CAPÍTULO 8: UN NUEVO COMIENZO.
Iban a ser las siete de la mañana y aún no había respuesta por parte de mis padres. Estaba ansiosa con tan solo ver alguna notificación que me llegaba, pero no eran ellos. Me llenaba de incertidumbre saber qué me dirían o cómo actuarían respecto a toda esta situación. Su única hija, la que siempre había estado bajo sus mandos, ahora resultaba ser rebelde.
Me senté en el sofá de la sala, abrazando mis rodillas contra mi pecho. El departamento de Gadiel, ahora nuestro hogar temporal, estaba en silencio, Lía y Joey habían ido a buscar algunas de sus cosas, y Gadiel estaba en la cocina preparando el desayuno. Podía escuchar el suave tintineo de las tazas y el aroma del café recién hecho comenzaba a llenar el aire.
-¿Estás bien?-La voz de Gadiel me sacó de mis pensamientos. Levanté la mirada para verlo de pie frente a mí, sosteniendo dos tazas humeantes, asentí débilmente, tomando la taza que me ofrecía. –Gracias- murmuré.
Se sentó a mi lado, su presencia me calmó un poco en medio de la tormenta de emociones que me envolvía.
-Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad?
Tomé un sorbo de café, dejando que el calor me reconfortara.
-Lo sé, es solo que... todo esto parece tan irreal. Hace apenas unas horas estaba en mi departamento, y ahora...
-Ahora estás aquí - completó Gadiel suavemente. -Y estás a salvo. Eso es lo que importa.
Asentí, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer nuevamente.
-Gracias, por todo.
-No tienes que agradecer, para eso están los amigos, ¿no?- Él me dedicó una sonrisa cálida.
Amigos, la palabra resonó en mi mente, trayendo consigo una mezcla de emociones. ¿Era eso todo lo que éramos? Después de la confesión de anoche, después de todo lo que había pasado, me sentía abrumada por la culpa, por ser esa niña vulnerable que nunca había experimentado estos sentimientos por nadie. Antes de que pudiera profundizar en esos pensamientos, mi teléfono comenzó a sonar. El nombre de mi madre parpadeaba en la pantalla.
Sentí que mi corazón se detenía. Miré a Gadiel, el pánico era evidente en mis ojos.
-Está bien - me aseguró -Estoy aquí contigo.
Con manos temblorosas, contesté la llamada. -¿Mamá?
-Marian- La voz de mi madre sonaba fría, distante. Tan diferente a la voz cálida y amorosa que conocía. -¿Dónde estás?
-Estoy... estoy a salvo- respondí, mi voz apenas un susurro.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Podía imaginar a mi madre, sentada en la mesa de la cocina, mi padre a su lado, ambos con expresiones de decepción y dolor.
-¿Leíste mi nota?- pregunté finalmente, incapaz de soportar el silencio por más tiempo.
-Sí -respondió ella -La leímos.
Esperé, conteniendo la respiración, por lo que diría a continuación.
-Marian.- comenzó, y pude escuchar el esfuerzo que le costaba mantener la compostura. -Haz lo que quieras.
Sus palabras me golpearon como un puño en el estómago. No era lo que esperaba oír.
-Pero olvídate de que tienes padres - continuó, su voz quebrándose ligeramente. -Toda la culpa de esto es tuya, por dejarte influenciar por tus amigos, especialmente por ese tal Gadiel.
Sentí que mi mundo se derrumbaba. ¿Cómo podían pensar eso? ¿Cómo podían creer que alguien me estaba influenciando, que no era capaz de tomar mis propias decisiones?
-Mamá, no es así - intenté explicar, las lágrimas corriendo libremente por mis mejillas. -Nadie me está influenciando. Esta es mi decisión.
-Una decisión equivocada -respondió ella. -Una decisión que te costará tu familia.
-Por favor, mamá - supliqué. -No hagas esto. Los amo, pero necesito vivir mi propia vida.
-Adiós, Marian- fue su respuesta final antes de colgar.
Me quedé allí, sosteniendo el teléfono contra mi oído mucho después de que la llamada había terminado. Gadiel me rodeó con sus brazos, y me permití colapsar contra él, sollozando incontrolablemente.
-Shh- murmuró, acariciando mi cabello. -Estoy aquí. Estamos aquí.
No sé cuánto tiempo pasamos así, yo llorando y Gadiel sosteniéndome en silencio. Su abrazo era un refugio silencioso, un lugar donde podía desmoronarme sin temor a ser juzgada. Cuando finalmente logré calmarme, me separé ligeramente de él, con la respiración aún entrecortada, limpiando las lágrimas con el dorso de la mano. Aún sentía el calor de su cercanía, y aunque el dolor seguía presente, algo en su presencia me brindaba paz.
-Lo siento-murmuré, sintiéndome avergonzada por mi arrebato emocional.
-No te disculpes- Él negó con la cabeza-Tienes todo el derecho a estar molesta.
