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CAPÍTULO 17: CONFRONTACIONES INESPERADAS

El sonido del timbre resonó en el apartamento, cortando abruptamente nuestra pequeña burbuja de felicidad. Mi corazón dio un vuelco cuando me acerqué a la puerta y miré por la mirilla. Allí, parados con expresiones serias, estaban mis padres.

-¡Mis padres!- exclamé, sintiendo como si el aire hubiera sido expulsado de mis pulmones.

Escuché la voz de Lía detrás de mí, con un tono que intentaba ser ligero pero que no lograba ocultar su nerviosismo. -Creo que primero debemos enfrentar a tus suegros, Gadiel.

Miré hacia atrás, encontrándome con los ojos de Gadiel. Vi en ellos una mezcla de sorpresa y determinación que hizo que mi corazón se acelerara aún más. -Muy bien -dijo él, enderezándose -esto recién empieza.

Con manos temblorosas, abrí la puerta.

-Mamá, papá - saludé, tratando de mantener mi voz firme. -Qué sorpresa verlos aquí.

Mi madre, me miró de arriba abajo con esa mirada escrutadora que siempre me hacía sentir como si tuviera cinco años otra vez. -Marian, cariño. ¿No ibas a invitarnos a pasar?

Tragué saliva y me hice a un lado.

-Por supuesto, pasen.

Mientras mis padres entraban, sentí la presencia reconfortante de Gadiel a mi lado. Tomó mi mano y la apretó suavemente, dándome fuerza.

Mi padre, fue el primero en notar a Gadiel. Su expresión se endureció instantáneamente. -Veo que tienes visitas - dijo, su tono frío como el hielo.

-Señor y señora Ríos.- saludó Gadiel, su voz sorprendentemente firme. -Es un placer verlos de nuevo.

Mi madre miró alrededor, notando a Lía y Joey, que parecían no saber si quedarse o huir.

-Parece que interrumpimos una pequeña reunión - comentó, su tono falsamente dulce.

Respiré hondo, reuniendo todo mi coraje.

-Mamá, papá, ¿qué hacen aquí?

Mi padre me miró directamente, ignorando por completo a los demás. -Vinimos a ver cómo estabas instalándote, hija. Pero veo que has estado... ocupada.

Sentí que la irritación comenzaba a crecer dentro de mí. Después de todo lo que había pasado, después de un año de separación y dolor, ¿así es como querían manejar las cosas?

-Sí, he estado ocupada -respondí, mi voz más firme de lo que esperaba. -Ocupada recuperando mi vida, mi felicidad.

Vi cómo la sorpresa cruzaba los rostros de mis padres. Claramente, no esperaban esta respuesta.

-Marian- comenzó mi madre, su tono conciliador -cariño, pensé que habíamos hablado sobre esto. Sobre... él. Lanzó una mirada despectiva hacia Gadiel.

Sentí que Gadiel se tensaba a mi lado, pero antes de que pudiera decir algo, yo ya estaba hablando.

-No, mamá. Ustedes hablaron. Ustedes decidieron. Pero ya no más. Soy una adulta, capaz de tomar mis propias decisiones. Y he decidido que quiero a Gadiel en mi vida.

Mi padre dio un paso adelante, su rostro enrojeciendo de ira.

-¿Después de todo lo que hemos hecho por ti? ¿Aun quieres volver a lo mismo?

-¿Debo agradecerles?- repetí, sintiendo que años de frustración y resentimiento finalmente salían a la superficie. -¿Agradecerles por qué? ¿Por separarme de él? ¿Por hacerme miserable durante un año entero?

-Lo hicimos por tu bien - insistió mi madre. -El padre de Gadiel, él...

-El padre de Gadiel no es Gadiel - interrumpí. -Y ya no soy una niña que necesita que tomen decisiones por ella. He cometido errores, sí. Pero el mayor error fue dejar que ustedes y el padre de Gadiel nos separaran.

Gadiel apretó mi mano, y cuando lo miré, vi en sus ojos todo el amor y el apoyo que necesitaba.

-Señores- dijo Gadiel, su voz tranquila pero firme. -Entiendo que están preocupados por Marian. Y les aseguro que yo también lo estoy. La amo más que a nada en este mundo, y haré todo lo que esté en mi poder para hacerla feliz y protegerla.

Mi padre lo miró con desdén.

-¿Protegerla? ¿Como la 'protegiste' de tu padre?

