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Capítulo 8: ¿Quién diablos es Alistair?

CAPÍTULO 8

¿QUIÉN DIABLOS ES ALISTAIR?

No quería dejar a Lou así como se encontraba, tan desorientado y desconcertado, pero si tardaba más en volver a casa mi madre se pondría histérica. Así que con todo el dolor de mi alma, que reclamaba el lado continuo al de Louis, salí de su casa a eso de las siete de la mañana y corrí a la mía.

Gracias a algún dios pagano desconocido, mi madre yacía en su habitación completamente dormida a lado de mi padre. Me pregunté si acaso se habrían dado cuenta de que no pasé la noche en casa. Esperaba que no.

Rápidamente me fui a mi habitación, aprovechando la situación y me aseé inmediatamente, quitándome la ropa que Louis me había prestado. Cuando bajé a la cocina, me percaté del porqué que mis padres estuvieran fuera de combate. Mi tío Julio había hecho de las suyas con el alcohol, mal influenciando a mis padres, aunque esta vez, y sólo por esta vez, no me molesté.

Desayuné completamente sola, preguntándome si Louis me había contado la verdad sobre su sueño, sobre que sólo vio eso y nada más. Porque de lo contrario se enteraría de cosas que estaba segura que aún no estaba listo para saber.

Mis padres recobraron el sentido pasadas las diez de la mañana y por sus rostros me percaté de que no sabían nada sobre mi estancia en la casa de Louis la noche anterior. Desayunaron rápidamente y luego nos reunimos en la sala, para abrir los regalos.

Estábamos todos en el sofá con el pequeño y enclenque árbol de plástico frente a nosotros y las tres cajas envueltas debajo de este.

—Tú primero —dijo mi padre, con una sonrisa.

Hacía años que los regalos no me interesaban, de hecho habían dejado de interesarme mucho antes de dejar de ser una niña. Nunca creía que lo que hubiera dentro, fuese lo que fuese, pudiera hacerme sentir mejor. Pero este año era diferente, extrañamente todo se me hacía diferente. A todo le encontraba gracia, todo me gustaba y nada lograba molestarme en verdad. Era como haber estado privada de algunos de mis sentidos durante años y que ahora podía ver todo con nuevos ojos, todo era brillante y alegre.

Tomé la caja que tenía mi nombre en ella y la abrí. Era una caja pequeña por lo que no me imaginaba que podía estar adentro. Al desenvolverla pude ver que se trataba de la caja de algo electrónico. Era un teléfono celular de última generación. Al sacarlo de su envoltorio, todo nuevo y sofisticado, y tenerlo en mis manos me sentí terriblemente mal. Era algo extremadamente caro, algo que seguro habían tardado meses en pagar.

Fue entonces que rememoré todo los regalos de cumpleaños y navidades pasadas, había ocurrido exactamente lo mismo. Celulares, consolas de videojuegos cuando niña, zapatos, maquillaje, toda clase de cosas caras que seguramente no se compraban sin esfuerzos. Yo nunca pedía nada de eso, y jamás me hizo feliz, pero ellos lo hacían porque creían que de esa forma sería aunque sea un poco feliz, que podrían traer algo de felicidad. ¿Qué niño no estaría feliz con todo eso?

Con el teléfono en la mano me volví para verlos.

—Ya pueden dejar de hacer eso —dije.

Mis padres se enviaron miradas tensas entre ellos.

—Es navidad, —dijo mi padre —y ese es tu regalo. ¿Qué crees que está mal?

—Es un regalo muy caro, a eso me refiero —les expliqué y me fui a sentar en el lugar que había entre ellos.

—Mi amor —dijo mi madre, acariciándome la mejilla —Te lo quisimos comprar porque eres nuestra hija, la única que tenemos. ¿No te gusta?

—No —les dije —No me lo compraron por eso. Yo sé que me aman pero no fue por eso. Fue porque creen que soy desdichada, que no puedo sonreír por mí misma, temen que intente suicidarme. Lo veo en sus ojos.