Asentí, inhalando profundamente para estabilizarme.
-Gracias. No sé qué haría sin ti... sin ustedes.
En ese momento, mientras nos mirábamos fijamente, la puerta se abrió de un golpe, eran Lía y Joey, cargados de bolsas y maletas.
-¡Hemos vuelto!-anunció Lía alegremente, pero su sonrisa se desvaneció al ver mi rostro. -Oh, Mari. ¿Qué pasó? Creí que todo iba bien.
Les conté sobre la llamada de mi madre, las palabras aún doliendo en mi pecho mientras las repetía. Mis amigos me escucharon en silencio, sus rostros tenían una mezcla de preocupación y enojo.
-No puedo creer que hayan dicho eso- dijo Joey, su voz tensa por la indignación. -Como si fueras una niña incapaz de tomar tus propias decisiones.
Lía se sentó a mi otro lado, tomando mi mano entre las suyas.
-Lo siento mucho, Mari. Pero quiero que sepas que estamos aquí para ti. Somos tu familia ahora.
Sus palabras me calentaron el corazón. Miré a mis amigos, estas personas maravillosas que habían entrado en mi vida y la habían cambiado por completo. Tal vez mis padres no podían entenderlo ahora, pero sabía que había tomado la decisión correcta.
-Gracias, chicos- dije, sintiéndome abrumada por su apoyo. -No sé qué haría sin ustedes.
-Probablemente estarías aburrida y sola- bromeó Joey, aligerando el ambiente.
Reímos juntos, y por un momento, el peso en mi pecho se aligeró un poco.
-Bueno -dijo Gadiel, poniéndose de pie. -Creo que es hora de que nos organicemos. Tenemos que decidir cómo vamos a acomodarnos aquí.
Miré alrededor del departamento. Era espacioso, pero con solo dos habitaciones, sabía que tendríamos que hacer algunos ajustes.
-Lía y yo podemos compartir una habitación- dijo Joey, tomando la mano de su novia.
Gadiel asintió.- Perfecto. Marian, tú puedes quedarte en mi habitación.
Sentí que mis mejillas se sonrojaban ante la idea de dormir en la habitación de Gadiel.
-Pero... ¿dónde dormirás tú?
Una sonrisa traviesa apareció en su rostro.
-¿Qué es lo que piensas, Marian?- preguntó, su tono ligeramente insinuante.
Sentí que mi rostro se ponía aún más rojo, si eso era posible.
-Yo... no... es decir...
-Relájate, tomatito- Soltó una carcajada. -Dormiré en mi estudio. Tengo un sofá cama allí que será perfecto hasta que arreglemos todo.
Solté un suspiro de alivio, sintiéndome tonta por haber pensado... bueno, por haber pensado lo que sea que había pensado.
-Oh- fue todo lo que pude decir.
Lía y Joey intercambiaron una mirada divertida, pero no dijeron nada.
Pasamos la siguiente hora organizando el departamento, moviendo muebles y acomodando nuestras cosas. Era extraño ver cómo el espacio de Gadiel se transformaba para acomodarnos a todos. Mis libros se mezclaron con los suyos en la estantería, mis zapatos encontraron un lugar junto a los suyos en el armario. Era como si estuviéramos creando un nuevo hogar, uno que nos pertenecía a todos.
Cuando terminamos, Lía y Joey anunciaron que tenían que irse.
-Mamá necesita ayuda con algunas cosas en casa-explicó -Volveremos mañana para terminar de instalarnos, en serio siento mucho no poder estar contigo hoy Mari, eres mi mejor amiga y me duele no estar para apoyarte.
-No tienes que preocuparte Lía, estoy bien ¿sí?
-O mejor envio sólo a Joey para que la ayude. - detrás de ella vi un Joey pidiendo en suplicas no dejarlo ir solo con su suegra.
-Me parece que también deberías ir, de seguro quiere verte más que nunca.
-Mi Mari, tranquila, no hagas caso a las palabras de tu mami, una madre nunca deja de ser madre, ¿entiendes? Fue por la frustración del momento, todo se solucionará.
-Lo sé, sólo hay que darle tiempo al tiempo, estaré bien.
Nos despedimos de ellos, Joey muy agradecido por no dejarlo solo con su querida suegra, aunque en parte no lo entiendo, una vez conocí a la madre de Lía, es una persona muy linda, apoya y quiero mucho de su hija, tan solo sea diferente con su yerno... el golpe de la puerta sonó por un momento, después de que ellos se marchasen, de repente, Gadiel y yo nos quedamos solos en el departamento. Un silencio incómodo cayó entre nosotros. Era la primera vez que estábamos verdaderamente solos desde... bueno, desde su confesión la noche anterior.
-Entonces-dijo -rompiendo el silencio. -¿Qué quieres hacer?
Me encogí de hombros, sintiéndome repentinamente tímida.
-No lo sé. ¿Qué sueles hacer en tus tardes libres?
