II
"Apenas te conozco y ya me digo:
¿Nunca sabrá que su persona exalta
todo lo que hay en mí de sangre y fuego?"
Carlos Pellicer
Kaedi sintió las manos de Nailea sobre las suyas, sabía exactamente lo que significaba. Siempre que tenía algo que pedirle endulzaba sus irresistibles ojos verdes. No podía creer lo que le estaba pidiendo. Qué clase de sentimiento desesperado podía producirle aquella chica para pedirle algo así.
—Por favor, Kaedi, no es tan malo.
—Nai, ¿te golpeaste la cabeza? —Puso su mano sobre la frente de Nailea mientras ésta no dejaba de reír divertida—. ¡No puedo hacer algo así!
La simpatía de Kaedi era algo que Nailea apreciaba en sus años de amistad. Era una chica increíble, que podía derrochar una seguridad impresionante y tenía un carácter desinhibido que llegaba a ser tan ameno como sus largas conversaciones de casi cualquier cosa. Por eso era perfecta para su plan.
—Kaedi, es en serio —reiteró en tono de súplica.
—No voy a hacer algo así, cómo se te ocurre. Si Lucía se entera ¡me mata!
—Eso no va a ocurrir, está del otro lado del mundo. Además es una buena causa. Es caridad
—¿Caridad? Por Dios, ¿segura que esa chica es tu amiga?
Los ojos de Nailea se habían quedado fijos en el rostro de Kaedi, quien pudo darse cuenta de que no bromeaba más, aquello era tan serio quizá como cuando le dijo entre lágrimas que creía que estaba embarazada hacía un par de meses.
—A ver —continuó con el tono más serio que pudo encontrar—, en el dado caso de que yo acepte ayudarte ¿Qué pasa si ella no quiere salir conmigo?
Los labios rosados de Nailea esbozaron una tremenda sonrisa, Kaedi estaba por ceder como siempre.
—Claro que aceptará salir contigo, eres inteligente, agradable y viéndote detenidamente no eres fea, mi amor.
—Oh, gracias, eres muy amable.
—Ya, en serio. Sólo serán unos meses. El tiempo suficiente para que logres modificar un poco su concepto del amor.
—Puedo presentarle a otra amiga, tengo varias que querrían salir con ella.
—¡No! —intervino Nailea, pasando sus brazos alrededor del cuello de su amiga. En algún tiempo lejano aquello hubiera sido suficiente para que aceptara, pero las cosas habían cambiado entre ellas—. Tienes que ser tú, lo que no quiero es que termine en garras de alguien como esa rubia malvada. Además, yo sé que tienes debilidad por las almas nostálgicas y perdidas de este mundo.
Kaedi suspiró, se alejó del abrazo de Nailea para caminar hacia el otro extremo de la habitación.
—Bien —aceptó a regañadientes mientras su amiga celebraba—, pero... —Se adelantó para frenar el entusiasmo de su celebración—. Primero, si ella no quiere no voy a insistir.
—Tres —intervino Nailea repentinamente.
—¿Qué?
—Es el número de veces que lo intentarás, si en el tercer intento no acepta entonces te dejaré en paz.
Jamás había visto a su amiga tan insistente en algo de esa naturaleza. No podía encontrar un motivo que la beneficiara de forma directa. Y conocía a Nailea, siempre tenía que haber un provecho para ella.
Si lo que intentaba era ser altruista lo mejor era que fuera Nailea, personalmente, la que ayudara a su amiga ¿qué tenía que ver ella en eso? ¿Para qué involucrarla?
Por otra parte, sabía que de alguna u otra forma, aquel descabellado plan iba a terminar en desastre. Sabía por experiencia que, a veces, o casi siempre, las cosas que se hacían con las mejores intenciones tenían catastróficos finales.
—De acuerdo —aceptó—. Segundo, si Lucía se llega a enterar de esto tú le vas a explicar todo.
—Tienes mi palabra —contestó Nailea inmediatamente, llena de un extraño entusiasmo.
Kaedi tomó sus libros y los metió a su mochila, una absurda, pero posible idea le llegó de pronto.
—Nailea, ¿qué va a suceder si ella...? —Miró detenidamente a la chica de los hermosos ojos verdes que ahora la observaba extrañada—. Si ella de verdad se enamora.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Nailea antes de contestarle a su amiga:
—Que modesta, Kaedi.
Intentó dar la vuelta totalmente avergonzada, pero Nailea alcanzó a tomarla del brazo para detenerla.
