21
Era un profesional de la estafa. Poco me importaba el dinero a estas alturas, solo necesitaba que desapareciera definitivamente de nuestra vida.
Ese era el único precio, el costo por mantenerlo en silencio.
Básico, poco inteligente, no sólo me pedía dinero por las fotografías sino que además, enviaría un anónimo a la empresa, sugiriendo una relación por conveniencia. Pero ahora, un paso más delante, solo restaba quitarme de encima a ese parásito del que llevaba su apellido.
Papá nos había abandonado de pequeños, tras una discusión con mi madre. Esa noche, a oscuras, él bajó por las escaleras con una enorme valija. A través de la ventana del cuarto de Leo, pudimos ver cómo se subía a su coche para no regresar nunca más.
Cobarde, dejándonos a cuidado de mi madre y mis abuelos, Lázaro Bruni huía tras una joven (otra) heredera con una gran fortuna.
Por muchos años de terapia, la existencia de mi padre era un tema tabú. Negándome a hablar de él durante sesiones, creí que de ese modo sepultaba sus recuerdos y el dolor que me generaba haber sido ignorado por mi propio padre.
Sin embargo, eso no era más que tapar el sol con un dedo porque su ausencia me afectaría más de lo imaginado, formando mi personalidad. Desde pequeño había asumido la responsabilidad de ser el sostén moral de la familia. Tras la muerte de mi abuelo, yo sería era el proveedor. Y aunque nadie me lo exigiese, me obligué a ser el hombre perfecto.
Asegurándome cada noche de mi puta vida no ser como mi padre, la culpa de dejar a Catalina era una sombra de aquella promesa. El abandono, el engaño, eran esquirlas de una conducta ajena que había hecho mella en mi infancia, adolescencia y adultez.
Forjando mi carácter tras una coraza protectora, mantenía mis sentimientos lejos de la vista de todo el mundo para castigarme en la intimidad. Pero con Alina era distinto: ella era la única capaz de ver mis dos caras, la única que descubriría al Alejandro tranquilo, calculador que desataba su lado más sexual con su cuerpo y del mismo modo al otro yo. Al Alejandro que adoraba su aroma eternamente juvenil, aquel que era capaz de mandar todo a la mierda para vivir la historia de amor que por tanto tiempo se había negado a vivir.
Con un nudo en la garganta increpaba a ese hombre que era mi padre solo en los papeles. Nadie que se jactara de abandonar a sus hijos en busca de nuevas aventuras o por que mi madre lo ataba con dos chicos a cuestas, merecía ser llamado papá.
Vergüenza, malestar, dolor, mil sensaciones se arremolinaban en mi estómago. Sentía náuseas, una terrible sensación de impotencia aguijoneaba a mi pecho.
─Tu abuelita te habrá dejado mucha guita, Ale. No me lo niegues.
─Mi abuelita, como vos la llamás, repartió toda su plata al morir. No te creas que he sido beneficiado con mucho ─ sabía que hablar de eso era inútil. Él no se iría de allí hasta no tener la certeza que yo le entregaría la plata que tanto anhelaba.
─Se me está agotando la paciencia, nene. La plata. Mañana, antes de las 12. Me la vas a traer vos y en persona.
─No puedo. Viajo a Londres en un par de horas.
─¿Vas a viajar y me decís que andás corto de efectivo?
─No seas irónico.
─Y vos no seas rata.
Mis puños cerrados contuvieron las enormes ganas por darle una buena trompada y evaporarlo del planeta Tierra. Pero tomándome un segundo, miré a Alina por el rabillo del ojo: estupefacta, estaba muda. Y eso significaba que el impacto era sumamente estruendoso.
Deseando imperiosamente que él se fuera de mi vida de una vez por todas me encontraba ante la encrucijada de responder a sus demandas lo antes posible. Pero mañana, no me era factible. Exponer a Alina a venir hasta aquí era una locura y hablar con Leo, después de las agresiones suscitadas horas atrás, sería un absurdo. ¿O no?
Las fotografías ya no me representaban una amenaza, nada de lo que pudiera hacer me afectaba ya que en persona, me enfrentaría en un puñado de horas más a Catalina y en Londres.
─Por favor Lázaro, dame un par de días para juntar la guita y para ser yo quien te la entregue ─ supliqué, esperando que el alcohol no lo dejara pensar lo suficiente. Olía a rancio y a cigarrillos aplastados. Él era solo una sombra del que se fue aquella noche a trompicones de casa.