Mi madre crispó el rostro con pesar.

—¡Por supuesto que no! —Gritó.

—Mamá, ya estoy bien —susurré y luego miré a mi padre —En verdad ya estoy bien. Ya no hay tristeza, ni llanto, ni deseos de morir, ya no tengo ansiedad. Ya no despierto con deseos de volver a dormir.

No les iba a decir que eso se debía a Louis, porque sabía que no lo entenderían, jamás nadie podría entenderlo.

Mi madre reprimió los labios, a punto de llorar.

—No es mentira ¿Verdad? —preguntó ella.

—No —le dije, sonriendo —esta vez no. Nunca más.

Mi madre aspiró fuertemente, y luego su semblante cambió.

—Bueno, entonces estas castigada porque pasaste toda la noche fuera de casa.

Mi sorpresa fue tal que casi pude sentir mi boca cayendo al suelo.

—¿Qué…? —Pregunté.

—Lo que oíste. Y ni creas que te salvaras de las preguntas.

—Pero…

—Una semana —dijo mi madre —Sin peros.

Indignada, y sintiéndome por primera vez como una adolecente, me puse de pie en camino a mi habitación.

—Feliz navidad, mi amor —dijo en voz alta mi padre, mientras me iba.

—Vale, gracias —dije.

Con mi flamante nuevo teléfono llamé a Louis, él contestó inmediatamente.

—Feliz navidad —fue lo primero que dijo, aunque ya me lo había dicho. Se escuchaba feliz, a pesar de lo ocurrido anoche. Casi podía imaginarlo acostado en su cama, con una ligera sonrisa en su rostro.

—Feliz navidad, Louis —Dije yo a mi vez, sintiendo que ese nombre y el chico del otro lado de la línea eran completamente de mi propiedad. —Te quiero —agregué después de unos segundos. Puede escucharlo reír suavemente. Feliz de escucharme.

—Sabes que yo también —Contestó.

En ese momento la puerta de mi habitación se abrió bruscamente y entró mi madre.

—Lou, tengo que colgar —dije en voz baja, al teléfono.

Ciao, entonces —contestó él y luego la llamada se interrumpió.

Mi madre estaba de pie en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Lou?—preguntó, levantando ligeramente el mentón.

—Sí —asentí.

—No. Ya sé que era él. Lo llamas Lou. Es eso lo que quiero decir.

Volví a asentir con la cabeza, sintiendo que mi madre quería buscar la manera de regañarme.

—Es sólo una abreviación —dije encogiéndome de hombros y restándole importancia, aunque en realidad no era sólo por eso. La verdadera razón era que Lou sonaba más parecido a Lo, y eso me reconfortaba.

—Llevas menos de un mes con él y ya lo llamas así —comentó ella, y parecía triste.

—¿Eso es malo, mamá? —pregunté, confundida.

—No —contestó y por fin se apartó de la puerta para ir a sentarse en el borde de la cama, a mi lado.

—¿Entonces por qué…?

—Me asustas —respondió con voz firme, mirándome con ojos llorosos. —Te vi ayer durante la cena con él. Cómo te comportas a su lado. No actúas como una adolecente enamorada por primera vez. Es más como si lo conocieras de toda la vida. Ustedes se coordinan, se miran como si hubiesen pasado la vida juntos, como si supieran lo que el otro piensa. Se miran como se miran las parejas de ansíanos que ya no pueden mal interpretar sus gestos o señas. Como si se conocieran tan bien como ellos mismos.

—Mamá…—dije, intentando que se detuviera pero ella continuó.

—Y ahora pasas la noche en su casa…

—Te juro que no hice nada inapropiado —me apresuré a decirle.

—¡Cristina, yo no sé qué consideras inapropiado tú! —Me gritó —¿Te acostaste con él sí o no?

—No —dije.

Ella me miró con tanto pesar que me dolió.

—Pero querías hacerlo —dijo.

Me quedé callada, y quieta en una esquina de mi cama.

