I
"...pienso yo que jamás"
Safo de Lesbos
Había dejado la escuela de ingeniería a pesar de que todo estaba en su contra. Su padre se lo había dicho: escribir poemas era tan inútil como el sujeto que se encargaba de lustrar sus zapatos en el parque.
—Puedo lustrarlos por mi cuenta. Así es la poesía. Cualquiera puede hacerlo y a nadie le importa.
Cualquier cosa que fuera en su contra no merecía siquiera formar parte de sus preocupaciones, o al menos eso creía. Había cosas más importantes que tratar en su vida, como la publicación de un libro, comenzar sus estudios en la universidad de humanidades y llevar a cabo la promesa que le había hecho a Nailea, su mejor amiga. Por eso es que estaba ahí, moviendo la cuchara lentamente dentro de su café mientras esperaba nerviosa a la chica que iba a enamorar. «¿Enamorar?», pensó. «¿En qué clase de persona voy a convertirme?» Esperaba no verse demasiado informal, no había recogido su espesa melena castaña y rizada, su suéter de botones y anteojos grandes hacían de ella un bicho raro con quien seguramente nadie querría tener ninguna especie de relación. Estaba asustada, desde un inicio supo que no era buena idea aceptar esa maldita propuesta pero Nailea tenía una facilidad impresionante para convencerla. Miró su reloj, faltaba justo un cuarto para las seis y su cita estaba retrasada más de quince minutos. Sabía que al final de cuentas Lía llegaría porque estaba despechada, conocía bien ese tipo de situación como también sabía que terminarían acostándose en cualquier momento.
Se puso de pie y dejó un par de billetes sobre la mesa lista para marcharse. Hasta ese momento no estaba segura de poder ayudarle a Lía. Era probable que empeorara mucho más las cosas que enmendarlas.
Escuchó detrás de ella una voz:
—¿Ya te ibas? Lamento haber llegado tarde. Tuve un contratiempo.
—No te preocupes —respondió tranquilamente, mientras observaba fijamente a la hermosa chica que ahora estaba frente a ella. Llevaba un saco negro con un extravagante pico detrás, y una camisa blanca con el botón ajustado hasta el pecho, dejando entrever su escote.
Volvieron a sentarse a la mesa, Kaedi ordenó un café americano doble y un pay de fresa para endulzarse un poco el momento, por su parte Lía pidió únicamente un té de flores. Kaedi observó a su mística acompañante, parecía tan taciturna e indiferente a la situación que en ocasiones su mirada se perdía entre el servilletero y sus propias manos. Eso indicaba que la cita no llevaba un buen rumbo.
Hubo un peculiar silencio entre ambas, cuando ni siquiera sus miradas coincidieron y por sus mentes únicamente pasaba una pregunta: ¿Qué era lo que estaban haciendo ahí?
—¿Te gusta este lugar? Yo vengo con frecuencia, es callado y tranquilo casi siempre. Así como tú. —Esbozó una sonrisa mientras observaba a Lía mirarla con un poco de reprobación.
—¿Estás diciendo que soy callada?
—Lo eres. Claro, no dije que fuera malo —afirmó Kaedi con una simpática sonrisa.
Lía observó fijamente la fisonomía de aquella chica. Era quizá bastante linda a pesar de que su estilo no era el apropiado. Tenía los ojos grandes y marrones detrás de sus anteojos de pasta, un sinfín de gruesos y marcados rulos caían de su cabeza dándole una expresión divertida. Sin duda no era su tipo, pero a pesar de eso estaba ahí por alguna razón que aún no comprendía.
—Entonces, ¿te gusta el silencio y la tranquilidad? —continuó después de reparar en el silencio que volvía a envolverlas.
—Sí, bueno, es agradable tener un poco de paz de vez en cuando, ¿no crees?
Kaedi se dio cuenta de que en realidad su acompañante no parecía cómoda. Llevaba rato con la mirada perdida y cuando sus ojos se encontraban prefería perderlos en su taza de té. Se había arrepentido, quizá era justo como lo había predicho. Lía estaba ahí por despecho y ahora estaba arrepintiéndose.