─Necesito la guita ya mismo. Nadie puede garantizarme que no seas vos el que me termine estafando.
─No tengo tu sangre, quedate tranquilo.
Lázaro resopló por la nariz, sarcástico.
─Nadie zafa de esa. Tenés genes míos adentro tuyo, hijo.
─No me llames así. No soy tu hijo.
─Sí, lo sos, así como tu madre continúa siendo mi esposa.
Alina giró la cabeza, buscando explicaciones pero sin obtener ninguna de momento.
─No me interesa el vínculo legal que los mantiene unidos. Me importa que te vayas bien lejos, a un lugar donde nunca pueda encontrarte.
─Para eso hace falta platita─ sus yemas se rozaban unas con otras, complementando sus palabras con ese gesto.
─Dinero que estoy dispuesto a darte, pero en un par de días.
Por un momento, su duda me dio cierta esperanza.
─En dos días, acá mismo, a esta hora...y sin ella.
¿Dos días? Era muy poco y más aun sabiendo que el vuelo a Londres, sumado a la diferencia horaria, era un obstáculo.
¿Sin ella?...eso francamente era un alivio. Alina podía ser encantadora pero también, un dolor de pelotas de dimensiones épicas.
Bajé la mirada calculando los tiempos físicos.
─No policía, nadie más que vos. Bastante con que ella se haya enterado ─ bufó pidiendo un whisky más ─ . Este va por mi cuenta ─ guiñó su ojo, con el sarcasmo penetrando los músculos de su cara.
─Lo prometo, soy un hombre de palabra.
─Y sí que lo sé, Alejandro. Por eso es que fuiste presa fácil.
─¿De qué hablás?
─Tiempo al tiempo, tiempo al tiempo ─levantó el vaso brindando por su reflexión...y por mi intriga.
_____
─¿Por qué no me dijiste que tu padre era el de los anónimos? ─ sus preguntas cayeron como una catarata de su boca, apenas nos subimos al auto de alquiler.
─Porque no lo supe hasta hace un par de horas cuando me interceptó en la confitería donde te esperaba. Llegué mucho antes que vos, como era previsible ─ sonreí sin ganas.
─¿Él se acercó a vos? ¡Qué osado! ─ regresando la vista hacia el tráfico, Alina daba en el clavo.
─Supongo que la logística no es lo suyo y optó por hacer la negociación cara a cara.
─O se habrá quedado sin presupuesto para comprar sobres ─la observé de reojo intentando no distrerme, arrebatándome una risa a regadientes.
Era tan bella que ni su carácter irascible ni su humor cambiante podía opacarla ni hacerme desear a otra persona que no fuera ella.
Antes de subir a la autopista, rumbo a Ezeiza, un último semáforo nos detuvo. Fue cuando con ojos hambrientos y dedos presurosos atrapé su carnosa boca para besarla con pasión. Su sabor era celestial.
─Voy a extrañarte horrores ─ confesé manteniendo mis ojos en ella, escuchando simultáneamente un concierto de bocinas por detrás de nosotros. Aceleré, dejando mi lado mi creciente deseo por poseerla en mitad del tráfico pesado.
─ No quiero que viajes ─haciendo puchero, doblegó mi repiracion.
─Son un puñado de horas. Además, nuestro amigo Lázaro me obliga a estar acá cuanto antes.
─¿Por qué le dijiste que las fotos no te importaban?
─Porque realmente no me importan.
─Sigo sin enteneder...
─Estoy por volar a Londres para aclarar la situación con Catalina. ¿De qué le sirve que ahora ella se entere? Ganaría un par de horas solamente.
─¿Entonces por qué te dejás extorsionar?
─La plata no es por su extorsión. La plata es para que se vaya bien a la mierda.
─Estás dolido...
─No sé si a esta altura es dolor, indignación, enojo o todo junto.
Alina se removió en su asiento para extender su mano y frotarme el hombro, compasiva. Adoré ese gesto instantáneamente y se lo agradecí en silencio.
______________
Con las horas contadas, arribé a Londres sólo con un bolso a cuestas y por menos de un día. Apurado, tomé un taxi para ir directo a mi departamento a enfrentar una difícil situación y a una difícil persona.
Adaptando mi diferencia horaria a mi cabeza, el cansancio me agobiaba. Era de madrugada y no sólo encontraría a Catalina descansando sino que, de seguro, tendría que buscar un hotel para arrojarme a dormir por un par de horas antes de emprender el regreso.