Vi cómo Gadiel se estremecía ante esas palabras, pero se mantuvo firme.

-Cometí errores en el pasado, es cierto. Pero he aprendido de ellos. Y estoy dispuesto a enfrentarme a quien sea, incluso a mi propio padre, por Marian.

Hubo un momento de silencio tenso. Podía ver la lucha interna en los ojos de mis padres, la batalla entre su deseo de protegerme y la realización de que ya no era la niña que necesitaba esa protección.

Finalmente, fue mi madre quien habló.

-Marian, cariño... ¿estás segura de esto?

Miré a Gadiel, luego a mis amigos que nos observaban en silencio, y finalmente a mis padres.

-Nunca he estado más segura de algo en mi vida.

Mi padre suspiró profundamente.

-Supongo que no podemos seguir tomando decisiones por ti, ¿verdad?

Sentí que las lágrimas se formaban en mis ojos.

-No, papá. Pero pueden apoyarme, estar a mi lado mientras tomo mis propias decisiones.

Hubo otro momento de silencio, y luego, para mi sorpresa, mi padre extendió su mano hacia Gadiel.

-Supongo que te debemos una disculpa, joven y si ya no hay marcha atrás, no me queda más que aceptar.

Gadiel tomó su mano, sorprendido pero agradecido.

-No hay nada que disculpar, señor. Todos queremos lo mejor para Marian.

Sentí como si un peso enorme se levantara de mis hombros. Sabía que esto no era el final, que aún quedaban muchas conversaciones difíciles por delante, especialmente con el padre de Gadiel. Pero por ahora, en este momento, rodeada por el amor de Gadiel, el apoyo de mis amigos y la aceptación de mis padres, sentí que todo era posible.

-Bueno -dijo Lía, rompiendo el momento con su habitual alegría, -¿quién quiere café? Creo que todos lo necesitamos después de esto.

Todos reímos, la tensión finalmente disipándose. Y mientras nos dirigíamos a la cocina, con Gadiel a mi lado.

La sonrisa de mi madre era leve, sus ojos recorriendo la habitación. -Se ve que quieren mucho a Marian, madrugando para verla.

Vi cómo Lía casi se atragantaba con su café, luchando por contener una risa nerviosa. Por un momento, pareció a punto de soltar algo, pero se contuvo mordiéndose el labio. Intercambiamos una mirada cómplice, y supe que estaba pensando en nuestra pijamada improvisada.

-Eh... sí, claro - balbuceó Lía, tosiendo ligeramente. -Es que... um... los chicos querían darnos una sorpresa .Ya sabe, por la mudanza y todo eso.

Joey asintió enérgicamente, quizás demasiado.

-Exacto. Somos madrugadores. Nos encanta el amanecer y... esas cosas.

Sentí cómo Gadiel me apretaba la mano bajo la mesa, y tuve que morderme el interior de la mejilla para no reír. Mis padres nos miraban con una mezcla de sospecha y diversión.

-Bueno -dijo mi padre, aclarándose la garganta -supongo que es bueno que Marian tenga amigos tan... dedicados.

-Oh, señor Ríos, no tiene idea- murmuró Lía, ganándose un codazo disimulado de Joey.

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Una semana después...

El sol de mediodía bañaba el campus, creando un mosaico de sombras y luz sobre el césped. Gadiel y yo estábamos sentados en un banco, disfrutando de nuestro almuerzo y de la compañía mutua. Su brazo descansaba cómodamente sobre mis hombros, y yo jugaba distraídamente con los dedos de su mano libre.

-¿Sabes? -dije, mirándolo con una sonrisa. -Aún no puedo creer que estemos aquí, así. Después de todo lo que pasó...

Gadiel se inclinó y besó mi sien suavemente. -Yo tampoco. Pero no cambiaría este momento por nada del mundo.

Estaba a punto de responder cuando la vi. Delia. Su cabello rubio ondeaba mientras se acercaba con paso decidido hacia nosotros. Antes de que pudiéramos reaccionar, se inclinó y plantó un beso en la mejilla de Gadiel.

-¡Gadi! ¡Qué sorpresa encontrarte aquí!- exclamó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Sentí que mi estómago se revolvía. Gadiel se puso tenso a mi lado, su brazo apretándose instintivamente alrededor de mí.

