CAPÍTULO 11: FAMILIAS
Después de lo que había sucedido, me invadió una sensación de inquietud. No podía evitar preguntarme qué pensaría la abuela de mí. ¿Creería que me estaba aprovechando de su nieto? La sola idea me hacía estremecer. No podía soportar que tuviera una impresión equivocada de mí. Necesitaba aclarar las cosas, pero la vergüenza me dominaba, y no sabía cómo abordar el tema con Gadiel sin que todo se volviera aún más incómodo.
—Me encontré con esa jovencita en el ascensor. No sabía que venía a ver a mi Gadito —comentó la abuela con una sonrisa tierna.
—¿Gadito? —murmuré sin poder contener una ligera risa que escapó sin permiso. Al instante me sonrojé, sintiéndome un poco avergonzada por haberlo dicho en voz alta, Gadiel me miró por un momento, él también no pudo ocultar una sonrisa.
-Abuela, no sabía que venías hoy, por qué no me dijiste para recogerte en casa.
-Quería sorprenderte.- dijo mientras lo abrazaba.- pero no sabía que ya vivías con una adorable señorita.
—Abuela, espera, no es lo que estás pensando —dijo, levantando las manos en señal de rendición.
La abuela, con una sonrisa traviesa, me lanzó una mirada cómplice. Yo, completamente ruborizada, no sabía si reír o buscar un rincón para esconderme.
—Ay, Gadito, no tienes que darme explicaciones. Es normal que dos jóvenes como ustedes quieran... bueno, ya sabes, comenzar una familia. —Ella enfatizó la última parte, guiñándome un ojo.
—¡Abuela! —exclamó Gadiel, visiblemente avergonzado—. Estamos yendo despacio, ¿de acuerdo? No estamos... no estamos intentando hacer bebés ni nada por el estilo.
Intenté no reírme, pero fue inútil, la forma en que lo dijo, con tanto énfasis en cada palabra, solo hizo que la situación fuera más graciosa. Lía llegó en ese momento, interrumpiendo la conversación con un saludo animado.
—¡Hola, abuela!, hace tanto que no te veo —dijo, abrazándola con cariño— Espera...¿Qué pasa aquí? ¿Por qué Marian parece un tomate?
—Nada, nada —respondí rápidamente, tratando de recomponerme—. Cosas de abuelas, ya sabes.
—Ah, ya veo —respondió Lía con una sonrisa traviesa, claramente disfrutando de la situación.
—Lía, querida, estás más hermosa cada vez que te veo. Debería visitarlos más a menudo —dijo la abuela con afecto en la voz.
—Sí, ¿verdad? Radiante como siempre, y usted no se queda atrás, parece más joven cada día.
—Solo lo dices para halagarme —respondió ella con una sonrisa cálida.
-Pasa abuela, entremos a casa- señaló Gadiel
-Abuela, ¿me recuerdas? Soy Joey.
—Claro que te recuerdo, Joey. Seré vieja, pero mi memoria sigue siendo buena —dijo con una sonrisa, mientras le daba un ligero toque en el brazo.
—Eso es un alivio, abuela —respondió, sonriendo de oreja a oreja—. Aunque debo decir que cada vez que te veo, me sorprendes con lo bien que te mantienes. No envejeces ni un día.
-Ya basta, hasta en los cumplidos son el uno para el otro.
Pasamos el rato charlando sobre diversas cosas, compartiendo anécdotas y detalles de nuestras vidas. Le contamos a la abuela cómo terminamos viviendo juntos, cómo la amistad entre nosotros se había fortalecido con el tiempo y cómo cada uno había encontrado su lugar en este pequeño hogar que habíamos creado. Le expliqué con más detalle los problemas que tuve con mis padres, cómo me sentí perdida al principio y cómo ellos, Gadiel, Lía y Joey, me brindaron su apoyo incondicional cuando más lo necesitaba.
La abuela escuchaba con atención, asintiendo de vez en cuando y haciendo preguntas que mostraban su genuino interés. Parecía comprender perfectamente por qué habíamos tomado la decisión de vivir juntos, y en su mirada vi un destello de empatía.
—Entiendo, querida —dijo la abuela con una sonrisa comprensiva—. A veces, la familia que uno elige es la que realmente te sostiene. Y me alegra ver que tienes a estos maravillosos amigos a tu lado. Es importante tener a personas que te quieran y te cuiden, especialmente en los momentos difíciles, oh, pero díganme ¿cómo es la vida viviendo todos juntos? No es algo que se vea todos los días.
—Bueno, abuela —empezó Gadiel mientras se dirigían hacia el comedor—, la verdad es que ha sido una experiencia increíble. Somos como una pequeña familia aquí, aunque no lo creas, todo funciona bastante bien.
—Sí, la verdad es que han sido un gran apoyo para mí —añadí—. Cuando tuve problemas con mis padres, ellos estuvieron ahí para ayudarme y hacerme sentir como en casa. Así que vivir juntos se volvió algo natural.
La abuela asintió con comprensión mientras tomaba asiento a la mesa. Parecía estar asimilando la información.
—Me alegra escuchar eso, Marian. Es importante tener amigos que te apoyen en los momentos difíciles. Aunque debo admitir que cuando vi a Gadiel y a ti, pensé que estaban... bueno, intentando formar una familia más pronto que tarde.
Todos en la mesa rieron suavemente.
—No, abuela —respondí entre risas—. Gadiel y yo somos novios, pero por ahora, lo único que estamos criando son nuestras carreras... y quizás algunas plantas, aunque a veces no sobreviven.
—Ah, ya veo —la abuela soltó una carcajada—. Bueno, mientras no intenten hacer bebés y no sean las plantas las que paguen el precio, todo está bien.
La risa de la abuela llenó la habitación, contagiándonos a todos. Su comentario sobre las plantas había roto cualquier tensión restante, y de repente, me sentí mucho más relajada. Miré a Gadiel, que sonreía con una mezcla de vergüenza y diversión, y no pude evitar pensar en lo afortunada que era de tenerlo a mi lado.
—Bueno, ¿qué les parece si comemos algo? —sugirió Lía, levantándose de su asiento—. Abuela, ¿te gustaría probar mi famosa lasaña? Es la receta que me enseñaste, aunque no sé si me ha quedado tan buena como la tuya.
—Oh, cariño, estoy segura de que estará deliciosa —respondió la abuela con entusiasmo—. Nada me haría más feliz que probar tu versión de mi receta.
Mientras Lía y Joey se dirigían a la cocina para preparar la mesa, Gadiel y yo nos quedamos con la abuela en la sala. Había una comodidad en el aire, como si la abuela hubiera sido parte de nuestra rutina diaria desde siempre.
—Entonces, Marian —comenzó, girándose hacia mí con una mirada cálida—, cuéntame más sobre ti. ¿Qué estudias? ¿Cómo conociste a mi Gadito?
—Bueno, estudio Diseño Gráfico —comencé, notando cómo sus ojos se iluminaban con interés—. Conocí a Gadiel en la universidad. Estábamos en clases diferentes, pero coincidimos en la cafetería un día, somos compañeras con Lía y ella me llevó con los chicos y el resto es historia.
-Sí, en ese entonces era tímida, más se la escuchaba hablar a una mosca que a ella, pero luego fue soltándose de a poco.
-Pues está chica tímida llamó tu atención- añadí.
-Robó mi corazón, querrás decir.
La abuela nos observaba con una sonrisa que parecía contener años de sabiduría y amor. —El destino trabaja de formas misteriosas, ¿no creen? A veces, los mejores encuentros comienzan con pequeñas diferencias.
