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El Encuentro


La cena ha terminado antes de lo previsto, pero no tuve opción y he tenido que contárselo todo. Ethan necesitaba saber, con tiempo, que mi regalo de aniversario consistía en una noche especial, en una suite de este hotel. Siete años juntos que no podíamos celebrar de mejor forma.  

     Así que la cena, como trámite inicial de celebración, ya era lo de menos. Su sorpresa vino con el primer plato y los nervios ya no le dejaron acabar el segundo. Total, que Ethan no quiso llegar al postre cuando estábamos camino de los ascensores.
  
     En la habitación nos esperaba una botella de champán para brindar. 

     Y después de un par de copas que, todo sea dicho, han conseguido calmar sus nervios y lo míos, aquí estamos los dos ahora, a punto de entregarnos a una noche de sexo. Con ella. Mi regalo para él. 

     Los miro a ambos. Están de pie, frente a frente, desnudos y sin saber qué hacer aún. No se atreven ni a mover las manos. Yo me mantengo a distancia, justo a metro y medio, al otro lado de la cama, de pie también. Sigo vestida porque no sé en qué momento me uniré a ellos.

     Ethan me mira una vez más con esos ojos tan oscuros que tiene, y que tan loca me vuelven. Me sonríe. Sé que busca de nuevo mi consentimiento por lo que está a punto de hacer, entregarse a otra mujer que no soy yo. Hacerla suya delante de mí. 

     Le doy mi aprobación, que no dude más, no quiero que piense que voy a  arrepentirme porque no es así. No será como serme infiel, yo lo acepto y admito en mi presencia. Le quiero, y quiero todo esto con él. Con ella. Que no se detenga en la búsqueda de nuestro placer, porque yo le apoyo en todo.

    Por eso, con otra sonrisa igual de sincera que la suya, asiento en silencio para que no se sienta culpable de nada. 

     No voy a tener celos de ella ni se lo reprocharé nunca, puede estar seguro. Porque si de algo estoy segura yo, es de que él me ama. Solo a mí. 

      Intento que se relaje, y de nuevo le sonrío, con una caída de pestañas de lo más sincera.

     Cuando Ethan por fin se decide, yo miro a la mujer que recibe sus primeras caricias. Ella cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás  al sentir sus manos en los pechos, mientras exhala un gemido del placer que le provoca. Se retuerce, busca un mayor contacto de los dedos de mi marido. La entiendo, yo hago lo mismo cada vez que me los acaricia a mí. 

     Después lo miro a él, concentrado en cada uno de ellos, en cada pezón que emerge duro por sus roces, y veo cómo disfruta del tacto de ese otro cuerpo que no es el mío, cómo comienza a endurecerse su miembro. Lástima que hoy no sea del todo mío y tenga que compartir su maravillosa erección.

     Me ha costado decidirme a dar este paso, no creas, pero no me arrepiento en absoluto, es más, me alegro de haberlo hecho al verle la cara a mi marido ahora. Deseo, lujuría y morbo puro, adivino en sus ojos. 

     He querido hacer realidad nuestra fantasía, esa que tantas veces hablamos en la cama y que nunca, por falta de coraje, o exceso de vergüenza, pudimos culminar. Yo al menos he necesitado pensarlo mucho para lanzarme.

     Hoy afianzamos nuestra unión con la confianza y consentimiento que implica aceptar a otra persona en nuestro sexo. Hoy nos hacemos este regalo mutuo.

     Cuando ambos parecen que se relajan, olvidando que estoy presente en la misma habitación, las caricias y los besos entre ellos suben de tono. Incrementan mi propio deseo. Besos que se intensifican en la boca del otro, arrancando incluso sus gemidos. 

     Los de Ethan me los conozco de sobra, me excitan como siempre, más si cabe hoy, pero me sorprende que me gusten de igual manera los de ella. Haciéndome yo misma participe de sus besos, me humedezco los labios con la lengua y no puedo evitar pensar en el último beso que me dio él.

     —Solo serás tú —me dijo al entrar en la habitación. 

     —Solo tú —corroboré yo. 

     Luego me besó en la boca. Y fue cuando deseé mandar al cuerno el resto de la noche para ser yo quien disfrutase a solas de mi marido. 

     Pero no me eché a atrás entonces, no lo haré ahora. Quiero esto tanto como él.

