"ROMANCE DE LA LUNA"
"¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano."
Federico García Lorca
A Anna, que es siempre brisa de otoño.
...
Se dio cuenta de que estaba bastante abrumada en aquella fiesta de preparatorianos. No le gustaba mucho el ambiente de esas reuniones. Era la única que no podía encajar mientras Nailea y Anna ya estaban riendo y charlando con algunos de los chicos. Estaba ahí por ellas, no había otro motivo por el cual quedarse que esperarlas.
Qué tontería. Pensó mientras caminaba a la cocina. Un par de chicos estaban besándose ahí y otros más en el pasillo. Era incómodo estar en una casa en donde las hormonas estaban a flor de piel. Decidió meterse a una de las habitaciones y esperar a que la noche pasara con mucha rapidez. Se asomó por la ventana y vio a Nailea y a uno de los compañeros de su clase de inglés dejándose llevar por sus más primitivos instintos en el jardín trasero. Era demasiado, apenas había podido dejar atrás sus sentimientos por ella como para ver un espectáculo de tal magnitud.
—¿Te gusta mirar ese tipo de cosas, Kaedi?
Dio una media vuelta tan asustada que dejó caer su trago de cerveza. Anna estaba detrás de ella. La observó reír mientras recogía el vaso y lo ponía en una repisa.
—¡No me gusta espiar a las personas, sólo...!
—No te preocupes. No le diré a nadie que eres voyerista.
Kaedi sintió que la sangre se le iba a los talones. Anna parecía tranquila, tanto que se quitó los tacones y se recostó en la cama. El vestido le quedaba un poco más arriba de lo aceptado por la conducta moral, pero tenía unas increíbles piernas. Parecía un poco más alegre de lo normal. Debían ser los tragos que comenzaban a subírsele.
—Dime algo, Kaedi ¿es cierto lo que dicen de ti?
Anna tenía una hermosa sonrisa marcada en el rostro, con su largo y sedoso cabello negro cayendo hasta sus hombros. Era de tez morena, con unos labios gruesos y unos ojos pequeños y rasgados que le daban una belleza primitiva. Desde el día que había llegado a la preparatoria todos los chicos habían caído a sus pies. A Kaedi no le sorprendió que fuera amiga de Nailea, las chicas habían estado en la misma academia de danza cuando eran niñas. Así que eran ellas, las reinas de la popularidad y Kaedi, el bicho raro que en ocasiones ganaba concursos de matemáticas y escritura.
—No me interesa lo que la gente diga de mí.
Anna la miró fijamente. De repente sonrió.
—Me alegra que pienses así. Por eso me agradas, ojalá pudiera ser como tú.
—¿Qué dices? Nadie quiere ser como yo.
Se puso de pie y caminó hacia Kaedi quedando a centímetros una de la otra.
—No digas eso. Yo te envidio en este momento. Todos hablan bien de ti, eres inteligente, simpática, bonita...
—No soy bonita.
—Lo eres —intervino la chica acercándose cada vez más a Kaedi para acariciar una de sus mejillas— tienes un cabello precioso y hueles muy bien, ¿qué perfume usas?
—No lo sé. Mi madre me lo regaló.
—Huele delicioso.
Kaedi sintió que su aproximación era desmedida. No podía simplemente ocupar su espacio personal de esa forma si no tenía intenciones de...
—Entonces, ¿es cierto? ¿te gustan las chicas?
Sintió como si una cubeta de agua fría cayera por su espalda. Miró sorprendida a Anna que continuaba mirándola.
—No creo que sea algo malo. Digo, nadie puede elegir de quien enamorarse. Eso solamente pasa.
—Eso creo —respondió Kaedi que comenzaba a sentirse un poco nerviosa mientras Anna caminaba por la habitación reparando en los pequeños detalles que la rodeaban como un taburete, algunos libros y figuras de porcelana.
No sabía a dónde iba al decir algo como eso tan de repente. Sabía que lo mejor era marcharse en ese instante.
—Quizá deba volver a mi casa. Ya es tarde y mamá debe est...
—¡Genial! interrumpió mirándola con una deslumbrante sonrisa—. ¿Podrías llevarme? Seguro Nailea se irá con ese chico y no quiero quedarme sola.