En ese momento, Joey asomó la cabeza desde la cocina. —La mesa está lista. ¿Vienen a comer?
Nos dirigimos al comedor, donde Lía ya estaba sirviendo generosas porciones de lasaña en cada plato. El aroma era simplemente irresistible, y mi estómago gruñó en anticipación.
—Esto huele maravilloso, Lía —comentó la abuela mientras tomaba asiento—. Me recuerda a los domingos en casa cuando todos se reunían para comer.
—Gracias, abuela —respondió Lía con una sonrisa orgullosa—. Espero que sepa tan bien como huele.
Comenzamos a comer, y pronto la conversación fluyó naturalmente. Joey compartía anécdotas sobre sus clases de informática, hablando con entusiasmo sobre los proyectos en los que estaba trabajando y haciendo reír a todos con historias de sus compañeros de clase y profesores excéntricos, Gadiel, por su parte, se unió a la conversación, comparando sus experiencias, era fascinante ver cómo, a pesar de estudiar lo mismo, sus enfoques e intereses dentro de la informática eran tan diferentes.
Lía y yo intercambiamos miradas cómplices mientras hablábamos sobre nuestros propios proyectos universitarios. Aunque estábamos en la misma carrera, nuestros estilos y aspiraciones eran distintos, lo que hacía que nuestras conversaciones siempre fueran estimulantes.
La abuela escuchaba con genuino interés, haciendo preguntas perspicaces que nos sorprendían. A pesar de no estar familiarizada con los términos técnicos de la informática o los detalles de nuestra carrera, su curiosidad y deseo de aprender eran evidentes.
—Es increíble ver cómo la tecnología ha avanzado tanto —comentó, después de que Joey explicara un concepto particularmente complejo—. En mis tiempos, las cosas eran mucho más simples, pero veo que el mundo necesita mentes brillantes como las de ustedes para seguir progresando.
Gadiel sonrió con orgullo.
—Gracias, abuela. Aunque a veces me pregunto si no habría sido más fácil seguir tu consejo y dedicarme a la panadería.
Todos reímos ante el comentario, y la abuela le dio una palmadita cariñosa en la mano.
—Oh, Gadito, los pasteles que hacías cuando eras un niño eran un desastre. Creo que tomaste la decisión correcta con la informática.
La comida continuó así, entre risas, historias de la universidad y planes para el futuro. Me sorprendí a mí misma compartiendo mis propias aspiraciones, hablando de los proyectos que quería realizar.
La abuela escuchaba atentamente a cada uno de nosotros, ofreciendo palabras de aliento y sabiduría. En un momento, mientras Lía y Joey discutían sobre su último proyecto conjunto (él tomando las fotos para el portafolio de diseño de interiores de ella), noté cómo la abuela nos miraba a Gadiel y a mí con una expresión que no pude descifrar del todo. Había ternura en sus ojos, sí, pero también algo más... ¿esperanza, tal vez?
Cuando terminamos de comer, todos insistimos en ayudar a limpiar, a pesar de las protestas de la abuela de que éramos sus anfitriones.
—Tonterías —dijo Lía con firmeza—. Usted es nuestra invitada de honor. Siéntese y relájese mientras nosotros nos encargamos de todo.
Mientras lavábamos los platos, Gadiel se acercó a mí y me susurró al oído
—¿Qué te parece si acompañamos a la abuela a su casa? Creo que le gustaría pasar un poco más de tiempo contigo.
Asentí, sintiendo una mezcla de nervios y emoción ante la idea de pasar más tiempo con la abuela de Gadiel. Había algo en ella que me hacía sentir bienvenida, como si ya fuera parte de la familia.
—Abuela, Marian y yo te llevaremos a casa, ¿te parece bien?- intervino, una vez que todo estuvo limpio y ordenado.
—Oh, eso sería maravilloso —respondió ella con una sonrisa radiante—. Así podré mostrarle a Marian algunas fotos vergonzosas tuyas de cuando eras pequeño.
—Abuela, no te atreverías —dijo Gadiel, fingiendo horror, pero no pudo ocultar la sonrisa que se formaba en sus labios.
Nos despedimos de Lía y Joey, prometiendo vernos más tarde, y salimos del apartamento. El viaje en coche fue agradable, lleno de historias de la infancia de Gadiel que la abuela compartía con entusiasmo y que yo escuchaba con fascinación.
Cuando llegamos a la casa de la abuela, Gadiel se ofreció a bajar algunas bolsas que había traído para ella. —Vuelvo en un momento —dijo, dejándonos a la abuela y a mí solas en el porche.
Hubo un instante de silencio, y luego la abuela tomó mis manos entre las suyas. Su toque era cálido y reconfortante.
—Marian, querida —comenzó, su voz llena de emoción—, quiero que sepas lo feliz que estoy de que Gadiel te haya encontrado. Eres una jovencita encantadora y respetuosa, y puedo ver cuánto te quiere mi nieto.
Sentí que mi corazón se hinchaba de emoción.
—Gracias, abuela. Yo también lo quiero mucho.
—¿Sabes? Es la primera vez que Gadiel me habla de una chica que realmente le gusta. La forma en que te mira... bueno, me recuerda a cómo mi difunto esposo me miraba a mí.
Sentí que las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos, al recordar la historia que me había contado en el campo de tulipanes.
—Eso significa mucho para mí... abuela.
—Estoy tan feliz de que seas parte de nuestra familia ahora —continuó, apretando suavemente mis manos—. Cuida bien de mi Gadito, ¿sí? Y recuerda que ahora tienes una abuela extra para lo que necesites.
No pude contener más las lágrimas. La abracé con fuerza, sintiendo como si hubiera encontrado un pedacito de hogar que no sabía que me faltaba. —Gracias, abuela. Lo haré, lo prometo.
Cuando Gadiel regresó, nos encontró así, abrazadas y con lágrimas en los ojos. Su expresión de confusión pronto se transformó en una sonrisa de comprensión.
De vuelta en el coche, camino a casa, Gadiel tomó mi mano.
—¿Todo bien? —preguntó suavemente.
Asentí, incapaz de expresar con palabras la emoción que sentía.
—Tu abuela es maravillosa —logré decir finalmente.
—Lo es. Y está loca por ti, ¿sabes? Creo que acabo de perder mi lugar como nieto favorito.
Reí, sintiendo una oleada de felicidad y pertenencia que no había experimentado en mucho tiempo. Mientras miraba por la ventana, viendo pasar las luces de la ciudad, pensé en lo afortunada que era. Había encontrado no solo el amor, sino también una familia que me aceptaba tal como era.
1 MES DESPUÉS.
El tiempo pasó volando después de aquella cena con la abuela. Antes de que nos diéramos cuenta, ya había transcurrido un mes, y los cuatro estábamos sumergidos en un mar de trabajos y proyectos universitarios. Las noches de estudio se habían vuelto más frecuentes, y el apartamento se había convertido en un hervidero de actividad académica.
Joey y Gadiel pasaban horas debuggeando códigos, sus voces a menudo elevándose en acalorados debates sobre la mejor manera de implementar una función u optimizar un algoritmo. Lía y yo, por nuestra parte, nos encontrábamos frecuentemente rodeadas de bocetos y moodboards, discutiendo paletas de colores y layouts hasta altas horas de la noche.
Una tarde particularmente estresante, me encontraba sola en el apartamento con Gadiel. Lía y Joey habían salido a la biblioteca para trabajar en un proyecto conjunto, argumentando que necesitaban un cambio de escenario para estimular su creatividad. El silencio era casi tangible, interrumpido solo por el sonido de nuestros dedos sobre los teclados y ocasionales suspiros de frustración.