-Generalmente leo o veo alguna serie- respondió.-Aunque también podríamos ver una película si quieres.
-Una serie suena bien- dije, agradecida por la distracción.
-Me parece bien.-se dirigió hacia el sofá, encendiendo la televisión. -¿Alguna preferencia?
-¿Qué tal un k-drama?- sonreí, recordando cuánto me gustaban.
Vi cómo Gadiel trataba de ocultar una mueca. Sabía que los dramas coreanos no eran exactamente su tipo de entretenimiento preferido.
-Está bien- dije rápidamente. -Podemos ver otra cosa si prefieres.
-No, está bien.- negó con la cabeza, sonriendo- Elige el que quieras.
-¿Estás seguro?
-Completamente -afirmó. -Además, quién sabe, tal vez termine gustándome.
Sonreí, agradecida por su disposición. Después de navegar por un rato, encontré una serie que había querido ver desde hacía tiempo: "Lovely Runner".
Nos acomodamos en el sofá, manteniendo una distancia respetable entre nosotros. A medida que la serie avanzaba, me sorprendí al ver a Gadiel cada vez más interesado en la trama.
-Espera -dijo en un momento, inclinándose hacia adelante. -¿Entonces ella puede viajar en el tiempo para salvar a su primer amor?"
Asentí, divertida por su repentino interés.
-Sí, es el concepto principal de la serie.
-Huh- murmuró, su ceño fruncido en concentración. -Es... interesante.
Continuamos viendo episodio tras episodio, discutiendo teorías y riéndonos de las situaciones cómicas. Antes de que nos diéramos cuenta, el sol se estaba poniendo y nuestros estómagos comenzaron a gruñir.
-Creo que es hora de una pausa para cenar -dijo Gadiel, estirándose.
Asentí, sorprendida de cuánto tiempo había pasado.
-¿Quieres que prepare algo?
-¿Qué tal si cocinamos juntos? -sugirió.-Tengo algunos ingredientes para hacer pasta.
-Suena perfecto.
Nos movimos a la cocina, trabajando en sincronía como si hubiéramos hecho esto cientos de veces antes. Gadiel se encargó de la salsa mientras yo hervía la pasta y preparaba una ensalada. Mientras cocinábamos, no pude evitar pensar en lo natural que se sentía todo esto. Estar aquí, en la cocina con él, preparando la cena juntos. Era como si siempre hubiera sido así, como si este fuera el lugar al que pertenecía.
-¿En qué piensas?-preguntó, sacándome de mis pensamientos.
Lo miré, notando la forma en que la luz de la cocina iluminaba su rostro, resaltando sus rasgos.
-Solo... en lo extraño que es todo esto. Hace un día, mi vida era completamente diferente.
-¿Te arrepientes?
-No- respondí sin dudar. -Es difícil, y duele, pero... sé que era necesario. Necesitaba hacer esto por mí.
-Estoy orgulloso de ti, ¿sabes?-dijo, su voz suave. -Se necesita mucho coraje para hacer lo que hiciste.
Sentí que mi corazón se aceleraba ante sus palabras.
-Gracias. No sé si lo habría logrado sin ti...
Gadiel dio un paso hacia mí, y por un momento, pensé que iba a abrazarme. Pero en lugar de eso, tomó el colador con la pasta -La cena está lista- anunció, rompiendo el momento, muy cerca de mí, yo sintiendo a un lado su respiración, luego de ello se distanció y lo llevó al fregadero para escurrirla.
Cenamos en la sala, la serie aún pausada en la televisión. Hablamos de todo y de nada, evitando cuidadosamente los temas más pesados. Era agradable, esta normalidad en medio del caos que había sido mi vida en las últimas 24 horas.
Después de cenar y limpiar, volvimos al sofá para ver más episodios. Esta vez, sin darme cuenta, me encontré acurrucándome más cerca de Gadiel. Él no dijo nada, pero sentí cómo pasaba su brazo por mis hombros, acercándome más. Mientras veíamos la serie, mi mente vagaba. Pensaba en mis padres, en la llamada de mi madre, en todo lo que había dejado atrás. Pero también pensaba en el futuro, en las posibilidades que se abrían ante mí y en Gadiel, en nosotros, en lo que podríamos ser.
No me di cuenta de que me estaba quedando dormida hasta que sentí a Gadiel moverse suavemente.
-Hey, bella durmiente - susurró. -Creo que es hora de ir a la cama.
Asentí adormilada, permitiendo que me ayudara a levantarme. Me guió hacia su habitación, que ahora era mía, al menos temporalmente.
-Buenas noches, Marian- dijo suavemente, parado en la puerta.
-Buenas noches, Gadiel -respondí, sintiéndome repentinamente tímida.
Por un momento, nos quedamos allí, mirándonos. Había algo en el aire, una tensión que no me atrevía a nombrar. Finalmente, él dio un paso atrás, rompiendo el hechizo.
-Descansa -dijo suavemente. -Ha sido un día largo.