—Si eso sucede tú te irás de aquí en un año, las relaciones a distancia no sobreviven así que no será difícil terminar con ello.
«Claro», pensó. Las relaciones a distancia siempre llegaban a ser un verdadero problema, ella misma había experimentado en carne propia lo que era adorar sólo una imagen y anhelar su regreso. A veces, era como si no existiera, como si sólo fuera un recuerdo lejano que poco a poco se desvanecía. Apenas si podía recordar su rostro o el sabor de esos besos, su voz. Era difícil continuar aferrada a aquella relación de mensajes de texto y video llamadas de fines de semana.
Nailea llevaba rato llamándola. Fue el sonido de sus dedos chasqueándose lo que la hizo volver.
—Tú y esa maldita costumbre de chasquear los dedos.
Nailea comenzó a reír. Se dio la vuelta mientras tomaba su bolso y lo colgaba de forma elegante en su brazo. Kaedi avanzó unos pasos dejándola detrás.
—Espera, no tan rápido. —La detuvo—. Mañana irás conmigo a la fiesta de la universidad.
Se encogió de hombros y aceptó. Era común que Nailea la invitara a esas fiestas de gente idiota y superficial con la que solía rodearse. Eso era lo que más temía de conocer a Lía. Si resultaba de esa forma, no tendría siquiera una oportunidad para conversar. Sería un adiós definitivo.
—Claro, pasa por mí —contestó poco convencida.
—Trata de verte decente por una vez en tu vida, Lía estará ahí.
—¿Qué? ¿Cómo que estará ahí?
—Tienes que conocerla lo antes posible, así que ve preparada. Y ahora vámonos, tengo una cita.
—¿Una cita? creí que habías terminado con Rogelio.
Kaedi conocía a la perfección la clase de sujetos con los que su amiga solía involucrarse. Por lo general resultaban ser patanes que sólo buscaban pasar el rato y desaparecer como si se los hubiera tragado la tierra.
—Claro que terminé con Rogelio, conocí a un chico el otro día en una fiesta. Creo que es el indicado —sonrió emocionada.
Era como si el cuento volviera a empezar una y otra vez. Nailea era la Penélope de las relaciones, hilaba con el rastro de las noches sus relaciones con sujetos que destejería con la realidad de la mañana. Uno nuevo llegaba cada dos meses aproximadamente, y siempre era "el correcto", "el indicado".
Ambas salieron del departamento que se encontraba en una zona muy exclusiva de la ciudad. Nailea tomó de la mano a Kaedi como un desplante habitual entre ellas. Aferró sus cinco dedos a la mano de su amiga mientras bajaban del edificio. Era una sensación diferente, años atrás, haber tomado aquella mano habría sido casi un sueño. Aun recordaba esa sensación cuando Nailea rozaba sus dedos, o cuando se cambiaba de blusa sin el mínimo pudor frente a ella. Tomar su mano ahora era el recuerdo de una amistad que continuaba a pesar del amor, del dolor y los años.
****
Al llegar a la residencia en donde sería la fiesta, supo que había sido mala idea. Lo mejor sería dar media vuelta e inventar algún pretexto tonto para zafarse de la situación. Pero de un momento a otro, ya estaba dentro. No había marcha atrás. Vio la cantidad de personas que había y el estado etílico de todas y recordó sus fiestas de preparatoria. Aquel universo no era muy ajeno. Volvía a su mente el porqué la preparatoria fue su época más infeliz.
Un sujeto de aspecto varonil y bastante atractivo llegó hasta ellas en cuanto cruzaron la puerta y el recibidor. El chico extendió sus ejercitados brazos y estrechó a Nailea que de inmediato lo besó. Debía ser el idiota en turno, daba totalmente el perfil. Rubio, alto, atractivo, arrogante y pretencioso. Era perfecto. Saludó a Kaedi apenas y volvió su atención y sus manos a Nailea que miraba de reojo a su amiga con algo de pena. Era evidente que sobraba en ese lugar. Caminó para mezclarse entre las personas y fue hasta el barril de cerveza para servirse un poco.
—¡Lo siento! —se disculpó la joven mientras quitaba la mano de la manguera del barril.
Kaedi la miró detenidamente, era rubia con los ojos claros. Tenía el cabello muy lacio tan largo que quizá llegaba un poco más debajo de su cintura. Era bonita. Sin embargo, su atención se fijó en su acompañante.
—¡Lía!
Escuchó gritar a Nailea que se aproximaba hacía ellas.