Todo valía la pena. Todo era gracias al inmenso amor que sentía por Alina.
Tomando el manojo de llaves, escogí la correcta y abrí la puerta del departamento con delicadeza. Mi ánimo no era asustar a Catalina a esas horas.
Entré despacio. La tenue luz ambarada de uno de los veladores del dressoire de ingreso estaba encendida.
Silencio. Extremo y profundo.
─ ¿Cata? ─ susurré en principio, sin alertarla─ . Cata soy yo...volví...─ arrojé con un poco más de ímpetu en mi voz.
Recorrí cada habitación con paciencia abriendo cada puerta y llamándola con sutileza.
Nada ni nadie.
¡Mierda! ¡Necesitaba hablar cuanto antes con ella y no la encontraba por ningún lado!
Bolso en mano, fui al baño.
De frente al espejo recorrí visualmente cada pieza que me pertenecía; aunque más pertenecía al viejo Alejandro, a aquel meticuloso y frío que no tenía sentimientos. Aquel que vivía acobardado dispuesto a perseguir una estabilidad emocional junto a una persona a la que no amaba.
Le iba a romper el corazón a Catalina, destruyendo sus expectativas y sus planes. Era sumamente injusto y yo lo sabía, pero más injusto había sido conmigo mismo y con Alina durante muchos años. Renegando de su presencia en mi vida por simples apariencias, finalmente, comprendí qué era lo que realmente necesitaba.
La necesitaba a ella. A su piel de alabastro.A sus ojos transparentes.A su sonrisa pecaminosa.A su voz angelical.
Lavé mi cara con la esperanza que me diera la energía suficiente para enfrentar a Catalina y decirle que lo nuestro era una farsa, una historia que había llegado a su fin. Con el dedo delineé mi cepillo de dientes sobre el lavabo; con la mano sujeté mi máquina de afeitar. Cada objeto era parte de un pasado insensato y sin sabor. Una etapa que había elegido vivir sometiendo a Catalina a mi capricho por olvidar a Alina.
Porque todo se trataba de ella y de cómo extirpar su recuerdo de mi memoria, de cómo borrar nuestros encuentros casuales, de cómo apagar el incendio que nuestra chispa causaba.
Apoyando mis palmas sobre el mesón de mármol vi al hombre que me devolvía el espejo, encontrando a alguien cansado pero feliz por la decisión que estaba a punto de tomar.
Significaría, ni más ni menos, que una completa reconversión. Meneé la cabeza aun incrédulo por lo que se avecinaba. Del botiquín saqué un analgésico; el cambio de hora, el atraso en el vuelo y el estrés de estas últimas horas contribuían a que mi jaqueca persistiera.
El pequeño vaso de cristal que solía usar para enjuagar mi boca no estaba allí. Catalina lo odiaba por lo que supuse que en venganza de mi ausencia, lo había hecho añicos contra alguna pared.
A poco de salir del baño, un barullo se adentró al departamento.Los latidos de mi corazón se inquietaron pero rápidamente reconocí a Catalina hablando en inglés.
¿Una llamada telefónica a estas horas? Aguardé, dispuesto a oír más antes de hacer mi aparición triunfal. Espiando por la estrecha raja que quedaba entre la puerta y su marco, presté atención.
─ "Vamos, Anthony, entra, no seas tímido. Y menos después de esas copas" ─ ella declaraba en perfecto anglosajón y con la voz pastosa. Probablemente, también estaba bajo los efectos del alcohol ─ ."El cóctel ha sido una bazofia. Toda esa gente hablaba tonteras y las camareras han sido unas torpes. Sin dudas, no invertiré un peso en esa empresa."
─ "¿Te parece Cathy?" ─ una voz masculina y potente se coló tras su comentario ya en el departamento. No estaba sola.
─ "Por supuesto. No merecen una moneda....pero dejemos de hablar de lo que pasó para hablar de lo que puede pasar" ─ yo conocía ese tinte meloso de Catalina. Y más cuando estaba bajo los efectos de alguna bebida espirituosa. La señal de alerta comenzó a sonar dentro de mí.
Petrificado en el baño era testigo de una posible infidelidad.
Confundido aguardé por lo que vendría; abriendo un poco más la puerta, evitando un chirrido de la bisagra que tanto me había pedido Catalina que aceitara, distinguí sombras próximas a una de las paredes.
