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10

Besar de ese modo a Leo recordaba a mi conciencia que era una terrible hija de puta. Haciéndolo adrede, quería que Alejandro se muriese de ganas por estar en lugar de su hermano.

Sistemáticamente dábamos inicio al mismo juego de seducción perverso y secreto que tendría como víctimas a las personas más allegadas a nosotros y a nuestro propio corazón.

Para cuando la pacata pareja de comensales se retiró de la mesa al terminar su desayuno, sucumbí ante la necesidad de tomar a Leo por el codo y detener su alegría por un instante.

─Leo, quería pedirte disculpas.

─¿Por qué?

─Porque no quiero que pienses que estoy jugando con vos. Exageré en el modo de besarte y...─ frunciendo la nariz, esperaba alguna represalia.

─¿De qué hablas? ─él echó una carcajada contagiosa ─. Alina, no me importa si me besás fuerte o despacio. Me encanta que lo hagas porque aunque nos cueste, tendremos que fingir durante dos largos años que nos queremos...y no solo como amigos. No sé si te dijo Alejandro pero la comisión interna de la compañía pretende armar una auditoría que examine que lo nuestro no fue un arreglo. Claramente, no quieren ser engañados.

─Y claramente los estamos engañando haciendo todo esto...

─No si somos cautos y creíbles. Un beso como el de recién dejó sin aliento a la víbora de Catalina, lo que significa que estamos por el camino de la credibilidad.

─No quiero lastimarte ─acurrucándome sobre su pecho, como si acabase de cometer alguna imprudencia, lloré.

─Shhh Ali...¿Por qué tendrías que lastimarme? ¡Tengo treinta años! No me estás engañando como un nene de colegio primario...no me subestimes.

─¡No! ¡Eso jamás Leo! ─limpiando rápidamente mis lágrimas, le entregué mi negativa.

─Entonces dejá de pensar por mí y pensá por vos. No seremos el matrimonio ejemplar, pero podemos pasarla bien de todos modos... ¿no te parece? ─besando la punta de mi nariz se apartó para dar indicaciones a unos muchachos que ingresaban unas mesas y mantelería para esta noche.

────

De frente a la ventana de mi cuarto observaba los movimientos continuos de mucha gente entrar y salir. Bárbara se habría encargado de digitarlo todo. Inspiré profundo dudando nuevamente, si esto era lo mejor.

Alguien tocó a mi puerta. Deduje quién era.

─Adelante ─sin despegar mi vista del parque extenso de la casa de los Gutiérrez permití el paso. Aquella vista era lo único capaz de darme calma en mis momentos de intranquilidad.

Por un instante, antes de ser cobijada por detrás por las manos de mi futuro prometido, pensé en quién demonios me había convertido. Era capaz de montar una falsa relación, un falso compromiso y un falso y extenso matrimonio, solo para alzarme con unas acciones millonarias que condicionarían mi vida de ahora en más.

No estaba orgullosa por ello; no obstante, eso no era lo peor: gracias a mi codicia, arrastraba a una de las mejores personas que el destino pondría en mi camino, a Leo, a un amigo que valía oro.

─Buenas noches ─él besó mi cuello por detrás; volteé para tenerlo frente a mí ─. Dejáme verte ─Leo sujetó mis brazos extendidos, recorriéndome con sus ojos de punta a punta. Deseaba impresionar a todos, que vieran que no sólo era capaz de vestirme como una nena ─ .¡Wau, me dejaste sin habla!

─Tampoco exageres. Vos también estás muy lindo ─repliqué aceptando que ese hombre estaba para chuparse los dedos. Me lamenté por sentirme atraída físicamente y nada más.  

─Vas a dejar a todos con la boca abierta.

─¿Te parece?

─Sí, no puedo esperar a verle la cara de vinagre a mi futura cuñadita cuando note lo hermosa que estás.

─No es para tanto ─minimicé estirando la falda de mi vestido tubo hasta las rodillas.

─¿Vos te miraste al espejo? Vení ─me agarró de la  mano y me puso frente a una de las hojas espejadas de mi armario.

Reconocí estar bella y junto a ello, la posibilidad de que para Alejandro también lo estuviera.

─Miráte bien...─suplicó a mi oído. Obedeciéndole, lo hice.

Mi pelo estaba sujeto en una pesada cola de caballo. Unas ondas grandes salían de ella, cayendo sobre mis hombros y parte de mi espalda. Mi maquillaje era liviano;  acostumbraba a pintarme de un negro muy espeso, esta ocasión merecía un poco más de recato y menos de rebeldía.