Asentí, cerrando la puerta mientras él se alejaba. Me quedé allí por un momento, con la espalda apoyada contra la puerta, tratando de calmar mi corazón acelerado.
La habitación de Gadiel era exactamente como la había imaginado: ordenada pero con un toque de caos creativo. Libros apilados en la mesita de noche, una guitarra en la esquina, y en las paredes, algunos dibujos en lienzo. Me sentí como una intrusa, pero al mismo tiempo, extrañamente en casa.
Me cambié rápidamente y me metí en la cama. Las sábanas olían a él, una mezcla de su colonia y algo indefiniblemente Gadiel. Cerré los ojos, dejando que el agotamiento del día me envolviera.
Pero el sueño no llegaba. Mi mente seguía repitiendo la conversación con mi madre, sus palabras cortantes resonando en mis oídos. "Olvídate de que tienes padres". ¿Cómo podía olvidar a las personas que me habían dado la vida, que me habían criado y amado durante tantos años?
Las lágrimas comenzaron a caer silenciosamente. Me sentía desgarrada entre la libertad que había anhelado y el dolor de perder a mi familia. ¿Había tomado la decisión correcta?
No sé cuánto tiempo pasé así, llorando en silencio en la oscuridad.
De repente, escuché un suave golpe en la puerta.
-¿Marian?- La voz de Gadiel era apenas un susurro. -¿Estás despierta?
Me limpié rápidamente las lágrimas.
-Sí-respondí, mi voz ronca por el llanto.
La puerta se abrió lentamente y él entró. Incluso en la penumbra, pude ver la preocupación en su rostro.
-Hey -dijo suavemente, sentándose en el borde de la cama. -¿Estás bien?
Quería mentir, decirle que todo estaba bien, pero las palabras no salían. En su lugar, negué con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas volvían a brotar. Sin decir una palabra, Gadiel me atrajo hacia él, envolviéndome en un abrazo. Me aferré a su camiseta, dejando que mi dolor fluyera libremente.
-Shh -murmuró, acariciando mi cabello. -Está bien. Estoy aquí.
No sé cuánto tiempo pasamos así, yo llorando y él sosteniéndome en silencio. Poco a poco, mis sollozos se fueron calmando, reemplazados por un cansancio profundo.
-Lo siento -murmuré contra su pecho.
Gadiel se apartó ligeramente, tomando mi rostro entre sus manos.
-No te disculpes. Nunca te disculpes por sentir.
Me perdí en la calidez de sus ojos. Por un momento, el mundo exterior desapareció. No existían mis padres, ni las expectativas, ni el miedo. Solo estábamos los dos, en este pequeño universo que habíamos creado, sólo vive en mi mundo.
-Gracias susurré.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
-Siempre.
Se quedó conmigo hasta que me quedé dormida, su presencia alejando las pesadillas que amenazaban con invadirme. A la mañana siguiente, desperté con el aroma del café recién hecho. Por un momento, olvidé dónde estaba, esperando ver mi antigua habitación. Pero entonces los recuerdos del día anterior me golpearon como una ola.
Me levanté lentamente, estirándome y tratando de sacudir la pesadez del sueño. Cuando salí de la habitación, encontré a Gadiel en la cocina, tarareando suavemente mientras preparaba el desayuno.
-Buenos días -dije, mi voz aún ronca por el sueño.
Gadiel se volvió, una sonrisa iluminando su rostro.
-Buenos días, bella durmiente. ¿Cómo te sientes?
Me encogí de hombros, sentándome en uno de los taburetes de la barra de la cocina.
-Honestamente, no lo sé. Es como si todo fuera un sueño.
-Es normal. Has pasado por mucho en poco tiempo.- dijo, mientras colocaba una taza de café frente a mí.
Tomé un sorbo, dejando que el calor me reconfortara.
Nuestras miradas se encontraron, y por un momento, sentí que el tiempo se detenía. Había tanto que quería decir, tanto que quería preguntar, pero las palabras se atoraban en mi garganta.
El sonido de mi teléfono rompió el momento. Era un mensaje de Lía:
-Mari, Joey y yo estaremos ahí en una hora. ¿Necesitas que traigamos algo?
-Lía me ha escrito, pregunta si necesitas algo.
-Por ahora no, pero que comedida la brujilda.- dijo en medio de una sonrisa.
Le respondí a Lía rápidamente, agradeciéndole y diciéndole que no necesitábamos nada. Cuando levanté la vista, Gadiel estaba sirviendo tortitas en dos platos.
-El desayuno está listo -anunció, colocando un plato frente a mí.
Comimos en un silencio cómodo, intercambiando miradas y sonrisas ocasionales.
Justo cuando estábamos terminando de lavar los platos, escuchamos un golpe en la puerta. Lía y Joey entraron, cargados de bolsas y con sonrisas brillantes.
-¡Buenos días, tortolitos!- exclamó Lía, guiñándome un ojo.
Sentí que mis mejillas se sonrojaban, y vi como Gadiel también parecía disfrutar un poco del momento.