Estaba sentada en el sofá, rodeada de libros y con mi laptop en el regazo, luchando con un trabajo de diseño que parecía resistirse a todos mis esfuertos. Había estado mirando la misma pantalla durante horas, y sentía que mis ojos comenzaban a cruzarse.
—¡Ugh! —exclamé finalmente, pasándome las manos por el cabello con frustración—. Esta aplicación me está volviendo loca. No puedo hacer que funcione como quiero.
Gadiel, que estaba trabajando en su propio proyecto en el comedor, levantó la vista al escuchar mi queja. Lo vi dudar por un momento, como si estuviera decidiendo si debía intervenir o dejarme resolver el problema por mi cuenta. Finalmente, se levantó y se acercó, sentándose a mi lado en el sofá.
—¿Qué pasa cariño? —preguntó, su voz teñida de preocupación—. Llevas horas luchando con ese proyecto. ¿Puedo ayudarte en algo?
Suspiré profundamente antes de responder, sintiendo cómo la tensión acumulada comenzaba a manifestarse en un dolor de cabeza.
—Es este trabajo de diseño. Se supone que debo crear una interfaz interactiva para una aplicación de gestión de tareas, pero no logro que los elementos se comporten como deberían. Es como si la aplicación tuviera vida propia y se negara a cooperar conmigo.
Gadiel sonrió comprensivamente, y noté cómo sus ojos se suavizaban al mirarme.
—A veces la tecnología parece tener mente propia, ¿verdad? He tenido días en los que juraría que mi computadora está conspirando contra mí. Déjame echar un vistazo. Tal vez entre los dos podamos domarla.
Se inclinó sobre mi laptop, nuestros hombros rozándose ligeramente. Su cercanía me distrajo por un momento, y sentí un cosquilleo en el estómago que nada tenía que ver con el estrés del proyecto. El aroma de su colonia, sutil pero reconfortante, invadió mis sentidos, y por un instante olvidé completamente mi frustración con el trabajo.
—Veamos —murmuró Gadiel, sus ojos escaneando rápidamente el código en la pantalla—. ¿Me explicas qué se supone que debe hacer esta parte?
Sacudí la cabeza, tratando de volver a concentrarme.
—Se supone que este botón debería abrir un menú desplegable con opciones para categorizar las tareas. Pero por alguna razón, cuando hago clic, nada sucede. He revisado el código una y otra vez, pero no puedo encontrar el error.
Estaba tan concentrado, su ceño fruncido en concentración. Sus dedos se movieron ágilmente sobre el teclado, navegando por el archivo.
—Mira —dijo después de un momento, señalando una parte del código—, creo que el problema está aquí. Has olvidado cerrar una etiqueta en esta sección. Eso está causando que todo se desajuste.
—Oh, por Dios —dije, sintiéndome increíblemente tonta—. No puedo creer que haya pasado por alto algo tan básico. He estado mirando esta pantalla durante tanto tiempo que ya no veo nada con claridad. Me siento como una completa novata.
—No te sientas mal, Marian. A todos nos pasa, incluso a los más experimentados. A veces, cuando estamos demasiado inmersos en algo, perdemos la perspectiva. Es como buscar las llaves que tienes en la mano. Por eso es bueno tener a alguien que pueda echar un vistazo fresco.
Sus palabras me reconfortaron, y sentí cómo parte de mi frustración se disipaba.
—Creo que tienes razón. Aun así, me siento un poco avergonzada. Se supone que debería ser mejor que esto.
—Hey —dijo Gadiel, girándose para mirarme directamente—, eres increíble en lo que haces. Un pequeño error no cambia eso. De hecho, tu capacidad para crear interfaces intuitivas y atractivas me deja boquiabierto. Yo puedo hacer que las cosas funcionen, pero tú las haces hermosas y fáciles de usar. Es un talento especial.
Sus palabras me conmovieron profundamente, y sentí un calor extendiéndose por mis mejillas.
—Gracias. Eso significa mucho viniendo de ti.
Corregí el error y, como por arte de magia, la interfaz comenzó a funcionar correctamente. El menú desplegable se abrió, revelando las opciones de categorización que había diseñado. La sensación de alivio fue inmediata y abrumadora.
—¡Gadiel, eres mi héroe! —exclamé, girándome hacia él con una sonrisa de oreja a oreja—. No sé qué haría sin ti. En serio, no solo me ayudaste con el código, sino que también evitaste que tuviera un colapso nervioso.
-Me alegra escuchar eso.
Nuestras miradas se encontraron, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Vi algo cambiar en los ojos de Gadiel, una chispa de algo más profundo que el simple compañerismo que habíamos compartido hasta ahora. Mi corazón comenzó a latir más rápido, y sentí como si el aire entre nosotros se cargara de electricidad.
Se inclinó lentamente hacia mí, sus ojos fijos en los míos, como si estuviera pidiendo permiso en silencio. Sentí su mano en mi mejilla, cálida y suave, enviando escalofríos. Antes de que pudiera procesar completamente lo que estaba sucediendo, sus labios estaban sobre los míos.
El beso fue dulce y tentativo al principio, como si Gadiel estuviera tanteando el terreno, dándome la oportunidad de retroceder si lo deseaba. Pero en lugar de alejarme, me encontré respondiendo al beso, mis labios moviéndose en sincronía con los suyos. Pronto, el beso se volvió más intenso, más apasionado. Sentí cómo Gadiel me atraía más cerca, su mano deslizándose por mi espalda, mientras la mía se enredaba en su cabello
Por un momento, me perdí completamente en la sensación. El estrés del proyecto, la frustración de las últimas horas, todo se desvaneció, reemplazado por una oleada de emociones que nunca antes había experimentado. Cada nervio de mi cuerpo parecía estar vivo y zumbando de energía.
Pero entonces, en medio de la bruma de sensaciones, una alarma se disparó en mi mente. A pesar de lo bien que se sentía, a pesar de lo mucho que quería a Gadiel, algo dentro de mí no estaba listo para dar este paso. Era como si estaba observando la escena desde fuera, advirtiendo que estábamos yendo demasiado rápido.
Con gentileza, pero firmeza, puse mis manos en su pecho y me separé ligeramente.
—Gadiel, yo... lo siento. No estoy lista para esto todavía —dije en voz baja, mi corazón latiendo con tanta fuerza que estaba segura de que él podía oírlo.
Gadiel se alejó inmediatamente, como si mi toque lo hubiera quemado. Sus ojos, que hace un momento estaban llenos de pasión, ahora reflejaban preocupación y un toque de vergüenza.
—Marian, lo siento mucho. No quise presionarte. Yo... me dejé llevar. No debí...
—No, no te disculpes —respondí rápidamente, sintiendo la necesidad de aliviar su culpa—. No hiciste nada malo, es solo que... —hice una pausa, buscando las palabras adecuadas para expresar el torbellino de emociones que sentía—. Todo esto es nuevo para mí, ¿sabes? me asusta un poco, para ser honesta.
—Te entiendo cariño. Créeme.
—Es que... quiero hacer las cosas bien—continué, sintiendo que las palabras fluían más fácilmente ahora.
Gadiel tomó mi mano entre las suyas, su toque gentil y reconfortante.
—Tienes toda la razón y quiero que sepas que respeto totalmente tus sentimientos. No hay prisa, ¿de acuerdo? Iremos al ritmo que tú te sientas cómoda. Lo último que quiero es presionarte o hacer algo que pueda dañar lo que tenemos.