—¿Por qué aceptaste venir? —preguntó aquello sin ningún tipo de tacto, pero era tarde para arrepentirse. Esa pregunta era un misterio que le envolvió durante toda la noche.
Lía se quedó observándola:
—No entiendo —dijo finalmente.
—Bueno —prosiguió, subiendo sus anteojos, arrugando su frente—, te lo pedí varias veces y siempre decías lo mismo, que tenías novia y...
—Aún tengo novia —interrumpió.
—Lo sé, y aun así estás aquí conmigo. —Hizo una expresión cómplice mientras esbozaba una sonrisa sinvergüenza.
—Esto no es una cita, yo simplemente acepté porque... —Lía observó detenidamente a la chica que ahora sonreía, había dicho aquello para molestarla solamente—: ¿Sabes qué? olvídalo. Me estoy buscando problemas innecesarios. —Se levantó de la mesa. Sus mejillas comenzaron a enrojecerse mientras que Kaedi se puso a su altura para impedirle el paso.
—Lo siento, no fue mi intención —se disculpó entre risas, pero a Lía parecía no causarle gracia en lo más mínimo. No imaginaba que contara con tan poco sentido del humor—. Vayamos a caminar un poco, ¿te parece?
Pagaron la cuenta y caminaron hasta llegar al malecón. El mar se extendía inmenso y majestuoso a esa hora de la tarde. No había nada más que el choque de las olas y el olor a bahía. Kaedi comenzó a sacar sus zapatos para caminar sobre la arena, al darse vuelta pudo percatarse de que Lía estaba sobre la acera, observándola.
—¿Qué sucede? vamos, caminemos.
—Estás loca, no me voy a quitar los zapatos y mucho menos caminar sobre la arena. ¿Tienes idea de la cantidad de bichos y basura que hay?
Kaedi se echó a reír. Pensar en cuantas bacterias había en la arena de la playa era igual de estúpido que pensar en la cantidad de veces que se come en los restaurantes con el mismo tenedor que otros.
—¿Es en serio? —preguntó mirando a Lía que continuaba con una expresión seria—. ¿Eso quiere decir que jamás has caminado descalza sobre la arena?
La chica continuó observándola. Estaba un poco apenada porque aquello la hacía parecer débil y odiaba que la gente la viera de esa forma.
—Bueno —continuó—, puedo llevarte sobre mi espalda, no me molesta.
Kaedi llegó hasta ella para colocarse de espaldas, esperando a que Lía subiera. Pero no iba a hacerlo. Se dio la media vuelta y caminó hacia la calle principal.
—¡Hey, espera! —Kaedi corrió hasta tomarla de la mano. Pero cualquier contacto era demasiado después de haber visto lo de aquella noche en el cumpleaños de Nailea—. Puedes dejarte los zapatos si quieres, pero será más incómodo.
Su voz sonaba nerviosa y Lía sonreía conforme con esa situación. Por un momento creyó que ella también estaba pensando en lo que había pasado en la fiesta de su amiga.
—Escucha, no es necesario hacer todo esto. Sé que lo único que quieres es acostarte conmigo al igual que todos, así que porqué no vamos al grano, hagámoslo de una vez.
Kaedi estaba sorprendida. Jamás le había ofendido tanto la oferta de sexo casual. Se quedó inmersa en esa expresión de piedra en el rostro de la chica, sus ojos oscuros justo frente a ella. Imaginó en la cantidad de veces que pudo haberse entregado de esa forma, a cambio de nada. No pudo evitar mirarla como si fuera un ave con un ala rota. Y sí, tenerle un poco de lastima.
—Vaya, esto es raro. —Aquella atmósfera que comenzaba a tornarse sofocante—. No sé si sentirme ofendida, decepcionada o halagada.
—¿Decepcionada?
—No pensé que fueras tan pretenciosa: sólo quieres acostarte conmigo como todos. Pues lamento decirte que yo no quiero acostarme contigo, Lía. Únicamente quería conocerte pero creo que ya tuve suficiente.
Kaedi comenzó a caminar por la playa con sus zapatos en la mano, no se preocupó siquiera por volver su mirada para ver si la chica la seguía o no. Daba lo mismo. Por ella, Lía podía irse y no volver. Le diría a Nailea que la "misión Lía corazón de hielo" había fallado.