─ "Llevo muchos días de soledad y frío aquí en Londres. ¿No quisieras arroparme esta noche?" ─ ofrecida totalmente, Catalina era una completa desconocida para mis oídos.
Hubo un instante de silencio, supliéndose por besos y caricias, el chasquido de sus lenguas y la inquietud de sus manos conformaban una escena poco agradable.
Un revoltijo en mi estómago, un latir hondo en mi corazón, se entremezclaban en las profundidades de mi cuerpo. Mi pareja me engañaba, escudándose en la soledad a la que yo la sometía.
Pero ¿esto sería una constante en su vida?¿Cada vez que yo viajaba ella metía extraños en nuestra casa? ¿Y qué con sus viajes empresariales lejos de casa?
Un ligero asco subió a mi garganta. Pero yo no era muy distinto a Catalina: no sólo la engañaba con mi cuerpo, sino que también con mi alma y corazón.
Unos gemidos, algunos jadeos, hacían de esta impensada situación una pesadilla. Cerrando, evitando que me vieran, tomé asiento sobre la tapa del inodoro, esperando que la providencia divina me enviara una idea de cómo mierda seguir con todo esto.
Debía salir de ese improvisado refugio; no soportaría escuchar a Catalina gozar con otro hombre y no porque la amara, sino porque mi orgullo de macho aún presentaba batalla.
Aunando coraje, tomé impulso suficiente dispuesto a presentarme...¿pero de qué forma?
"Hola, que tal señor Anthony, yo soy la pareja de Cathy, la chica con la que me hará unos cuernos enormes". O mejor aun "Mucho gusto, usted es el hombre que me acaba de aliviar una gran carga."
Inspiré hondo, abrí la puerta y caminé hacia la sala, despacio.
De a poco, las figuras dejaban de ser solo sombras para ser de carne y hueso: arrojados sobre el sofá de tres cuerpos, aquel que ella tanto adoraba y yo odiaba por su color guinda y su tela de pana áspera, Anthony se mecía sobre ella con su torso desnudo y con sus pantalones a media asta. Aun con ropa interior puesta, ella luchaba con el cierre del vestido color turquesa que yo le había regalado durante un viaje de negocios en Praga.
─ Lamento interrumpirlos ─ me atreví a decir desde lo alto y en inglés, observándolos desde el anonimato y la penumbra de la única luz encendida: la del velador.
Anthony, el muchacho que rondaba los 25 años era robusto, moreno,de buen porte y guapo. No me extrañaba que Catalina lo tuviese como compañero de aventuras.
─ ¡Oh, mierda! ─ dijo el joven, saltando del sofá.
─¡Alejandro! ¿Qué hacés acá? ─ acomodando su vestido en torno a su busto, ella se cubría como si yo fuese el extraño en esta casa.
─ Es mi casa después de todo, ¿no?─ deslicé con sarcasmo, a sabiendas que yo también estaba en falta.
─ Bueno...es cierto...pero se suponía que no vendrías hasta en un par de días...─ nerviosa, con la vena de su sien palpitante, Catalina aun no comprendía lo que estaba ocurriendo.
─ Cathy, yo mejor me voy ─ Anthony se colocaba la camisa del lado del revés, con los botones hacia adentro; sin importarle, se colocó la chaqueta arriba. Desprolijo y desorientado, caminaba en derredor del sofá sin encontrar el rumbo.
─ La puerta está por alla ─ le señalé con cordialidad en preciso inglés; sus ojos negros, se abrieron de par en par. Agradeciendo entre murmullos, su única reacción fue escapar en medias, con ambos zapatos en su mano.
─ Estoy siempre sola, Alejandro. Me abandonas acá, lejos de todo...¡me cansé de esperarte!
─ Muy mal no la estabas pasando, Cathy ─ levantando una ceja, mencioné su nuevo apodo.
─ No creo que vos la estuvieses pasando mucho peor. Antes no querías ni oír hablar de Buenos Aires y ahora cada dos por tres viajás para allá ─ ofuscada, no me sostenía la mirada. Por el contrario iba y venía a la habitación recogiendo sus zapatos, su abrigo y su cartera en tres viajes por separado.
─ Es que encontré verdaderos motivos para quedarme en Argentina más tiempo de lo pensado ─ poniendo en marcha mis planes, decidí no perder más tiempo. La infidelidad por parte de ella acababa de perpetrarse; no había más por discutir. Técnicamente, era un empate.