-Delia -dijo él, su voz firme pero cortés. -No esperaba verte hoy. ¿Qué haces aquí? Creí que estabas ayudando al profesor León.

Ella se encogió de hombros con una gracia estudiada.

-Oh, eso ya terminé, pasaba por aquí y pensé en saludar. Ya sabes- Sus ojos se posaron en mí por un segundo, evaluándome, antes de volver a Gadiel.

-¿Qué tal si tomamos un café y nos ponemos al día? Tengo tantas cosas que contarte.

Gadiel se levantó, colocándose sutilmente entre Delia y yo. Yo también me puse de pie, entrelazando mis dedos con los suyos.

-Mira, Delia -comenzó Gadiel, su tono mezclando firmeza y una pizca de irritación -aprecio que hayas venido a saludar, pero creo que es suficiente. Marian es mi novia, y no me parece apropiado que aparezcas así y sugieras que nos 'pongamos al día'.

-¿Novia? -Delia arqueó una ceja, mirándome directamente por primera vez. Su sonrisa se volvió forzada. -Vaya, qué rápido olvidas nuestras salidas, Gadi. Pensé que teníamos algo especial.

Sentí que mi corazón se aceleraba, pero me obligué a mantener la calma. Confiaba en Gadiel, pero eso no hacía que la situación fuera menos incómoda.

-Nunca hubo nada entre nosotros, Delia- respondió, su voz más dura ahora. Apretó mi mano, como para reafirmar sus palabras. -Salimos un par de veces, sí, pero siempre fui claro en que no buscaba algo. Y te agradecería que respetaras mi relación con Marian.

Delia nos miró a ambos, su expresión oscilando entre la incredulidad y la molestia. Sus ojos se detuvieron en nuestras manos entrelazadas.

-¿Así que ella es la famosa Marian?- preguntó, su tono cargado de sarcasmo. -La chica por la que suspiraste durante meses. ¿Sabes?- dijo, dirigiéndose a mí. -Mientras salíamos, no dejaba de hablar de ti. Marian esto, Marian aquello. Fue bastante patético, si me lo preguntas.

-Nadie te lo está preguntando, Delia -intervine, sorprendiéndome a mí misma con la firmeza de mi voz. -Y si Gadiel hablaba de mí, bueno, eso solo me dice que sus sentimientos eran genuinos. Así que gracias por confirmarlo.

Delia pareció quedarse sin palabras por un momento. Finalmente, soltó un bufido y se dio la vuelta. -Como sea. Ustedes se lo pierden. -Y con eso, se alejó con pasos rápidos y furiosos.

Cuando desapareció de vista, me giré hacia Gadiel, cruzándome de brazos e intentando parecer molesta a pesar de que por dentro me sentía aliviada y, debo admitir, un poco satisfecha.

-Así que... ¿salidas? -pregunté, arqueando una ceja. -¿Algo que quieras compartir, Gadiel?

Se pasó una mano por el pelo, claramente incómodo.

-Marian, te juro que no fue nada serio. Salimos un par de veces cuando... bueno, cuando pensaba que te había perdido para siempre. Pero nunca pasó nada. Ni siquiera la besé. Yo... simplemente no podía dejar de pensar en ti.

No pude mantener la fachada por más tiempo. Una sonrisa se escapó de mis labios.

-Lo sé, tonto. Confío en ti. Además, la cara que puso cuando le respondí... eso no tiene precio.

El alivio inundó su rostro, seguido rápidamente por una sonrisa traviesa.

-¿Sabes? Eres increíblemente sexy cuando te pones territorial.

-¿Ah, sí?- respondí, acercándome más a él. -¿Y qué piensas hacer al respecto?

Sin previo aviso, Gadiel me rodeó con sus brazos y me inclinó hacia atrás, como en esas viejas películas románticas. –Esto - murmuró, antes de besarme profundamente.

Cuando nos separamos, ambos sin aliento, no pude evitar reír. -¡Gadiel! ¡Estamos en medio del campus!

-No me importa - murmuró, ahora cubriendo mi cara de pequeños besos. -Que todo el mundo sepa cuánto te amo. Que sepan que eres la única para mí, Marian Ríos.

-¡Iugh!- La voz de Lía nos interrumpió. Ella y Joey se acercaban, con expresiones de fingido disgusto en sus rostros. -¿Es que no pueden mantener sus manos alejadas el uno del otro ni por un segundo?

-Sí, por favor -añadió Joey, riendo. -Hay niños presentes. Piensen en los niños.

