CAPÍTULO 12: TOMAR DECISIONES
El sonido del despertador me arrancó de un sueño intranquilo. Me incorporé lentamente, sintiendo el peso del mensaje de mi madre como una losa sobre mi pecho. Había dormido poco y mal, dándole vueltas a esas pocas palabras que amenazaban con alterar el delicado equilibrio que había conseguido en los últimos meses.
"Marian, te necesitamos. Debemos hablar."
Esas palabras resonaban en mi mente, un eco persistente que se negaba a desvanecerse. Miré el reloj 6:30 AM. Suspiré profundamente, sabiendo que no podría volver a dormir aunque lo intentara. Con un esfuerzo, me levanté y me dirigí al baño, esperando que una ducha fría despejara mi mente.
El agua helada sobre mi piel logró, al menos momentáneamente, alejar los pensamientos sobre el mensaje. Me concentré en la sensación física, en el contraste entre el frío del agua y el calor de mi cuerpo. Cuando salí de la ducha, me sentía un poco más preparada para enfrentar el día.
Me vestí con unos jeans y una camiseta cómoda, consciente de que hoy empezaríamos a preparar las cosas para nuestro viaje de fin de semana. Mientras me cepillaba el pelo frente al espejo, no pude evitar que mi mente volviera al mensaje. ¿Qué habría pasado? ¿Por qué me necesitaban ahora, después de meses de silencio?
Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. Hoy no. Hoy era un día para mis amigos, para Gadiel, para planear nuestra escapada. Los problemas familiares podían esperar un poco más.
Salí de mi habitación y me dirigí a la cocina, donde ya estaban Lía y Joey preparando el desayuno. El aroma del café recién hecho y las tostadas llenaba el aire, creando una atmósfera acogedora que contrastaba con mi inquietud interna.
-¡Buenos días, Marian! -saludó Lía alegremente, mientras batía unos huevos en un tazón-. ¿Cómo has dormido?
-Buenos días -respondí, forzando una sonrisa-. He dormido... bien, gracias.
Joey, que estaba frente a la cafetera, me lanzó una mirada escéptica.
-¿Segura? Tienes cara de haber pasado la noche peleando con tus pensamientos.
Dejé escapar una pequeña risa. Joey siempre había sido muy perceptivo.
-Tan obvio, ¿eh? -dije, sentándome en uno de los taburetes de la barra de la cocina-. Supongo que estoy un poco nerviosa por el viaje.
No era del todo mentira, pero tampoco era toda la verdad. Sin embargo, no quería preocuparlos, no ahora que estábamos a punto de irnos de viaje.
-Oh, vamos -dijo Lía, vertiendo los huevos batidos en una sartén caliente-. Va a ser genial. Un fin de semana lejos de todo, solo nosotros cuatro en las montañas. ¿Qué podría salir mal?
-Con nuestra suerte, probablemente todo -bromeó Joey, ganándose un golpe juguetón de Lía con la espátula.
En ese momento, Gadiel entró en la cocina, con el pelo revuelto y una sonrisa adormilada. Se acercó a mí y me dio el beso diario en la mejilla.
-Buenos días, dormilona -dijo, su voz aún ronca por el sueño.
Intenté devolverle la sonrisa, pero algo en mi expresión debió delatarme, porque frunció el ceño ligeramente.
-¿Todo bien? -preguntó en voz baja, solo para mis oídos.
Asentí levemente, no queriendo arruinar el buen humor del grupo con mis preocupaciones. "Después", articulé en silencio, y él asintió, respetando mi decisión.
-Entonces, ¿cuál es el plan para hoy? -preguntó Gadiel en voz alta, dirigiéndose a todos.
-Bueno -comenzó Joey, sirviéndonos a todos una taza de café-, pensé que podríamos empezar a empacar después del desayuno. Luego podríamos ir a hacer algunas compras para el viaje. Necesitamos comida, bebidas, tal vez algunas cosas para las actividades que queramos hacer allá.
-Suena bien -dijo Lía, sirviendo los huevos revueltos en cuatro platos-. Yo estaba pensando que podríamos llevar algunos juegos de mesa. Ya saben, para las noches junto a la fogata.
-Oh, eso suena genial -dije, agradecida por la distracción que ofrecía la conversación-. Podríamos llevar el Monopoly.
-¿El Monopoly? -Gadiel fingió un escalofrío-. ¿Quieres que terminemos enemistados antes de que acabe el fin de semana?
Todos reímos ante su comentario. Era cierto que nuestras partidas de Monopoly solían volverse bastante intensas.
-Está bien, está bien -concedí entre risas-. ¿Qué tal el Uno?
-El Uno está bien -dijo Joey-. También podríamos llevar cartas. Siempre es divertido jugar al póker junto al fuego.
-Mientras no apostemos dinero real -advirtió Lía-. La última vez casi pierdo mi mesada del mes.
El desayuno transcurrió entre risas y planes para nuestro viaje. Joey y Lía discutían animadamente sobre qué actividades podríamos hacer en las montañas, mientras Gadiel los escuchaba con una sonrisa divertida. Yo participaba a medias, mi mente dividida entre la conversación y el mensaje de mi madre.
-¿Y si hacemos senderismo? -sugirió Lía-. He oído que hay unas rutas preciosas en esa zona.
-Me apunto -dijo Gadiel-. Siempre he querido probar eso de 'conectar con la naturaleza'.
-Tú lo que quieres es presumir tus habilidades de boy scout -bromeó Joey.
-Hey, que fui scout por tres veranos seguidos -se defendió Gadiel-. Algo habré aprendido, ¿no?
-Sí, como quemar malvaviscos -intervine, ganándome una mirada de falsa indignación.
-Para tu información, mis malvaviscos quedaban perfectamente dorados -dijo, alzando la barbilla con orgullo fingido.
-Claro, y por eso el último campamento terminaste con las cejas chamuscadas -recordó Joey entre risas.
La conversación siguió así, llena de bromas y anécdotas de campamentos pasados. Era agradable, familiar, y por un momento logré olvidar mis preocupaciones. Pero en el fondo de mi mente, el mensaje de mi madre seguía presente, como un zumbido constante que no podía ignorar del todo.
Cuando terminamos de comer, me ofrecí para lavar los platos, necesitando un momento a solas para ordenar mis pensamientos. Para mi sorpresa, Gadiel se quedó conmigo, secando en silencio.
Por unos minutos, solo se escuchaba el sonido del agua corriendo y el tintineo de los platos
-¿Quieres hablar de lo que te preocupa? –preguntó.
Suspiré, dejando el último plato en el escurridor. Miré alrededor, asegurándome de que Joey y Lía no estuvieran cerca.
-Recibí un mensaje de mi madre anoche -confesé finalmente, mi voz apenas un susurro-. Dice que me necesitan, que tenemos que hablar.
Gadiel asintió, esperando pacientemente a que continuara. Su presencia silenciosa era reconfortante, un ancla en medio de mi tormenta interna.
-Hablé con ella esta mañana, antes de que todos se despertaran -continué, las palabras saliendo ahora en un torrente-. Las cosas... no están bien en casa. Mi padre perdió su trabajo de guardia y está enfermo. No me dio muchos detalles, pero por su tono... Gadiel, están pasando por un mal momento y... me necesitan.
Gadiel dejó el trapo de secar y tomó mis manos entre las suyas, sus ojos fijos en los míos.
-¿Qué piensas hacer? -preguntó con suavidad.
-Les dije que iría a casa después del fin de semana -respondí, sintiendo una mezcla de culpa y ansiedad-. Sé que me distancié de ellos, que quería hacer mi vida sin su intervención, pero... son mis padres, Gadiel. No puedo abandonarlos cuando me necesitan.
Me envolvió en un abrazo. Me permití hundirme en su calidez por un momento, agradecida por su apoyo silencioso.
-Lo entiendo, Marian -dijo finalmente-. Haces lo correcto.
Me separé un poco, mirándolo a los ojos. En ellos vi comprensión, pero también una sombra de preocupación que probablemente reflejaba la mía propia.
-¿Pero y si...? -comencé, sin saber cómo expresar el torbellino de dudas que me asaltaban-. ¿Y si volver significa perder todo esto? Lo que hemos construido aquí, nuestra independencia, nuestra relación... Gadiel, me tomó tanto tiempo alejarme de la influencia de mis padres, construir mi propia vida. ¿Y si volver significa perder todo eso?