Kaedi aceptó. La casa de Anna le quedaba de paso. Durante el trayecto quien más habló. Kaedi aún no sabía cómo es que repentinamente había tenido interés en ella. Cuando se conocieron hacía apenas un par de semanas, la chica parecía odiarla, incluso Kaedi llegó a preguntarle a Nailea si es que estaba celosa por su amistad.
—Puedes dejarme aquí, caminaré un poco.
—Ni de broma. Aún falta una cuadra, no te dejaré aquí.
—Eres todo un caballero, Kaedi
Sintió la mirada destellante de Anna sobre ella, se acercó a su casa y finalmente estacionó el pequeño Volkswagen Sedán que su madre le había regalado.
—Te lo agradezco mucho, Kaedi.
—No es nada. Nos vemos en la escuela.
Sus miradas se encontraron durante un instante. Kaedi llegó a pensar que quizá tenía algo saliendo de su nariz o un pedazo de nacho con queso pegado a la mejilla porque Anna estaba inmersa en ella. Una atmósfera extraña lo envolvió todo. Quizá estaba ebria, y eso provocaba que se sintiera curiosa. Era totalmente normal.
—Sabes...esto es vergonzoso. Pero quiero besarte ¿crees que podamos besarnos un rato?
Kaedi tragó saliva. Estaba tan nerviosa que las manos comenzaron a sudarle sin parar. No sabía cómo es que algo así había pasado. Pero lo cierto era que Anna no era desagradable a la vista de nadie y tampoco era tan engreída como todos decían. Sólo era víctima de su popularidad.
—Anna...creo que es mejor que vayas a casa. Es tarde —No sabía cómo es que había terminado diciendo eso. Quizá su parte más consciente había hablado esta vez.
Miró a Anna, parecía un poco decepcionada. Le esbozó una sonrisa simpática y abrió la puerta del automóvil pero Kaedi la detuvo. Su parte irracional, la más salvaje y animal estaba por salir.
—¿En verdad quieres hacerlo?
Anna sonrió, se inclinó hacía ella y puso sus labios lentamente en los de Kaedi que aun no podía creer lo que pasaba. Comenzaron a besarse tranquilamente hasta que la garganta de Anna comenzó a hacer sonidos pasionales. Eran sólo besos, pero la chica parecía verdaderamente excitada. Kaedi sabía que tendrían que parar antes de que todo se saliera de control pero de un momento a otro ya tenía entre sus manos el palpitante sexo de Anna.
La chica jadeaba sin parar mientras Kaedi la acariciaba lentamente. Intentó taparle la boca para que no hiciera tanto ruido pero era como si eso la excitara aún más. Se corrió con rapidez entre sus dedos.
Anna comenzó a besarle el cuello hasta bajar a sus pechos:
—Vamos al asiento trasero —le susurró.
Ahora no era posible parar. Kaedi la obedeció a pesar de que temía que alguien pudiera verlas o escucharlas. Pudo sentir la lengua de Anna recorriendo su pecho hasta llegar a su entrepierna con una experiencia casi magistral. Era un movimiento suave pero firme que no duró mucho antes de que culminara. Intentó resistirse, pero Anna parecía aún más tortuosa a esa resistencia.
—¡Suficiente! —gritó de pronto Kaedi, que estaba sudando y tenía el pecho rojo.
Anna sonrió. Se pasó el dorso de la mano por los gruesos labios y se inclinó hacia ella para besar su nariz.
—¿Quieres ir a ver el amanecer?
****
—¡Kaedi!
Miró su teléfono. Pasaban de las tres de la mañana, no podía creer que Anna estuviera gritando en su ventana. Si su madre las escuchaba se enfurecería.
—¡Shht! Sube.
La chica se encogió de hombros algo avergonzada y comenzó a trepar por la enredadera que daba hasta la ventana.
—Eres buena trepando —comenzó a ayudarla a entrar por la ventana.
—Te mostraré otra cosa en la que soy buena —dijo al tiempo que comenzaba a quitarle la ropa con rapidez y así mismo la suya.
—Mamá tiene el sueño muy ligero.
La chica sonrió. Recorrió el cuello de Kaedi con su lengua mientras repasaba sus pezones una y otra vez con sus dedos. La chica dio un pequeño gemido que tuvo que ahogar de inmediato.
—Entonces intenta ser silenciosa.
Bajó lentamente hasta su entrepierna, mientras Kaedi se estremecía sin parar. Anna puso una de sus manos en su boca, enterrando sus dedos en ella mientras la chica se estremecía despacio y luchaba por ahogar sus suspiros.