-Oh, vamos - respondí, sonrojada pero sonriente. -Como si ustedes fueran mejores.

-Al menos nosotros tenemos la decencia de buscar un lugar privado - replicó Lía, guiñando un ojo.

Gadiel rio, atrayéndome hacia él en un abrazo.

-¿Qué puedo decir? Estoy locamente enamorado.- respondió, dándome un leve beso.

-Y después dicen que nosotros somos los empalagosos- murmuró Joey, pero su sonrisa era genuina.

Me recosté contra el pecho de Gadiel, sintiendo el latido de su corazón. Rodeada de amigos y del amor de mi vida, sentí que podía enfrentar cualquier cosa que el futuro nos deparara. Habíamos superado tanto: la desaprobación de nuestros padres, un año de separación, y ahora esto. Y aquí estábamos, más fuertes que nunca.

- Te amo - susurré aquellas palabras que habían estado prisioneras en mi corazón durante todo este año. En ese instante, juré que las liberaría cada vez que pudiera, como si fueran mariposas ansiosas por volar. Cada sílaba sería un bálsamo para sanar el tiempo perdido, para aliviar el sufrimiento mutuo que nos había consumido en silencio. Estas palabras, , estaban destinadas únicamente a los oídos de Gadiel, como una promesa secreta entre los dos, un puente tendido sobre el abismo de nuestro pasado hacia un futuro compartido.

-Y yo a ti - respondió él, besando la parte superior de mi cabeza. -Siempre.

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Creí que lo peor había pasado, que después de enfrentar a mis padres y superar ese año de separación, Gadiel y yo por fin tendríamos un poco de paz. Qué equivocada estaba.

Todo comenzó en una tarde. Gadiel recibió una llamada de su padre, Don Ripoll. Su voz tembló ligeramente cuando me lo contó.

-Quiere verme -dijo, sus ojos encontrándose con los míos. -Dice que es urgente.

Insistí en acompañarlo. Después de todo lo que habíamos pasado, no iba a dejarlo enfrentar esto solo.

El despacho de Don Ripoll era exactamente como lo recordaba: imponente, frío, intimidante. Gadiel apretó mi mano antes de entrar, como si estuviera reuniendo fuerzas.

-Ah, veo que has traído a tu... distracción - fue lo primero que dijo Don Ripoll al vernos. Sentí que Gadiel se tensaba a mi lado.

-Marian no es una distracción, papá. Es mi novia y la razón por la que sigo adelante- respondió, su voz firme.

Don Ripoll ignoró el comentario y fue directo al grano.

-He oído sobre tu pequeño proyecto, esa aplicación que has estado desarrollando con tu amiguito Joey.

Vi cómo los ojos de Gadiel se abrían con sorpresa. La aplicación había sido un éxito inesperado, algo en lo que habían trabajado duramente durante meses.

-No es un 'pequeño proyecto', papá. Es un negocio en crecimiento- respondió.

-Exactamente -sonrió Don Ripoll, pero no había calidez en esa sonrisa. -Y es por eso que estoy aquí para ofrecerte mi ayuda. Quiero ser socio.

Gadiel negó con la cabeza.

-No necesito tu ayuda, papá. Joey y yo podemos manejarlo.

Su expresión se endureció.

-¿Tú? ¿Manejar un negocio? No me hagas reír, Gadiel. Eres solo un niño jugando a ser empresario. Necesitas mi experiencia, mis contactos.

-Se equivocas - interrumpí, incapaz de contenerme más. -Gadiel es brillante y capaz. No necesita que lo subestime-

Don Ripoll me miró como si recién notara mi presencia.

-Ah, la pequeña Marian tiene voz. Dime, ¿qué sabes tú de negocios? ¿O solo eres experta en distraer a mi hijo de su potencial?

Sentí que la sangre me hervía, pero antes de que pudiera responder, Gadiel dio un paso al frente.

-No te atrevas a hablarle así – gruñó -Marian me ha apoyado más de lo que tú lo has hecho en toda tu vida. Y para que lo sepas, ella es la razón por la que sigo adelante, por la que me esfuerzo cada día.

Don Ripoll soltó una carcajada amarga.

-¿La razón? ¿La misma chica que te abandonó por un año? ¿Que te dejó destrozado mientras tú languidecías como un tonto enamorado?