El vestido era azul oscuro; éste se adhería a mi menudez con estilo y sofisticación. Sus mangas eran cortas y bombeadas con un mínimo volado a su alrededor y el escote estilo "Sabrina" resaltaba la palidez de mi piel.

─Nadie en su sano juicio podría criticarte esta noche. El lo que lo haga, será de pura envidia ─ brindándome confianza en mi misma, besó mi hombro en un gesto posesivo y casto que me puso la piel de gallina por la incomodidad de lo íntimo.

─Bajemos ya, tu mamá debe estar intranquila buscándote, ¡cómo siempre! ─ logrando mi cometido, Leo tomó la delantera para salir de la habitación junto a mí.

A la mitad del corredor era notorio el bullicio desatado en planta baja: había más de quince personas. Estática me detuve incorporando aire a mis pulmones.

─Tranquila Alina, hacé de cuenta que estás en un escenario frente a un grupo de personas que espera por escucharte cantar.

Exhalé un gracias sin voz, solo mediante mímica, con la recompensa de un guiño de su ojo. Entrelacé sus dedos en los míos y juntos, descendimos la escalera a la par, con las miradas clavadas en nosotros. A medida que nos acercamos al tumulto, los ansiosos comenzaron a cotillear de espaldas.

Tal era el caso de Catalina, quien codeaba a Alejandro sin disimulo alguno. Sin dudas, yo lograba hacerle caer su mandíbula. El mayor de los Bruni entretanto, hacía caso omiso al murmullo; con una copa en la mano, delineaba mi andar con extrema cautela.

Un paso antes de tocar el suelo nos detuvimos sorpresivamente. Usando el último escalón de ese improvisado atrio,  Leonardo saludó a los presentes.

─Gracias a todos por haber venido ─confiado, liberó mi mano para gesticular con las suyas, fiel a su costumbre ─ .Estamos muy felices con Alina de comunicarles que esta noche están aquí para presenciar nuestro compromiso formal ─sin mayores vueltas y con todo el peso de responder por este momento sobre sus espaldas, Leo aligeró mi carga ─ . El próximo 15 de enero, Alina y yo, seremos marido y mujer ─dedicándome una mirada tierna y confiada, Leo tomó mi dedo anular de la mano derecha para colocar (nuevamente) el mismo cintillo de brillantes que me habría regalado un mes atrás, cuando anunciamos la decisión ante la familia.

Los aplausos eran fuertes pero medidos como toda la familia y amigos de los Gutiérrez Viña. Mamá no cabía en su cuerpo, estaba muy bonita con su traje de dos piezas morado, en tanto que Bárbara se destacaba por sobre el resto de las mujeres por su sobria elegancia y su locuacidad al momento de ubicar a todos los invitados en la larga mesa.

Todo se encontraba milimétricamente estudiado tal como esperaba así también como la cercanía al momento de ubicarnos de Alejandro y Catalina.

─Ni en sueños te hubieras imaginado semejante recepción, ¿no? ─entre dientes, sentándose en su sitio, disparó Catalina comenzando con su ataque.

Opté por ignorarla, la imagen de su futuro marido penetrándome como un animal en celo, necesitado de mí y no de ella tan sólo un mes atrás, me indicó que yo tenía un as en la manga. Pudiendo haberla herido vilmente preferí comportarme como una buena samaritana y disfrutar, en la medida de lo posible, de ser una de las dos protagonistas de la noche.

Durante las horas subsiguientes, Leo sería el animador de la gala. Saludando a los presentes, escuchábamos sus opiniones con respecto a nuestro presuroso compromiso.

Muchos de ellos coincidían en que era solo cuestión de tiempo; sin dudar que fuéramos el uno para el otro, elogiaban nuestra unión festejando a nuestro lado este momento de zozobra.

La tía Adela preguntó, como otros amigos de la familia, si el apuro por dar a conocer nuestra decisión y el anuncio vertiginoso de la boda era porque yo estaba embarazada. Una carcajada nerviosa se atoró en mi garganta, ofreciendo una negativa convincente.

El momento del brindis no se hizo esperar, todos con las copas en alto echaban buenos deseos. Leo y yo nos miramos, risueños, felicitándonos en silencio por la buena actuación que ofrecíamos a todos los presentes.

"¡Mentirosos!"

Era horrible ser conscientes que lo nuestro era plena estafa emocional. Pero por cuestiones de índole legal, debíamos mantenerlo todo en secreto si no queríamos ser denunciados por fraude. Dejándonos llevar por la algarabía del momento, di un beso cálido en los labios de mi prometido, el cual fue devuelto con una intencionalidad inquietante.

Conviviendo con los ojos azules de Alejandro en mi nuca, continué ignorándolo.