—Nailea, pensé que no vendrías —dijo la chica que acompañaba a la rubia.
Su voz era suave. Kaedi jamás había escuchado una voz tan melodiosa, le pareció incluso un tanto seductora, ahora que la miraba con calma, podía darse cuenta de que contaba con todas las descripciones. No era muy alta, tenía el cabello oscuro, lacio, los ojos rasgados y negros, los labios gruesos y delineados. Llevaba puesto un suéter negro que le llegaba hasta los muslos y un pantalón que hacía juego, grandes y pesadas botas. Era un look algo añejo para alguien de su edad, pero le sentaba bien. Además, parecía una persona interesante, mucho más que cualquier otra persona en esa fiesta.
—Se nos hizo un poco tarde. Hola, Nina.
Nailea y la chica cruzaron una leve mirada. Era fácil interpretar que entre ambas había un roce. —Oh, ella es Kaedi.
Kaedi se acercó tranquilamente. Esbozó una sonrisa simple y recorrió fugazmente a ambas chicas. No eran la pareja más dispareja que hubiera visto en su vida, pero irradiaban una energía inusual. Lía fue quien se aproximó para estrechar su mano con suavidad:
—Entonces tú eres la famosa Kaedi. Es bueno poder conocerte, Nailea siempre habla de ti.
Ambas compartieron miradas.
—Es un gusto conocerte, también he escuchado mucho sobre ti.
Hubo un instante de contemplación. Era una sensación extraña, como si ambas estuvieran leyéndose antes de dar una aproximación. Reparó durante un momento en Nina, que claramente estaba incómoda y nada feliz con esa situación. No era tonta, podía percibir las intenciones de Nailea al presentarlas.
—Necesito ir al baño.
Lía volvió rápidamente su atención a Nina quien ahora aferraba su mano a la de ella en un evidente afán de proclamar lo que le pertenecía, «qué infantil», pensó.
—Con permiso, chicas.
Ambas fueron hasta el segundo piso de la casa. Las siguió sutilmente con la mirada hasta que se perdieron de vista, se dio cuenta de que Nailea hacía lo mismo para luego retornar en ella con entusiasmo.
—¿Y? ¿Qué te pareció?
Kaedi rio con ironía. Le divertía la ingenuidad con la que su amiga solía andar por la vida. Ahora entendía de donde derivaban tantas problemáticas a su alrededor. Le hacía esa pregunta como si no hubiera sido testigo de la calcinante atmósfera que se había desenvuelto cuando ella y Lía estrecharon sus manos.
—Me pareció ver a una chica con una novia muy celosa —sonrió con humor.
—Kaedi, hablo en serio.
—Pues, ¿qué quieres que diga? tiene una belleza peculiar y su voz... —Observó los ojos de su amiga brillar con emoción—. Pero vamos, Nailea, esto no va a funcionar, ¡tiene novia!
—No me digas que la rubia insípida te intimida.
—No es eso —contestó con titubeo al darse cuenta que alguien las observaba. Bajó la voz—. Pero no puedo simplemente romper una relación todo por una absurda idea tuya.
Nailea la tomó del brazo para dirigirla hacía una de las habitaciones contiguas. Ya dentro obligó a su amiga a sentarse y escucharla como si ese fuera un sermón de mamá.
—No vas a romper nada —insistió—. Nina es una niñita mimada y caprichosa, eso que ellas tienen no es una relación. Una relación se basa en el respeto, en el amor y en la confianza, ellas son más como una rutina mal ensayada, un terrible error.
Kaedi suspiró. Ella mejor que nadie sabía que las relaciones se basaban en el respeto, el amor y la confianza. Pero no podía entender a donde irían el respeto y la confianza si el amor se extinguía conforme pasaban los días, los meses, los años...
...
—Si no confías en mí, no hay nada que yo pueda hacer. Una relación se basa en eso, Kaedi.
Lucía iba de un lado a otro mientras hacía su maleta. Dentro de cuatro horas partiría a Barcelona. Kaedi la observaba mientras bebía una taza de café. Quizá aferrarla, abrazarla con todas sus fuerzas y no dejarla ir hubiera sido lo mejor, pero no podía hacerle eso. La amaba tanto que era incapaz de cortar sus alas.
—¿Vas a olvidarme?