-No somos... no es...-tartamudeé, pero Lía solo rió, dejando caer sus bolsas en el sofá.
-Relájate, Mari. Solo estoy bromeando, a menos que no quieras que sea broma- dijo, aunque su sonrisa pícara sugería lo contrario.
-No la molesta brujilda.- dijo Gadiel al rescate, mientras sonreía.
Joey, siempre el pacificador, intervino.
-Entonces, ¿cuál es el plan para hoy?
-Bueno, primero tenemos que terminar de acomodar todo. Luego pensé que podríamos salir, tal vez ir al parque o algo así.
-Suena bien -acordó Joey. -Manos a la obra, entonces.
Pasamos la siguiente hora terminando de organizar lo restante.
Al finalizar, decidimos salir a almorzar antes de ir al parque. Mientras caminábamos por las calles soleadas, sentí una oleada de libertad que nunca antes había experimentado. No había expectativas que cumplir, no había roles que desempeñar. Solo era yo, Marian, caminando con mis amigos en un día hermoso.
En el restaurante, mientras esperábamos nuestra comida, Lía me miró con curiosidad.
-Entonces, Mari, ¿cómo te sientes?
Pensé por un momento antes de responder.
-Es complicado -admití. -Una parte de mí está emocionada y se siente libre. Pero otra parte...
-Extrañas a tus padres -completó Joey suavemente.
Sentí un nudo en la garganta.
-Es difícil. Sé que tomé la decisión correcta, pero...
-Pero duele -dijo Gadiel, su mano encontrando la mía bajo la mesa. -Es normal, Marian. No tienes que fingir que todo está bien.
Sus palabras y su toque me reconfortaron. Miré a mis amigos, estas personas maravillosas que se habían convertido en mi familia elegida.
Lía extendió su mano sobre la mesa, tomando la mía.
-Somos un equipo, Mari. Estamos juntos en esto.
Joey asintió, su sonrisa cálida.
-Exactamente. Uno para todos y todos para uno, ¿no?
Reímos juntos, y por un momento, todo parecía irreal.
Después del almuerzo, nos dirigimos al parque. El día era perfecto, con un cielo azul brillante y una suave brisa que agitaba las hojas de los árboles. Nos tumbamos en el césped, disfrutando del sol y de la compañía mutua.
-¿Saben qué sería perfecto ahora?-dijo Lía de repente, incorporándose. -Un kdrama.
-Oh no, ¿otra vez?- Gadiel negó dramáticamente.
Reí, recordando nuestra tarde de ayer.
-Vamos, Gadiel. Admite que te enganchaste un poco con Lovely Runner.
-¿Lovely Runner?- preguntó Joey, curioso. -¿De qué va?
-Es sobre una chica que puede viajar en el tiempo para salvar a su primer amor -expliqué. -Es realmente buena.
-Suena interesante-dijo Lía, sus ojos brillando con entusiasmo. -¿Podemos verla cuando volvamos?
Miré a Gadiel, esperando su reacción. Para mi sorpresa, vi una pequeña sonrisa en sus labios.
-Supongo que podríamos ver un par de episodios más-concedió.
Lía aplaudió emocionada. -¡Sí! Maratón de kdrama esta noche.
-Recuerdo que un día Gadiel dijo nunca jamás ver un k-drama, porque Lía lo tenía cansado de hablar de ellos todo el tiempo y ahora Marian le has cambiado los gusto- al escucharlo decir eso a Joey, me di cuenta de lo mucho que se esfuerza Gadiel por verme feliz.
-Una cosa es ver un k-drama con Lía y una muy diferente con Marian.- dijo con una sonrisa.
-¿Qué tengo de malo?
-Que siempre das spoilers y hablas mucho
-¡Oye!- todos empezaron a molestarse y reíamos a carcajadas.
Pasamos el resto de la tarde en el parque, hablando, riendo y simplemente disfrutando de la compañía. Cuando el sol comenzó a ponerse, decidimos volver al departamento.
De vuelta en casa, y era extraño lo rápido que había empezado a pensar en el departamento de Gadiel como "casa", nos acomodamos en el sofá para nuestra sesión de kdrama. Lía y Joey se acurrucaron en un extremo, mientras que Gadiel y yo nos sentamos en el otro.
A medida que la serie avanzaba, me encontré prestando menos atención a la pantalla y más a Gadiel. La forma en que sus ojos se arrugaban cuando sonreía, cómo se inclinaba hacia adelante durante las escenas intensas, la suavidad de su risa cuando algo divertido sucedía. En un momento, nuestras miradas se encontraron y sentí que mi corazón daba un vuelco. Había algo en sus ojos, una calidez y una promesa que me dejó sin aliento.
Cuando finalmente decidimos terminar la noche, todos estábamos exhaustos pero felices. Lía y Joey se retiraron a su habitación, dejándonos a Gadiel y a mí solos en la sala.