****
—Vamos, Anna. Últimamente no quieres ir conmigo a las fiestas ¿qué pasó con tu misión de besar a todos los chicos de la ciudad?
Miró de reojo a Kaedi que estaba concentrada en el trabajo de ciencias. Siempre que hacía equipo con Anna y Nailea sabía que terminaría haciendo el trabajo sola. Pero le gustaba, encontraba más cómodo hacer las cosas por su cuenta que depender de otros.
—Ya te dije, Nailea. Me queda mucho tiempo aun, puedo tomarme las cosas con calma.
—En serio que no te entiendo. Me dijo Eugenio que no quisiste salir con él. Lleva dos meses portándose increíble contigo y le dijiste que no. Es guapo, rico y además es el capitán del equipo de futbol ¿qué más quieres?
Nailea iba de un lado al otro recorriendo su enorme habitación tan rosada como el trasero de un unicornio, que era como Kaedi solía decir.
—Si tanto te gusta, quédatelo. No tengo interés en él. Ya te dije que me gusta alguien más.
Anna estaba retocándose el maquillaje. Kaedi levantó sutilmente la mirada mientras sus ojos se encontraban y le regalaba un guiño cómplice.
—Terminé. Creo que me iré a casa ahora —dijo cerrando sus libros para meterlos en su mochila.
—¿Podrías ayudarme con matemáticas hoy también? —preguntó Anna entusiasmada.
Kaedi la miró divertida mientras percataba de que Nailea no les prestaba la más mínima atención.
—Claro, vamos a tu casa.
Anna vivía sola. Sus padres solían viajar mucho y ella estaba bajo el cuidado de una nana desde sus primeros años de vida. Su habitación era espaciosa, de cortinas blancas y edredones acolchonados. Pasaban más tiempo en ese lugar que en ningún otro. Planeando sus vidas, cuántos hijos iban a tener, quiénes serían los padres.
—Quiero un hijo de Ryan Gosling
Estaban desnudas sobre la enorme cama de sábanas de seda. Kaedi recorría con sus dedos el vientre de la chica mientras ella acariciaba su cabeza.
—Yo sólo te quiero a ti...
— Lo dices en serio? —preguntó al tiempo que se reincorporaba. Su expresión estaba un poco angustiada y cuando Kaedi la miró se preocupó.
—Lo digo en serio. Creo que te amo —suspiró, dejando caer su cabeza en la almohada de plumas de ganso.
Anna se acercó a su rostro y la contempló. Parecía como si un dolor enorme le atravesara el pecho. Kaedi comenzaba a preocuparse.
—¿Me amas? ¿Aunque sea una cobarde y tengamos que seguir fingiendo ante Nailea y los demás?
—Eso no tiene porqué afectar lo que siento por ti.
Anna sonrió. Se aferró al cuerpo desnudo de Kaedi y comenzó a besarle cada uno de los rincones. Kaedi cerró los ojos, aquel era un delicioso sueño del cual no quería despertar jamás. Pero pronto, hasta los sueños más hermosos tienen que terminar.
****
En cuanto llegaron las miradas se posaron en ellas. Kaedi intentó ir un poco más atrás para pasar desapercibida pero aun así las miradas la seguían. Era una fiesta como muchas otras, alcohol ilegal, sexo, un poco de hierba para aquellos temerarios, pero ella no tenía muchos ánimos. Tomó un poco de licor y lo bebió despacio mientras miraba a todos a su alrededor. Buscaba a Anna, debía estar cerca porque podía escuchar a Nailea riendo con unos chicos.
Estaba de pie junto a la piscina charlando con Eugenio Olivas, un chico popular en la escuela que iba un par de grados más arriba que ellas.
Durante un instante sus miradas se cruzaron, pero Kaedi supo que no podía hacer nada salvo seguir su camino y esperar a que la fiesta pasara.
—¿Eres Kaedi, cierto? Estamos juntos en taller de expresión literaria. Me gusta mucho como escribes.
—¿Y tú eres?
El chico le sonrió nervioso, no era muy alto, tenía el cabello ondulado cayendo hasta los hombros, castaño y al igual que ella portaba unas simpáticas gafas. Parecía un poco nerd y era claro que se había colado a esa selecta fiesta.
