Hiatus...
¡Saludos, amistad!
¿Te asustó el título? a mí también, pero no sufras solo era para que vineras a leer.
No hay tal hiatus, lo que si no hay es capítulo el día de hoy debido a problemas técnicos.
En fin, voy a dejar por lo pronto un pequeño relato aquí de la colección de nuestra protagonista Kaedi.
Puedes aprovechar también para dejar en los comentarios cualquier duda que tengas al respecto o si hay algún dato irrelevante o alguno de vital importancia que quieras saber. Con gusto aclararemos tus dudas.
Bueno ya mucho texto además, ¿por qué puse esto aquí y no en un anuncio? esa es una pregunta que jamás obtendrá respuesta ¿entendido?
DESPEDIDA.
Por Kaedi Jitán.
Afuera la lluvia sigue. Miro las gotas resbalar lentas, como estas ganas de marcharme. Ni si quiera me has mirado, estás tan inmersa en ese libro nuevamente. Veo tus dedos deslizar entre las hojas. Tu mirada fija en los renglones de esa historia que nunca será la nuestra.
Observo detenidamente las paredes de este lugar. Donde a partir de ahora todo será recuerdo. De un lugar donde hubo dudas, no sé si amor, pero hoy ya no hay nada.
Aprendí a jamás esperar nada de nadie, porque entendí que esperar es para los que se conforman. Sin embargo, creo que hoy, aquí, con los restos del calor; estoy esperando.
Un día me conformé con eso que me dabas. Ni siquiera sé cómo llamarlo. Y no es reproche, cariño. Créeme, hoy llueve más allá afuera que aquí dentro.
El sol está por ponerse y mi vértigo se hace más grande. Creo que jamás lo sentí tan real. Puedo ver el hueco en mi pecho, el eco de tu ausencia que se propaga por mis labios. Debería estar acostumbrada, pero por alguna razón todo quema, tus ojos, tu cabello, tu boca, la silueta de tus manos deslizando por las mías alguna tarde cálida en un invierno frío.
Ausencia, que palabra más triste ¿no crees? Suspiro. Cierro los ojos intentando hacerlo todo más fácil pero el fantasma de tus ojos mirando los míos regresa. Y se hace más nítido que cualquier caricia que me hayas brindando nunca.
Y de nuevo
caigo...
...¿A dónde has ido?
Me están ardiendo las preguntas, todavía tengo tu olor atado en las muñecas. Y esta pesadez de no saber qué harás cuando esté lejos. Pensar que vas a echarme de menos resulta estúpido. Sé que no te haré falta. Espero que tú tampoco lo hagas.
Afuera la lluvia ha cesado y aquí dentro el caudal sigue desbordando. Creo que había lluvia también esa noche ¿lo recuerdas? Te saqué en mis brazos, parecías de hielo y yo intenté darte calor con mis manos. Pero lo hice mal, porque entonces al calor no eras tú, con tanto fuego solo quedó agua. Y lo entendí. Y me apagué. Solo así pude estar contigo.
Me levanto. Camino hasta la ventana, las luces mercuriales ya lo llenan todo. Creo que es hora. Te miro. Sigues inmersa entre las letras sin percatarte de nada. Me pregunto si existe algo que te importe realmente...
Es domingo, podía haberme marchado un lunes, pero los domingos las tristezas se acentúan, no lo digo yo, lo dice la gente. Quizá guardo la esperanza de que así lo recuerdes. Pero para ti es solo otro día. Mañana todo será diferente: despertarás, intentando alcanzar mi cuerpo en el otro extremo de la cama, como cada mañana. Sí, lo he sentido. Tus dedos fríos resbalando por mi espalda, no dura más de tres segundos. Solo te cercioras de que sigo ahí. Mañana ya me habré ido.
Y no es que me haya cansado de ti, me cansé de mí. De esa debilidad que no me deja ver las cosas claramente. De ese afán de creer que estás bien conmigo. De pensar que has hecho nido en mi cuello porque tus labios ensamblan perfectamente en esa parte de mi cuerpo y que es ahí donde quieres estar.
Te veo levantarte mientras vas a la cocina, pones la tetera sobre el fuego. Ni siquiera me has mirado. Te sigo, llego hasta ti. Continúas de espaldas, concentrada en lo que estás haciendo. Es mejor así, no quisiera tener que mirarte a los ojos. No quiero saltar de nuevo por el acantilado de tu falsa esperanza. Un beso al aire, porque ni siquiera me atrevo a rozar tu cuerpo.
Doy media vuelta, tomo mis cosas y lo que ha quedado de mi existencia. No quiero llevar nada más por temor a que algo me recuerde a ti. Aunque sé que ya es muy tarde para eso. Te llevo en cada poro, en cada respiro, en cada fibra con la sin querer te tejiste y te quedaste dentro. Sé que un día te volverás cicatriz y dolerás menos...
Estoy en la puerta, ahora soy yo quien no quiere verte. Pero sé que esta vez tú lo haces. Siento tus penetrantes ojos clavados en mi espalda. Ya no importa...
Giro la perilla y entonces sucede:
– Espera...
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