-Bueno -dijo Gadiel, estirándose. -Supongo que es hora de dormir.
Me sentí repentinamente nerviosa.
-Sí, supongo que sí.- tornó un leve silencio.
-Marian-comenzó Gadiel, su voz suave. -Yo...
-¿Sí?-pregunté, mi corazón latiendo rápidamente.
Pero antes de que pudiera continuar, escuchamos un ruido proveniente de la habitación de Lía y Joey, seguido de risas ahogadas.
El momento se rompió, y ambos reímos nerviosamente.
-Buenas noches, Marian- dijo Gadiel finalmente, inclinándose para besar mi mejilla.
-Buenas noches, Gadiel - respondí, mi piel aun hormigueando donde sus labios habían tocado.
Me metí en la cama, aspirando el aroma de Gadiel en las sábanas. Cerré los ojos, dejando que los recuerdos del día me arrullaran hasta dormirme. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo del mañana. No sabía lo que me depararía el futuro, pero sabía que tenía a mis amigos a mi lado. Y por ahora, eso era suficiente.
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A la mañana siguiente, desperté con el sonido de risas provenientes de la cocina. Me levanté, me puse una bata y salí de la habitación para encontrar a mis amigos preparando el desayuno juntos.
-¡Buenos días, amiga!- exclamó Lía al verme. -Pensamos que ibas a dormir todo el día.
Miré el reloj y me sorprendí al ver que eran casi las 9.
-Lo siento, supongo que estaba más cansada de lo que pensaba.
Gadiel me sonrió desde la estufa, donde estaba haciendo tortitas.
-No te preocupes. Te mereces descansar.
Me uní a ellos en la cocina, ayudando a Joey a cortar fruta mientras Lía preparaba el café. Era una escena tan doméstica, tan normal, que por un momento olvidé todo el drama de los últimos días.
Mientras desayunábamos, Lía mencionó algo que no había considerado hasta ahora.
-Entonces, Mari, ¿qué vas a hacer con la universidad?
Me congelé, el tenedor a medio camino de mi boca. En medio de todo el caos, había olvidado por completo mis estudios.
-Yo... no lo sé-admití. -Supongo que tendré que hablar con la administración de la universidad.
Gadiel me dio un apretón reconfortante en el hombro.
-No te preocupes, te ayudaremos con eso. Lo importante es que sigas estudiando.
-Tienes razón. Es mi meta y voy a lograrlo, sin importar qué.
Los días siguientes pasaron en un torbellino de actividad. Entre visitas a la universidad para arreglar mi situación académica y largas conversaciones con mis amigos sobre el futuro, apenas tuve tiempo para respirar. Pero a medida que pasaba el tiempo, sentí que las piezas de mi nueva vida comenzaban a encajar.
Una semana después de mudarme con Gadiel, me encontré sentada en el balcón del apartamento, mirando la ciudad que se extendía ante mí. El sol del atardecer bañaba todo en un cálido resplandor dorado, y por un momento, me sentí en paz.
-¿Un centavo por tus pensamientos? -dijo una voz familiar detrás de mí.
Me giré para ver a Gadiel, apoyado en el marco de la puerta con dos tazas de té en las manos.
-Oh, ya sabes, lo de siempre -respondí con una pequeña sonrisa. -El sentido de la vida, el universo y todo lo demás.
Él rió, sentándose a mi lado y ofreciéndome una de las tazas.
-Ah, las grandes preguntas. ¿Y has llegado a alguna conclusión?
Tomé un sorbo de té antes de responder.
-Creo que... estoy empezando a entender que la vida no siempre va según el plan, y eso está bien.
-Es una lección difícil de aprender, pero importante.- su mirada estaba fija en el horizonte.
Nos quedamos en silencio por un instante, disfrutando de la tranquilidad del atardecer. A pesar de la paz del momento, no pude evitar sentir una punzada de tristeza.
-¿Sabes? -dije finalmente, mi voz apenas un susurro. -Parte de mí esperaba que mis padres me llamaran. Que intentaran... no sé, arreglar las cosas, supongo.
-Lo sé y lo siento mucho, Marian.
Sentí las lágrimas amenazando con caer, pero las contuve.
-Está bien. Es solo que... a veces me pregunto constantemente si hice lo correcto.
Tomó suavemente mi mano entre las suyas.
-Hiciste lo que necesitabas hacer para ser fiel a ti misma. Eso siempre será lo correcto.
Sus palabras me calentaron el corazón, y sentí una oleada de gratitud hacia él.
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El mes de vacaciones que teníamos por delante antes del nuevo ciclo de la universidad comenzó a tomar forma. Lía y Joey planeaban un viaje a la playa, mientras que Gadiel y yo decidimos quedarnos en la ciudad. Había algo reconfortante en la idea de explorar mi nuevo hogar, de redescubrir la ciudad desde esta nueva perspectiva de libertad. Algo que teníamos en común era odiar un poco del sol intenso que había en el mar, Lía suplicándome hasta el último momento, hasta que se dio cuenta de que, si ellos se iban, Gadiel y yo nos quedaríamos solos, su ser interior frívolo y mal pensante esbozó una sonrisa de oreja a oreja, la idea de tener citas dobles sigue en pie para ella, el día que Gadiel y yo seamos algo más que amigos, obvio si llegase a pasar, creo que Lía sería la más feliz.