—Maldición —musitó, avanzando hasta llegar a Kaedi—. Espera... no quise parecer arrogante, lo siento. Esto es complicado para mí. La verdad no sé porque acepté salir contigo, no debí hacerlo. Lo lamento.
Kaedi se dio la media vuelta, caminó dirigiéndose hacia el mar y se sentó sobre la arena. Pronto el sol encontraría un destino entre la tierra y el cielo para dar inicio a un hermoso espectáculo en el que el mar se pintaría de anaranjado y amarillo. Deseaba tanto que la chica que la acompañaba fuera capaz de admirar ese fenómeno con genuino asombro como ella.
Lía se quedó observándola. Sus ojos se encontraron con los de la chica de los revoltosos cabellos que únicamente hizo una señal para que la acompañara a sentarse en la arena.
—Vamos, ¿qué puede pasar? ya caminaste sobre ella no estarás a salvo de todas las bacterias sólo por quedarte parada.
Lía se sentó junto a ella. Era una victoria para Kaedi que ahora contemplaba la hermosura del rostro de su compañera que hacía juego perfecto con los últimos rayos del sol.
—¿Eres escritora?
Kaedi echó la cabeza hacia atrás y rio. Había un tono de voz distinto en cada persona que le preguntaba eso que hacía de esa experiencia algo diferente, había quienes lo hacían por compromiso, por asombro, curiosidad o pena. Se preguntó cuál era la intención de Lía.
—Eso intento —contestó sin titubeo—, dejé la escuela de ingeniería para estudiar letras.
—Pero escribes, ¿no?... ¿sobre qué te gusta escribir?
El sol comenzaba a bajar poco a poco, los rayos estaban justo frente a ellas dando su último aliento. Kaedi no podía dejar de mirar el rostro de Lía, era hermosa, más de lo que por un momento imaginó. Tenía unos labios gruesos y delineados, sus ojos oscuros y rasgados le daban un aspecto rudo pero la claridad y suavidad de su voz equilibraba su áspero semblante.
—De cualquier cosa en realidad —respondió sin dejar de mirarla—. Cuentos, historias, poesía...
—¿De amor? —preguntó de nuevo, acercándose un poco más a Kaedi.
La atmósfera había pasado del inicio de otra guerra civil al clímax de la primera cita. Ambas estaban tan cerca y el ambiente era ideal, como sacado de una película de romance, era imposible no dejarse llevar.
—Amor, desamor, poemas sobre chicas lindas con labios seductores...
Kaedi no sabía lo que estaba haciendo. O quizá sí. Estaba cumpliendo su compromiso con Nailea, pero no podía entender porqué sentía un fuego en el pecho que comenzaba a escapársele por la garganta. Por qué de repente tener a Lía tan cerca se convertía en un delicioso vértigo. Y la imagen de la chica recostada sobre la cama volvía a su mente.
Se acercó a ella, despacio, cerró sus ojos esperando a que Kaedi hiciera el primer movimiento. Para su sorpresa, la chica únicamente colocó de forma suave su dedo índice sobre las comisuras de su boca.
—Las comisuras de tus labios serían un buen poema.
Lía vio dibujarse una sonrisa tierna en el rostro de Kaedi. No podía entender qué era lo que sucedía, era la primera vez que alguien le negaba un beso.
—Tengo que irme —soltó nerviosa mientras se ponía de pie.
Kaedi la acompañó hasta la acera que daba justo al malecón sin decir nada más.
—Gracias por haber venido —le dijo inclinándose para besarla en la mejilla con ternura.
Le regresó el beso con la misma intención y comenzó a caminar hacia su automóvil. No podía entenderla. Miró de reojo a Kaedi, que sacaba unos audífonos de su bolsa y continuaba en la arena mirando los últimos rayos de ese extraño día, preguntándose qué escondía detrás de toda esa personalidad tan cálida y amable, qué intentaba al comportarse de esa forma con ella. De repente sintió curiosidad por saber qué dolor era capaz de hacerla llorar, cuáles eran los motivos de su alegría, y sobre todo, cuántas eran sus ganas de quererla.
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