Esas palabras fueron como un puñal en mi corazón. Pero era mi turno de defender lo nuestro.

-Ya basta -dije, dando un paso adelante. -Me arrepiento profundamente de haberle hecho caso a mis padres, a usted, de haber permitido que nos separaran. Fue el peor error de mi vida y lo estoy remediando cada día. Amo a su hijo, señor Ripoll, y no voy a permitir que nos separe de nuevo.

Me miró fijamente, una sonrisa cruel formándose en sus labios.

-Ah, el amor joven. Tan ingenuo, tan... manipulable. ¿Sabes por qué tus padres accedieron a separarte de Gadiel, querida? Porque me debían un favor. Un favor muy costoso, debo decir.

Sentí que el suelo se movía bajo mis pies.

-¿Qué... qué quiere decir?

-Tus padres necesitaban dinero, mucho dinero. Yo se los presté, con la condición de que te mantuvieran alejada de mi hijo. Fue tan fácil... Y ahora, bueno, veamos qué hacen cuando les quite el trabajo y les haga la vida miserable.

El horror me invadió. Mis padres... ¿habían hecho un trato con este hombre? ¿Me habían usado como moneda de cambio?

Gadiel dio un paso al frente, su rostro una máscara de furia contenida.

-No juegues con fuego, papá. No te atrevas a amenazar a la familia de Marian.

-¿O qué, hijo? ¿Qué vas a hacer tú?

-Te sorprendería - respondió Gadiel, su voz peligrosamente baja. -No me subestimes, papá. Ni a mí, ni a lo que soy capaz de hacer por las personas que amo.

Con eso, Gadiel tomó mi mano y nos dirigimos hacia la puerta. Antes de salir, se giró una última vez.

-Ah, y papá... Puedes olvidarte de ser parte de mi negocio. De hecho, puedes olvidarte de ser parte de mi vida. Se acabó.

Salimos de allí con el corazón acelerado y la mente dando vueltas. Una vez en el auto, Gadiel me abrazó fuertemente.

-No te preocupes -me susurró al oído. -No le hará nada a tus padres. No se lo permitiré. Tengo todo bajo control.

Quería creerle. Dios, cómo quería creerle. Pero mientras nos alejábamos de la mansión Ripoll, no pude evitar sentir que esto era solo el comienzo de una tormenta mucho más grande.

Y yo... yo solo podía aferrarme a Gadiel y rezar para que fuéramos lo suficientemente fuertes para sobrevivir a lo que se avecinaba.

Una noche, mientras Gadiel trabajaba hasta tarde, me senté junto a él en el sofá de su apartamento.

-¿Estás seguro de que podrás manejar esto? -pregunté en voz baja, observando las ojeras que se formaban bajo sus ojos.

Gadiel apartó la mirada de la pantalla y me dedicó una sonrisa cansada.

-Tengo que hacerlo, amor. No puedo dejar que mi padre nos arruine. No después de todo lo que hemos pasado.

Asentí, sintiendo una mezcla de orgullo y preocupación.

-Pero no tienes que hacerlo solo. Estoy aquí, Gadiel. Déjame ayudarte.

Él tomó mi mano y la besó suavemente.

-Lo sé, amor. Y no sabes cuánto significa eso para mí. Pero esto... esto es algo que tengo que resolver yo mismo.

Quería protestar, decirle que éramos un equipo, que enfrentaríamos esto juntos. Pero antes de que pudiera hacerlo, su teléfono sonó. El nombre de Joey parpadeó en la pantalla.

-¿Joey? ¿Qué pasa?- Gadiel respondió, poniendo el altavoz.

La voz de Joey sonaba agitada.

-Gadiel, tenemos un problema. Alguien está intentando hackear nuestros servidores. Es un ataque masivo, nunca había visto algo así.

Vi cómo el color abandonaba el rostro de Gadiel.

-¿Puedes detenerlo?

-Estoy haciendo todo lo que puedo, pero es... es como si supieran exactamente dónde golpear. Necesito tu ayuda, amigo.

Gadiel ya estaba de pie, recogiendo su laptop.

-Voy para allá. Resiste, Joey.

Cuando colgó, me miró con una mezcla de determinación y miedo.

-Tengo que irme. Esto... esto tiene que ser obra de mi padre.

-Voy contigo- dije, levantándome también.

Él negó con la cabeza.

-No, Marian. Es mejor que te quedes aquí. No sé qué tan peligroso pueda ser esto.