-Hey -dijo Gadiel, tomando mi rostro entre sus manos-. Escúchame bien, cariño. Nada va a cambiar lo que tenemos. Si necesitas estar con tu familia por un tiempo, lo entenderé. Encontraremos la manera de que funcione. No estás sola en esto, ¿me oyes? Estoy aquí, contigo, pase lo que pase.
Sus palabras me reconfortaron, pero no disiparon completamente mis dudas. La realidad de la situación comenzaba a asentarse, trayendo consigo un montón de preguntas sin respuesta. ¿Cómo sería volver a casa después de estos meses de independencia? ¿Cómo afectaría a mi relación con Gadiel, a mis amistades, a la vida que había comenzado a construir?
-¿Se lo has dicho a Joey y Lía? -preguntó Gadiel, interrumpiendo mis pensamientos.
Negué con la cabeza.
-Aún no. No quiero arruinar el viaje, Lía me mataría -confesé-. Este fin de semana... quiero disfrutarlo al máximo, ¿sabes? Antes de enfrentarme a lo que sea que me espere en casa.
Gadiel asintió, comprendiendo.
-Está bien. Lo entiendo. Pero Marian, son nuestros amigos. Se preocupan por ti. Tal vez... tal vez deberías decírselos. No tienes que cargar con esto sola.
Consideré sus palabras por un momento. Tenía razón, por supuesto. Joey y Lía eran más que mis compañeros de piso, eran mi familia elegida. Merecían saber lo que estaba pasando.
-Tienes razón -admití finalmente-. Se los diré. Pero... ¿podemos esperar hasta después del viaje? Por favor. Quiero que estos días sean... normales. Felices. Antes de que todo cambie.
Gadiel me miró por un largo momento antes de asentir.
-De acuerdo. Pero prométeme que, si te sientes abrumada, si necesitas hablar, lo harás. Conmigo, con ellos, con quien sea. No te guardes todo dentro, ¿vale?
-Vale -prometí, sintiéndome un poco más ligera-. Gracias, Gadiel. No sé qué haría sin ti.
-Probablemente quemarías todos tus malvaviscos -bromeó, logrando arrancarme una sonrisa genuina.
-tontito-dije, dándole un golpe juguetón en el brazo.
-Pero soy tu tontito favorito-respondió, besándome suavemente.
Nos quedamos así por un momento, frentes juntas, compartiendo el mismo aire. Era reconfortante, familiar, y por un instante, todas mis preocupaciones parecieron desvanecerse.
-¡Hey, tortolitos! -la voz de Joey nos sacó de nuestra burbuja-. Si ya terminaron de 'lavar los platos', tenemos un viaje que planear.
Nos separamos, riendo suavemente. Gadiel me dio un último beso en la frente antes de tomar mi mano y guiarme de vuelta a la sala.
Joey y Lía estaban sentados en el sofá, rodeados de mapas y folletos turísticos. La mesa de centro estaba cubierta de listas y notas adhesivas de varios colores.
-Vaya, veo que han estado ocupados -comenté, sentándome en el sillón frente a ellos. Gadiel se sentó a mi lado, su brazo rodeando mis hombros de manera casual pero reconfortante.
-Bueno, alguien tiene que planear este viaje -dijo Lía, alzando una ceja-. Y claramente ustedes dos estaban... ocupados.
Sentí que mis mejillas se calentaban, pero decidí ignorar el comentario.
-Está bien, están bien. ¿Qué tenemos hasta ahora?
Joey tomó una de las listas y comenzó a leer:
-Bien, hemos decidido que saldremos mañana temprano, alrededor de las 6 AM. El viaje en coche debería tomar unas cuatro horas, así que llegaremos a tiempo para el check-in en la cabaña que alquilamos.
-¿Cabaña? -interrumpí, sorprendida-. Pensé que íbamos a acampar.
-Cambio de planes -explicó Lía-. Encontramos una oferta increíble para una cabaña cerca del lago. Tiene dos habitaciones, una cocina completamente equipada, y lo mejor de todo: agua caliente.
-Oh, gracias a Dios -dijo Gadiel dramáticamente-. No estaba emocionado con la idea de bañarme en el lago helado.
-Cobarde -bromeó Joey-. Pero sí, pensamos que sería más cómodo. Además, la cabaña está cerca de varios senderos, así que podremos hacer senderismo durante el día y volver a un lugar cálido por la noche.
-Suena perfecto -dije, realmente emocionada por primera vez en el día-. ¿Qué más?
-Bueno, hemos hecho una lista de las cosas que necesitamos llevar -continuó Lía, pasándome otra hoja de papel-. Ropa abrigada, botas de senderismo, protector solar...
-No olviden los repelentes de insectos -añadió Gadiel-. La última vez que fui de camping, volví pareciendo un mapa de constelaciones de tantas picaduras.
Todos reímos ante la imagen mental.
-Anotado -dijo Lía, agregando "repelente" a la lista-. También necesitaremos llevar comida. La cabaña tiene cocina, pero el supermercado más cercano está a una hora de distancia.
-Yo puedo encargarme de eso -me ofrecí, agradecida por tener algo en qué concentrarme-. Haré una lista de compras y pasaré por el supermercado esta tarde.
-Genial -dijo Joey-. Yo me encargaré de revisar el coche. Necesitamos asegurarnos de que todo esté en orden antes de un viaje tan largo.
-Y yo empacaré los juegos de mesa y algunas películas -agregó Lía-. Por si las noches se ponen aburridas.
-Como si eso fuera posible con nosotros cuatro "los amiguitos"-bromeó Gadiel.
Pasamos la siguiente hora ultimando los detalles del viaje. A medida que hablábamos de senderos, lagos y fogatas, sentí que la ansiedad por el mensaje de mi madre se iba disipando poco a poco. Esto era exactamente lo que necesitaba: un fin de semana con las personas que más quería, lejos de las preocupaciones y responsabilidades.
-Bueno, creo que eso es todo por ahora -dijo Joey, estirándose-. ¿Qué les parece si nos dividimos las tareas y nos encontramos aquí para cenar? Podemos hacer una última revisión de todo antes de irnos a dormir.
Todos estuvimos de acuerdo. Joey se fue a revisar el coche, Lía comenzó a reunir los juegos y películas, y Gadiel se ofreció a ayudarme con las compras.
Mientras caminábamos hacia el supermercado, Gadiel tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos.
-¿Cómo te sientes? -preguntó suavemente.
Suspiré, considerando la pregunta. -Mejor, creo. Estoy emocionada por el viaje. Es una buena distracción.
-Marian -dijo Gadiel, deteniéndose y girándose para mirarme de frente-. Sabes que no tienes que fingir estar bien si no lo estás, ¿verdad? Está bien estar preocupada.
Sus palabras me tomaron por sorpresa. A veces olvidaba lo bien que Gadiel podía leerme.
-Lo sé -admití-. Es solo que... una parte de mí se siente culpable por ir de viaje cuando mis padres me necesitan. Pero otra parte está resentida porque después de meses sin contacto, de repente esperan que deje todo y vuelva. Y luego me siento culpable por sentirme resentida y... -me detuve, dándome cuenta de que estaba divagando.
Gadiel me atrajo hacia sí, envolviéndome en un abrazo.
-Hey, está bien -murmuró contra mi pelo-. Tus sentimientos son válidos, todos ellos. No tienes que sentirte culpable por tener emociones contradictorias.
Me permití relajarme en su abrazo por un momento, agradecida por su comprensión.
-Gracias -dije finalmente.
- Ahora vamos, tenemos que comprar suficiente comida para alimentar a Joey durante tres días, lo cual es equivalente a alimentar a un pequeño ejército.
Reí, agradecida por su capacidad de hacerme sonreír incluso en los momentos más difíciles.
El supermercado estaba sorprendentemente lleno para ser mitad de semana. Navegamos entre los pasillos, llenando nuestro carrito con una mezcla de alimentos saludables y aperitivos.
-¿Crees que deberíamos llevar malvaviscos? -preguntó Gadiel, sosteniendo una bolsa gigante.
-¿Para que intentes quemarlos todos? -bromeé.
-Hey, te dije que eso fue un accidente -se defendió-. Además, he mejorado mucho mis habilidades de fogata desde entonces.
-Está bien, está bien -concedí, riendo-. Llévalo. Pero si terminas sin cejas, no digas que no te lo advertí.