—Tienes diecisiete años. Es la primera vez que tienes novio, por favor no te comportes así. No me hagas esto. No puedes querer a alguien de ese modo.

No respondí, ni ella agregó nada más. La quietud se apoderó de la habitación y de nuestras voces. Nos quedamos calladas tanto tiempo que el silencio comenzó a sentirse como agujas bajo las uñas.

—Él es como yo —dije al fin, mi voz apenas se escuchó.

—¿Ahora de que estas hablando? —preguntó en un suspiro ella.

—Tiene sueños iguales a los míos. Habla idiomas que jamás aprendió. Recuerda cosas que nunca ha visto.

Mi madre desvió la mirada a la pared, estaba a punto de ponerse a llorar pero no quería hacerlo frente a mí.

—Dijiste que ya dejarías de hacer eso.

Al escucharla decir eso fui yo la que tuvo que contener las lágrimas.

—¿Ves? —Me indigné —Es por eso que nunca te cuento nada de esto. Es por esa forma en la que me miras, como si estuviera loca, que no te lo puedo decir.

—Dímelo ahora, con puntos y señales para que lo entienda.

Estaba ya tan frustrada, enojada y dolida que si comenzaba a hablar lo diría todo sin poder detenerme hasta el final.

—Mamá, lo que hay en mi cabeza, los sueños y recuerdos, son todos reales, yo sé que no estoy loca, lo viví. Fue hace años, no sé cuántos exactamente pero sí ocurrió. Y Louis estuvo conmigo, él lo vivió a mi lado. Fuimos pareja desde muy jóvenes hasta que literalmente la muerte nos separó. No sé porque volvimos, tengo la sensación de que esto no debió pasar, que yo no debería estar aquí sin embargo aquí estoy y él está conmigo.

Se  quedó callada y desvió la mirada de mí un momento.

—Esto no es una broma tuya, ¿Verdad? No esta vez…

—Te juro que no —dije y me puse a llorar porque por primera vez sentí que me creía.

Mi madre me tomó el rostro con ambas manos y me hizo mirarla a los ojos.

—Cálmate, cálmate, —me dijo —me contaras todo con detalle, pero cálmate por un momento…

—¿Pero me crees? ¿En verdad me crees?

—Lo has dicho ya tantas veces que no creo que sea mentira.

Después de eso me dediqué a contarle desde el primer sueño hasta el último que había tenido, por supuesto exceptuando los que tuvieran que ver con pentagramas en el suelo. Por alguna extraña razón temía que me regañara por algo que había hecho en mi vida pasada, sabía que era estúpido pensar eso, pero también era porque no quería que se asustara. Sin duda se horrorizaría si sabía algo de aquello.

Le hice prometerme, también, que dejaría que yo misma se lo explicara a mi padre y que no me llevaría de vuelta con un loquero. Que no permitiría jamás que me llevaran ni que me volvieran a medicar, eso era algo que no podía soportar.

Por otro lado, mi castigo no  había sido levantado. Así que pasé una insoportable y eterna semana sin Louis.

Para el miércoles mi castigo estaba oficialmente terminado, por lo que desde que el sol salió a iluminar el día yo ya estaba ansiosa por ver a Louis. Lo sorprendería yendo a su casa.

Cuando mi madre me vio encaminarme a la salida con paso decidido, aunque ya me había dado permiso de ir, agitó la cabeza en forma negativa. Ella no comprendía aún cuanto quería a Lou y el daño que me hacía estar lejos de él después de extrañarlo tantos años.

Al salir de casa caminé lentamente por la acera, ya sin sentir que todo lo que estaba a mí alrededor no era digno de admirar. Todo lo era ahora, los árboles en las esquinas,  los pájaros brincando en las ramas de estos, los niños corriendo por allí, gritando con sus chillonas voces. Los rayos del sol que se estrellaban cálidos en mi piel. Los dibujos ilustrados por los niños en las paredes de las primarias que estaban un poco más allá, muy cerca de la escuela a la que asistía con Louis. Súbitamente todo era hermoso y nada había cambiado.  