Lucía levantó la mirada y vio unas lágrimas surcar por el rostro de su novia. Desde que recibió su carta de aceptación para iniciar su doctorado en Barcelona, había temido ese momento. Fue hasta Kaedi para estrecharla en sus brazos y besar su frente como cuando la conoció en su consultorio. En aquel entonces tenía apenas diecisiete años, y ella acababa de egresar de la universidad. Descubrió que aquella chica era maravillosa. Fuerte, decidida, pero al mismo tiempo frágil como una ligera capa de hielo. Desde ese momento supo que quería estar con ella, y era ahora cuando tenía que despedirse.
—Nunca voy a olvidarte... volveré en menos de lo que imaginas, además tenemos la tecnología a nuestro favor.
—Sabes que odio los smartphone.
Lucía comenzó a reír. Paso una de sus manos por los cabellos de Kaedi para revolverlos con suavidad.
—Tendrás que comenzar a llevarte bien con ellos... a menos que...
Los brazos de la chica dejaron de aferrar a Kaedi, quien ahora intentaba buscar su mirada. Era como si estuviera a punto de quebrarse. Jamás había visto un semblante como aquel en su rostro. Lucía siempre había sido la más fuerte en la relación, gracias a ella Kaedi había aprendido que el amor es libre y justo, es equitativo y no perfecto. Había aprendido a amar sus propios defectos y los de ella. Y sin embargo estaba ahí, a punto de bajar la guardia y ser imperfecta, humana:
—A menos que quieras olvidarme. No voy a culparte, Kaedi. Son cuatro años, eres tan joven y hermosa que ahora mismo siento que si te dejo ir voy a arrepentirme toda mi vida...
Kaedi miró a los ojos a Lucía, mientras alzaba su barbilla para entregarle un beso suave.
—Confío en ti. No voy a permitir que te quedes sólo por eso. Estaré aquí para cuando vuelvas. Y quién sabe, quizá pueda ir a visitarte durante el verano.
—Promete que si conoces a alguien me lo dirás... —pidió de pronto Lucía mientras aferraba sus brazos alrededor de Kaedi quien estaba sorprendida por la repentina situación—. Prométeme que no vas a dejar de vivir tu vida por esperarme.
Aquella mujer temblaba entre sus brazos. Aunque no quería admitirlo, encontraba emocionante que tuviera temor de perderla. Kaedi esbozó una sonrisa. Miró los ojos acuosos de su novia para ser ella quien la besara esta vez.
—Te lo prometo.
Lucía deslizó suavemente una de sus manos hasta llegar a la camisa de Kaedi. La desabotono lentamente mientras la chica aferraba las manos a su espalda. Sería el último aliento compartido en meses, quizá años. Sus bocas se sofocaron hasta que comenzaron a jadear, sus cuerpos desnudos reposaban sobre un colchón sin sábanas que por la mañana sería un pedazo más de ausencia. Y mientras Lucía comenzaba a hacerle el amor a Kaedi, ella no podía dejar de pensar en si con el tiempo, las huellas de esas manos se borrarían o se quedarían marcadas sobre su piel...
...
Sentada en la quietud de una silla en el jardín, sacó un cigarrillo delgado y oloroso que puso en su boca, lo encendió y le dio tres profundas bocanadas mientras sentía que el corazón se le expandía por el pecho. Escuchó un par de ruidos cerca y al voltear se dio cuenta de que una pareja había comenzado a follar a sus espaldas. Se puso de pie mientras apagaba el cigarrillo y lo guardaba en la solapa de su saco gris.
Caminó por un pequeño pasillo que daba al jardín frontal cuando vio que Lía discutía con su novia. La chica parecía insistente y sólo su voz era la que se escuchaba en un tono superior.
—¡Ya te dije, Lía! Si quieres quedarte es tu problema. ¡Yo me voy!
—Por favor, Nina. Solamente me despido de unos amigos y nos vamos.
—Haz lo que quieras. —Caminó hacia su automóvil y se marchó, no tuvo ningún titubeo al arrancar y alejarse sin siquiera ponerse a pensar en cómo regresaría Lía si lo único que había en esa fiesta eran ebrios.
—¿Estás bien? —preguntó acercándose con sigilo.
Lía retornó su mirada a la chica y asintió.
—Sí, perfectamente. ¿Qué hacías escondida? ¿Me estabas espiando?
Kaedi negó, no sabía porque de repente aquella pregunta le ponía nerviosa.
—Sólo regresaba. Unos chicos estaban teniendo sexo en el jardín. Preferí presenciar tu discusión con Nina que su show sexual.
Lía esbozó una sonrisa divertida.