-Gadiel, no voy a quedarme sentada mientras tú...

El sonido de mi propio teléfono nos interrumpió. Era mi madre. Con manos temblorosas, contesté.

-¿Mamá? ¿Qué pasa?

Su voz sonaba rota, llena de pánico.

-Marian, cariño. Tu padre... tu padre ha tenido un accidente. Estamos en el hospital.

Sentí que el mundo se detenía. Miré a Gadiel, que me observaba con preocupación.

-Voy para allá - logré decir antes de colgar.

Gadiel no necesitó que le explicara. Me abrazó fuertemente.

-Ve con tus padres. Yo me encargaré de esto. Te llamaré en cuanto pueda.

Nos separamos con reluctancia, cada uno dirigiéndose hacia su propia crisis. Mientras corría hacia mi auto, no pude evitar pensar que esto era solo el comienzo. Don Ripoll había declarado la guerra, y nosotros estábamos atrapados en medio del fuego cruzado.

El viaje al hospital fue un borrón de luces y sonidos. Mi mente no dejaba de reproducir las palabras de Don Ripoll: "Veamos qué hacen cuando les quite el trabajo y les haga la vida miserable." ¿Era esto a lo que se refería? ¿Había llegado tan lejos como para lastimar a mi padre?

Cuando llegué al hospital, encontré a mi madre en la sala de espera, con el rostro pálido y las manos temblorosas.

-Mamá - la llamé, corriendo hacia ella. -¿Qué pasó? ¿Cómo está papá?

Ella me abrazó con fuerza. -Oh, Marian. Fue horrible. Tu padre... él estaba conduciendo a casa desde el trabajo y... y un auto lo embistió. La policía dice que el conductor se dio a la fuga

Sentí que un escalofrío recorría mi espalda. Esto no podía ser una coincidencia.

-¿Cómo está él? ¿Está...?- No pude terminar la pregunta.

-Está en cirugía ahora - respondió mi madre, su voz quebrándose. -Los médicos dicen que tiene múltiples fracturas y una hemorragia interna. Están... están haciendo todo lo que pueden.

Me derrumbé en una silla, sintiendo que el peso del mundo caía sobre mis hombros. Mientras consolaba a mi madre, no podía dejar de pensar en Gadiel, en la batalla que estaba librando en este mismo momento. ¿Cómo habíamos llegado a esto? ¿Cómo se había desmoronado todo tan rápidamente?

Las horas pasaron lentamente. Cada vez que se abrían las puertas de la sala de emergencias, contenía la respiración, esperando noticias. Mi teléfono permanecía silencioso, sin noticias de Gadiel.

Finalmente, cerca del amanecer, un médico se acercó a nosotras.

-¿Familia de Feder Ríos?

Nos pusimos de pie de inmediato. -Sí, somos nosotras -respondió mi madre con voz temblorosa.

El médico nos miró con expresión seria.

-La cirugía ha terminado. Hemos logrado controlar la hemorragia, pero...

En ese momento, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Gadiel:

-Lo logramos. Estamos a salvo. ¿Cómo está tu padre?

Mientras escuchaba al médico explicar el estado de mi padre, sentí una mezcla de alivio y terror. Gadiel había ganado su batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar. Y mi familia, mi pobre familia, estaba atrapada en el fuego cruzado.

Miré el mensaje de Gadiel una vez más y, con dedos temblorosos, respondí: -Papá está vivo, pero grave. Gadiel, tengo miedo. ¿Qué vamos a hacer?

La respuesta llegó casi de inmediato:

-Estoy en camino. Lo enfrentaremos juntos. Te amo, Marian. No dejaré que nada te pase a ti o a tu familia. Lo prometo.

Mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, me aferré a esa promesa como un náufrago a un salvavidas. La tormenta apenas comenzaba, pero al menos no la enfrentaríamos solos.




EPÍLOGO

GADIEL RIPOLL.

El amanecer me encontró conduciendo hacia el hospital, con el corazón latiendo a mil por hora. La noche había sido un infierno: el ataque cibernético, la noticia del accidente del padre de Marian... Todo parecía estar desmoronándose a nuestro alrededor.

Joey y yo habíamos logrado repeler el ataque a duras penas. Fue brutal, sofisticado, claramente obra de profesionales. No tenía dudas de que mi padre estaba detrás de todo esto. Su amenaza de "hacer la vida miserable" a la familia de Marian no había sido en vano.