Casi brincando llegué a la casa de Louis pero al tocar la puerta no fue él quien me atendió en la entrada. Fue su madre, una mujer hermosa que seguro ya estaba rondando los cuarenta;  alta, de cabello castaño claro, piel blanca y ojos del color de la miel. Vestida formalmente con traje de oficina y el cabello bien recogido.

—¿Eres Cristina? —preguntó con un acento español muy marcado. Sonaba como aquellas películas que nunca fueron dobladas al español latino sólo que no me resultaba extraño sino encantador.

—Sí, señora. Buenos días —dije, un poco cohibida por su mirada de curiosidad.

—Buenos días —dijo ella alegremente e inesperadamente se acercó a abrazarme. Me quedé aquieta sin poder regresar aquella felicidad. Luego de soltarme me llevó rápidamente al interior.

—Louis me ha dicho que habéis estado un poco enferma y que por eso no te ha traído a casa. Mi esposo y yo estábamos ansiosos por conocerte.

—Oh —dije —Louis ha sido muy amable, en realidad estaba castigada. Llegué un poco tarde a casa y mi madre se molestó.

Ella sonrió ligeramente como si aprobara la postura de mi madre.

La madre de Louis me llevó hasta la sala en donde él estaba sentado en el sofá, mirando la gran televisión de pantalla plana que estaba en frente.

—Ha estado teniendo problemas para conciliar el sueño —comentó —así que se encuentra un poco casado.

—No lo molestare demasiado, sólo estaré un momento. —dije.

Ella me sonrió y luego llamó a Louis, éste al voltear se sorprendió al verme. La madre de Louis llenó de besos el rostro de su hijo y luego nos dejos solos, no sin antes despedirse de mí.

Él se levantó de su asiento y vino hasta a mí, me envolvió en uno de esos abrazos tan acogedores que sentía que en cualquier momento nuestros cuerpos se fundirían uno con el otro. Su pecho olía a jabón, a limpio y a él. Al soltarme pude darme cuenta de que aún permanecía en ropa de dormir, pero también me di cuenta de otra cosa que me hizo alarmar, su rostro había cambiado un poco, debajo de sus ojos del color del chocolate se encontraban unas ojeras enormes, su cabello estaba todo desordenado como si se hubiese pasado las manos por él repetidas veces y sus bellos labios estaban todos rotos y dañados como si se los hubiese mordido hasta lograr que sangraran.

—Oh dios —suspiró él antes de que yo pudiera decir cualquier cosa y me volvió a apretar contra su pecho —Te extrañé como al viento —pasó insistentemente sus manos por mi espalda, como si estuviera asegurándose de que era yo y que estaba intacta. Enterrando su otra mano en mi cabello y aspirando su olor —te extrañe —repitió.

—Yo también, —dije, sintiendo mi corazón acelerarse en mi pecho —Como al agua...

—Como al sol sobre la piel —completó él.

—¿De dónde sacaste eso? —pregunté desconcertada, mirándolo a los ojos. Eso era algo extraño, incluso para nosotros.

—No lo sé, —dijo —apareció en mi cabeza de repente. Son palabras que se repiten y se repiten como en una canción o un poema.

—Quizás las pronunciamos mucho en algún momento —dije.

—Quizá —repitió él, con cansancio.

Me llevó tomada de la mano al sofá y allí nos sentamos muy juntos, realmente si mirar lo que había en la televisión.

—¿Estas teniendo problemas para dormir? —pregunté, luego de un momento, aunque realmente era más que notorio.

—No, —respondió él, rápidamente —estoy teniendo problemas para mantenerme despierto.

—¿¡Qué!? —Exclamé, sorprendida y me revolví en el sofá para quedarme sentada de tal modo que pudiera verle la expresión.

—No quiero dormir —susurró.

—Lou…—gemí.

—Aparece en mi cabeza en cuanto cierro los ojos —explicó —todo otra vez. La estrella en el suelo, el humo, el miedo…Todo.

—Debes dormir, —dije —te ves agotado.