─Leo, tengo calor. La calefacción está un poco alta y acá hay mucha gente ─disculpándome, aprovechando la dispersión de los presentes, busqué escabullirme en dirección al jardín trasero de la casa. Con casi cuatro horas de festejo ininterrumpido, los pies me dolían por los zapatos de taco alto y con la mentira carcomiendo mi cabeza con rapidez.

Escapando con una copa de exquisito champagne rosado en mi mano, tomé asiento en una de las bancas de madera del parque. Las farolas encendidas me hacían compañía en esta noche de invierno.

El vapor salía de mí nariz como la bocanada de un dragón; no obstante, me era saludable enfriar mis mejillas y mis hormonas.

─Estás muy desabrigada ─irrumpiendo mi meditar con la noche cerrada, la voz de Alejandro se coló tras de mí, con la suavidad de la tela de su saco sobre mis hombros.

─Ya estaba por entrar ─impidiendo en vano su contacto, suspiré. Para entonces, él ya estaba de pie, a mi lado, fumando un cigarrillo ─.Pensé que habías dejado el vicio de lado ─dije con la mirada vaga en el gran jacarandá del jardín.

─Existen muchos vicios que todavía no puedo abandonar ─ concluyó exhalando humo y vapor en partes iguales ─como, por ejemplo, el loco deseo de tenerte cerca ─ susurrando con culpa, largó.

─Tenés modo de evitarlo ─fría, tanto como esa noche de agosto, indiqué sin piedad.

─¿Cómo? ¿Desapareciendo?

─Haciendo tu vida en Londres, con tu esposa.

─Nada garantiza que no te siga deseando. A la distancia, pero lo haría.

─Alejandro, yo no soy más que el capricho de una sola noche. Siempre lo fui. Admitirlo nos ahorrará varios problemas.

─No tengo por qué hacerlo si no es así.

Resoplé; este dialogo no nos llevaría a ningún lado.

─Tomá, gracias. Ya entro ─ quitándome su abrigo de encima, se lo devolví. Se negó a aceptarlo, colocándolo nuevamente sobre mí.

En una puja imaginaria, finalmente los dos entramos a la par ante la atenta mirada de Catalina, quien se acercó como una locomotora.

─¡No te encontraba!

─Salí a fumar.

─¿A fumar? ¡pero lo habías dejado!

─Es solo uno en semanas...

Viéndolo refunfuñar, su novia lo arrastró hacia un rincón con un sermón insoportable a flor de boca.

____________

La madrugaba tocaba a la puerta cuando los invitados comenzaron a abandonar el festejo, repitiendo felicitaciones y augurándonos un buen futuro. Era extraño ser la destinataria de sus palabras; mucho más a sabiendas del gran engaño.

Pero más extraño era que previa a nuestra unión, existía la de Alejandro y Catalina, la única verdadera y que nadie fuese capaz de darles a ellos, palabras de afecto.

Los Gutiérrez Viña se mostraban más a gusto conmigo que con ella.

─Ha salido todo muy lindo ─dije a Bárbara, destacando su esfuerzo y dedicación ─ .Sé que lo ha hecho por Leonardo, pero quería expresar mi agradecimiento de todos modos.

─Alina, para serte sincera, no puedo decirte que has sido la mujer que siempre imaginé para mi hijo, pero sí sé con certeza que sos la que él ha elegido y no ahora, sino desde hace muchísimo tiempo ─imprimiendo el valor agregado del sentimentalismo confesó la madre de Leo, clavando involuntariamente el puñal más a fondo en mi pecho.

─Sé que le he sacado canas verdes ─sonriendo mínimamente alterada, alisé mi vestido ─pero siempre estaré agradecida por la posibilidad que nos han dado a mi mamá y a mi.

─Rosalinda ha sido más generosa que yo, no tengas dudas, pero con el tiempo se han sabido ganar mi respeto y confianza. Tu madre es una mujer excepcional y no soy tan necia como para no reconocerlo. Vos sos un poco...cómo decir...─ dudando, pero sin dejar cierta mueca graciosa de lado, buscó las palabras acertadas ─: ¿alocada?¿rebelde? Aún así eso no quita que seas una buena chica, Alina ─ reconfortándome con lo dicho, tomó mis manos entre las suyas ─.No sé cuánto más me quede de vida, el mes próximo cumplo setenta y lo que más
deseo en este mundo es que mis hijos sean felices. Y lógicamente, que puedan darme un nieto ─mi expresión de asombro despegó una extrañada mueca ─.No estoy diciendo que venga de tu parte, querida, pero en el fondo creo que vos y Leo congeniarán, el arreglo matrimonial quedará en el olvido y será el comienzo de algo estable y duradero.