Mientras hacíamos cola para pagar, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué, sintiendo una punzada de ansiedad al ver que era otro mensaje de mi madre.
-Marian, ¿podemos hablar? Es importante.
Sentí que mi estómago se revolvía. Una parte de mí quería ignorar el mensaje, pretender que nunca lo había recibido. Pero sabía que eso solo pospondría lo inevitable.
-¿Todo bien? -preguntó Gadiel, notando mi cambio de humor.
-Es mi madre de nuevo -expliqué, mostrándole el mensaje-. Quiere hablar.
Gadiel frunció el ceño, claramente preocupado. -¿Quieres llamarla ahora?
Consideré la opción por un momento. Parte de mí quería resolver esto de una vez por todas, pero otra parte temía que la conversación arruinara por completo nuestro viaje.
-No -decidí finalmente-. Le escribiré diciéndole que estamos por irnos de viaje y que hablaremos cuando regrese. No puedo lidiar con esto ahora mismo.
Gadiel asintió, apretando mi mano en señal de apoyo. -Está bien. Haz lo que creas mejor.
Mientras Gadiel pagaba las compras, yo escribí una respuesta rápida a mi madre:
-Mamá, estoy por irme de viaje con mis amigos. Volveré el domingo y podemos hablar entonces. Por favor, si es una emergencia, házmelo saber. Si no, hablaremos cuando regrese. Te quiero.
Presioné enviar antes de poder arrepentirme. Una mezcla de alivio y culpa me invadió. Sabía que estaba posponiendo lo inevitable, pero necesitaba este fin de semana. Necesitaba este tiempo con mis amigos, con Gadiel, antes de enfrentarme a lo que sea que estuviera pasando en casa.
El camino de regreso al apartamento fue tranquilo. Gadiel respetó mi silencio, limitándose a sostener mi mano mientras caminábamos. Su presencia silenciosa era reconfortante, un recordatorio constante de que no estaba sola en esto.
Cuando llegamos, encontramos a Joey y Lía en la sala, rodeados de mochilas y equipos de camping.
-¡Por fin! -exclamó Joey al vernos-. Estábamos empezando a pensar que se habían perdido en el supermercado.
-O que se habían fugado juntos -añadió Lía con una sonrisa pícara.
-Ja, ja, muy graciosos -respondí, rodando los ojos pero agradecida por la distracción-. ¿Cómo va todo por aquí?
-Bastante bien -dijo Joey-. El coche está en perfecto estado, listo para el viaje. Y Lía ha empacado suficientes juegos y películas como para mantenernos entretenidos durante un mes.
-Nunca se sabe cuándo podríamos quedar atrapados por una tormenta de nieve -se defendió Lía.
-Lía, estamos en verano -le recordé, riendo.
-Los detalles, los detalles -respondió ella, haciendo un gesto con la mano como para restar importancia.
Pasamos el resto de la tarde empacando y preparándonos para el viaje. A medida que la felicidad por la aventura que nos esperaba crecía, sentí que mis preocupaciones se iban desvaneciendo poco a poco. Incluso logré relajarme lo suficiente como para unirme a una improvisada guerra de almohadas que Joey inició cuando Lía intentó empacar su almohada favorita.
Para cuando terminamos de cenar y hacer una última revisión de nuestras listas, me sentía más ligera de lo que me había sentido en todo el día. Mientras nos preparábamos para ir a dormir, Gadiel me detuvo en el pasillo.
-¿Cómo te sientes? -preguntó en voz baja.
-Mejor -respondí honestamente-. Gracias por estar ahí hoy. Significó mucho.
-Siempre -dijo él, besándome suavemente-. Ahora a dormir. Mañana nos espera una gran aventura.
Esa noche, mientras me acostaba, sentí una mezcla de emociones. Ansiedad por lo que me esperaba al volver a casa, tristeza por tener que dejar, aunque fuera temporalmente, la vida que había construido, pero también una determinación renovada de aprovechar al máximo este fin de semana con mis amigos y con Gadiel.
Justo cuando estaba a punto de quedarme dormida, mi teléfono vibró con un nuevo mensaje. Era de mi madre.
-Entiendo. Hablaremos cuando vuelvas, al parecer sigue habiendo algo más importante que tu familia.
Al ver su respuesta, sabía la probabilidad que me hubiera escrito aquellas palabras tan duras hacia mí, al fin y al cabo, la relación que tenía con mis padres, se había desmoronado, pero muy en el fondo sentía que las cosas no serían tan terribles como temía. Con ese pensamiento reconfortante, me dejé llevar por el sueño, soñando con montañas, lagos y risas compartidas alrededor de una fogata.
La mañana llegó demasiado pronto, con el sonido estridente de mi alarma sacándome bruscamente del sueño. Por un momento, me sentí desorientada, los eventos del día anterior mezclándose con los restos de un sueño ya olvidado. Luego, de golpe, lo recordé todo: el viaje, el mensaje de mi madre, la conversación pendiente.
Me incorporé lentamente, frotándome los ojos para alejar los últimos vestigios de sueño. A través de la pared, podía escuchar los sonidos amortiguados de actividad en el resto del apartamento. Parecía que no era la única que se había levantado temprano.
Con un suspiro, me levanté y comencé a vestirme. Opté por unos jeans cómodos y una camiseta holgada, perfectos para un largo viaje en coche. Mientras me cepillaba los dientes, me miré en el espejo del baño. La chica que me devolvía la mirada parecía cansada, con ligeras sombras bajo los ojos, pero había una chispa de emoción en su mirada que no pude evitar notar.
Salí de mi habitación para encontrar el apartamento en un estado de caos organizado. Joey corría de un lado a otro, cargando bolsas y mochilas hacia la puerta. Lía estaba en la cocina, preparando lo que parecían ser sándwiches para el viaje. Y Gadiel...
-Buenos días, dormilona -su voz me sorprendió desde atrás. Me giré para encontrarlo sosteniendo una taza de café humeante-. Pensé que podrías necesitar esto.
Tomé la taza con gratitud, permitiendo que el aroma rico y reconfortante del café me envolviera. -Eres mi héroe -murmuré, tomando un sorbo.
Gadiel sonrió, inclinándose para darme un beso rápido en la mejilla. -¿Lista para la gran aventura?
Asentí, sintiendo cómo la emoción comenzaba a burbujear en mi interior, superando momentáneamente mis preocupaciones. -Más que lista. ¿Necesitan ayuda con algo?
-Puedes ayudarme a cargar el coche -sugirió Joey, pasando junto a nosotros con una nevera portátil-. Alguien -lanzó una mirada significativa a Lía- decidió que necesitábamos llevar suficiente comida como para sobrevivir a un apocalipsis.
-Hey, más vale prevenir que lamentar -se defendió Lía desde la cocina-. Además, ¿has visto cuánto comes tú solo?
Joey fingió ofenderse, pero no pudo mantener la expresión seria por mucho tiempo. Pronto, todos estábamos riendo.
Los siguientes cuarenta y cinco minutos fueron un torbellino de actividad. Entre los cuatro, logramos cargar el coche, hacer una última revisión del apartamento para asegurarnos de no olvidar nada, y finalmente, cerrarlo todo.
Parados frente al edificio, con el sol apenas comenzando a asomarse en el horizonte, sentí una oleada de emoción. Por un momento, todas mis preocupaciones se desvanecieron, reemplazadas por la anticipación de la aventura que nos esperaba.
-Bueno, ¿están listos? -preguntó Joey, las llaves del coche tintineando en su mano.
-¡Nacimos listos! -exclamó Lía, prácticamente saltando de emoción.
Gadiel me miró, una sonrisa suave en sus labios. -¿Lista?
Tomé su mano, entrelazando nuestros dedos. -Lista.
El viaje en coche fue una experiencia en sí misma. Joey insistió en ser el conductor designado, alegando que era el único que podía mantenerse despierto durante largos períodos de tiempo sin necesidad de cafeína. Lía tomó el asiento del copiloto, autoproclamándose DJ oficial del viaje. Eso nos dejó a Gadiel y a mí en el asiento trasero, lo cual no me molestó en absoluto.
-A veces siento que mi auto es más suyo que mío- susurró Gadiel con algo de gracia.
-No veo que te moleste.
-Cariño, chofer gratis.- dijo señalando hacia Joey.