—Gracias por entenderlo. No tienes idea de lo mucho que significa para mí. Te quiero, y quiero que esto funcione. Solo necesito un poco más de tiempo para procesar todo lo que estoy sintiendo.
—Hey —dijo, levantando mi barbilla con su mano para que lo mirara a los ojos—. Yo también te quiero, Marian. Y estaré aquí, esperando el tiempo que sea necesario. Lo que tenemos es especial, y vale la pena esperar. Además —añadió con una sonrisa traviesa—, tenemos todo un futuro por delante para explorar esto juntos.
Sus palabras me llenaron de calidez. Nos abrazamos, y en ese momento, sentí una mezcla de emociones: gratitud por tener a alguien tan comprensivo a mi lado, un poco de nerviosismo por lo que el futuro nos deparara, pero sobre todo, una profunda sensación de paz y seguridad.
Cuando nos separamos, Gadiel me dio un beso suave en la frente, un gesto que de alguna manera se sentía aún más íntimo que el beso apasionado que habíamos compartido momentos antes.
—Bueno —dijo con una sonrisa—, ¿qué te parece si volvemos a ese proyecto tuyo? Todavía tenemos que asegurarnos de que esa aplicación se comporte como es debido.
Reí, sintiéndome más ligera de lo que me había sentido en semanas.
—Sí, tienes razón. Aunque después de esto, creo que necesito un descanso. Mi cerebro está frito.
—Mmm, déjame pensar —dijo, fingiendo profunda concentración—. ¿Qué tal si pedimos una pizza, vemos una película terriblemente mala y nos reímos de los efectos especiales?
—Me parece un plan perfecto —respondí con una sonrisa—. Pero nada de películas de terror, ¿eh? La última vez que vimos una, Joey no pudo dormir por una semana.
—Tienes razón. Aún recuerdo cómo saltaba cada vez que sonaba su teléfono. Está bien, nada de terror. ¿Qué tal una comedia romántica ridículamente cursi?
—Trato hecho —asentí, sintiéndome completamente relajada por primera vez en días.
Y así, volvimos a nuestro trabajo, pero algo había cambiado. Había una nueva comprensión entre nosotros, una conexión más profunda que iba más allá de las palabras. Mientras tecleaba en mi laptop, con Gadiel a mi lado ofreciendo sugerencias y apoyo, me di cuenta de que, paso a paso, estábamos construyendo algo hermoso juntos.
La interfaz de la aplicación comenzó a tomar forma, cada elemento encajando perfectamente en su lugar. Era como si el programa pudiera sentir la nueva armonía entre nosotros y decidiera cooperar finalmente. Trabajamos en un cómodo silencio, interrumpido ocasionalmente por preguntas o sugerencias, nuestros cuerpos inconscientemente inclinándose el uno hacia el otro.
Cuando finalmente terminamos, el sol ya se estaba poniendo, bañando el apartamento en un cálido resplandor dorado. Estiré los brazos sobre mi cabeza, sintiendo cómo mis músculos protestaban después de horas de inmovilidad.
—Creo que lo logramos —dije, mirando con orgullo la pantalla de mi laptop.
—Lo hicimos. Y debo decir, Marian, que esta interfaz es realmente impresionante. Tus profesores van a quedar boquiabiertos.
—Gracias —respondí, sintiendo una oleada de orgullo—. No lo habría logrado sin ti.
—Oh, no me des tanto crédito. Yo solo corregí un pequeño error. El diseño, la visión, todo eso es tuyo.
Nos miramos por un momento, y sentí que mi corazón se hinchaba de afecto. No era solo gratitud por su ayuda con el proyecto; era algo más, un entendimiento mutuo que iba más allá de las palabras.
—Bueno —dijo finalmente, rompiendo el silencio—, creo que nos hemos ganado esa pizza.
Asentí con entusiasmo, sintiendo como mi estómago gruñía ante la mención de comida.
—Definitivamente. ¿Pedimos la de siempre? ¿Mitad hawaiana para ti, mitad salami para mí?
—Me conoces tan bien. Voy a hacer la llamada.
Mientras buscaba su teléfono para pedir la pizza, yo me estiré en el sofá, sintiendo cómo la tensión acumulada comenzaba a disiparse. El apartamento estaba en silencio, salvo por la voz de Gadiel dando nuestra orden habitual. Era un momento de paz después de un día intenso.
Sin embargo, esa paz se vio interrumpida abruptamente. Justo cuando terminaba de hacer el pedido, su teléfono sonó de nuevo. Vi cómo su expresión cambiaba al mirar la pantalla, una mezcla de sorpresa y algo que parecía... ¿inquietud?
—Es mi padre —murmuró, más para sí mismo que para mí.
Hubo un momento de duda antes de que contestara, como si estuviera considerando dejar que la llamada fuera al buzón de voz. Finalmente, con un suspiro casi imperceptible, deslizó el dedo por la pantalla para responder.
—Hola, papá —dijo, su voz neutral, casi cautelosa.
Me mantuve en silencio, pretendiendo estar ocupada con mi laptop, pero no pude evitar escuchar la conversación. La voz del otro lado de la línea sonaba fuerte, aunque no podía distinguir las palabras exactas.
—Sí, estoy bien... No, no estoy ocupado... —Gadiel hizo una pausa, escuchando—. ¿Mamá está de vuelta? No sabía que... Sí, entiendo... ¿mañana?
Vi cómo la mandíbula de Gadiel se tensaba. Claramente, lo que fuera que su padre estaba diciendo no era del todo bienvenido.
—Papá, no sé si pueda... Tengo mucho trabajo de la universidad y... —otra pausa, más larga esta vez—. Está bien, está bien. Entiendo que es importante para mamá.
Gadiel me miró brevemente, y pude ver la lucha interna reflejada en sus ojos.
—Sí, la abuela me contó que vendría... No, no he hablado con mamá todavía, quería darle espacio después del viaje... —Gadiel se pasó la mano por el pelo, un gesto que había aprendido a reconocer como señal de estrés—. De acuerdo, estaré allí. ¿A qué hora dijiste?
Hubo una pausa final, y luego vi cómo los ojos de Gadiel se abrían con sorpresa.
—Espera, ¿qué? No, no creo que... —se interrumpió, escuchando—. Está bien, lo pensaré. Nos vemos mañana
Gadiel colgó el teléfono y se quedó mirando la pantalla por un momento, como si no pudiera creer lo que acababa de suceder.
—¿Todo bien? —pregunté suavemente, incapaz de contener mi curiosidad y preocupación.
Levantó la mirada, como si de repente recordara que yo estaba allí.
—Era mi padre —dijo, aunque eso ya lo sabía—. Mi madre acaba de regresar de su viaje. Quieren que vaya a cenar mañana
—Oh —respondí, no muy segura de qué decir. Sabía que la relación de Gadiel con sus padres, especialmente con su padre, era complicada—. ¿Y vas a ir?
Se pasó la mano por la cara, claramente en conflicto. —No lo sé. Han pasado cuatro años desde que vi a mi madre en persona. Hemos hablado por teléfono y videollamadas, pero... no es lo mismo, ¿sabes?
Asentí, animándolo a continuar.
—Y mi padre... —Gadiel hizo una pausa, buscando las palabras—. Las cosas con él siempre son complicadas. Sabes que no apruebo sus... negocios. Esas franquicias de restaurantes, toda esa línea de comida... sé que hay cosas turbias detrás de todo eso. Cosas que preferiría no saber.
—Lo sé —dije suavemente, acercándome a él y tomando su mano—. Pero Gadiel, es tu familia. Tu madre está de vuelta después de tanto tiempo, tu abuela estará allí... Tal vez sea una buena oportunidad para reconectar, para intentar mejorar las cosas.