Estática, con los brazos cruzados, se recostó sobre el marco de la puerta de nuestro cuarto.
─ Me cuesta creer que acabás de verme engañándote en tus propias narices y seguís hablando solo de vos. ¿No te oís?¡Sos un egoísta!
─¿Hiciste esto por revancha? ─ incrédulamente tartamudeé sin comprender el objetivo de su engaño.
─ Al principio, era sólo un juego de seducción─ confesó abiertamente con algo de temblor en su voz. Enredando el collar de perlas entre sus dedos, hablaba mirando un punto fijo de la pared, hacia un lado─ . Vos me ignorabas por completo; yo no te importaba. Los viajes a Argentina se convirtieron en nuestro peor enemigo. Los problemas de tu familia, la estúpida herencia y la presencia de esa pibita andrógina no hicieron más que complicarlo todo.
─¿Eso justifica que me estés metiendo los cuernos en nuestra propia casa?
─ En absoluto, pero es lo que estaba necesitando para sentirme viva, Alejandro. No me alcanzaba con ser un adorno en tu vida.
Catalina era frívola, a veces cruel y un tanto superflua en ocasiones pero esta vez, podía ver su rostro tenso, compungido. Yo la había transformado en esto: en una persona incompleta. Compasivo, me acerqué a ella, tomándola por los codos.
─ Yo te amé mucho Alejandro. Pero ya no sé ni qué ni quiénes somos ─ liberando lágrimas, endeble como nunca antes la vi, la cobijé en mis brazos ─ . Estoy confundida...perdón... ─ soltando la verdad sobre mi camisa, su angustia anidaba en su garganta desesperadamente.
Acunando su rostro entre mis manos, vi a sus ojos no dejar de pedir disculpas. Me sentí un tirano hijo de puta, debía decirle que no tendría que sentirse culpable porque yo estaba en una situación similar.
Pasé mis pulgares por sus mejillas arrastrando parte del maquillaje que caían sobre ellas. Posándole un beso suave en la nariz, debía prepararla para mi cruda confesión.
─Hace mucho tiempo que pienso que esto no funciona como debería ─ murmuré sin dejar de buscar sus ojos. Tragué en seco, relamí mis labios.
─Pero no hiciste nada para salvarlo...─ reprochó con acierto.
─Es que interiormente, no deseaba hacerlo.
Su ceño formó una V; con su mirada curiosa, buscó explicaciones.
─ Regresé antes para decirte que no puedo seguir adelante con esta relación.
Catalina cambió el semblante instantáneamente. Cerrando sus puños, jaló de uno de los puños de mi camisa con fuerza.
─¿De qué hablás?
─No me quiero casar. Ni ahora, ni después.
Sus ojos iracundos recorrieron cada músculo de mi rostro.
─ ¿Me estás diciendo que no te querés casar conmigo? ─ continuó.
─ Exacto.
─Pero...¿esto es pasajero? Yo sé que me equivoqué pero esto tiene solución.... ¡vos no podés dejarme!─ con sus palmas apoyadas en mi pecho daba ligeros golpecitos deseando hallar una respuesta que la satisfaga.
─Sí, puedo. Y lo estoy haciendo ahora mismo.
─¡Vos me arrastraste a esto! ─ elevando el tono de voz, el pedido de disculpas se transformaba en una acusación directo a mi conciencia.
─Sé que no me he comportado bien estos meses, que te descuidé, que no fuiste mi prioridad. Pero sigo sin justificar que por eso hayas tenido que engañarme con otro tipo para equiparar los tantos.
─¡Pero vos mismo viste que no paso nada! ¡Yo te prometo que no se va a repetir! ─ ciclotímica, un vendaval de lágrimas recorría su cara, transformándola.
─ Ese no ese el tema, Catalina. Aunque no te hubiera sorprendido a punto de coger con otro, la finalidad de mi visita era decirte que desecho la idea del casamiento y de seguir con lo nuestro.
Con la furia de un huracán, se alejó de mí. Su mirada, irascible, era incendiaria aun a la distancia.
─No, Alejandro...¡no te podes ir!
─Catalina ─ intenté acercarme pero a diferencia de la primera vez, ella repelió mi contacto apelando a varios manotazos. Me detuve, pero igualmente le dije ─ : me voy a quedar en Buenos Aires.
─¡Pero si siempre odiaste Buenos Aires!