A medida que la ciudad iba quedando atrás, reemplazada por campos verdes y, eventualmente, por las primeras estribaciones de las montañas, sentí que una sensación de paz me invadía. El paisaje cambiante, la música sonando suavemente por los altavoces (Lía había optado por una lista de reproducción sorprendentemente relajante), y la presencia reconfortante de Gadiel a mi lado crearon una atmósfera casi mágica.
-¿En qué piensas? -preguntó Gadiel en voz baja, su pulgar trazando círculos suaves en el dorso de mi mano.
Me giré para mirarlo, encontrando sus ojos llenos de cariño y preocupación. Por un momento, consideré mentir, decir que no pensaba en nada importante. Pero sabía que él vería a través de eso.
-En todo, supongo -admití finalmente-. En lo hermoso que es esto, en lo agradecida que estoy de tenerlos a todos ustedes. Y también... en lo que me espera cuando volvamos.
Gadiel asintió, apretando suavemente mi mano. -Es normal que te preocupes. Pero recuerda, pase lo que pase, no estás sola. Nos tienes a nosotros.
Sus palabras, aunque simples, llevaban el peso de una promesa. Sentí que mis ojos se humedecían ligeramente.
-Lo sé -respondí, mi voz apenas un susurro-. Gracias.
El resto del viaje transcurrió entre conversaciones ligeras, juegos improvisados (nunca subestimen lo entretenido que puede ser el "Veo, veo" en un viaje largo) y pausas ocasionales para estirar las piernas y tomar fotos del paisaje cada vez más impresionante.
Cerca del mediodía, Joey anunció que estábamos a solo una hora de nuestro destino. La emoción en el coche era palpable. Incluso yo, con todas mis preocupaciones, no pude evitar sentirme contagiada por el entusiasmo general.
-¡Oh, miren! -exclamó Lía de repente, señalando por la ventana-. ¡Un ciervo!
Todos nos giramos para ver, efectivamente, un hermoso ciervo parado al borde del bosque, observándonos con curiosidad antes de desaparecer entre los árboles.
-Es una señal -declaró Joey solemnemente-. Este viaje va a ser épico.
Reímos ante su dramatismo, pero en el fondo, todos esperábamos que tuviera razón.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad y un instante al mismo tiempo, Joey giró en un camino de tierra, conduciendo lentamente entre los árboles hasta que una cabaña de madera apareció frente a nosotros.
-Hogar, dulce hogar temporal -anunció, apagando el motor.
Salimos del coche, estirando nuestros músculos entumecidos y respirando profundamente el aire fresco de la montaña. El olor a pino y tierra húmeda llenó mis pulmones, y sentí como si algo dentro de mí se relajara por primera vez en días.
La cabaña era más hermosa de lo que las fotos en línea habían sugerido. De dos pisos, con un amplio porche delantero y grandes ventanales que prometían vistas impresionantes, parecía salida de un cuento de hadas.
-Wow -murmuró Gadiel a mi lado, expresando el sentimiento de todos.
-¡El último en entrar es un huevo podrido! -gritó Lía de repente, corriendo hacia la puerta con las llaves en la mano.
Su entusiasmo infantil fue contagioso, y pronto todos estábamos corriendo y riendo como niños. Joey llegó primero, su altura dándole una ventaja injusta, pero esperó caballerosamente a que Lía abriera la puerta.
El interior de la cabaña era tan acogedor como prometía el exterior. Pisos de madera pulida, una gran chimenea de piedra en la sala de estar, y muebles rústicos pero cómodos creaban una atmósfera cálida y acogedora.
-¡Yo elijo primero la habitación! -gritó Joey, subiendo las escaleras de dos en dos.
-¡Ey, no es justo! -protestó Lía, corriendo tras él.
Gadiel y yo nos miramos, riendo ante las payasadas de nuestros amigos.
-Supongo que nos toca la habitación que sobre -dije, sin poder evitar una sonrisa, el hecho de que haya sólo dos habitaciones, ya no me preocupaba, de vez en cuando me quedaba dormida junto a Gadiel, sólo abrazados, mientras nos quedábamos en altas horas de la noche con las tareas de la universidad, confiaba en él.
-Por mí perfecto, mientras esté contigo -respondió Gadiel, inclinándose para darme un beso suave.
Pasamos la siguiente hora desempacando y acomodándonos. Joey y Lía habían reclamado la habitación con la cama king size, dejándonos a Gadiel y a mí la habitación con las camas gemelas.
Una vez que todo estuvo en su lugar, nos reunimos en la sala de estar para planear el resto del día.
-Bueno, ¿qué quieren hacer primero? -preguntó Joey, extendiendo un mapa de los senderos locales sobre la mesa de café.
-Yo voto por una caminata corta -sugirió Lía-. Algo para estirar las piernas después del largo viaje en coche.
-Suena bien -acordé-. Podríamos explorar un poco los alrededores, tal vez encontrar un buen lugar para un picnic mañana.
-Me gusta cómo piensas -dijo Gadiel, guiñándome un ojo.
Decidimos tomar el sendero más corto, que según el mapa llevaba a un mirador con vistas al valle. Nos cambiamos a ropa más adecuada para caminar, llenamos nuestras botellas de agua y nos pusimos en marcha.
El sendero era hermoso, serpenteando entre árboles altos y antiguos. El sol se filtraba entre las hojas, creando patrones danzantes en el suelo del bosque. El único sonido era el crujir de las hojas bajo nuestros pies y el ocasional canto de un pájaro.
-Esto es increíble -murmuró Lía, su voz llena de asombro-. Es como si el mundo exterior no existiera.
Tenía razón. Aquí, rodeados de naturaleza, mis preocupaciones parecían lejanas e insignificantes. Me permití sumergirme en el momento, disfrutando de la compañía de mis amigos y la belleza que nos rodeaba.
Llegamos al mirador justo cuando el sol comenzaba a descender, pintando el cielo de tonos dorados y rosados. La vista era breathtaking: el valle se extendía ante nosotros, un mar de verde salpicado de pequeños lagos que brillaban como espejos.
-Ok, oficialmente amo este lugar -declaró Joey, sacando su teléfono para tomar fotos.
Nos quedamos allí un rato, tomando fotos y simplemente disfrutando de la vista. Gadiel se paró detrás de mí, sus brazos rodeando mi cintura, y apoyó su barbilla en mi hombro.
-¿Cómo te sientes? -preguntó en voz baja.
Consideré la pregunta por un momento. -En paz -respondí finalmente-. Como si todos los problemas se hubieran quedado en la ciudad.
Sentí su sonrisa contra mi cuello. -Me alegro. Te lo mereces.
El camino de regreso a la cabaña fue más animado, todos entusiasmados por la cena y por planear el día siguiente. Joey sugirió hacer una fogata en el patio trasero, idea que fue recibida con entusiasmo general.
Mientras Gadiel y Joey se encargaban de la fogata, Lía y yo nos pusimos a preparar la cena. Optamos por algo simple: hamburguesas a la parrilla y ensalada. El aroma de la carne asándose pronto se mezcló con el olor a madera quemada, creando una atmósfera perfecta de campamento.
Cenamos alrededor del fuego, contando historias y riendo de chistes malos. Joey sacó su guitarra (que aparentemente había logrado meter en el coche sin que nadie se diera cuenta) y comenzó a tocar suavemente y pronto nos encontramos cantando juntos canciones viejas y nuevas.
Mientras observaba a mis amigos, iluminados por el resplandor cálido del fuego, sentí una oleada de afecto tan fuerte que casi me dejó sin aliento. Estos eran mis personas, mi familia elegida. No importaba lo que me esperara en casa, sabía que con ellos a mi lado, podría enfrentar cualquier cosa.
Gadiel debió notar algo en mi expresión, porque se inclinó hacia mí. -¿Todo bien? -susurró.
Asentí, sonriendo. -Mejor que bien. Estoy feliz.
Su sonrisa en respuesta fue cálida y llena de amor. Se inclinó para besarme suavemente, y por un momento, el mundo se redujo solo a nosotros dos.
El sonido de Joey aclarándose la garganta exageradamente nos sacó de nuestro pequeño mundo.
-Si ya terminaron de ser empalagosos -dijo, una sonrisa traviesa en su rostro-, ¿qué les parece si asamos algunos malvaviscos?
-¡Sí! -exclamó Lía, sacando una bolsa enorme de malvaviscos de quién sabe dónde-. ¡Hora de ver si Gadiel ha mejorado sus habilidades de asado!