—Vaya que eres rara, prefieres una discusión de pareja que algo de sexo.
—Cada quien tiene sus fetiches —respondió con una sonrisa encogiéndose de hombros.
Los ojos de Lía se clavaron repentinamente en ella, se sentía acechada. Lía se acercó hasta su rostro y olfateó su cuello y mejilla.
En una búsqueda de espacio personal, Kaedi se alejó asustada.
—Hueles a hierba, ¿tienes?
—¿Fumas? jamás lo hubiera imaginado —sonrió con ironía.
—Sólo cuando tengo mala racha. Ahora es el momento perfecto.
Regresaron al jardín, para su suerte, los chicos ya habían terminado con lo suyo así que pudieron sentarse cerca de la piscina mientras sacaba el cigarrillo y se lo entregaba a Lía. La chica lo puso en su boca y lo encendió dándole una gran tirada que guardó con resistencia en sus pulmones.
—Tranquila, Bob Marley, ¿quieres ir a los suburbios a conseguir algo más fuerte?
Lía soltó una carcajada mientras un poco de humo se le atoraba en la garganta.
—Sólo quiero relajarme. No es mucho pedir, ¿te vas a poner igual de pesada que mi novia?
—Claro que no —contestó con una voz tranquila—, yo no gastaría mi tiempo en peleas.
—¿Ah, no? Entonces si estuvieras conmigo, ¿en qué gastaríamos el tiempo?
Los penetrantes ojos de Lía se posaron en Kaedi. Era fácil darse cuenta de las intenciones que tenía. Lía era de las chicas que gustaban de provocar a los demás para luego hacerse las dignas. Que les gusta probar el límite de los otros para probar su propio ímpetu.
—Quizá seríamos los chicos de hace un momento y estaríamos teniendo sexo allá atrás.
Lía le lanzó una mirada feroz. Parecía furiosa y quería dejar en claro que aquello no iba a pasar ni por todos los porros del mundo.
Kaedi había estado en lo correcto, en realidad Lía era una provocadora. No buscaba más que ver sus méritos propios en los límites de los demás.
—Estoy bromeando —aclaró un poco ofendida—. A veces me gusta bromear, ¿a ti no?
—Claro... —contestó—. Como sea, es mejor que me vaya.
«El plan», pensó. Iba a gastarse su primera oportunidad, esperaba que dijera que no. Lo más coherente era que se negara, sobre todo después de haberla incomodado de esa forma.
—Lía...yo... —Se dio cuenta de que la chica ahora ponía toda su atención en ella—. Quería saber si te gustaría salir conmigo. Ya sabes, podemos platicar, tomar un café, ¿qué dices? —finalizó con una sonrisa dibujada en el rostro.
Lía se quedó inmersa en esa expresión, se dio cuenta de lo linda que se veía sonriendo, sus cabellos rizados caían sobre su frente y esos enormes anteojos le daban un toque intelectual.
—¿Me estás invitando a salir?
—Eso parece.
Lía suspiró, pasó una de sus manos por sus cabellos y después sonrió.
—Quizá... algún día puede ser... Me tengo que ir. Despídeme de Nailea. —Tomó su suéter y caminó rumbo a la salida.
Kaedi no supo cómo interpretar aquella respuesta. Dejaba más de una posibilidad abierta. Pudo haber dicho simplemente que no, pero ese quizá le daba a entender que las cosas serían sólo cuando ella quisiera y como ella lo deseara. Lía haciéndose "la manzana deliciosa", como solía decir su amigo Salvador.
Lo que más le inquietaba era que ella quedaba como la mala del cuento, la lanzada. Si a Lía se le ocurría decirle a su novia que la había invitado a salir, vaya problema en el que estaba metida ahora. Lo único que la alentaba era que solo quedaban dos intentos más, sólo dos de los cuales esperaba que se negara para poder continuar con su vida justo como la había dejado.
Después de terminar el cigarrillo, Kaedi regresó a la fiesta. Le llamó la atención la presencia de varias personas que no habían estado antes ahí, entre ellas, vio a una hermosa chica de cabello lacio y negro, ojos profundos totalmente inexpresivos, se encontraba a escasos centímetros de Nailea y el chico que la acompañaba. Durante un instante sus ojos se cruzaron, la chica le sonrió sutilmente. Pero ahora Nailea era lo único que pasaba por su cabeza. Su amiga corrió hasta ella tan ebria, que las piernas se le doblaban con la gracia y facilidad de una gacela recién nacida
—¡Kaedi! ¡¿Dónde te metiste?! Estaba preocupada ¿Cómo te fue con tú sabes quién?