—Tomás. No me digas que no me recuerdas, ayer mismo te pregunté si Rimbaud era de los poetas malditos.
—Claro.
Volteó hacia otro lado sintiendo la mirada de Anna sobre ella. Tomás continuó hablando sin parar mientras Kaedi sólo pensaba en una forma de alejarlo y poder reunirse con Anna de una vez por todas.
—...Y bueno, eres muy linda, Kaedi. Me preguntaba si quisieras ir a caminar conmigo, para charlar un poco.
—¿Disculpa? —preguntó sin entender bien lo que Tomás acababa de decirle.
—Que si quieres caminar un poco.
Kaedi suspiró, no quería ser grosera con el pobre chico que seguro había requerido de mucho valor para poder hablarle. Lo recordó de pronto, se le había confesado en San Valentín, en su cumpleaños, Navidad, incluso el día de Pascua.
—Mira eso, los dos fenómenos hacen bonita pareja —dijo un chico que caminaba hacia ellos. Sujetó de la camisa a Tomás y lo apartó de Kaedi.
—Este lelo no tiene idea de que a Kaedi le gustan...otro tipo de cosas.
Kaedi miró fijamente al sujeto. Estaba furiosa, sólo quería matarlo. Los ojos de Anna la observaban preocupada. Ella mejor que nadie conocía a esos chicos. Eran molestos y repulsivos y al venir de familias adineradas creían que tenían derecho a controlarlo todo.
—Es un lastima, Kaedi. Porque fea no eres. Y yo que pensé que sólo las feas se volvían lesbianas. Dime ¿te violó tu papá?
Kaedi lo empujó derramándole el trago en la camisa. El chico logró tomarla por el brazo halándola hacía él.
—¡Cómo te atreves, maldito fenómeno!
En ese momento un chico interfirió. Propinándole un fuerte cabezazo en la nariz.
—Qué patético te ves molestando a una mujer.
Kaedi pudo ver un poco de sangre en su cabeza rapa. Sus hermosos ojos azules destellaban como dos estrellas en la negrura de sus ropas. Tenía perforado un labio y también las orejas.
—¿Estás bien? —le preguntó a Kaedi mientras ayudaba a Tomás a levantarse—. Vayamos por un trago en lo que este infeliz se desangra.
Kaedi miró de reojo a Anna que no parecía moverse. Había volteado su mirada y continuaba charlando con Eugenio como si nada hubiera sucedido. No pudo evitar sentirse un poco molesta, había actuado indiferente ante aquella agresión. Su miedo había sido más poderoso que lo que sentía por ella. Se sentía defraudada aunque no la culpaba. Sabía que tan difícil era superar ese temor.
El chico le extendió una cerveza. Kaedi la tomó y volvió su mirada hacia él. Era guapo, bastante atractivo y para ella aquello era demasiado decir.
—Me llamo Salvador.
—Hoy hiciste honor a tu nombre —contestó Kaedi con una sonrisa.
Los chicos brindaron. Comenzaron a charlar y no pasó mucho tiempo para que se dieran cuenta de que tenían mucho en común. Salvador era un snob, sabía de todos los temas con detalle y además utilizaba un tono de voz bastante grave.
—No soporto que las personas ricas abusen del poder que les otorga el dinero. Mucho menos para humillar.
—Pero, Salvador. Tú vienes de una familia adinerada —intervino Tomás.
—Mis padres son quienes tienen dinero. Yo sólo tengo un hueco en la tierra de la verdad. Además, jamás humillaría a alguien por tener un gusto tan exquisito como el de Kaedi.
Estaban sobre el cofre del automóvil deportivo de Salvador. Kaedi estaba por despedirse de ellos cuando Anna se acercó. Parecía preocupada, su semblante era extraño y dijo que llevaba rato buscándola. Kaedi la observó, no podía olvidar su reacción de hacía apenas unos momentos. Cuando los chicos la habían agredido. Prácticamente se había escondido detrás de Eugenio.
—Kaedi...vayamos a casa.
La chica se despidió de su nuevo amigo que perspicaz se inclinó para susurrarle que había hecho una buena elección. Kaedi le sonrió. Dio la media vuelta y fue hasta Anna que continuaba ahí esperándola mientras tiritaba.