Todos reímos. Gadiel fingió indignación, pero pronto se unió a las risas.
-Ya verán -declaró, tomando un palo y ensartando un malvavisco-. Este será el malvavisco más perfectamente dorado que hayan visto jamás.
Lo que siguió fue una competencia improvisada de asado de malvaviscos, llena de risas, acusaciones de trampa y, sí, algunos malvaviscos quemados (aunque, para ser justos, no todos fueron culpa de Gadiel).
A medida que la noche avanzaba y el fuego se reducía a brasas, sentí que mis párpados se volvían pesados. El día había sido largo y lleno de emociones, y el cansancio finalmente me estaba alcanzando.
-Creo que me voy a la cama -anuncié, levantándome y estirándome-. Ha sido un día increíble, chicos. Gracias.
Hubo un coro de "buenas noches" y "dulces sueños" mientras me dirigía hacia la cabaña. Gadiel se levantó para acompañarme.
-Yo también me voy a dormir -dijo-. Mañana nos espera un gran día.
Una vez en nuestra habitación, nos preparamos para dormir en un silencio cómodo. Mientras me metía en la cama, Gadiel se sentó en el borde de la mía.
-¿Cómo te sientes realmente? -preguntó, su voz suave en la penumbra de la habitación.
Consideré la pregunta por un momento. -Honestamente, me siento... bien. Feliz. Un poco ansiosa por lo que me espera cuando volvamos, pero... -hice una pausa, buscando las palabras correctas-. Pero estar aquí, con ustedes, me hace sentir que puedo manejar cualquier cosa.
Él sonrió, inclinándose para besarme suavemente. -Me alegro. Y recuerda, pase lo que pase, estamos juntos en esto.
-Lo sé -respondí, sintiendo una oleada de gratitud.
- Buenas noches, cariño. -dijo, dándome un último beso antes de dirigirse a su propia cama
-Buenas noches, Gadiel.
Mientras me quedaba dormida, con el sonido distante de las risas de Joey y Lía filtrándose desde afuera, me sentí en paz. No sabía qué me depararía el futuro, pero en ese momento, rodeada del amor de mis amigos y de Gadiel, sentí que podía enfrentarlo todo.
El sueño me envolvió, llevándome a un descanso profundo y sin sueños, el tipo de sueño que solo se logra después de un día perfecto en las montañas.
El último día llegó demasiado pronto. Nos despertamos con el sol filtrándose por las cortinas y el canto de los pájaros. Había una sensación agridulce en el aire; la emoción por un día más de aventuras se mezclaba con la tristeza de saber que pronto tendríamos que volver a la realidad.
Decidimos aprovechar al máximo nuestras últimas horas. Después de un desayuno rápido, empacamos un almuerzo y nos dirigimos al lago que habíamos descubierto el día anterior. El agua estaba fría, pero eso no nos impidió nadar y jugar como niños.
-¡Vamos, Marian! -gritó Lía, salpicándome con agua-. ¡El último en llegar a la roca tiene que lavar los platos por una semana!
Reí y me lancé al agua, nadando con todas mis fuerzas. Por supuesto, Joey ganó con sus largas extremidades, pero no me importó. En ese momento, rodeada de risas y sol, me sentía completamente feliz.
Pasamos la tarde secándonos al sol, charlando y haciendo planes para futuros viajes. Aunque una parte de mí sabía que las cosas podrían cambiar pronto, me permití soñar y planear con mis amigos.
El viaje de regreso fue más tranquilo. Todos estábamos cansados pero contentos, llenos de nuevos recuerdos y experiencias compartidas. Gadiel sostuvo mi mano durante todo el camino, como si sintiera que necesitaba ese ancla a medida que nos acercábamos a la ciudad y a la realidad que me esperaba.
Llegamos a nuestro departamento al anochecer. Mientras descargábamos el coche, sentí que la burbuja de felicidad que habíamos creado durante el fin de semana comenzaba a desvanecerse. Era hora de enfrentar la verdad.
-Chicos -dije, una vez que estuvimos todos en la sala-. Hay algo que necesito decirles.
Joey y Lía intercambiaron miradas de preocupación. Gadiel se sentó a mi lado, su presencia silenciosa dándome fuerza.
-¿Qué pasa, Marian? -preguntó Lía suavemente.
Tomé una respiración profunda. -Recibí un mensaje de mi madre justo antes de irnos de viaje. Las cosas... las cosas no están bien en casa. Mi padre está enfermo y perdió su trabajo. Necesitan mi ayuda.
Hubo un momento de silencio mientras mis palabras se asentaban.
-Oh, Mari-dijo Lía, levantándose para abrazarme-. Lo siento mucho. ¿Por qué no nos lo dijiste antes?
-No quería arruinar el viaje -admití-. Además, necesitaba ese tiempo con ustedes antes de... antes de irme.
-¿Irte? -Joey se inclinó hacia adelante, el ceño fruncido-. ¿A qué te refieres?
Sentí que las lágrimas comenzaban a formarse en mis ojos. -Voy a ir a casa por una semana. Tal vez más. No lo sé exactamente.
-¿Pero qué hay de la universidad? -preguntó Lía, la preocupación evidente en su voz.
-Ya lo resolví -respondí-. Hablé con los profesores y me darán extensiones para los trabajos. Puedo hacer la mayoría del trabajo a distancia.
Lía asintió, apretando mi mano. -Te pasaré mis apuntes, ¿vale? No te preocupes por eso. Nos aseguraremos de que no te atrases.
Su oferta me conmovió profundamente. -Gracias, Lía. Significa mucho.
En ese momento, mi teléfono comenzó a sonar. Era mi madre. Con el corazón acelerado, contesté.
-¿Mamá?
-Marian -la voz de mi madre sonaba temblorosa, desesperada-. ¿Cuándo puedes venir? Tu padre... ha empeorado. Los médicos dicen que necesita cuidados constantes y yo... yo no puedo hacerlo sola. Te necesitamos aquí. Por favor.
Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. -Mamá, cálmate. Iré mañana mismo, ¿de acuerdo? Primera hora de la mañana.
-Gracias, Gracias -sollozó mi madre antes de colgar.
Me quedé mirando el teléfono, sintiendo como si el mundo se hubiera inclinado sobre su eje. Gadiel puso su mano en mi hombro, trayéndome de vuelta a la realidad.
-¿Marian? ¿Qué pasó?
Les conté sobre la llamada, mis palabras saliendo atropelladamente. -Tengo que irme mañana. Mi padre está peor y mi madre... ella no puede manejarlo sola.
-Hey, está bien -dijo Joey, su voz inusualmente seria-. Haremos que funcione. Te ayudaremos a empacar, ¿vale?
Asentí, agradecida por su apoyo.
-Y mantente en contacto -añadió Lía-. Si necesitas algo, lo que sea, estaremos aquí.
-Gracias, chicos -dije, las lágrimas finalmente cayendo-. No sé qué haría sin ustedes.
Gadiel me atrajo hacia sí, abrazándome fuertemente. -Estaremos aquí esperándote, ¿de acuerdo? No importa cuánto tiempo tome.
Esa noche, mientras empacaba con la ayuda de mis amigos, sentí una mezcla de miedo y determinación. No sabía qué me esperaba en casa.
Mientras cerraba mi maleta, miré alrededor de la habitación que había sido mi refugio durante los últimos meses. No sabía cuándo volvería, ni cómo serían las cosas cuando lo hiciera. Pero una cosa era segura: esta era mi familia elegida, y sin importar lo que pasara, siempre tendría un hogar aquí.
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El viaje de regreso a casa fue agobiante, tenía mucho en la cabeza. Gadiel insistió en llevarme, a pesar de que eran cinco horas de distancia. Mientras nos alejábamos de la ciudad, sentí como si dejara atrás una parte de mí misma. El paisaje urbano fue dando paso gradualmente a la campiña, y con cada kilómetro recorrido, sentía que mi corazón se apretaba un poco más.
Gadiel, siempre atento, notó mi inquietud. Colocó su mano sobre la mía y me dio un suave apretón.
-¿Estás bien, Marian?- preguntó, su voz llena de preocupación.
Intenté sonreír, pero sé que no fue muy convincente.
-Sí, es solo que... todo esto es tan repentino. Hace unos días estábamos en las montañas, sin preocupaciones, y ahora...