─No, Catalina, yo no odiaba a Buenos Aires. Yo odiaba los recuerdos que venían a mi mente con cada oportunidad que viajaba hacia allá ─ de a poco, las palabras salieron de mi boca. Sentí el pecho comprimido, con angustia anticipada ─ . Yo odiaba saber que probablemente me enfrentaría a viejos fantasmas. Como lo era Alina.
─¿Alina?
─Si, Alina. La mujer que amo desde que tengo uso de razón.
─¿¡Qué!? ─ alterada y con una mueca de disgusto, no daba crédito a mi afirmación.
─Cuando fuimos adolescentes la atracción sexual fue imposible de manejar hasta que finalmente, pasamos una noche juntos.
Las aletas de su nariz se abrieron buscando aire puro. Pero todo lo que encontraba era oxígeno viciado por mis palabras y su repulsión.
─ La cosa no termino ahí. En cada lugar donde nos encontrábamos desatábamos toda esa tensión; nos buscábamos y nos encontrábamos. Hasta que yo comencé mi relación con vos.
─¿Me fuiste infiel con esa mosquita muerta? ─ curvando los labios, con desagrado e indignación, caminó pasos descalzos.
─No hasta que me di cuenta que lo mío con ella no era un capricho.
─Pero ella se va a casar con tu hermano! ¡Es una puta!
─¡Cuidado con lo que decís! ─ subiendo mi voz no estaba dispuesto a que la sometan una vez más a otro juicio de valores.
─Una mujer que tiene una vida libertina como ella, que se acuesta con dos tipos al mismo tiempo no tiene otro calificativo ─ envenenada tomaba asiento en su sillón predilecto, aquel que había estado a punto de ser bautizado con su engaño.
─No se trata de hablar de ella, no corresponde ni tenés por qué hacerlo. De todos modos, no se va a casar con mi hermano.
─¿Ya supo que al pobre idiota no le iba a sacar una moneda? ¿O dedujo que el pez gordo sos vos? ─ mirándome por sobre sus pestañas, utilizaba todo su sacrasmo para destruirla.
─Leo embarazó a su amiga. Y Alina desistió de casarse.
Lejos de asombrarse, preparó una ácida respuesta.
─No me extraña que Leonardo haya cometido semejante idiotez. Siempre tuvo una bragueta abierta en lugar de cerebro ─ ladeé la cabeza, soportando su rabia─. Y con respecto a la otra ─ dijo dirigiéndose despectivamente a Alina ─ te tenía a vos de repuesto.
─¡Basta ya! ─ con el fuego interno del enojo, me acerqué a ella, mostrándole mis dientes afilados ─ .Estoy enamorado de Alina como nunca lo estuve de nadie y no va a cambiar mi sentimiento porque la degrades y busques sacarte todo esa mierda que tenés adentro.
─Te hubieras ahorrado el viaje entonces ─ refunfuñando, corrió su rostro para perder la vista en un florero cercano. Odiaba cuando no podíamos mantener una conversación como adultos. Ella daba por terminadas las discusiones, ofendiéndose.
─No, pero quizás vos no te hubieras ahorrado el gemir en los brazos de otro ─ clavando sus ojos en mí, frunció la boca, guardándose para sí misma alguna respuesta ─ . Siento mucho haberte hecho perder tantos años de tu vida a mi lado. Lamento sinceramente no ser quien te merecés. Pero ahora estamos a mano,¿no te parece? ─ levantando mis hombros, ya estaba todo dicho.
Su rostro se aligeró comprendiendo el peso de mis dichos y el significado de una futura despedida.
─Fuiste mi compañera por mucho tiempo, pero no es justo para ninguno de los dos que sigamos con algo que no tiene sentido.
─Pero yo quiero seguir...─ su voz colgaba del precipicio, yendo y viniendo con sus alteradas emociones. Agazapada, avanzó en el sofá hasta colocarse frente a mí, de pie desde que habíamos comenzado a hablar.
─Pero yo no. Y no voy a cambiar de parecer ─ ultimé preparándome para el final─: Catalina...hasta acá llegué ─ colocando un beso sensato en la cima de su cabeza fui hasta la puerta y la dejé allí, sentada en el living, abrazándose por sobre el vestido turquesa y a su propio sarcasmo.
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*Dressoire: Mesa pequeña y alta, generalmente a la entrada de una vivienda.
*Pibita: despectivamente, muchacha.
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