─Yo lo quiero mucho a Leo ─convenciéndome de ello, era el camino hacia el éxito.

─No me cabe dudas, pero sé que él te quiere más...y me asusta que no comprenda la complejidad del compromiso que asume.

Enredándome entre mis propios brazos, quedé de pie en soledad al pie de la escalera. Por detrás, la voz de Leo llenó aquel vació.

─¿Querés venir esta noche conmigo...a casa? ─susurrando, su voz dulce y sensual era inquietante.

En otras circunstancias, no dudaría ni un segundo en aceptar su propuesta.

─ Estoy cansada...─ simulando un bostezo, repiqueteé mis pestañas con culpa.

─Nunca perderé las esperanzas ─animado como siempre, posó un cálido beso en mis labios, despidiéndose hasta el día de mañana. Con el palpitar de su deseo incrustado en mi vestido, pero no en mi piel, subí al cuarto de baño dispuesta a quitarme de encima el extenuante traje de simulacro.

________

Apoyada sobre mis manos en la mesada de mármol beige, frente al enorme espejo con volutas doradas, delineé mis rasgos. El maquillaje podría tapar las imperfecciones de mi piel, pero no así mi desencanto por todo lo que sucedía en torno a mi.

Lo tenía todo...y al mismo tiempo, no tenía nada. Por mis manos pasaba la gran responsabilidad del futuro de una compañía familiar levantada con gran esfuerzo y la posibilidad de darnos a mi madre y a mi una estabilidad económica que jamas creí posible.

Quise llorar, fuerte y mucho, cuando la puerta del baño se abrió sin hacer ruidos. Era Alejandro. Helada, lo observé en una rápida maniobra.

─¿Qué hacés? ─embistiéndome como una locomotora comió mi boca atrapándome contra la mesada, ahora de espaldas a mí. Sus manos fuertes revolvieron mi cabello, desarmando mi peinado.

Cualquier intento de resistencia se diluía en mi imaginación.

No podía.No quería. No deseaba que se fuera.

Hambriento,  sus manos apretaban las mías, aferrándonos en el borde del lavatorio. Arrebatadamente y como siempre, se apoderaba de mi razón y mis sentidos, antes de tener tiempo de reaccionar, conquistando cada hebra de mi pelo con su tacto cada poro de mi piel con su respiración agitada y ansiosa.

─Alejandro, por favor ─corriendo mi cara de lado, yo evitaba sus besos desesperados ─.Tu mujer...está a pocos metros de acá, no nos hagas esto ─ envuelta en súplicas, necesitaba escapar de esta enfermedad que nos comía por dentro, sin piedad.

─Al carajo con todo... ─sus ojos afiebrados se detuvieron sobre los míos, con pesar, con deseo y ardor.

Sus dedos voraces se inmiscuyeron bajo mi vestido; rasgando mis medias de nylon, era la única pieza que lo separaba de mi tanga. Con la voz hecha añicos, exhalé hondo, encomendándome a mi destino. Echando la cabeza hacia atrás, lo invité a dejar un reguero de besos sádicos sobre mi garganta.

Colocándose entre mis piernas semiabiertas, en un movimiento preciso y
coordinado, me subió al mesón de mármol sin el menor cuidado. Mi piel encendida chocaba con el frío de la superficie, estremeciéndome. Un hormigueo intenso y sostenido se esparcía por mis venas.

Hábil, bajó el cierre de su bragueta y sin mediar palabras, se preparó para entrar en mí con una estocada audaz. Potente, profundo y lujurioso, se aferraba a mis caderas para perpetrar su impiadosa irrupción.

Busqué sus ojos, obteniendo una mirada fija, imponente y segura de sus actos. Durante aquel instante de satisfacción mutua y desenfreno vi desesperación, una necesidad extrema por tomar mi cuerpo de todas formas posibles. Vi consternación y deseo.

Yo lo amaba. Y sentía con plena convicción que él me era correspondido. Pero no era posible ilusionarme, no otra vez. Este era el único modo en que podíamos tenernos: en un plano sexual, en el que él satisfacía sus bajos instintos, aquellos que su mujer no llenaba.

Pero yo no estaba dispuesta a ser un entretenimiento para él. No admitía estar en un segundo lugar en el podio de su vida; con Leo siempre sería la primera. Reflexionar sobre esa conclusión a la que evitaría durante tanto tiempo, me aturdió hasta dejarme vacía de conclusiones.

Asiéndome a su nuca, enloqueciendo su oído, dejé que usara mi cuerpo, que destruyera mis ilusiones y que me hiciera a mí misma la misma promesa de siempre: que nunca más caería en su trampa.