-Lo sé, cariño -dijo Gadiel, su mirada alternando entre mí y la carretera. -Pero recuerda, no estás sola en esto. Estaré aquí para ti, pase lo que pase.
Asentí, agradecida por su apoyo. Después de un rato, Gadiel intentó aligerar el ambiente.
-No estás acostumbrada a viajar en autobús, ¿verdad? -comentó con una sonrisa juguetona.
-Niña de casa ¿recuerdas?, además son varias horas hubiera sido un tanto difícil viajar sola, gracias en serio- añadí con una sonrisa.
-Cierto, mi niña de casa, igual así sean 10 horas de camino, no me importa llevarte en avión, barco en lo que sea, te apoyo.
No pude evitar soltar una pequeña risa.
-A veces olvido que eres rico.
Gadiel me guiñó un ojo, su sonrisa volviéndose más amplia.
-Lo sé, cariño. Mis besos saben a caviar y champán, y un tanto a algodón de azúcar.
Su comentario cursi logró su objetivo, y me encontré riendo a carcajadas. Por un momento, la tensión se disipó, y me sentí agradecida por tener a alguien como él a mi lado.
-Eres un tonto -dije, dándole un golpecito juguetón en el brazo.
-Sí, pero soy tu tonto - respondió, inclinándose para darme un rápido beso en la mejilla antes de volver su atención a la carretera.
El resto del viaje transcurrió entre conversaciones ligeras y momentos de silencio contemplativo. Gadiel me contó anécdotas divertidas de su infancia, intentando mantener mi mente alejada de las preocupaciones que nos esperaban. Yo, por mi parte, me encontré recordando momentos de mi propia niñez, preguntándome cómo habían cambiado tanto las cosas con mis padres.
Horas más tarde, cuando el sol ya se estaba poniendo, Gadiel estacionó frente a la casa de mis padres. La familiar fachada de ladrillo rojo y las cortinas blancas en las ventanas me trajeron una mezcla de nostalgia y ansiedad. Ya era tarde, y podía ver el cansancio en los ojos de Gadiel.
-Gracias por traerme - dije, mi mano en la manija de la puerta, pero sin atreverme a abrirla todavía.
Apagó el motor y se giró para mirarme de frente.
-No tienes que agradecerme nada, Marian. Sabes que haría cualquier cosa por ti.
-Lo sé - respondí, sintiendo un nudo en la garganta. -Es solo que... no sé qué me espera ahí dentro. Mis padres, ellos...
-Hey - interrumpió Gadiel suavemente, tomando mi rostro entre sus manos. -Pase lo que pase ahí dentro, recuerda que tienes personas que te quieren y te apoyan. Lía, Joey y yo... estamos contigo.
Asentí, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos. Gadiel las secó con sus pulgares antes de que pudieran caer.
-No te preocupes por mí -continuó. -Me quedaré en un hotel cercano. Estaré a solo una llamada de distancia si me necesitas, ¿de acuerdo?
-Gracias - susurré. Sabía que a mis padres no les caía bien Gadiel, y lo último que necesitaba era más tensión. -Te llamaré mañana, ¿vale?
Gadiel asintió y se inclinó para darme un beso suave pero lleno de promesas. Antes de que saliera del auto, me tomó de la mano una última vez.
-Estaré aquí si me necesitas, ¿de acuerdo? No importa la hora. Si necesitas escapar, o simplemente hablar, llámame. Vendré corriendo.
Le di otro beso, tratando de transmitir todo lo que sentía en ese gesto. -Gracias por todo.
Con un último apretón de manos, salí del auto. Mientras caminaba hacia la puerta, sentí como si estuviera entrando en una burbuja del pasado. Las cuatro paredes de mi antiguo hogar parecían oprimirme, recordándome por qué había anhelado tanto mi independencia. Cada paso que daba hacia la entrada principal se sentía como si estuviera retrocediendo en el tiempo, volviendo a ser la niña que siempre tuvo que seguir las reglas de sus padres.
Antes de que pudiera tocar el timbre, la puerta se abrió de golpe. Mi madre estaba allí, su rostro una mezcla de alivio y disgusto que me tomó por sorpresa.
-Por fin llegas -dijo, tirando de mí para que entrara. Su agarre era firme, casi doloroso. -¿Te importó más salir con tus amigos que ver a tu padre enfermo? ¿Cómo pudiste ser tan egoísta, Marian?
Sus palabras me golpearon como un puñetazo, dejándome sin aliento por un momento.
-Mamá, yo... vine tan pronto como pude. El viaje es largo y...
-¿Largo? -interrumpió, cerrando la puerta tras de mí con más fuerza de la necesaria. -Si hubieras tomado el primer autobús cuando te avisamos, ya estarías aquí desde hace días. Pero no, preferiste ir de excursión con tus amiguitos, ¿no es así?
Sentí que la frustración y la culpa se mezclaban en mi pecho.
-Mamá, por favor. Estoy aquí ahora. ¿Cómo está papá? ¿Puedo verlo?
Mi madre soltó un suspiro exasperado.
-Está descansando en este momento. Marian, tenemos que hablar. Hay mucho que discutir.
Me condujo a la sala de estar, y para mi sorpresa, mi padre estaba sentado en su sillón favorito, leyendo el periódico. No parecía tan enfermo como me habían hecho creer. De hecho, aparte de unas ojeras pronunciadas, se veía bastante bien.
-¿Papá? -pregunté, confundida. Mi voz sonaba pequeña, casi infantil. -Pensé que estabas... bueno, mamá dijo que estabas muy enfermo.
Mi padre bajó el periódico y me miró por encima de sus gafas de lectura. –Marian -dijo, su voz más fuerte y clara de lo que esperaba. -Bienvenida a casa.
-Tu padre ha estado delicado, sí - interrumpió mi madre antes de que pudiera decir algo más. Se sentó en el sofá y me hizo un gesto para que la acompañara. -Pero no de gravedad. Ha habido... desarrollos.
Me senté, sintiendo como si estuviera en una especie de realidad alternativa. Nada de esto tenía sentido.
-¿Desarrollos? ¿Qué quieres decir? Mamá, me dijiste que papá estaba muy mal, que habían perdido el trabajo...
-Bueno, sobre eso - comenzó mi padre, aclarándose la garganta. -Efectivamente, perdí mi trabajo. Pero...
-Lo van a ascender en un mes - completó mi madre, una sonrisa tensa en su rostro. -Es una gran oportunidad, Marian. Pero requiere algunos... ajustes en nuestra vida familiar.
La realización me golpeó como una ola fría, dejándome aturdida. -Esperen un momento. ¿Todo esto... todo esto fue para hacerme volver a casa? ¿Me mintieron?
Mis padres intercambiaron miradas, y en ese momento supe que había dado en el clavo. Sentí que la rabia comenzaba a burbujear en mi interior.
-Marian - comenzó mi madre, su voz suavizándose un poco. -Nos preocupamos por ti. Eres muy joven, apenas tienes 18 años. Vivir sola, en la ciudad, rodeada de todas esas... distracciones. No es bueno para ti.
-¿Distracciones? - repetí, incrédula. La rabia daba paso -Te refieres a mis amigos, ¿verdad? ¿A Gadiel? Ellos no son distracciones, mamá. Son mi apoyo.
Mi padre se removió incómodo en su sillón. -Hablando de Gadiel - dijo, y algo en su tono me hizo tensarme.
-recibimos una llamada interesante del Sr. Ripoll hace unos días.
Sentí que mi corazón se detenía. -¿Qué? ¿El padre de Gadiel los llamó? ¿Por qué?
-El Sr. Ripoll está preocupado - explicó mi madre, su voz mezclando falsa preocupación con un tono condescendiente que me hizo apretar los puños. -Nos dijo que eres una distracción para su hijo. Que Gadiel está descuidando sus responsabilidades, su futuro, por estar contigo.
Las palabras del Sr. Ripoll resonaron en mi mente. Su amenaza de llevar a Gadiel a la empresa que odia de cualquier forma. Era como si el mundo entero estuviera conspirando para separarnos.
-Y estamos de acuerdo, Marian -continuó mi padre. -Gadiel también es una distracción para ti. Desde que empezaste a salir con él, mira todo lo que ha causado, dejaste el departamento, te alejaste de tu familia, hace tres meses que no hablabas con nosotros, si tu madre no te decía que estaba muriendo, no venías a vernos, todo eso te distrajo, te alejó de todo lo bueno que te rodea.