Caminaron, durante el transcurso al automóvil, Kaedi le extendió su chaqueta. Se encontraron a Nailea de camino y decidieron que era suficiente de aquella noche. Las llevó de vuelta a casa, y dejó al último a Anna que no dejaba de mirarla sin poder decirle aun ni una sola palabra. Estaba tan arrepentida de no haber hecho nada por ella, sabía que tenía que haberle defendido. Pero simplemente el temor la había paralizado.
—¿No piensas hablar más? —preguntó la chica mientras se paraban frente a su enorme casa.
—¿Qué puedo decirte, Anna? Todo lo que siento en este momento es mucha rabia.
—¿Conmigo?
Kaedi se quedó meditando aquello. En realidad su rabia venía de una especie de temor también. Se sintió vulnerable, y sintió que si la situación se repetía quizá ella tampoco podría defenderla.
—No, es conmigo misma. Debí defenderme.
—Debí ayudarte —intervino la chica, que parecía a punto de llorar— pero fue tan rápido y ellos tan violentos. Me aterré, no sabía qué hacer...
—Volteaste la mirada...Eso fue lo que más me dolió. Fingiste indiferencia cuando ese sujeto trató de doblegarme. No puedo evitar...
Anna aferró con sus manos el rostro de Kaedi para llevarla hasta su boca. La besó profunda e intensamente durante un rato. Sintió las manos de la chica subir por sus piernas hasta llegar a su cintura.
—Kaedi... —susurró al despegarse—. Juro que jamás volveré a hacerte algo así. Yo te amo.
La miró con énfasis a los ojos. Pudo sentir el calor de sus manos recorrer su espalda, su cuello y ese beso que le entrecortaba la respiración. La amaba, ella también la amaba con todas sus fuerzas y bajo cualquier circunstancia.
****
Las vacaciones de verano ya habían comenzado, Anna y Kaedi tenían planes, prolongarían las sesiones de matemáticas para así verse con más frecuencia a pesar de que los padres de Anna volverían a la ciudad.
Casi no frecuentaban a Nailea, coincidían en algunas clases y se habían tornado extrañamente cercanas. La chica siempre había sido perspicaz, así que empezó a indagar sobre la repentina relación tan armoniosa que ambas tenían.
—Perfecto. Yo también quiero regularizarme en matemáticas.
Anna lanzó una mirada a Kaedi como rogándole que inventara algo para evitar aquello. Pero Kaedi no podía. Sentía que estaban apartando poco a poco a Nailea y ella también era su amiga.
Quedaron de verse en casa de Kaedi. Pasaron dos horas y Nailea aún no aparecía. Intentaron llamarle pero no respondió. Supusieron que no iría. Anna sonrió, aquello era música para sus oídos. La madre de Kaedi doblaba su turno y los padres de Anna creían que estaba de pijamada con Nailea.
—Por fin una noche solas —susurró arrebatándole a Kaedi "El libro de los abrazos" de Galeano.
Le quitó los anteojos y comenzó a besarla mientras se recostaban en la cama. La recorrió, y besó lentamente sin mitigar los gemidos y gritos que salían de sus apasionadas bocas.
Nailea había llegado con tres horas de tardanza. Solía pasar mucho tiempo en casa de Kaedi así que sabía en donde estaba la llave oculta. Abrió la puerta, se dio cuenta de que las chicas no estaban en la sala así que debían estar en la habitación de su amiga. Se inclinó en la puerta y al escuchar los ruidos provenientes de la recámara sintió que debía detenerse. Pero ya era tarde. Era arrastrada por las respuestas a esa sorpresiva desinclusión del grupo. Abrió lentamente la puerta de la habitación y vio a sus dos amigas, entrelazadas por una relación que desconocía.
Anna dio un brinco al verla mientras Kaedi intentaba cubrirse el cuerpo.
No podía creer lo que veía.
—¡¿Están locas?! ¿Qué demonios están haciendo?
Kaedi suspiró. Vio que Anna temblaba asustada y Nailea parecía al borde de las lágrimas.
—Nai, relájate. Debimos decírtelo antes pero no se había presentado la ocasión.
—¿Ocasión? ¿Preferías que me enterara así?
Anna comenzó a vestirse mientras evadía la mirada de Nailea.
—¿Eres lesbiana? —le preguntó de pronto, observando los ojos llorosos de Anna que seguía sin poder emitir palabra alguna—. Sólo quiero que me lo digas ¿por qué nunca me lo dijiste? Somos amigas desde hace años, Anna.