—¿Tú crees? No sé si estoy listo para enfrentar todo eso, Marian. Hay tantas cosas no dichas, tantos conflictos sin resolver...
—Nadie dice que tienes que resolver todo en una cena —respondí, apretando su mano—. Pero es un comienzo. Además, ¿no extrañas a tu madre? Esta podría ser tu oportunidad de verla, de abrazarla después de tanto tiempo.
Vi cómo su expresión se suavizaba ante la mención de su madre.
—Tienes razón. La extraño mucho. Y sé que a la abuela le haría muy feliz vernos a todos juntos.
—Entonces ve —le animé—. No tienes que quedarte toda la noche si te sientes incómodo. Pero al menos dale una oportunidad.
—¿Qué haría yo sin ti, Marian? Siempre sabes qué decir.
—Para eso estoy —respondí con una sonrisa—. Para ayudarte a tomar decisiones difíciles y para comer pizza contigo después.
Gadiel rio, pero luego su expresión se volvió seria de nuevo.
—Hay algo más... Mi padre, él... —hizo una pausa, como si estuviera reuniendo coraje—. Dijo que, si seguía con mi "noviecita", podía llevarla.
Me quedé sin aliento por un momento.
—Oh... ¿Y qué piensas de eso?
—No lo sé, cariño. Por un lado, me encantaría que estuvieras allí conmigo. Tener tu apoyo significaría mucho. Pero por otro... no sé si quiero exponerte a todo ese drama familiar.
Me quedé en silencio por un momento, procesando la información. La idea de conocer sus padres, esta vez juntos me ponía nerviosa, pero al mismo tiempo, quería estar allí para él.
—Bueno —dije finalmente—, la decisión es tuya. Si quieres que vaya, estaré allí para apoyarte. Si prefieres ir solo, lo entenderé completamente.
—Yo... necesito pensarlo un poco.
—Tómate tu tiempo —respondí con una sonrisa comprensiva—. Mientras tanto, ¿qué te parece si nos olvidamos de todo esto por un rato y nos concentramos en esa pizza que viene en camino?
—Me parece perfecto. Y tal vez podamos ver esa película ridículamente cursi que mencionamos antes.
Mientras nos acomodábamos en el sofá, esperando la pizza y buscando una película en Netflix, no pude evitar pensar en la decisión que Gadiel tenía que tomar. Parte de mí esperaba que me pidiera ir con él, para poder apoyarlo en lo que seguramente sería una noche emocionalmente cargada. Pero otra parte entendía si quería enfrentar esto solo.
Fuera cual fuera su decisión, estaba decidida a estar allí para él, ya sea físicamente en la cena o esperándolo en casa con un abrazo y un oído dispuesto a escuchar. Mientras Gadiel finalmente se decidía por una comedia romántica cliché, me acurruqué a su lado, disfrutando de este momento de calma antes de la tormenta que se avecinaba. El sonido del timbre anunciando la llegada de la pizza nos sacó momentáneamente de nuestros pensamientos. La noche apenas comenzaba, y con ella, la incertidumbre de lo que traería la cena familiar, al final si iría con él.
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El sol se colaba por las cortinas de mi habitación cuando abrí los ojos. Por un momento, me quedé mirando el techo, tratando de ignorar la sensación de nervios que se agitaba en mi estómago. La cena con la familia de Gadiel era esa noche y, aunque habíamos acordado que iría, no podía evitar sentirme ansiosa.
Miré el reloj en mi mesita de noche: 7:15 AM. Todavía tenía tiempo antes de que comenzara el caos del día. Me senté en la cama, estirándome y dejando que mis pensamientos vagaran hacia cómo había llegado a este punto.
Un golpe en la puerta me sacó de mis recuerdos.
-¡Marian!- La voz de Lía sonaba demasiado entusiasta para esta hora de la mañana. -¡Levántate, dormilona! Tenemos un día importante por delante.
-Ya estoy despierta - respondí, levantándome de la cama -Dame un minuto.
Me puse una bata sobre mi pijama y salí de mi habitación. El aroma a café recién hecho llenaba el apartamento. Joey ya estaba en la cocina, preparando el desayuno.
-Buenos días, Marian- me saludó con una sonrisa somnolienta. - ¿Lista para el gran día?
Suspiré mientras aceptaba la taza que me ofrecía.
-Tan lista como puedo estar, supongo.
Lía entró en la cocina, radiante como siempre a pesar de la hora temprana.
-¡Buenos días a todos! Marian, espero que estés preparada. Tenemos una misión importante hoy: encontrar el atuendo perfecto para esta noche.
No pude evitar sonreír ante su entusiasmo.
-Gracias, ¡yeah!- dije con sarcasmo.
-Probablemente terminarías yendo a la cena en jeans y una camiseta -bromeó Joey, ganándose una mirada de reproche de Lía.
-Hey, no subestimes el poder de un buen par de jeans- protesté, aunque sabía que tenían razón. La moda nunca había sido mi fuerte.
Gadiel salió de su habitación en ese momento, con el pelo revuelto y los ojos aún medio cerrados. Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla.
-Buenos días - murmuró, alcanzando su propia taza de café.
Lo miré con cariño. Incluso medio dormido, Gadiel era la persona más hermosa que había visto.
-Buenos días, dormilón.
Desayunamos juntos, como hacíamos casi todas las mañanas. Era uno de mis momentos favoritos del día, estos minutos tranquilos antes de que el caos de nuestras vidas universitarias comenzara.
-¿Nervioso por lo de esta noche?-le pregunté a Gadiel mientras untaba mermelada en mi tostada.
Él se encogió de hombros, pero pude ver la tensión.
-Un poco. Hace tiempo que no veo a mi madre, y bueno, ya sabes cómo es mi padre.
Asentí, sintiendo una punzada de ansiedad. Oh, sí que sabía cómo era su padre.
Después del desayuno, Lía prácticamente me arrastró de vuelta a mi habitación. Abrió mi armario y comenzó a sacar prendas, evaluándolas críticamente.
-¿Qué te parece este?- preguntó, sosteniendo un vestido negro con un sutil estampado floral.
Lo miré, mordiéndome el labio.
-Me gusta, pero ¿no es demasiado formal?
Lía negó con la cabeza.
-Es perfecto. Elegante pero no exagerado. Vamos, pruébatelo.
Mientras me cambiaba, Lía se sentó en mi cama.
-¿Cómo te sientes realmente sobre esta noche, Marian?
Suspiré, saliendo de detrás del biombo con el vestido puesto.
-Honestamente, estoy aterrada. La última vez que vi al padre de Gadiel... bueno, digamos que no fui exactamente su persona favorita.
Lía me tomó de las manos.
-Marian, escúchame, eso fue antes, las cosas son diferentes ahora.
-¿cómo qué?- pregunté
-Ahora sí eres la novia de Gadiel.- sonrió de oreja a oreja.
-¿Y si eso lo hace peor? -pregunté, expresando el temor que había estado carcomiéndome. -¿Y si piensan que no soy lo suficientemente buena para su hijo?
Se levantó y me tomó por los hombros, mirándome directamente a los ojos.
-Escúchame bien, Marian. Eres una persona increíble. Eres inteligente, amable y tienes un corazón de oro. Si no pueden ver eso, es su problema, no el tuyo. Además, lo único que realmente importa es lo que Gadiel piensa de ti, ¿no crees?
Asentí, sintiéndome un poco más segura.
-Tienes razón. Gracias, Lía.
-Para eso estamos las mejores amigas -dijo con una sonrisa. -Ahora, vamos a terminar de arreglarte. Vas a dejarlos boquiabiertos.