─Te necesito tanto... ─ exhalando en la curva de mi garganta, el vapor de su aliento se condensó allí.

Negando cuánto lo amaba, tomé su cabeza entre mis manos para espetarle con el temor instalado en mis pupilas:

─No, no me necesitás a mí ─ mi voz anidó en su gesto consternado ─ , vos necesitás coger mi cuerpo.

─Si necesitara solo eso no te buscaría constantemente en mis sueños y en mis pesadillas para darte un beso simplemente.

Alojando en mi cuerpo su último aliento, vistió mi cuerpo de saciedad e indefención. Ahogando un murmullo seco y doloroso en mi cuello, se retiró dejándome a la vera de la soledad. Agitado y veloz acomodó su pantalón, el cual caía hasta sus rodillas. Frívolo, con la evidencia frente a él, apoyó sus manos en el lavabo, rodeándome con su perfume a sexo.

Aun sentada, con las piernas cerradas pendiendo de la mesada, acomodé el cuello de mi vestido y arreglé mi cabello desenmarañado. Liberándolo de su broche, dejé que cayera en derredor de mi cuerpo. A modo de velo sagrado, tapé mi vergüenza con él.

─Somos dos monstruos ─replicó y la mudez se apoderó de mis cuerdas vocales. Comencé a llorar de angustia.

Frente a mí, repasó mi quijada con su pulgar.

─Yo soy el monstruo ─se corrigió ─ siempre lo fui. Nunca te respeté, nunca respeté a Catalina. Merezco no poder tenerte como quisiera.

No pude ni siquiera poner en tela de juicio sus dichos, estaba demasiado perturbada y confundida. Refregué mis sienes y sin dudarlo, lo aparté con un golpe seco directo a su pecho, saliendo del baño, perdida entre mis ecuaciones mentales.

El sabor de lo prohibido era pervesamente fascinante. Pero así como el deleite por aquel momento de lujuria inesperada me dejaba con un gusto dulce en el paladar, no significaba más que un arma de doble filo.

Mi cuerpo era autónomo cuando me encontraba frente a su pasión desatada y famélica. La rabia ahuecó mi pecho. Desgarrada por el calor de su embestida, busqué unir las piezas de mi cuerpo roto, desperdigadas por el piso, junto a mi amor propio.

Bajando en puntas de pie, conseguí aliento en el poco oxígeno sin partículas de sexo que predominaban en el ambiente. Buscando algo de la Alina que era en el mismo espejo que fue testigo de la sed revanchista a la que fui sometida por Alejandro, encontré a una mujer vulnerable y traicionera, que no merecía consideración alguna.

Aunque Leo supiese que durante dos años años engañaríamos a la ley, yo le daría mi palabra de lealtad. Hacia él.

Mi conciencia, era otra vez quien sentenciaba mi peor castigo.

───

Tan sólo un día me separaba del alivio.

En 24 horas más Alejandro volaría a Londres y hasta el día de su boda (verano argentino, invierno londinense) no tendríamos la fortuna de vernos ni un pelo. Representaba tiempo suficiente para olvidarlo, o al menos, ignorar la tentación de llevar entre sus manos.

Cinco meses quizás bastarían para enamorarme de Leo (o encomendarme a hacerlo) y convivir con él, era una prueba difícil que debería experimentar en algún momento.

Lo cierto era que mi trabajo requería de un viaje por dos semanas a Milán en los próximos dos días; luego, de pasar otras dos semanas en Berlín, una semana de descanso en Buenos Aires y otra semana más en Nueva York, donde habría asentado mis bases meses atrás.

Todo aquello parecía lejano y sin embargo, solo habrían pasado un puñado de semanas de la partida de Rosalinda. 

Era justo reconocer que el departamento de Leo era simplemente hermoso: un cuatro ambientes con un gran balcón terraza y vistas lisas y llanas hacia el Río de la Plata. El atardecer se ponía en el horizonte con los cálidos colores del sol chocando en los ventanales. Las nubes, difuminadas en la fina línea del ocaso, añadían un toque extra de calor hogareño que me reconfortaba.

Con el poco equipaje que boyaba junto a mí desde mi vuelo desde Estados Unidos, arribé a su casa para dar inicio a otro capítulo de la farsa.

─Esta es tu habitación ─señalando la puerta la puerta blanca de la izquierda, entré y ante mis ojos, un despliegue digno de una habitación moderna y glamorosa, cantaba presente─. Sospeché que no dormiríamos juntos. Seremos como amigos de Universidad ─lanzando una carcajada alegre y contagiosa, obtuvo una grata sonrisa de mi parte.