Una tarde, mientras Gadiel y yo paseábamos por la plaza central, disfrutando del sol y de un helado, ocurrió algo inesperado.
-¿Marian? ¿Eres tú?
Me congelé al escuchar esa voz familiar. Lentamente, me di la vuelta para encontrarme cara a cara con Alex.
-Alex -dije, tratando de mantener mi voz neutral. -Qué sorpresa.
Él sonrió, pero pude ver la confusión en sus ojos.
-He estado tratando de contactarte. No has respondido mis mensajes y no te he visto por tu casa. ¿Está todo bien?
Sentí a Gadiel tensarse a mi lado, y de reojo, vi cómo su mandíbula se apretaba ligeramente.
-Oh, yo... he estado ocupada -respondí vagamente. -Muchos cambios últimamente.
Alex asintió, su mirada pasando de mí a Gadiel y de vuelta.
-Ya veo. Tu amigo de la universidad
Antes de que pudiera responder, Gadiel dio un paso adelante, extendiendo su mano.
-Gadiel. Un placer.
La forma en que Gadiel se presentó, con una mezcla de cortesía y... ¿posesividad?, me tomó por sorpresa. Miré entre los dos, sintiendo la tensión en el aire.
-Alex trabaja frente a mi antigua casa y pues estudia en la misma universidad ¿recuerdas?- expliqué rápidamente, tratando de disipar la incomodidad.
-Oh, ¿antigua casa?- preguntó Alex, su curiosidad evidente. -¿Te has mudado?
-Sí, recientemente- dije, sin entrar en detalles.
Pareció querer preguntar más, pero algo en mi expresión o tal vez en la postura protectora de Gadiel lo detuvo.
-Bueno, me alegro de haberte visto -dijo finalmente. -Espero que podamos ponernos al día pronto.
-Claro -respondí, sabiendo en el fondo que probablemente no sucedería.
Mientras Alex se alejaba, sentí que Gadiel se relajaba a mi lado, el ambiente estaba cargado de palabras no dichas.
-Así que... ese Alex -dijo Gadiel finalmente, su voz cuidadosamente neutral.
-Sí -respondí, sin saber qué más decir.
-Parece... agradable, tenías razón.
Había algo en su tono, una nota de algo que no podía identificar del todo. ¿Celos? ¿Preocupación?
-Gadiel -dije suavemente, tocando su brazo para llamar su atención. -Alex es solo... alguien con quien salí una vez. No significa nada.
Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, vi una vulnerabilidad en ellos que me dejó sin aliento.
-¿De verdad?-preguntó, su voz apenas un susurro.
Sentí que mi corazón se aceleraba. Había tanto que quería decir, tanto que quería expresar. Pero las palabras se atoraban en mi garganta.
-De verdad-logré decir finalmente.
El alivio en su rostro era tan evidente que casi podía tocarse. Con un nerviosismo apenas disimulado, Gadiel miró mis ojos, buscando permiso en mi expresión. "¿Puedo...?", susurró, su voz cargada de una mezcla de duda y esperanza. Extendió su mano, asentí suavemente, y con una delicadeza casi temerosa, como si al hacerlo pudiera romper el hechizo del momento, entrelazó sus dedos con los míos. Su tacto era cálido, reconfortante, y a la vez lleno de una vulnerabilidad, era un gesto sencillo, pero en ese instante, lo significaba todo, era la primera vez que nos tomábamos de esta forma las manos, era la primera vez que yo tomaba la mano de alguien, de un chico.
-¿Qué te parece si vamos a casa?- sugirió, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.
Sentí una calidez extenderse por mi pecho ante la palabra "casa". Era extraño cómo, en tan poco tiempo, el apartamento de Gadiel se había convertido en mi hogar.
Mientras caminábamos de vuelta, nuestras manos aún entrelazadas, sentí que algo había cambiado entre nosotros. No podía nombrarlo, no todavía, pero era como si hubiéramos dado un paso hacia... algo.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rosas y dorados. La brisa de la tarde traía consigo el aroma de las flores del parque cercano, y por un momento, todo parecía perfecto, pero mientras caminábamos en un cómodo silencio, no pude evitar preguntarme qué haremos en el futuro. ¿Qué significaba este nuevo desarrollo entre Gadiel y yo? ¿Cómo afectaría nuestra amistad, nuestra convivencia? Mientras estas preguntas daban vueltas en mi mente, me aferré un poco más fuerte a la mano de Gadiel. Fuera lo que fuera lo que el futuro nos deparara, al menos sabía que no lo enfrentaría sola.