El resto del día pasó en un torbellino de preparativos. Lía se encargó de mi cabello y maquillaje, transformándome de una manera que apenas me reconocía en el espejo. Joey y Gadiel pasaron la mayor parte del día estudiando para un examen que tenían la próxima semana, pero Gadiel se asomaba de vez en cuando a mi habitación, lanzándome miradas de admiración que me hacían sonrojar.
Antes de darme cuenta, era hora de irnos. Gadiel y yo nos despedimos de Lía y Joey, quienes nos desearon suerte con más entusiasmo del necesario.
El viaje en auto a casa de sus padres fue mayormente silencioso. Podía sentir la tensión emanando de él, y sabía que estaba tan nervioso como yo.
-Hey - dije suavemente, poniendo mi mano sobre la suya en la palanca de cambios. -Todo va a estar bien.
Me miró brevemente, una pequeña sonrisa curvando sus labios.
Finalmente, llegamos. La casa de los padres de Gadiel era impresionante, una gran estructura de dos pisos con un jardín perfectamente cuidado. Me quedé mirándola por un momento, sintiéndome repentinamente pequeña e insignificante.
-¿Lista?
Respiré hondo
-Creo que lista.
Salimos del auto y caminamos hacia la puerta. Cada paso se sentía como si estuviera caminando hacia mi juicio final. Gadiel tocó el timbre y esperamos.
Momentos después, la puerta se abrió, don Ripoll, el padre de Gadiel, nos recibió con una mirada que me recorrió de pies a cabeza antes de esbozar una sonrisa que no llegó a sus ojos.
-Marian, qué gusto verte de nuevo- dijo con un tono que contradecía sus palabras.
Antes de que pudiera responder, una voz femenina interrumpió desde el interior de la casa.
-¡Richard! No acapares a los invitados en la puerta.
Una mujer elegante de mediana edad apareció detrás de don Richard Ripoll, su rostro iluminado por una sonrisa genuina. Tenía el mismo color de ojos que Gadiel, y pude ver de inmediato de dónde había heredado su calidez.
Mientras la madre de Gadiel y yo intercambiábamos saludos, él se acercó con pasos medidos. Su rostro mantenía su habitual compostura, pero sus ojos revelaban un brillo inusual.
-Mamá - dijo con voz serena, aunque con un leve temblor apenas perceptible.
Se volvió hacia él, una sonrisa cálida iluminando su rostro.
-Gadiel - respondió suavemente.
Sin decir más, dio un paso adelante y abrazó a su madre. El gesto fue breve pero firme, sus brazos rodeándola con una intensidad que contrastaba con su expresión contenida. Ella cerró los ojos por un momento, devolviendo el abrazo con igual fuerza.
Cuando se separaron, Gadiel mantuvo una mano sobre el hombro de su madre, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba allí. Una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se dibujó en sus labios.
-Te ves bien - comentó con naturalidad, aunque el tono de su voz traicionaba un trasfondo de emoción.
-Tú también, hijo - respondió, dando un suave apretón a la mano de Gadiel.
El momento fue breve pero cargado de significado, la emoción del reencuentro palpable en el aire a pesar de la aparente calma de Gadiel.
-Tú debes ser Marian - dijo, extendiendo su mano. -Soy Estela. Es un placer conocerte al fin.
Me relajé un poco ante su calidez.
-El placer es mío, señora.
-Oh, por favor, llámame Estela - dijo, haciendo un gesto para que entráramos. -Vengan, pasen. La abuela Celeste ya está en la sala.
Mientras nos dirigíamos a la sala, se acercó a mí.
-Gadiel me ha hablado mucho de ti. Estoy encantada de poder conocerte al fin.
-Yo también estoy feliz de conocerla -respondí con sinceridad. -Gadiel me contó que acaba de regresar de Estados Unidos.
-Así es. Estuve trabajando en un proyecto allá durante varios años. Fue una experiencia interesante, pero estoy feliz de estar de vuelta. Y más aún de saber que mi hijo ha encontrado a alguien tan especial.
Me sonrojé ante el cumplido.
-Gracias, Estela. Gadiel también es muy especial para mí.
Entramos a la sala, una habitación elegante adornada con muebles que parecían valer más que todo lo que había en nuestro apartamento. Los detalles de madera tallada y las tapicerías finas hablaban de un buen gusto y una clase que me hacía sentir ligeramente fuera de lugar.
—Abuela —dijo Gadiel con una sonrisa, acercándose para darle un beso en la mejilla.
—¡Gadito hermoso, tan guapo como siempre!
—Hola, abuela —intervine, dándole un gran abrazo, que ella correspondió con calidez.
—Hola, mi bella nieta —dijo, guiñándome un ojo con una sonrisa cómplice—. ¿Cómo van las cosas hasta ahora? —su tono sugería algo atrevido que me hizo enrojecer al instante.
—Abuela... —replicó Gadiel, algo incómodo, mientras yo intentaba ocultar mi nerviosismo.
—Todo está como siempre —respondí.
—¿Segura? —insistió con una sonrisa traviesa—. Debo saber si tengo que prepararme para ser bisabuela.
Antes de que pudiera contestar, la voz de don Richard interrumpió desde la puerta.
—¿De qué estaban hablando? —preguntó con una ceja levantada, claramente intrigado. Hubo risas incómodas por parte de la abuela, justo cuando la madre de Gadiel apareció, habiendo escuchado todo.
—Nada, Richard —dijo—. Creo que la mesa ya está lista, eso es todo.
Nos sentamos y comenzamos una conversación ligera. Estela y la abuela eran encantadoras, haciendo preguntas sobre mis estudios y mis intereses. Don Ripoll, por otro lado, permanecía mayormente en silencio, observándome con una mirada calculadora que me ponía nerviosa.
Finalmente, Estela anunció que la cena estaba lista y nos dirigimos al comedor. La mesa estaba puesta de manera elegante, con vajilla fina y copas de cristal. Me senté junto a Gadiel.
La cena transcurrió en un ambiente de tensión apenas disimulada. Don Ripoll hacía preguntas que parecían inocentes, pero que llevaban un subtexto de juicio.
-Entonces, Marian - dijo mientras cortaba su filete. -Gadiel me dice que estudias Diseño Gráfico. ¿Qué tipo de trabajo esperas tener con eso?
Tragué el bocado que tenía en la boca, consciente de que todos me miraban.
-Bueno, hay muchas opciones en el campo del diseño. Me interesa particularmente el diseño de interfaces de usuario y la experiencia del usuario en aplicaciones y sitios web.
-Interesante. ¿Y has pensado en cómo vas a destacar en un campo tan competitivo?
Sentí que Gadiel se tensaba a mi lado.
-Papá...- comenzó, pero lo interrumpí suavemente.
-Es una buena pregunta -dije, tratando de mantener la calma. -Estoy trabajando duro para desarrollar un portafolio sólido. Además, estoy tomando cursos adicionales en programación para complementar mis habilidades de diseño. Creo que tener una comprensión tanto del aspecto visual como del técnico me dará una ventaja.
Vi un destello de sorpresa en sus ojos, aunque desapareció rápidamente.
-Hmm. Bueno, ciertamente parece que lo has pensado.
Estela intervino entonces, desviando la conversación hacia temas más amenos.
-Marian, Gadiel me contó que eres una artista talentosa. ¿Has pensado en exponer tu trabajo en algún momento?
Agradecí silenciosamente la intervención de Estela.
