Capítulo 3
En otra parte de la ciudad, dos policías veinteañeros estaban haciendo su ronda a pie por calles donde había casas y algunos negocios, aunque poco transitadas y con poca gente. Todo iba tranquilo hasta que escucharon el grito de una mujer a la vuelta de una esquina, pero no en la cuadra en la que estaban ellos, sino un poco más lejos. Ambos decidieron correr hacia donde venía el grito. En esa esquina una chica estaba luchando contra un ladrón que le quería sacar la cartera, y como no lo lograba, le clavó un cuchillo en el pecho y se fue. Los policías llegaron después. Uno de ellos corrió a asistir a la víctima y le ordenó a su compañero perseguir al delincuente. La chica alcanzó a ver al policía que le estaba atando la remera de su uniforme para detener la sangre antes de que su vista se nublara y cerrara los ojos. El oficial no perdió más tiempo, la levantó y la llevó corriendo en sus brazos hacia un hospital que quedaba muy cerca.
Al entrar al sanatorio, los médicos pidieron enseguida una camilla y la llevaron al quirófano.
—¿Cuál es su edad? ¿Tiene alguna enfermedad o alergia? —preguntó una doctora.
—No la conozco. Su identificación estaba en su cartera. Se la robaron —contestó entre jadeos.
—Bien, espere en la sala —recomendó la médica y se fue.
***
—¿Dónde estoy? —preguntó despertando de la anestesia y miró a su alrededor. Había un par de doctores rodeandolá y el policía que la salvó junto con su compañero. La cartera estaba sobre la mesa de luz; la habían recuperado.
—Estás en un hospital. Fuiste herida con un cuchillo en un robo —le contestó una médica.
—¿Mi hijo? ¿Mis padres?
—No te preocupes, ya vienen en camino. A excepción de tu hijo, ya que tiene dos años. Tuviste suerte tanto en tu vida como en tu cartera, Gisel —dijo un doctor. Ellos habían visto su identificación—. Pero debes guardar reposo. Tu herida fue muy profunda y el arma casi rosó el corazón.
—Mm bueno. —Gisel luego miró por unos segundos al policía que la salvó y recordó de repente que él la asistió cuando estaba sangrando. Este le dio una sonrisa cálida, y ella le respondió con otra pequeña sonrisa. Su compañero se dio cuenta de eso. Los padres de la chica entraron en ese momento, y la abrazaron con cuidado.
—Gisel, ¿qué te pasó? —preguntaba su madre entre afligida y aliviada.
—¿Te duele mucho? —preguntó el padre.
—Me atacaron, y me está doliendo un poco.
—En ese caso le diremos a la enfermera que te de un analgésico —dijo la doctora—. Permiso. —Se fue junto con el doctor.
—Por cierto, el ladrón ya fue llevado a la cárcel. En cuanto puedas, ve a la jefatura para que lo reconozcas y des la declaración —le informó el policía que la salvó—. Que te mejores.
—Permiso —agregó su compañero. —Se fueron también.
***
—Me di cuenta de cómo mirabas a la chica, Nathan. No me digas que te gustó.
—¿Cuál sería el problema?
—No me pondría de novio siendo policía.
—Él jefe tiene familia, otros policías también. ¿Por qué yo no puedo salir en unos días con esa chica? —Ya estaban afuera.
—Sí, y te recuerdo que a un compañero le dispararon y su esposa quedó viuda con dos niñas.
—Eso no quiere decir que me vaya a pasar también. Además, creo que también le gusté —sonrió.
Unos días después, Nathan fue a visitar a Gisel al hospital. Fue sin uniforme.
—Buenas tardes, señorita —saludó cortésmente una vez que entró. Ella estaba sola en la habitación leyendo un libro que le habían llevado, lo bajó al escucharlo y se sorprendió al verlo.
—Buenas tardes —respondió con una sonrisa. Al parecer, lo recordaba.
—Veo que vas mejorando —apreció con una pequeña sonrisa y sentandosé en una silla.
—Sí, así es. Los doctores me dijeron que me darán de alta pronto —contó esperanzada.
—Me alegro —celebró.
—Pensé que no ibas a volver. —De repente, se puso seria al ver que había sido muy obvia.
—Está bien, relájate —dijo riendo levemente—. Recién hoy pude venir. Tengo un día libre a la semana.
—Oye, gracias por traerme. Si no hubieras estado, seguro me moría.
—No fue nada, y menos mal que había un hospital muy cerca. —En ese momento, llegaron los padres de Gisel. Nathan se levantó y ambos lo saludaron con un apretón de manos; y luego, a su hija con un beso.
—¿Tú eres...? —trató de recordar el padre.
—Nathan —contestó inclinando un poco la cabeza—. Soy quien trajo a su hija el otro día, señor.
—Ah sí —recordó con una sonrisa—. Te lo agradecemos mucho. De hecho, creo que no vamos a terminar de agradecerte por traer a nuestra hija.
—Normalmente tenemos que llamar a la ambulancia y esperar, pero no quise perder el tiempo.
—Hoy no estás de servicio —notó la madre.
—No, señora.
—Le contaba a Nathan que en pocos días me dan de alta.
—¿En serio? —preguntó su mamá esperanzada. Su hija asintió.
—¡Qué alegría! —celebró su papá.
—Mi hijo me debe extrañar mucho. Tiene tres años —le contó a Nathan, a quien no le afectó para nada el tema—. Lo cuidan en la guardería cuando nosotros no estamos.
—Ya estuvo muchos días sin ti —comentó el policía.
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