presencia de Nina, sino por el temor que no dejaba de palpitar en su corazón. El ave que no ha dejado jamás la jaula...
Estaba por salir de su trabajo, pudo reconocer a lo lejos la Caribe color arena que estaba parada en del estacionamiento del hospital.
Kaedi llevaba una gran pila de hojas entre sus manos cuando se acercó a ayudarla.
—Gracias —dijo sin darse cuenta de quién era.
—De nada, guapa —contestó la suave y tersa voz de Lía.
Kaedi la miró, la chica sonrió y fue hasta ella para abrazarla con fuerza. Como si la hubiera añorado tanto como ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras le ayudaba a acomodar las hojas en la parte trasera del automóvil.
—Vine a buscar a mi mamá.
—¡Es verdad! había olvidado que tu madre trabaja aquí... —Se dio cuenta de que Kaedi no parecía tan entusiasmada como ella con su presencia—. ¿Pasa algo?
—No, ¿por qué?
—Estás muy... no sé, seria.
Una mujer de cabello castaño y ondulado, con un perfil afilado y grandes anteojos, se acercó hasta ellas. Llevaba una bata blanca. Lía la miró y se dio cuenta de que era la psiquiatra del hospital. Habían coincidido en un par de ocasiones en la cafetería y el registro de asistencia, pero jamás hubiera imaginado que era madre de Kaedi. No se parecían en lo más mínimo.
—Lamento la tardanza, estas son las ultimas —dijo la mujer quien al ver a Lía le regaló una sonrisa muy similar a la de su hija.
—Descuida, aun es temprano —contestó Kaedi y después reparó en su madre que observaba curiosa a las dos chicas—. Perdón, mamá, ella es Lía...
—Su novia —intervino Lía algo entusiasta— mucho gusto, señora.
La mujer quedó asombrada. Ella y su hija solían tener una relación bastante cercana, le sorprendió que si era su novia aun no le hubiera dicho nada.
—¿Novia? No me habías contado nada —miró a su hija como si la estuviera reprimiendo, pero en realidad bromeaba—. El gusto es mío, linda. Y por favor llámame Sara.
Sara y Lía intercambiaron un par de líneas. Ella también la recordaba en la cafetería y en el registro de asistencia. Incluso recordó haberle dado los buenos días en los pasillos.
—Eres nueva, ¿cierto?
—Así es.
Kaedi las observó conversar durante un instante, Lía le había llamado por su nombre a su madre, tal y como se lo había pedido. Sabía cuánto le gustaba que lo hicieran, porque aquello le hacía sentir que estaba en confianza. Así que Lía no tendría que esforzarse mucho por simpatizar con ella . Como quien dice, ya se la tenía ganada.
—¿Nos vamos? —intervino la chica de los rizos quitando las hojas de mano de su madre para acomodarlas en el automóvil.
Sara asintió, mientras Lía se daba cuenta de que verdaderamente Kaedi no quería verla. Algo estaba pasando y no había tenido el coraje de preguntárselo antes de que su madre llegara.
—¿Vienes con nosotros, Lía?
Los ojos de la chica se posaron sobre Kaedi que tenía una expresión vacía.
—No, en realidad tengo que volver a trabajar.
Sara se despidió de ella dándole un beso en la mejilla. Haciéndola prometer que iría a la casa algún día para que les cocinara algo. Aceptó con mucha cortesía mientras la mamá de Kaedi se subía al auto y revisaba los papeles que aún llevaba con ella. Kaedi estaba ahí de pie, sabía que ahora era momento de sincerarse con Lía y no comportarse como la niñata inmadura que quizá se guardaría todo aquel sentimiento.
—¿Te molestó que le haya dicho que soy tu novia?
—En realidad no sé cómo sentirme, acabas de conocer a mi mamá y ya le mentiste.
—¿Es por Nina, cierto? —preguntó de pronto y sintió como sus ojos comenzaban a ponerse brillosos—. Por eso estás enojada
Kaedi suspiró. Se llevó una mano a la cabeza, despejando el cabello de su frente. Llevaba días pensando en eso, desde que llamó a Lía por última vez y ésta le dijo que Nina había vuelto. Era horrible sentirse de esa forma, tragándose aquel sentimiento amargo, que ella misma aborrecía con todo su ser. Miró a la chica que tenía enfrente, y se percató de que estaba a punto de quebrarse.
—Lía, no estoy enojada. Yo sé que ella es tu novia y no tengo derecho a molestarme por eso, soy consciente de la situación...
—¿Pero...?
—No voy a decirlo, tienes que obviar ese "pero" —Se quedó en silencio por unos segundos y luego soltó un largo suspiro para finalmente decirle aquello—. No va conmigo este tipo de cosas... pero no puedo evitar sentirlas.
Lía sabía lo que pasaba por la cabeza de Kaedi, y le parecía tierno que no quisiera decirlo. Tenían que poner las cartas sobre la mesa.
—¿Nos vemos esta noche?
—No lo sé —contestó sobando su nuca—. Tengo unas cosas que hacer en la librería.
—Entonces te buscaré ahí.
Kaedi suspiró. Lía se acercó hasta ella para abrazarla y darle un beso rápido pero tierno en los labios. Se despidió con la mano por última vez de Sara para después volver al hospital.
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