Mientras conducía, mi mente no dejaba de dar vueltas. Necesitábamos un plan, algo que pusiera fin a esta locura de una vez por todas. No podía permitir que mi padre siguiera lastimando a las personas que amo.

Al llegar al hospital, encontré a Marian en la sala de espera. Se veía agotada, con los ojos enrojecidos por el llanto. Sin decir una palabra, la abracé con fuerza.

-¿Cómo está tu padre?- pregunté suavemente.

Marian respiró hondo antes de responder.

-Está estable. Los médicos dicen que fue un milagro que sobreviviera al impacto. Tiene múltiples fracturas y una contusión cerebral, pero... vivirá.

Sentí que un peso se levantaba de mis hombros.

-Eso es bueno, cariño. Es fuerte, se recuperará.

Ella asintió, pero pude ver el miedo en sus ojos.

-Gadiel, esto... esto no fue un accidente, ¿verdad?

No tenía sentido mentirle.

-No, no lo creo. Mi padre... ha ido demasiado lejos esta vez.

Nos sentamos en silencio por un momento, cada uno perdido en sus pensamientos. Fue entonces cuando una idea comenzó a tomar forma en mi mente.

-Marian- dije, tomando sus manos entre las mías. -Creo que tengo un plan.

Ella me miró, una chispa de esperanza iluminando sus ojos cansados.

-¿Un plan?

Asentí.

-Mi padre cree que puede manipularnos, que puede asustarnos para que hagamos lo que él quiere. Pero se equivoca. Vamos a volcar su juego en su contra.

Le expliqué mi idea: utilizaríamos la tecnología que Joey y yo habíamos desarrollado para nuestra aplicación para rastrear las actividades de mi padre. Sabía que tenía negocios turbios, transacciones que no querría que salieran a la luz.

-Si podemos obtener pruebas de sus actividades ilegales, tendremos algo con qué negociar - concluí.-Podremos obligarlo a retroceder, a dejarnos en paz.

Marian me miró con una mezcla de admiración y preocupación.

-Pero Gadiel, eso es peligroso. Si tu padre se entera...

-Es un riesgo que tenemos que correr - interrumpí. -No puedo permitir que siga lastimándote a ti o a tu familia. Esto tiene que terminar.

Ella asintió lentamente.

-Está bien. ¿Qué necesitas que haga?

-Por ahora, quédate con tu familia. Cuida de tu padre. Yo me encargaré de poner el plan en marcha. Te mantendré informada de todo.

Nos despedimos con un beso, la determinación ardiendo en nuestros ojos. Mientras salía del hospital, llamé a Joey.

-Amigo, necesito tu ayuda. Es hora de que pasemos a la ofensiva.

Las siguientes semanas fueron un torbellino de actividad. Joey y yo trabajamos incansablemente, utilizando cada truco que conocíamos para infiltrarnos en los sistemas de mi padre. Fue un trabajo delicado y peligroso, pero poco a poco, comenzamos a desentrañar la red de mentiras y corrupción que mi padre había tejido a lo largo de los años.

Mientras tanto, el padre de Marian comenzó a mostrar signos de mejoría. Cada día que pasaba sin otro "accidente" era una pequeña victoria.

Finalmente, después de noches sin dormir y días de tensión constante, lo logramos. Teníamos las pruebas que necesitábamos: registros de transacciones ilegales, sobornos, incluso evidencia de evasión fiscal a gran escala. Era más de lo que había esperado, y francamente, me sentía asqueado al ver la verdadera extensión de la corrupción de mi padre.

Con las pruebas en mano, era hora de confrontarlo. Llamé a Marian.

-Lo tenemos -le dije. -Es hora de acabar con esto.

Nos reunimos en mi apartamento esa noche. Marian, Joey, Lía e incluso los padres de Marian estaban allí. Les mostré lo que habíamos descubierto.

-Con esto –dije -podemos obligar a mi padre a retroceder. Podemos protegernos.

El padre de Marian, aún débil pero con determinación en sus ojos, habló.

-Hijo, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? Es tu padre, después de todo.

Miré a Marian, luego a todos los presentes.

-Él dejó de ser mi padre el día que decidió lastimar a la persona que amo. Esto no es venganza, es protección.

Todos asintieron en acuerdo. Era hora de poner fin a esta pesadilla.