-Bueno, aún estoy desarrollando mi estilo, pero sí, me encantaría exponer algún día. De hecho, estoy trabajando en una serie de ilustraciones digitales inspiradas en la mitología urbana moderna.
-Eso suena fascinante -comentó la abuela, inclinándose hacia adelante con interés. -¿Podrías contarnos más sobre eso?
Mientras explicaba mi proyecto, pude sentir que Gadiel se relajaba a mi lado. Su mano encontró la mía bajo la mesa y la apretó suavemente, un gesto de apoyo silencioso que me dio fuerzas para continuar.
La conversación fluyó más fácilmente después de eso, con Estela y la abuela haciendo preguntas sobre mis estudios y mis pasatiempos. Incluso Don Ripoll pareció suavizarse un poco, aunque todavía podía sentir su mirada escrutadora sobre mí cada vez que hablaba.
Cuando llegó el postre, un delicioso tiramisú casero, Estela nos sorprendió con una pregunta.
-Entonces, chicos, ¿cómo se conocieron exactamente? Gadiel me ha contado algunos detalles, pero me encantaría escuchar la historia completa.
Lo miré, quien me devolvió una sonrisa cálida.
-¿Quieres contarla tú o lo hago yo?- me preguntó.
-Adelante - le dije, curiosa por escuchar su versión de los hechos.
—Bueno, todo empezó hace algunos meses. Yo estaba saliendo del edificio de mi carrera, estaba con Joey, ya saben... él quería ver a Lía antes de que entrara a clases, era su primer semestre y creo que hasta la hizo llegar tarde. Mientras la esperábamos en el pasillo, noté de reojo a una chica algo tímida... —hizo una pausa y me miró con una sonrisa—. Era la única que no estaba pegada a su celular, lo que me pareció bastante curioso en ese momento, pero no le di mayor importancia... al menos no al principio.
Mis ojos se abrieron un poco al darme cuenta de que él ya me había notado desde antes y no lo sabía.
—Más tarde —continuó Gadiel—, Joey y yo nos encontramos con Lía en el recreo y, para mi sorpresa, la misma chica tímida que había visto esa mañana estaba con ella. Yo seguía en mi mundo, y ella en el suyo. Éramos como polos opuestos que apenas se rozaban. Pero, con el tiempo, empezamos a hablar, a conocernos mejor, y poco a poco, esa distancia se fue desvaneciendo. Y en algún punto, aunque no estoy seguro de cuándo exactamente, surgió algo más profundo... algo que lo cambió todo.
La mirada de Gadiel se suavizó, y sentí un calor reconfortante en el pecho. Aquella historia, sencilla pero sincera, me hizo recordar lo especial que había sido todo desde el principio.
Me sonrojé ante su descripción, pero no pude evitar sonreír al recordar ese día.
-¿Y todo eso pasó en un mes? Apenas te dije sobre la cena de la empresa, me dijiste que tenías que salir con tu novia e hiciste un gran escándalo de la nada, realmente me sorprendes hijo, al menos con ella sigues teniendo una relación y no andas de un lado a otro.
-¿En serio, papá? ¿debes empezar de nuevo?
-Sólo digo lo que veo.
-Ya Richard, deja de balbucear, no le hagan caso, sigue hijo.
Gadiel se encogió de hombros, esperó un momento y dijo sonriendo.
-¿Qué puedo decir? Marian tiene ese efecto en mí.
-Y después de eso, ¿comenzaron a salir?- preguntó la abuela encantada con la historia.
-Oh, no - respondí. -Fuimos amigos durante mucho tiempo antes de que las cosas cambiaran.
-¿Y qué hizo que cambiaran?- preguntó don Ripoll , hablando por primera vez en un rato. Su tono era neutral, pero pude detectar un matiz de curiosidad genuina.
Gadiel y yo intercambiamos una mirada.
-Creo que simplemente nos dimos cuenta de que lo que sentíamos el uno por el otro era más que amistad - dije finalmente. -Nos tomó un tiempo admitirlo, pero cuando lo hicimos... bueno, todo encajó.
-Marian me hace mejor persona -añadió, su voz llena de una emoción que me hizo sentir cálida por dentro. -Me desafía a pensar de manera diferente, a ver el mundo desde nuevas perspectivas. Y su pasión por el arte y el diseño... es inspiradora.
Vi algo cambiar en la expresión de don Ripoll mientras Gadiel hablaba. Por un momento, pareció... ¿orgulloso? Pero tan rápido como apareció, la expresión se desvaneció, reemplazada por su habitual máscara de neutralidad.
Después del postre, mientras Gadiel ayudaba a su abuela a recoger la mesa, don Ripoll pidió hablar conmigo en privado. Me llevó al estudio, cerrando la puerta tras nosotros.
El estudio era una habitación impresionante, con estanterías llenas de libros desde el suelo hasta el techo y un gran escritorio de madera oscura. Se sentó detrás del escritorio y me hizo un gesto para que tomara asiento frente a él.
-Marian- comenzó, su tono engañosamente suave. -Espero que entiendas que la familia de Gadiel tiene ciertas... expectativas.
Me tensé, presintiendo lo que vendría.
-Señor, con todo respeto, creo que...
Me interrumpió con un gesto.
-Déjame ser claro. Gadiel tiene un futuro brillante por delante. Un futuro que no incluye distracciones o... experimentos juveniles y tú lo sabes muy bien.
Sentí que la sangre me hervía.
- ¿Está sugiriendo que yo soy una distracción?
-Estoy diciendo que sería mejor para todos si te fueras distanciando poco a poco. No te hagas ilusiones de que ya eres parte de esta familia, solo porque cenaste con nosotros.
Apreté los puños, luchando por mantener la calma.
-Señor, aprecio su preocupación por Gadiel, pero creo que él es perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones.- lo que odiaba que mis padres hicieran conmigo, decidir por mí, eso es lo que quería hacer con él
Sonrió fríamente. -Oh, estoy seguro de que lo es. Pero verás, si tú sigues en su vida, me veré obligado a... persuadirlo para que tome un papel más activo en la empresa familiar. Y ambos sabemos cuánto valora Gadiel su independencia, ¿no es así?
Me quedé sin aliento, comprendiendo la amenaza implícita.
-Usted no puede...
-Puedo y lo haré -interrumpió Richard. -Por el bien de Gadiel, por supuesto. Así que, ¿por qué no disfrutas de este pequeño romance mientras dure? Porque te aseguro, no será por mucho tiempo.
Antes de que pudiera responder, la puerta del estudio se abrió y Gadiel entró, su rostro mostrando preocupación. -¿Está todo bien aquí?
Don Ripoll sonrió, su expresión cambiando instantáneamente a una de cordialidad.
-Por supuesto, hijo. Solo estaba teniendo una agradable charla con Marian.
Forcé una sonrisa, mi mente aún estaba procesando sus palabras.
-Sí, todo está bien. ¿Nos vamos ya?
Gadiel asintió, aunque pude ver que no estaba completamente convencido. Nos despedimos de Estela y la abuela, quienes nos invitaron calurosamente a volver pronto. Don Ripoll nos acompañó a la puerta.
Su sonrisa era cordial, pero su mirada afilada estaba dirigida hacia mí. Cuando puso una mano sobre mi hombro, su agarre fue un poco más firme de lo necesario, casi como una advertencia.
—Cuídate, Marian. Y recuerda lo que hablamos —dijo con un tono suave, pero sus palabras estaban cargadas de intenciones. Sentí un escalofrío recorrerme mientras intentaba forzar una sonrisa.
Gadiel, que había estado observando desde el umbral, frunció el ceño ligeramente, captando la tensión en el aire. Su mirada pasó de su padre a mí, con una mezcla de preocupación y desconfianza.