─Es hermosa, tenés muy buen gusto ─confesé dejando mi valija y un par de abrigos sobre la cama.

─La revista Living me ayudó bastante ─haciendo referencia a una revista de decoración y arquitectura local confesó algo sonrojado

─Gracias por este sacrificio.

─¿Vivir con una hermosa chica a una puerta de distancia es un sacrificio? ¡No lo creo!

─¡Obvio que será un sacrificio! Me verás sin todo este maquillaje y con el pelo todo revuelto a la mañana ─contrapuse atrapando la seriedad de golpe ─ . Leo...¿vos sabés que estamos a tiempo de reconsiderarlo?

─No quiero, Alina. Son dos años que se pasarán volando entre tus viajes y los míos. Para cuando queramos darnos cuenta, estaremos firmando la separación y ¡listo! Vos podrás vender tus acciones al mejor postor, donarlas o seguir ejerciendo poder con ellas.

─Sí, lo sé ─bajé los ojos, perdiéndolos en el piso.

─Te dejo para que te acomodes. El armario es bastante amplio y cómodo. Tendrás lugar de sobra para tus pertenencias.

─Aún tengo que despachar lo que me quedó en Nueva York. Nunca pensé que volvería a vivir en Buenos aires.

─¡Ni yo tampoco vivir acompañado! ─rozó mi nariz con la suya, erizando mi piel ─. El destino quiso hacernos esta jugarreta...─levanté mi vista, suspirando. Quería amarlo, sentir algo por él que me transportara a otro sitio pero no me era posible. Tal vez la convivencia y pasar más tiempo juntos, ayudaría.

Leo acarició mis labios con un beso. Cerré lo ojos imaginando que era su hermano quien lo hacía y mi malestar por la crueldad de mis pensamientos no fue mucho menor.

─Por algo tenemos que empezar, ¿no? 

Y se fue del cuarto.

───

La vida con Leo resultaba sencilla; siempre atento, cada vez que yo despertaba tenía el desayuno listo y un saludo que rebosaba de alegría. Solía trabajar desde su casa, por lo cual sus horarios eran indefinidos y fácilmente manejables por su antojo.

Su rutina incluía levantarse a las ocho de la mañana, correr de 9.30am a 11am, regresar, ducharse, abrir su notebook hasta las 14, almorzar, trabajar un rato más (generalmente hasta las 17) ejercitarse en el gimnasio del edificio hasta las 20:30hs, ducharse nuevamente, cenar y trabajar hasta las 2 de la madrugada. Ritmo vertiginoso, pero entretenido.

─Resultaste ser bastante estricto ─apunté tomando un café con leche previo a mi encuentro con el modisto y su madre, en la casa de los Gutiérrez Viña.

─¿Por qué lo decís?

─Tus días son más orquestados de lo que creí.

─¿Pensabas qye para todo era un tiro al aire? ─ levantó su ceja, divertido por mi suspicacia.

─Algo así...como que trabajabas una hora al día y te la pasarías mirando televisión las restantes siete.

─¡Qué pésimo concepto tenés de mí! ─sonriendo, cerró el diario y bajó sus anteojos, disparando una mirada sexy.

La familiaridad de ese momento, su gentileza y predisposición para los quehaceres era algo que me sorprendía.Mis conocimientos de cocina eran limitados, generalmente la comida a domicilio me salvaba o bien, pasaba por alguna rotisería para proveerme de alimentos. Sin dudas, la harpía de Catalina se escandalizaría por mi falta de cordura nutricional.

Pero Leo parecía hacerlo todo más simple: con él de maestro tuve ganas de aprender...en todos los sentidos. Con el cariño como herramienta por la mañana, yo lo saludaba con un tierno beso en los labios el cual respondía suavemente, en tanto que a la noche, el procedimiento era inverso.

Comenzamos a cocinar juntos aunque sin dudas, no había heredado el ADN de mi madre como eximia cocinera.

Bendije mi genética y que aun me entrara el vestido; faltaban dos meses para la boda y el tiempo apremiaba lo suficiente como para retocarlo a último momento.

De pie frente al enorme espejo de la habitación que me había visto crecer, me hamaqué tomando distintas fotos visuales de mí, desde todos los ángulos posibles. El vestido era hermoso, vérmelo puesto me quitaba una lágrima incrédula.

El dolor por mi amor no correspondido hacia Alejandro endurecería mi personalidad y los sentimientos hacia ciertas cosas, pero esto era más de lo que hubiese imaginado.

─Es precioso ─ exhalé tocándome la pechera del vestido, bordada íntegramente con perlas muy pequeñas cosidas a mano.