Al día siguiente, me enfrenté a mi padre en su oficina. Entré sin anunciarme, interrumpiendo una de sus reuniones de negocios. Los ejecutivos me miraron sorprendidos, pero mi padre... él me miró como si fuera una molestia insignificante.

-Gadiel -dijo con voz fría -estoy en medio de algo importante. ¿Qué quieres?

-Necesitamos hablar - respondí, mi voz firme a pesar del temblor en mis manos. -A solas.

Con un gesto de su mano, despidió a los ejecutivos. Cuando la puerta se cerró tras ellos, se reclinó en su silla, sus ojos desafiantes.

-Habla rápido. No tengo tiempo para tus dramas adolescentes.

Coloqué la carpeta con las pruebas sobre su escritorio.

-Esto no es un drama adolescente, papá. Es tu fin.

Abrió la carpeta con desdén, pero vi cómo su expresión cambiaba a medida que revisaba los documentos. Palideció visiblemente.

-¿Qué es esto? -ruñó, su voz temblando ligeramente. -¿Me has estado espiando?

-Llámalo como quieras - respondí. -Tengo pruebas de todas tus actividades ilegales. Los sobornos, la evasión fiscal, incluso ese 'accidente' que orquestaste para el padre de Marian.

Se puso de pie de golpe, su rostro contorsionado por la ira. -¡No sabes de lo que estás hablando! ¡No tienes idea de lo que he hecho para construir este imperio!

-¿Un imperio basado en mentiras y crimen? -repliqué. -¿Es eso lo que querías que heredara?

Se acercó a mí, su rostro a centímetros del mío. -Todo lo que he hecho, lo he hecho por ti. Para asegurar tu futuro.

-No - dije, retrocediendo. -Lo hiciste por ti mismo. Por tu ego. Nunca se trató de mí. Por eso mi madre, está lejos de ti.

Vi un destello de dolor en sus ojos, rápidamente reemplazado por furia.

-¿Y qué vas a hacer? ¿Destruir a tu propia familia?

-Tú ya lo hiciste -respondí. -Cuando decidiste atacar a Marian y su familia. Cuando decidiste que tu codicia era más importante que mi felicidad.

Se dio la vuelta, mirando por la ventana de su oficina. Por un momento, pareció envejecer décadas.

-¿Qué quieres? -preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.

-Quiero que nos dejes en paz. A mí, a Marian, a su familia, a nuestro negocio. Si vuelves a intentar algo, si siquiera respiras en nuestra dirección, toda esta información se hará pública. Tu imperio se derrumbará.

Se giró para mirarme, y por primera vez en mi vida, vi miedo en sus ojos.

-¿Me estás amenazando?

-Te estoy dando una opción -corregí. -Más de lo que tú nos diste a nosotros.

Hubo un largo silencio. Podía ver la lucha interna en su rostro, el conflicto entre su orgullo y la realidad de su situación.

Finalmente, se desplomó en su silla.

-Eres igual que yo - murmuró. -Despiadado cuando es necesario.

-Te equivocas –dije -Soy mejor que tú. Porque yo sí sé cuándo parar.

Me dirigí hacia la puerta, pero antes de salir, me volví una última vez.

-Adiós, papá. Espero que algún día entiendas que el poder y el dinero no lo son todo.

Mientras cerraba la puerta tras de mí, escuché el sonido de cristal rompiéndose. Mi padre había arrojado su vaso de whisky contra la pared.

Salí del edificio sintiéndome agotado pero aliviado. Había terminado. Por fin podíamos respirar tranquilos.

Esa noche, Marian y yo nos sentamos en el balcón de mi apartamento, mirando las estrellas. La abracé con fuerza, agradecido por tenerla a mi lado después de todo lo que habíamos pasado.

-¿Crees que realmente se acabó? -preguntó ella en voz baja.

-Sí - respondí. -Se acabó. Y pase lo que pase ahora, lo enfrentaremos juntos.

Mientras el cielo nocturno brillaba sobre nosotros, sentí una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Habíamos enfrentado lo peor y habíamos salido victoriosos. El futuro, por fin, se veía brillante.

-Te amo, tomatito- susurré.

Ella se acurrucó más cerca. –Extrañaba escuchar ese apodo – sonrió -... te amo Gadiel.

Y así, bajo las estrellas, comenzamos a soñar con nuestro futuro, libres al fin de las sombras del pasado.

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