—¿Todo bien, papá? —preguntó, manteniendo una postura neutral, aunque sus ojos lo delataban. Había algo en la forma en que observaba a su padre que indicaba que no estaba del todo convencido.
Don Ripoll soltó mi hombro con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Por supuesto, hijo. Todo está en orden —dijo, su voz adoptando un tono afable y fingido—. Solo estaba dándole algunos consejos útiles a Marian. Es importante que todos entiendan su lugar, ¿no crees?
Gadiel tensó la mandíbula, como si estuviera conteniendo un comentario que no estaba dispuesto a decir frente a mí. Su relación con su padre siempre había sido algo complicada, pero esta vez parecía haber una grieta más profunda.
—Nos vemos pronto, papá —dijo Gadiel, finalmente rompiendo el silencio con una frialdad que me sorprendió.
—Cuídate, hijo —respondió, dándole una palmada en la espalda que a Gadiel claramente le incomodó. El contacto forzado entre ellos hablaba más de lo que las palabras podían expresar, yo solo me alejé.
Mientras caminábamos hacia el coche, sentí la tensión en Gadiel. Sus manos estaban ligeramente apretadas en los costados, y aunque no dijo nada, sabía que algo en esa "agradable charla" lo había dejado inquieto.
El viaje de regreso a nuestro apartamento fue silencioso. Él me lanzaba miradas preocupadas de vez en cuando, pero yo estaba demasiado sumida en mis pensamientos para notarlo realmente.
Cuando llegamos, Lía y Joey nos estaban esperando en la sala.
-¿Y bien?- preguntó Lía, prácticamente saltando de su asiento. -¿Cómo fue todo?
Miré a Gadiel, quien me devolvió una sonrisa cansada pero cariñosa.
-Fue... interesante- respondí, tratando de sonar más optimista de lo que me sentía.
-¿Interesante bueno o interesante malo? -presionó Joey.
Gadiel se encogió de hombros.
–Un poco de ambos, supongo. Mi madre y mi abuela adoraron a Marian, por supuesto.
-¿Y tu padre? -preguntó Lía, siempre directa.
Hubo una pausa incómoda.
-Bueno, ya conocen a mi padre -dijo finalmente Gadiel.
Pude ver que Lía quería hacer más preguntas, pero afortunadamente, Joey intervino.
-Hey, ¿qué les parece si pedimos algo de comer y vemos una película? Ustedes deben estar agotados.
-Eso suena perfecto.- mencioné.
Mientras Gadiel y Joey discutían qué pedir, me excusé para ir a mi habitación. Necesitaba un momento a solas para procesar todo lo que había pasado.
Me senté en mi cama, mirando por la ventana. Hace solo dos meses, cuando Gadiel y yo empezamos a salir, todo parecía tan simple y emocionante. Ahora, con la amenaza de don Ripoll flotando sobre nosotros, me sentía perdida.
¿Debería contarle a Gadiel sobre la conversación con su padre? ¿O eso solo empeoraría las cosas? Por un lado, sentía que tenía derecho a saber. Por otro, no quería ser la causa de más problemas entre él y su padre.
Un suave golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.
-¿Marian? - Era él. -¿Puedo pasar?
-Claro -respondí, tratando de componer mi expresión.
-¿Estás bien? Has estado muy callada desde que salimos de casa de mis padres.- preguntó mientras se sentaba a un lado de la cama.
Por un momento, consideré contarle todo. Pero al ver la preocupación en sus ojos, no pude hacerlo. No esta noche, al menos.
-Estoy bien - mentí, forzando una sonrisa. -Solo un poco cansada. Ha sido una noche intensa.
Me miró por un momento, como si supiera que había algo más. Pero en lugar de presionar, simplemente me abrazó.
-Gracias por venir conmigo esta noche.
Me refugié en su abrazo, deseando poder quedarme así para siempre, lejos de las amenazas y las complicaciones. Pero sabía que eventualmente tendría que enfrentar la realidad.
Nos quedamos así por un rato, abrazados en silencio. Finalmente, se apartó suavemente.
-¿Quieres unirte a los demás para la película? Si prefieres descansar, puedo decirles que no te sientes bien.
Consideré la oferta por un momento, pero decidí que la distracción me vendría bien.
-No, está bien. Vamos a ver esa película.
Regresamos a la sala, donde Lía y Joey ya habían preparado el sofá con mantas y almohadas. La comida llegó poco después, y pronto estábamos todos acurrucados, viendo una comedia romántica que nadie estaba realmente siguiendo.
Sentada allí, rodeada de las personas que más me importaban, me sentí en paz. Sabía que tendría que lidiar con aquella amenaza eventualmente, pero por ahora, me permití disfrutar de este momento.
Mientras la película avanzaba, mi mente comenzó a divagar, pensando en el futuro. ¿Cómo afectaría esto a mi relación con Gadiel? ¿Podríamos superar este obstáculo? Y más importante aún, ¿cómo podía proteger a Gadiel sin sacrificar nuestra relación?
Lo observé de reojo, absorto en la película, con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. En ese instante, una certeza se instaló en mi corazón. No importaba lo que don Ripoll intentara, no iba a dar marcha atrás sin pelear. Lo que Gadiel y yo habíamos construido era especial, algo profundo y sincero, y merecía cada esfuerzo. No permitiría que nadie, ni siquiera su padre, nos arrebatara lo que habíamos forjado juntos. Esto era nuestro, y valía la pena luchar por ello.
Con esa resolución en mente, me acurruqué más cerca de Gadiel, determinada a enfrentar lo que viniera. El camino por delante podría ser difícil, pero estaba segura de que juntos, podríamos superar cualquier obstáculo.
La película terminó, pero ninguno de nosotros se movió para apagar la televisión. Nos quedamos allí, en un cómodo silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
-¿Saben qué?- dijo Joey, rompiendo el silencio. -Deberíamos hacer un viaje juntos. Alejarnos de todo por un fin de semana.
Lía se animó ante la idea.
¡Eso suena genial! Podríamos ir de camping, o tal vez a las montañas.
-Me gusta cómo suena eso - dijo Gadiel, mirándome. -¿Qué piensas, Marian?
Por un momento, consideré declinar. Con todo lo que había pasado, la idea de alejarme me parecía irresponsable. Pero luego pensé en lo mucho que todos necesitábamos un descanso, especialmente Gadiel y yo.
-Creo que es una idea excelente -dije -Necesitamos algo de tiempo lejos de... todo.
Pasamos la siguiente hora planeando nuestro improvisado viaje, decidiendo por un pequeño pueblo en las montañas a unas horas de distancia. La emoción de planear algo juntos disipó la tensión que había estado flotando en el aire desde que Gadiel y yo regresamos.
Cuando nos fuimos a la cama, me sentía más ligera de lo que me había sentido en todo el día. Los problemas seguían ahí, esperando ser enfrentados, pero por ahora, tenía algo positivo en qué enfocarme.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, tomé una decisión. Mañana hablaría con Gadiel sobre la conversación con su padre. No sería una conversación fácil, pero sabía que era necesaria. No podíamos construir un futuro juntos sobre secretos y amenazas no dichas.
Justo cuando estaba a punto de apagar mi teléfono, llegó un mensaje que hizo que mi corazón diera un vuelco. Era de mi madre.
-Marian, te necesitamos. Debemos hablar.
Mi mente comenzó a llenarse de preguntas, inquietud. El mensaje era tan vago como inquietante. Dejé el teléfono a un lado, con una sensación de incertidumbre que me impidió conciliar el sueño de inmediato.
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