El camino a casa nunca me había parecido tan lleno de posibilidades y, al mismo tiempo, tan incierto. Pero por primera vez en mucho tiempo, me sentí lista para enfrentar lo que viniera. Con Gadiel a mi lado, sentía que podía conquistar el mundo. Y así, con el sol poniéndose a nuestras espaldas y la ciudad extendiéndose ante nosotros, di un paso más hacia mi nueva vida, mi mano firmemente entrelazada con la de Gadiel, lista para lo que el mañana pudiera traer.
EPÍLOGO.
GADIEL RIPOLL.
Ese tal Alex se hace el ignorante, como si nunca nos hubiéramos visto. Pero ahora que lo pienso, tengo la sensación de haberlo visto antes de la universidad. Un recuerdo borroso se forma en mi mente: se parece mucho a ese chico borracho que vi en el restaurante frente al antiguo departamento de Marian. Claro, se cree que puede ir por ahí conquistando a cualquier chica con esa sonrisa tonta. ¿Qué se cree? ¿El más guapo del mundo o qué?
Mientras caminamos juntos, no puedo evitar que mis pensamientos divaguen. Aun sabiendo las palabras de Marian sobre tomarnos un tiempo, mis sentimientos no esperan en absoluto. Cada vez que la miro, siento que mi corazón da un vuelco. Es como si toda mi vida hubiera estado esperando este momento, este instante en el que camino a su lado.
Con el temor a ser rechazado, me armé de valor y le pregunté si podía tomar su mano. Marian es tan tierna que temía arruinarlo todo si era demasiado directo. Cuando ella asintió, sentí que me quedaba sin palabras. Sé que muy en el fondo, el sentimiento es mutuo, pero lo único que puedo hacer ahora es disfrutar de este momento.
Tomo su mano con delicadeza, maravillándome de lo suave que es. Es pequeña comparada con la mía, pero encaja perfectamente, como si hubiera sido hecha para estar ahí. Mientras caminamos, no puedo evitar desear que el camino al edificio sea interminable, que, en lugar de estar a la vuelta de la esquina, quede a dos horas de distancia.
El tiempo parece detenerse mientras caminamos en un cómodo silencio. Observo de reojo a Marian, admirando cómo la luz del atardecer juega con su cabello, cómo sus ojos brillan cuando mira a su alrededor. Cada detalle de ella me cautiva más y más.
Antes de darme cuenta, llegamos al edificio. Mi corazón se hunde un poco al darme cuenta de que pronto tendré que soltar su mano. Entramos al ascensor y es entonces cuando escucho su dulce voz:
-¿Me regresas mi mano?- sonrió algo tímida.
Miro hacia abajo y me doy cuenta de que aún no la he soltado. Una parte de mí se niega a dejarla ir.
-Dos minutos más.- suplico, notando cómo sus mejillas se tiñen de un adorable tono rosado.
-Bueno, yo...-comienza a decir, y puedo ver la indecisión en sus ojos.
-Bien, tomatito, no pasa nada...- digo, preparándome para soltar su mano a regañadientes. Pero antes de que pueda hacerlo, ella interviene.
-Aún no transcurren los dos minutos, qué tramposo -dice con una sonrisa que ilumina todo su rostro.
Mi corazón da un salto de alegría. Continuamos así, mano con mano, hasta llegar a la puerta de nuestro departamento. Solo entonces nos soltamos, gracias a los ruidosos y exaltantes gritos de Lía que se pueden oír a un metro de distancia.
-A la próxima venimos caminando desde el parque del sur - murmuro, medio en broma.
-Pero si queda a una hora- protesta Marian, sus ojos abiertos de sorpresa.
-Exacto, tomatito -respondo con una sonrisa traviesa, disfrutando de cómo se sonroja ante mis leves insinuaciones de los sentimientos que tengo por ella.
Mientras Marian busca las llaves en su bolso, no puedo evitar pensar en lo afortunado que soy. A pesar de la presencia de Alex, a pesar de nuestro acuerdo de tomarnos las cosas con calma, siento que algo especial está creciendo entre nosotros. Es como si cada momento que pasamos juntos nos acercara más, tejiendo una conexión que va más allá de las palabras.
Veo un destello de algo en sus ojos, una mezcla de emoción y tal vez... ¿esperanza? Antes de que pueda descifrar lo que significa, la puerta se abre de golpe y Lía aparece, su energía llenando el pasillo.
-¡Por fin llegan! - exclama, jalando a Marian hacia adentro. -Tenemos tanto de qué hablar.
Marian me lanza una última mirada por encima del hombro antes de desaparecer en el interior del departamento. Me quedo un momento en el pasillo, procesando todo lo que ha pasado.
Sé que tenemos un largo camino por delante. Sé que hay obstáculos que superar, como Alex y nuestras propias inseguridades. Pero en este momento, con el recuerdo de la mano de Marian en la mía y la calidez de su sonrisa grabada en mi mente, siento que puedo enfrentar cualquier cosa.
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