Me levanté de golpe, incapaz de seguir sentada mientras desmoronaban mi vida.
-No pueden decidir por mí -dije, mi voz temblando de rabia y frustración. -Soy mayor de edad. Tengo derecho a tomar mis propias decisiones, a cometer mis propios errores si es necesario, ya se los he dicho.
-Claro que podemos decidir - respondió mi madre, su voz elevándose para igualar la mía. Se puso de pie, enfrentándome. -Eres nuestra hija. Te conocemos mejor que nadie. Sabemos lo que es mejor para ti.
-¿Lo mejor para mí? - repetí, incrédula. -¿Y qué hay de lo que yo quiero? ¿De mis sueños? ¿De mi felicidad con Gadiel?
Mi padre suspiró profundamente, levantándose también. De repente, la sala se sentía demasiado pequeña para los tres. -Marian, hija - comenzó, su voz intentando ser conciliadora. -A veces tenemos que hacer sacrificios por el bien de la familia. Si realmente quieres ver feliz a Gadiel, al menos por parte de su familia, deberías considerar... alejarte de él.
Sus palabras fueron como un puñal en mi corazón. ¿Cómo podían pedirme algo así? ¿Cómo podían ser tan crueles?
-No pueden pedirme eso - dije, las lágrimas finalmente cayendo por mis mejillas. -No pueden pedirme que renuncie a todo lo que he construido, a las personas que quiero.
-Podemos y lo estamos haciendo -respondió mi madre, su voz firme. -Deberías quedarte en casa, Marian. Tomar tus clases en línea. No estás lista para vivir sola, para enfrentar el mundo. Necesitas nuestra guía, nuestra protección.
Me quedé allí, en medio de la sala, sintiendo como si el mundo se derrumbara a mi alrededor. Tenía que tomar una decisión: la vida que había construido con Gadiel y mis amigos, o la vida que mis padres querían para mí. La libertad o la seguridad. El amor o el deber.
-Yo... yo necesito pensar - dije finalmente, mi voz apenas un susurro. -Necesito estar sola.
Sin esperar una respuesta, me di la vuelta y me dirigí a mi antigua habitación. Cada paso se sentía pesado, como si estuviera caminando a través de arenas movedizas. Al llegar, cerré la puerta tras de mí y me apoyé contra ella, dejando que las lágrimas fluyeran libremente.
Mi habitación estaba exactamente como la había dejado meses atrás. Las paredes llenas de pósters, los estantes con mis libros favoritos, la colcha de flores que mi abuela me había regalado. Todo estaba igual, y sin embargo, yo era una persona completamente diferente.
Me dejé caer en la cama, hundiendo mi rostro en la almohada para ahogar mis sollozos. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo podía elegir entre mi familia y el futuro que había soñado?
Mientras yacía allí, llorando y tratando de encontrar una salida a este laberinto emocional, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Era un mensaje de Gadiel:
-Estoy aquí si me necesitas.
Sus palabras fueron como un rayo de luz en la oscuridad. Tal vez no tenía todas las respuestas en ese momento, pero sabía una cosa con certeza: no estaba sola. Y con ese pensamiento, me permití cerrar los ojos, esperando que el mañana trajera consigo la claridad que tanto necesitaba.
No sé cuánto tiempo pasé acostada en mi cama, con la mente dando vueltas y el corazón pesado. El silencio de la casa era opresivo, roto solo por el ocasional crujido de las tablas del piso o el murmullo distante de mis padres hablando en voz baja.
Finalmente, me incorporé y miré alrededor de mi habitación. Cada rincón estaba lleno de recuerdos, algunos dulces y otros amargos. Mis ojos se posaron en una foto enmarcada en mi escritorio: era de hace unos años, mis padres y yo sonriendo en un día de picnic. Parecíamos tan felices, tan unidos. ¿En qué momento las cosas habían cambiado tanto?
Con un suspiro, tomé mi teléfono y releí el mensaje de Gadiel. Sus palabras me daban fuerza, pero también me llenaban de dudas. ¿Cómo podíamos encontrar una solución cuando parecía que el mundo entero estaba en nuestra contra?
Decidí que necesitaba aire fresco para aclarar mis pensamientos. Silenciosamente, abrí la ventana de mi habitación y salí al pequeño tejado que siempre había sido mi refugio secreto. El aire fresco de la noche me envolvió, trayendo consigo el aroma a jazmín del jardín de mi madre.
Mientras miraba las estrellas, recordé todas las noches que había pasado aquí, soñando con escapar, con vivir mis propias aventuras. Y ahora que finalmente lo había logrado, ¿realmente estaba dispuesta a renunciar a todo?
Con un suspiro, tomé mi teléfono y releí el mensaje de Gadiel. Sus palabras, que antes me daban fuerza, ahora solo aumentaban mi confusión...al final le dije parte de lo que sucedía.
La respuesta llegó a mí con una claridad dolorosa: sí, tenía que renunciar. Por más que me doliera, por más que una parte de mí quisiera luchar, sabía que era lo mejor. Mis padres tenían razón en muchas cosas, y quizás... quizás yo no estaba tan lista para el mundo como creía.
Pasé horas dando vueltas en mi cabeza, buscando alternativas, pero cada camino me llevaba a la misma conclusión. Lo mejor era alejarme de Gadiel, de la vida que había comenzado a construir. Era desgarrador, pero parecía ser la única solución.
Al amanecer, escuché un suave golpe en mi ventana. Era Gadiel, con ojeras que delataban que no había dormido en toda la noche. Con el corazón pesado, salí de nuevo al tejado para hablar con él.
-Marian - susurró, sus ojos llenos de preocupación. -¿Estás bien? He estado pensando toda la noche en cómo podemos resolver esto, apenas vi el mensaje vine corriendo.
Respiré hondo, preparándome para lo que tenía que decir. -Gadiel, yo... he estado pensando mucho también. Y creo que mis padres tenían razón. Nunca debí alejarme de casa.
Vi cómo la confusión y el dolor se reflejaban en su rostro. -¿Qué? Pero cariño, podemos encontrar una solución. Podemos demostrarles a todos que...
-No, Gadiel - lo interrumpí suavemente. -He tomado una decisión. Voy a estudiar en línea, aquí en casa. Es lo mejor para mí ahora.
-Pero, ¿y nosotros? ¿Y el grupo de amiguitos? - preguntó, usando el apodo cariñoso que teníamos.
Sentí que las lágrimas amenazaban con caer, pero me mantuve firme. -Siguen siendo mis amigos, y les agradezco por todo. Pero ahora... ahora necesito alejarme un tiempo. Necesito procesar todo esto.
Gadiel parecía destrozado, pero intentó mantenerse optimista.
-Podemos hacer que funcione, cariño, no te preocupes de eso, y de nosotros, tener una relación a distancia, no suena tan mal, vendré a verte, convenceré a tus padres y...
-No, Gadiel - dije con más firmeza de la que sentía. -Una relación a distancia no funcionará. No es justo para ninguno de los dos.
-Pero podemos intentarlo- insistió. -Puedo venir a visitarte los fines de semana, o tú puedes venir a la ciudad de vez en cuando. Podemos hacer videollamadas, enviarnos mensajes...
Cada palabra suya era como un puñal en mi corazón, pero sabía que tenía que ser fuerte.
-Gadiel, por favor. No hagas esto más difícil. He tomado mi decisión y necesito que la respetes.
Vi cómo la esperanza se desvanecía de sus ojos, reemplazada por una tristeza profunda.
-¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Marian?
-Es lo que necesito ahora- respondí, evitando su mirada. No podía soportar ver el dolor que estaba causando.
Se quedó en silencio por un momento, y luego asintió lentamente. -Si es lo que realmente quieres, lo respetaré. Pero quiero que sepas que estaré aquí si cambias de opinión. No me rendiré tan fácilmente con lo nuestro, con todo lo que hemos vivido.
Sus palabras casi me hicieron flaquear, pero me mantuve firme. -Por favor, Gadiel. Necesito que entiendas. Esto es un adiós.
Con lágrimas queriendo desbordarse de los ojos, Gadiel se inclinó y me dio un último beso en la frente, nunca lo vi al borde de llorar, yo tampoco podía contener todo este sentimiento, esto es injusto.