Nailea comenzó a llorar. Se llevó las manos a la cara mientras se sentaba a la orilla de la cama.
—No me interesa si ustedes tienen algo. Lo que me duele es que ninguna me dijera ¿a caso no confían en mí? Y yo que pensé que me odiaban y querían alejarse.
Kaedi se acercó a su amiga, estaba un poco más relajada. Ahora sabía que esas lágrimas eran de felicidad al descubrir que ninguna de las dos quería sacarla del "club".
—Lo sentimos, Nai. Pero no es algo sencillo. Anna y yo...
Los ojos de Anna comenzaron a ponerse nerviosos. Era como si una parte de ella no hubiera asimilado la situación hasta ese momento. Terminó de vestirse y salió rápidamente de la habitación. Nailea y Kaedi se miraron sorprendidas. Esta última corrió para alcanzarla en la puerta de salida.
—¿A dónde vas? ¿Anna? —La tomó del brazo pero la chica se zafó con brusquedad—. ¿Qué te sucede? Ya oíste a Nailea, esto no tiene nada de...
—¡No podemos seguir así! —exclamó, con gruesas lágrimas corriendo de sus mejillas—. ¡No quiero esto! ¡No lo quiero!
Anna se subió a su automóvil, aceleró con rapidez haciendo patinar su vehículo y se alejó. Kaedi se dio cuenta de que no tenía sentido esa reacción, jamás hubiera imaginado que aquello era sólo el principio.
Pasaron los días y le fue imposible localizar a Anna. Al parecer había salido de la ciudad sin decirle nada a nadie. Ni siquiera Nailea sabía que había sucedido con ella.
—Quizá fue con sus padres a Miami. Acostumbran a ir ahí.
—¿Por qué no me dijo nada? Fue como si de repente la tierra se la tragara.
Kaedi comenzaba a preocuparse. Quizá ni siquiera sus padres sabían algo de ella. No dejaba de pensar que quizá podía haberle sucedido algo. Fue a su casa innumerables veces pero el ama de llaves jamás le abrió. Algo no estaba bien.
Después de algunos días se dio cuenta de que quizá Anna no volvería ese verano. Nailea la había invitado a un fin de semana en la casa de playa de sus padres. Como de costumbre aquella pequeña invitación terminaría en fiesta. Kaedi se vio obligada a ir, sabía que de no ser así tendría a Nailea insistiendo. Así que la convenció. Era una fiesta como todas las demás, llenas de chicos presuntuosos y sin el más mínimo sentido común. Kaedi como siempre se alejó del bullicio de aquel lugar y miró el cielo. La luna estaba hermosa y brillante, tan enorme como casi nunca. Recordó aquella vez en casa de Anna, la chica había insistido en que le leyera uno de sus poemas favoritos.
—No sabía que te gustara Lorca.
—No conozco mucho al autor. Pero me gusta ese poema. Me da mucha nostalgia, además, es como si la luna fuera una hermosa mujer que llevada por un pesar se roba a ese pequeño gitano. Ojalá cuando muera, la luna también venga por mí.
Kaedi le sonrió. Comenzó a leerlo y siempre que tenía oportunidad lo repasaba hasta que lo memorizó.
Después de quedarse un rato contemplando aquella playa solitaria y oscura escuchó el bullicio de un par de chicos. Estaban a lado de ella, ocultos, quizá para dejarse llevar por sus pasiones. Se puso de pie, no quería ser inoportuna ni tampoco testigo de aquel suceso. Para su sorpresa, cuando sus ojos se cruzaron con los de la chica pudo reconocerla.
—Anna... —observó a la joven de mano de Eugenio jugueteando y besándose.
—Kaedi —dijo la chica un poco nerviosa— pensé que no vendrías.
—Me animé de último momento —mintió.
—¿Y qué haces aquí? Deberías estar en la fiesta. Creo que Tomás vino —bromeó.
Kaedi no iba a tolerar aquella situación. Caminó rumbo a la casa de Nailea pero sintió las manos de Anna reteniéndola.
—No te vayas así yo...
—Te fuiste, no me diste ni una explicación y apareces con ese idiota de la mano...¿Por qué? ¿Qué te hice, Anna?
La chica la miró con los ojos turbios. Después reparó en Eugenio que parecía confundido con aquella situación.
— o tengo por qué darte explicaciones, Kaedi. ¡Cielos! ¡Deja tu obsesión conmigo!