─Vos sos muy linda Alina y tenés un cuerpito hermoso. Cualquier cosa que te pongas te quedará bien─ Charly hilvanaba el ruedo, girando a mi alrededor.

Mamá lloraba de fondo. Hacerla participar de este momento era impagable. La boda se llevaría a cabo, como no podía ser de otra manera, en aquella casa. Los invitados rondaban los quinientos  y la mayor parte de los detalles estarían bajo la supervisión obstinada y estudiada de Bárbara; quizás como una distracción ante la muerte de su madre o por las ansias por ver feliz a su hijo menor, resolvía gran parte del dilema.

Yo no discutía nada, acatando cada decisión que ella tomaba. Junto a Leo lo delineaban todo, facilitándome las cosas. Sin embargo, que Alejandro fuese el padrino, era un ingrato padecer que el menor de los Bruni no había consultado.

La imagen que este espejo devolvía era encantadora: una irreconocible y grata versión de mi misma.

─Cuando regreses de Londres seguiremos poniendo manos a la obra ─dijo el modisto bajándome el cierre con cuidado, ya que la mayor parte de la pieza superior estaba sujeta con alfileres.

─Sí, no estoy muy entusiasmada con viajar, pero necesitamos ir con Leo por unos temas de la empresa ─confesé.

Lo cierto es que el día anterior a ese, Leo había mantenido una charla telefónica con Alejandro, encendiendo la luz de alerta en nuestras cabezas: alguien sospechaba de la veracidad del compromiso y por consejo del mayor de los herederos, deberíamos viajar a Londres para aquietar las aguas y mostrarnos juntos ante el resto de la junta directiva de la compañía. Todos estaban a la expectativa de la distribución de la riqueza de Rosalinda y evidentemente, al acecho de ese porcentaje que la dueña de la empresa me designaba bajo una ridícula cláusula.

Estar cerca de Alejandro suponía un nuevo desafío; aunque los días volaban, saber que por una semana nos frecuentaríamos tanto en la empresa como en su departamento me agobiaba con anticipación.

Extenuado tras una reunión con proveedores locales, Leo llegó al departamento. Había pasado toda la semana invitándolos a cenar en pos de conseguir un buen contrato con ellos y activar la producción. "L'élixir de beauté" se perfilaba para entrar en el mercado turco y para ello necesitaba del lanzamiento de un nuevo producto que conquistara Medio Oriente.

─¿Lo conseguiste? ─pregunté animada con los ojos llenos de esperanza, apenas entró a mi cuarto.

Su rostro reflejaba preocupación y cansancio, se frotaba las sienes y su corbata azul de pintitas blancas colgaba enrollada en su puño. Meneando la cabeza, finalmente abrió sus brazos.

─¡Hemos cerrado un contrato fabuloso! ─alegre por él, por su esfuerzo y profesionalidad, chillé  de felicidad, abalanzándome a su cuerpo.

En volandas, me giró al borde del mareo.

─¡Te felicito Leo! ¡Luchaste mucho por lograrlo! ¡Estoy orgullosa de vos! ─ apoyándome en puntas de pie sobre el piso, deslicé mis manos por su nuca envolviendo su cabello sedoso y castaño.

Nuestras miradas se enlazaron y por primera vez, reconocí algo distinto a lo habitual. Sus ojos verdes expresaban gratitud, pero también deseo. Si bien eso era común en Leo, mi cuerpo estaba dispuesto a sentirlo de otro modo. Dejando el pánico de lado por lo que vendría, lo besé fuerte, dando inicio a un camino de ida.

Leo correspondió mi beso con fervor. Rápidamente, nuestras pieles fueron inflamables; forcejeando, arrojó su saco hacia el piso, para proseguir con su camisa blanca de fina estampa.

Pocas veces habría tenido la chance de verlo con el torso desnudo, quizás alguna tarde de verano en Pinamar.

Tantas horas de actividad física se traducían en un cuerpo trabajado a fuerza de ejercicio. La boca se me resecó al reconocer que me calentaba la sangre verlo así.

Era un toro. Me relamí con el deseo calentando mis manos.

Raudamente, mientras él tomaba mi boca con pasión y promesas, posé las manos sobre la fría hebilla de su cinto para bajar su bragueta, tirante por la excitación.

─¿Estás segura que es esto lo que querés? ─hundiendo sus palabras en el calor de mi paladar, miraba radiante en busca de una afirmación que llegaría inmediatamente.

─Sí, Leo ─ jadeante, me perdí en sus ojos.

Encontrando el sabor de mis labios, sus manos calientes presionaban mis glúteos; colocándome sobre sus caderas, caímos desplomados sobre el colchón. De un tirón seco quitó mis pantalones sueltos, dejándome a expensas de su voluntad.