-No es justo Marian, no ahora... para mí ...no es un adiós, te esperaré, habrá solución a esto, te dejaré tu espacio, sé que lo pensarás mejor, cariño para mí, no ha acabado.
Y con eso, se fue, dejándome sola en el tejado con mi corazón roto y la certeza de que había tomado la decisión más difícil de mi vida. Mientras lo veía alejarse, supe que una parte de mí se iba con él. Nuestra felicidad había llegado a su fin, y ahora me correspondía aprender a vivir con las consecuencias de mi decisión. Esta elección no solo implicaba volver a casa, sino también la libertad de Gadiel. Mientras yo volvería a estar bajo la tutela de mis padres, no podía soportar la idea de que él estuviera sometido a los deseos de su padre. Esta decisión no era solo por mí; lo hacía por él también. Aprendí que amar a veces significa dejar ir, y eso hice. Te liberé, Gadiel. Vive tu vida en libertad, aunque yo no pueda ser parte de ella.
EPILOGO
GADIEL RIPOLL.
Bajé del árbol con el corazón pesado, cada paso alejándome de Marian se sentía como si estuviera caminando sobre cristales rotos. El frío de la madrugada se colaba en mis huesos, pero no era nada comparado con el frío que sentía en mi interior. No podía pensar con claridad, mi mente era un torbellino de emociones y pensamientos fragmentados. ¿Cómo podía haber terminado todo así? ¿Cómo podía Marian rendirse tan fácilmente?
Mientras caminaba hacia mi auto, repasaba una y otra vez nuestra conversación, buscando algo que hubiera podido decir diferente, algo que pudiera haber cambiado el resultado. Pero cada vez que llegaba al final, solo encontraba el mismo dolor, la misma incredulidad.
Al llegar a mi coche, me quedé parado junto a él, mirando hacia la ventana de Marian. La luz seguía encendida, y por un momento, tuve la loca idea de volver, de trepar de nuevo por ese árbol y suplicarle que reconsiderara su decisión. Pero sabía que eso solo empeoraría las cosas.
Me subí al auto y arranqué, pero no me fui de inmediato. Me quedé allí, mirando esa ventana iluminada, negándome a aceptar que esto fuera el final. No, esto no podía ser todo. Habíamos superado tantas cosas juntos, esto solo era otro obstáculo. Le daría espacio, le daría tiempo, pero para mí, esto no había acabado. No podía acabar.
El viaje de regreso a la ciudad fue un borrón. No recuerdo cómo llegué a casa, solo sé que cuando entré al departamento, el silencio me golpeó como una bofetada. Las risas de Marian, su presencia que llenaba cada rincón, todo se había ido.
La semana siguiente fue un infierno. Cada mañana me despertaba esperando que todo hubiera sido una pesadilla, solo para que la realidad me golpeara de nuevo. El departamento se sentía vacío, como si le hubieran arrancado el alma. Lía, con lágrimas en los ojos, había empaquetado las cosas de Marian y las había enviado por encomienda. Verla doblar la ropa de Marian, guardar sus libros, sus pequeños tesoros, fue como ver cómo desmontaban una parte de mi vida.
Joey se paseaba por el lugar como un fantasma, la tristeza evidente en su rostro. Ninguno de nosotros sabía cómo manejar esta nueva realidad. Éramos los "amiguitos", los cuatro mosqueteros, y ahora éramos solo tres almas perdidas en un espacio que se sentía demasiado grande.
-Marian me pidió tiempo - me dijo Lía un día, mientras estábamos sentados en la cocina, habían tazas de café frío frente a nosotros. Su voz era apenas un susurro, rota por el dolor. -Dice que necesita volver a acoplarse a su familia. Que nos quiere, pero que necesita espacio.
Sus palabras solo aumentaron mi determinación. No podía quedarme quieto, la inacción me estaba volviendo loco. Comencé a dar vueltas por la ciudad, buscando una solución que parecía escapárseme entre los dedos. Visitaba los lugares que solíamos frecuentar juntos, como si de alguna manera pudiera encontrar la respuesta en esos espacios que guardaban tantos recuerdos felices.
Le enviaba mensajes a Marian, uno tras otro. Al principio, eran súplicas, luego se convirtieron en actualizaciones de mi día, cualquier cosa para mantener una conexión. La llamaba constantemente, pero solo obtenía silencio como respuesta. Cada llamada no contestada era como un puñal en mi corazón, pero me negaba a rendirme.
Los días se convirtieron en una semana, y mi desesperación crecía. No podía concentrarme en la universidad, mis pensamientos siempre volvían a Marian. ¿Cómo estaba? ¿Pensaba en mí? ¿Se arrepentía de su decisión?
Hasta que un día, después de 20 timbrazos interminables, ella contestó.
-¿Marian? -Mi corazón saltó al escuchar su respiración al otro lado de la línea. Por un momento, todo pareció detenerse.
-Gadiel, por favor- su voz sonaba cansada, resignada, tan diferente a la Marian que conocía. -Necesito que me dejes tranquila. Quiero estar sola.
-Pero Marian, podemos arreglar esto juntos- insistí, la desesperación coloreando mi voz. Las palabras salían atropelladamente de mi boca. -Como siempre lo hemos hecho. Somos más fuertes juntos, ¿recuerdas? Hemos pasado por tanto, esto es solo otro obstáculo. Podemos superarlo, sé que podemos.
Hubo un momento de silencio que pareció durar una eternidad. Podía escuchar su respiración, entrecortada, como si estuviera luchando contra sus propias emociones. Cuando Marian habló de nuevo, su voz era firme, pero pude detectar un temblor subyacente que me dio una pizca de esperanza.
-No hay nada que arreglar, Gadiel. Esta es mi decisión. Por favor, entiéndelo. No lo hagas más difícil.
-Pero Marian, yo - intenté interrumpir, desesperado por hacerle entender.
-No llames más, Gadiel - me cortó, y pude escuchar el dolor en su voz. -Por favor. Necesito esto. Necesito tiempo y espacio.
Y con eso, la llamada terminó, dejándome con el sonido del tono de marcado y un vacío en el pecho que amenazaba con consumirme.
Me dejé caer en el sofá, el teléfono aún en mi mano. La habitación parecía girar a mi alrededor, y sentí náuseas. ¿Cómo podía simplemente rendirme? ¿Cómo podía dejarla ir así? Pero sus palabras resonaban en mi mente una y otra vez. "Esta es mi decisión". ¿Tenía derecho a luchar contra eso? ¿Estaba siendo egoísta al no respetar sus deseos?
Cerré los ojos, sintiendo que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Marian había sido mi ancla, mi norte, y ahora estaba a la deriva. Cada sueño que habíamos construido juntos, cada plan para el futuro, todo parecía desvanecerse como humo.
Pasé horas en ese sofá, reviviendo cada momento de nuestra relación. Nuestro primer encuentro en la universidad, nuestra primera cita, nuestro primer beso. Los momentos difíciles que habíamos superado juntos, las risas compartidas con Joey y Lía. ¿Cómo podía todo eso desaparecer así, de un día para otro?
A pesar del dolor, a pesar de sus palabras, una pequeña parte de mí se negaba a rendirse. Tal vez ahora necesitaba espacio, pero estaba seguro de que nuestro amor era más fuerte que esto. Teníamos que ser más fuertes que las expectativas de nuestros padres, que los miedos y las dudas.
Por ahora, respetaría su decisión. No la llamaría, no le enviaría mensajes. Le daría el espacio que pedía, aunque cada fibra de mi ser gritara por hacer lo contrario. Pero en el fondo de mi corazón, sabía que esto no podía ser el final de nuestra historia.
Con ese pensamiento, me levanté del sofá. El amanecer comenzaba a filtrarse por las ventanas, un nuevo día llegaba. No sabía cómo, pero encontraría una manera de demostrarle a Marian, a sus padres, al mundo entero, que lo nuestro valía la pena luchar. Que éramos más fuertes juntos que separados.
Nuestra historia no podía terminar así. No lo permitiría. Porque en el fondo, sabía que Marian y yo estábamos destinados a estar juntos. Solo necesitábamos tiempo, paciencia y, sobre todo, amor para superar este obstáculo.
Con renovada determinación, me dirigí a la ducha. Tenía mucho que pensar, mucho que planear. Porque aunque Marian hubiera decidido alejarse, yo había decidido luchar. Luchar por lo nuestro, por nuestro futuro, por todo lo que habíamos construido juntos.
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