     Klare, que así se llama la mujer que hoy nos satisfará a ambos, agarra a Ethan por el pelo, dando por comenzado el juego. Le provoca para que, sin demora, le chupe los pechos, ya endurecidos previamente por sus dedos. Pero antes de hacerlo, y entregarse por completo al deseo que también le consume, Ethan me sonríe de esa manera tan sexy suya, esa misma que hace que yo quiera echarme atrás de nuevo para ser quien ocupe el lugar de Klare bajo su boca. 

     Y ella, que no es tonta y lo presiente, no está dispuesta a retirarse sin su propia diversión. Le agarra del pene mientras le dice que a qué espera para moverse y hacerle gozar.

     Ethan reacciona de inmediato a sus palabras y recuerda lo que hacemos aquí con ella, que ya tardaba.

     La arroja sobre la cama para poder ponerse el condón. Lo hace de manera torpe. Sé que le pueden las prisas inexpertas, las ansias primerizas, pero no por ello tendrá un mal día. Ethan no conoce todavía un mal día a sus treinta y nueve años, al contrario, verás en cuanto coja confianza, Klare lo va a flipar. Después, se sube sobre ella, tras abrirle las piernas con las suyas propias. No deja de mirarme a los ojos al otro lado de la cama, y eso me inquieta a mí. Esas miraditas de enamorado que me bajan las bragas. 

     ¡A ver si después de la que hemos liado para llegar hasta aquí no va poder hacerlo!, o lo que es peor,  yo voy a saltar antes de que empiece todo para llevármelo de aquí en plan mujer de las cavernas. Desnudo y sobre el hombro.

     Gateo sobre la cama, me acerco a él de rodillas y, antes de que pueda decirme nada, le beso en la boca, sin importarme que haya besado a otra mujer hace un minuto. 

     —Solo seré yo, ¿recuerdas, mi vida? —le digo, y abandono la cama para que se relaje. 

     Y como si mi frase lo  hubiera empujado a acercarse a ella, Ethan desciende lentamente sobre el cuerpo de Klare hasta poner la boca sobre sus pechos. 

     Los chupa sin descanso, y se ayuda de las manos para darle más placer, para que entre enteros en su boca. Los muerde, los besa, y los vuelve a lamer, y todo sin dejar de mirarme tras ellos. Yo, sin explicación coherente alguna, noto cada uno de esos lametones en mis pezones, hasta el punto de querer acariciármelos.

    Agito la cabeza, no puede ser posible este calentón que me consume solo por lo que veo. 

    Ethan se toma la libertad de tocar su entrepierna, hasta hacerla gemir de nuevo. No sé si le ha metido los dedos o no, no puedo verlo desde aquí, además, yo tampoco dejo de mirarle a los ojos. ¡Qué locura! Para mí eso es lo más importante de todo esto, nuestra conexión. Pero entonces, Klare grita y disipa cualquiera de mis anteriores dudas. Le ha metido los dedos, y está tan mojada que puedo oír incluso como entran y salen de su interior, provocando un vacío inconfundible.

     Ahora ella le pide más, o eso me parece, porque jadea. Supongo que si siente la erección de Ethan tan cerca, rozando su pubis, le frustrará el tiempo que está tardando. Él la complace sin demora, y le sube una de las piernas a su hombro. La va a penetrar. No quiero verlo. Pero por otro lado, no puedo cerrar los ojos, creo que no puedo ni cerrar la boca. Me falta el aire, de la excitación. Con solo pensar en su miembro, cuando me lo mete a mí, estoy a punto de gemir yo. 

     Ella, que en ningún momento parece que se quedará quieta, le agarra del culo, quiere que lo haga ya.

     Despacio, Ethan busca hueco en ella, haciéndole sentir cada vena, cada centímetro de su grosor, que hasta hoy eran solo míos. Logra acceder a su interior por conpleto con un movimiento delicado que hace que yo deje de respirar por esos ínfimos segundos. El corazón me late con fuerza, resuena en mis entrañas y el eco me oprime la vagina, provocando mi humedad en ella. Ethan mueve sus caderas y yo no puedo evitar abrir mis piernas mientras imagino que le tengo entre ellas.

     Y es en este momento, cuando Denis, la pareja de Klare, que lo observa todo al igual que yo, se sitúa a mi espalda. 

     —¿Te gusta lo que ves, Nicki'? —pregunta al retirar mi pelo del cuello. Sin que se lo pueda impedir, me sigue hablando al oído mientras me besa con la punta erecta de su lengua—. Te excita.

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