—Bien, dijo que no.
—¡¿Dijo que no?! ¡Maldita idiota! ¡Ella no sabe lo que se pierde! Eres muy hermosa, amiga...
Nailea se acercó a su rostro, tomando su barbilla como si quisiera dirigirla a sus labios pero Kaedi comenzó a sentir las miradas de aquella chica y el novio de su amiga y la detuvo.
—Es mejor que nos vayamos, Nailea. Anda.
—No, claro que no —intervino el sujeto tomando a Nailea del brazo—. Iremos a otra fiesta, Nailea ya aceptó. Puedes venir también.
Por alguna razón desconocida esas personas no le daban la más mínima confianza. Especialmente esa chica que envolvía aquello con su presencia mística.
—¡Sí, iremos a la fiesta! —exclamó la rubia mientras tiraba su trago en su propia blusa.
Kaedi la sujetó del brazo para apartarla un poco.
—¿Estás loca? apenas si lo conoces. Además, míralos, parecen salidos de una película de Tarantino.
Voltearon a ver a ambos personajes. La chica de la mirada profunda no parecía darles importancia ya, pero los ojos del chico estaban clavados en ellas como un cazador mirando por la escotilla a su presa.
—¡Vamos, Nailea, no dejes que te convenza! Me lo prometiste, mi amor —gritó de repente.
—No fastidies —intervino la joven con una voz gruesa y profunda que llamó la atención de todos—, si la señorita cree que lo mejor es irse a casa, adelante. Lo único que podemos hacer es ofrecernos a llevarlas.
Kaedi pudo mirar a la chica que ahora sonreía y su semblante era un poco más afable. Pero jamás había visto unos ojos tan oscuros, era como mirar a la profundidad de un pozo y caer.
—Te lo agradezco. Pero puedo conducir. —Tomó a su amiga y la llevó hasta el vehículo.
En el camino, Nailea se quedó profundamente dormida. Por fortuna no había vomitado esta vez. Llegaron rápidamente y como pudo, la subió hasta su departamento. Comenzó a quitarle el vestido hasta dejarla en ropa interior. No era nada del otro mundo, había lidiado con las borracheras de su amiga desde hacía años.
—¿Crees que puedas darte un baño? ¿Quieres eso?
Nailea asintió. Intentó desabrochar su sostén sin éxito.
—Yo te ayudaré, ¿de acuerdo?
La desnudó y esperó a que la bañera se llenara con agua tibia. Finalmente Nailea se metió en ella mientras era Kaedi quien comenzaba a lavar su sedoso y brillante cabello rubio.
—Eres la mejor amiga que puedo tener...te amo, ¿lo sabías?
—También te amo.
Se quedaron durante un instante en silencio, mientras Kaedi continuaba enjuagando su cabello dorado.
—Lo sé... —repitió Nailea separando la palabra a causa de un repentino hipo—. Me amas desde la secundaria. Lo leí en tu diario una vez... ¿por qué nunca me dijiste? No soy lesbiana pero pudimos haberlo hecho, ¿sabes? quizá contigo habría sido diferente todo...
Kaedi soltó el cabello de Nailea, tomó una de las toallas y se la entregó sin decir nada. Salió del cuarto de baño y se sentó en la orilla de la cama llevándose las manos a la cara. No sabía porque aquello, aunque era lejano y no tenía la menor importancia ahora, le quemaba las entrañas. Qué era lo que más le dolía, qué hubiera quebrantado su privacidad o que reavivara esa clase de recuerdos en su mente.
Regresó por la chica después de escucharla chapotear y darse cuenta que no saldría por si sola. Extendió la toalla esperando a que Nailea se cubriera con ella.
—Lo siento. Lo sospeché antes de leerlo. Juro que no lo hice con mala intención.
Kaedi suspiró:
—No importa. Ahora vamos, sal de ahí o te harás pasa.
Salieron del baño y Nailea se recostó sobre la cama. Kaedi volvió a la orilla y sintió una mano de su amiga sobre su hombro y sus fríos labios en una mejilla.
—¿Aún somos mejores amigas verdad? acepto que estés furiosa conmigo, pero no te alejes.
—No digas tonterías, no lo haré.
La chica sonreía, le pidió un poco de ropa a Nailea y se recostó junto a ella para pronto sumirse en un profundo sueño. La una abrazando a la otra.
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