En su mirada sincera pude leer lo mucho que me deseaba. Besándome entre los muslos, las estrellas parecían más cerca.

Leo era sexy y era mi amigo.

Una hilera de besos húmedos perfiló mis piernas, agitadas por el espasmo de su contacto. De abajo hacia arriba, su inquietante recorrido llegaría al vértice cúlmine de deseo. Su lengua, atrapó mi latir inferior, apoderándose de mis terminaciones nerviosas.

Jamás habíamos hecho el amor de un modo convencional con Alejandro; paradójicamente, sí lo haría con su hermano.

Siendo un compendio de sentimientos frustrados vi a través de mis ojos turbados a Leo despojarse de sus pocas prendas, para concretar nuestros votos prematrimoniales.

Paciente, cuidadoso, ensombreció mi cuerpo bajo el suyo; apoyado en sus antebrazos, entró en mi, respetando mis tiempos y mis músculos. Protegiéndome en todo el sentido de la palabra y en cada una de sus acciones. A diferencia de su hermano, él no tomaba posesión violenta sobre mí, por el contrario, su necesidad de protegerme era más fuerte que la de ultrajarme como una fiera indomable.

Bailábamos a la par de su bombeo y mi aceptación. Su pecho musculoso friccionaba mi fina remera, en tanto que sus manos enmarcaban mi rostro, sin perderse detalle de él.

Leo me hacía el amor apasionadamente, con delicadeza y con respeto.

Nada podría salir mal si permanecía con él más tiempo del previsto; por el contrario, estando a su lado me garantizaba tranquilidad emocional, fidelidad y un compromiso profundo y eterno.

─¿Estás bien? ─ aumentando el ritmo de sus caderas, preguntó conmocionado. Respondí con un sí a tientas.

Recibiendo su vibración en mí y alcanzando el nivel de más alto de deseo, fui testigo de su viaje al placer. Agitado, posó un beso dulce sobre mi frente, para continuar respirando pero a mi lado, boca arriba, con parte de su brazo sobre la frente.

Leo enredaba mi cabello entre sus dedos, enrulándolo con devoción y con una sonrisa tonta y descarada que me desarmó. Cálidamente, como un nene en navidad que acababa de abrir su regalo, era testigo de mi respiración solemne y agradecida.

Fundimos nuestras miradas. Era bello, sensato y un excelente amante. Sin embargo, una única pregunta, persistente y dañina surcaba mi cabeza como un cometa:  ¿por qué esto tampoco parecía ayudar a a que fuese completamente feliz?

Rozando la punta de mi nariz con su pulgar, amagué mordisquear su dedo. Sonrió divertido.

───

─¿Con quién fue tu primera vez? ─parpadeé extrañada. En muchas oportunidades Leo y yo mantendríamos conversaciones profundas pero jamás tocaríamos temas de esa índole. Quizás la confianza obtenida en los minutos anteriores, abrían la puerta para preguntarme aquello.

Deseaba sincerarme, no tenía nada de malo hablar de ese tema...si no fuese que el otro protagonista de la historia se encontraba a varios kilómetros de distancia y era nada más y nada menos que su hermano.

─Uff eso fue hace mucho tiempo ─lo esquivé, ganando algo de tiempo y buscando una excusa.

─No te pregunté hace cuánto, sino con quién...pero entiendo que quieras hacerte la tonta y me evadas ─inteligente, me miró embelesado.

─Me da vergüenza ─reconocí, entrecerrando mis ojos tímidamente.

─¿Vergüenza? ¿Justo vos?

─¡Bueno che! Para ciertas cosas  tengo pudor ─ahuecando su pecho con mi cabeza, sostuve.

─Mejor no insistir entonces...

─Solo puedo decirte que fue más lindo de lo que todas las chicas cuentan. Él resultó atento, amable y fue algo placentero, a pesar del dolor al día siguiente ─confesé rememorando con abrumadora nostalgia.

Yo siempre lo recordaría con una sonrisa afable.

─No tengo ganas de ir a Londres ─admití quejumbrosa.

─Yo tampoco, pero es bueno hacerlo para no perjudicarnos a largo plazo. Estamos dispuestos a hacer un gran esfuerzo y es una pena que todo quede en la nada.

─¿Por qué pensás que esto levanta sospechas?

─Evidentemente hay alguien que quiere perjudicarnos.

─¿Con qué propósito?

─No lo sé...pero de seguro es propio de una mente retorcida.

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*Placard: armario.

*Remera: blusa.

*Rotisería: lugar de gastronomía donde venden comida ya hecha.

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