Eugenio se acercó hasta ellas para alejar a Kaedi de un empujón.
—Te lo advierto, lesbiana. No te metas con mi chica.
Kaedi miró horrorizada a Anna que se llevaba las manos a la boca y lloraba en silencio. Logró zafar el brazo de Eugenio.
—No te preocupes. Tu chica no es mi tipo.
Kaedi se alejó rápidamente dando grandes zancadas hasta llegar a su automóvil. Se subió al vehículo pero antes de que arrancara Nailea la interceptó.
—¿Qué haces? ¿A dónde vas?
—¡A donde no esté ella! ¡La odio, la odio tanto! ¿Cómo puede hacerme algo así?
Nailea se dio cuenta de que jamás había visto a su amiga de esa forma. Estaba tan alterada y fuera de sí que temió por su seguridad. Fue hasta donde estaba el chico con el que salía y le entregó las llaves de la casa.
—Iré contigo.
Nailea subió rápidamente al vehículo. Kaedi pisó el acelerador con fuerza haciendo patinar el automóvil.
—¡No aceleres tanto! —Le gritó a Kaedi pero no parecía obedecer.
Miró por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que alguien más se acercaba hasta ellas a la misma velocidad. Era Anna, que iba en el automóvil de Eugenio.
—¡Detente, Anna viene detrás!
Kaedi miró por el retrovisor. No iba a desacelerar. Aumentó la velocidad y la chica lo hizo de la misma forma.
Llegaron hasta una de las curvas principales de la carretera. Kaedi no se dio cuenta de ello así que no vio al automóvil que venía girando frente a ellas. Salieron de control intentando esquivarlo, mientras se impactaban contra uno de los cordones. No dejaron de girar durante un eterno instante. Antes de que pudieran parar, vio que el automóvil, en donde venía Anna, se estrellaba con ellas haciendo un gran impacto que seguro terminaría por matarlas. Cerró los ojos, pero el impacto jamás llegó. Vio como el automóvil volaba algunos metros cuando salía de la ruta y caía en una pequeña colina.
Todo había pasado tan rápido.
—¿Estás bien? —le preguntó a Nailea que sólo presionaba su rodilla y se quejaba.
Kaedi salió del automóvil, sentía el cuerpo pesado. Sin embargo, intentó correr lo más que pudo colina abajo mientras veía que el vehículo en el que venían Anna y Eugenio comenzaba a incendiarse. Vio el cuerpo del chico tirado unos metros detrás. Estaba muerto, había salido del auto a las primeras vueltas. Kaedi sentía que el aire le faltaba conforme avanzaba más y más. Llegó hasta Anna que estaba de cabeza intentando quitarse el cinturón con debilidad. Tenía una herida supurante en la frente y era un milagro o infortunio que siguiera consciente.
—¡Te sacaré! ¡Te voy a sacar de aquí!
Kaedi intentó zafar el cinturón sin éxito.
—¡No me dejes, Kaedi! ¡Te lo suplico! —gritó la chica entre lágrimas.
No podía dejarla, intentó usar sus dientes para romper el cordón pero era imposible. No se dio cuenta de que el vehículo ya había empezado a arder.
La miró a los ojos. Jamás iba a olvidar esa mirada. Era la misma que le atormentaría durante años. Incluso después de su terapia con Lucía, a veces veía esos trémulos ojos chispeantes y oscuros presagiando la muerte.
Nailea llegó hasta ella.
—¡Va a explotar! ¡Va a explotar! —gritó sin parar mientras arrastraba a Kaedi con todas las fuerzas que le quedaban.
Todo aquello fue tan rápido. Años después Kaedi no podía recordar lo que Anna le había dicho por última vez. No sabía si había sido un te amo o un no me dejes. Sin embargo, se alejó. Apenas pudieron apartarse lo suficiente cuando el automóvil explotó lanzando pedazos de hierro a su alrededor. Uno de esos se incrustó en la espalda de Kaedi que cayó de bruces pero aun con la fuerza de voltear y mirar aquella bola de fuego en la que estaba atrapada su chica.
Durante un par de segundos creyó haber escuchado sus gritos. Mientras luchaba con Nailea para que la dejara volver y sacarla de ahí, las lágrimas comenzaban a nublarle la vista hasta que cayó inconsciente y todo fue oscuridad. Sólo escuchaba la voz de Anna:
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
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