—No quiero hacerlo —dijo inmediatamente, meneando la cabeza  —Si lo hago tendré que ver eso…—Me miró con sus ojos  cafés en los que se veía el miedo, el cansancio y la confusión, y eso me partía el alma.

Había sido lo suficientemente idiota como para pensar que él estaría bien, que iba a estar bien con algo con lo que ciertamente yo no lo estuve. Con aquel aterrador sueño en el que yo hacía cosas realmente estúpidas como tratar con monstruos.

—Lou…—dije, acariciando su mejilla —Yo estoy aquí ahora, puedes intentar dormir—No sabía si él sentía la misma seguridad que yo estando con él, como si de pronto nada nos pudiera hacer daño por el simple hecho de estar juntos. —Juro que te despertare si algo ocurre. Estaré para tomarte en brazos cuando te asustes.   

Me miró con sus ojos dormilones que reclamaban un poco de descanso.

—Te creo —asintió —Te creo…—Me besó una mejilla y luego se acomodó en el sofá. Puso un cojín sobre mi regazo y recostó la cabeza sobre él.

—Estarás bien —susurré apartándole los cabellos de la frente.

—¿Cómo lo hiciste tú? —Inquirió, levantando una mano que amoldó a mi mejilla —¿Cómo lograste superar esto…? —Un bostezo lo interrumpió.

—No fue fácil. En realidad no lo fue. Terminé con medicamentos y un doctor.

—¿Y eso ayuda? ¿Un doctor puede ayudar en esta situación? —preguntó mientras se le cerraban los ojos.

—No realmente. No ayuda porque trata de convencerte de que nada es real, que es  producto de tu mente, pero yo siempre supe que tú eras real, te sentía muy real en mis sueños.

—Lo siento… debería haber estado allí contigo. Yo debería recordarlo todo para ayudarte…

Su mano que mantenía acunando mi mejilla cayó bruscamente cuando él por fin se durmió. Se quedó dormido tan rápido y tan profundamente que me pude dar una idea de cuan cansado estaba realmente. Seguramente no había dormido desde aquel día.

Dormido, todos sus rasgos se suavizaban, dejaba de reprimir los labios y de fruncir el ceño. Su mandíbula dejaba de estar tensa y todo en él era más bello. Desde su rostro blanco hasta su pequeña manzana de adán en su cuello. Todo en él me resultaba digno de admiración y de contemplación.

Así como estaba dormido, me dediqué a besarlo ligeramente en los labios, en el cuello, en la frente, sin poder creer que él estaba de nuevo conmigo, incluso por un momento me pareció que no importaba que cosa hubiese hecho en mi otra vida, por más estúpida que fuera, si eso hacía que él estuviera conmigo ahora.

Contemplándolo, ya ni los malos días de llanto, de tristeza y locura importaban. Ya nada importaba, podía perdonarme todo eso, a mí y al mundo. Podía ser feliz una vez más.

Louis durmió plácidamente durante casi dos horas, pero luego comenzó a moverse inquieto en el sofá.

—¿Lou? —Lo moví ligeramente en el hombro —¿Lou, pasa algo? —me sentía completamente responsable de lo que pudiera estar soñando.

—No lo hagas…—susurró. Por un momento creí que podía estarse refiriendo a que lo estaba despertando, pero continuó hablando entre sueños, con los ojos firmemente cerrados —No lo hagas, Ali…

Al escucharlo pronunciar aquel nombre mi corazón dio un vuelco espantoso. Estaba teniendo recuerdos sobre Alistair.

—¡Lou ya despierta! —le dije, agitándolo ahora con verdadera intención de levantarlo.

—No, no…—se estremeció y me apartó de él, pero aún sin abrir los ojos.

—¡Vamos, vamos, es un mal sueño, Lou!

—¡No lo hagas! —Gritó y se incorporó tan bruscamente que se resbaló del sofá y cayó de bruces al suelo.

—¡Louis, Louis! —Me arrodillé a su lado —¿Estas bien?

Me miró desconcertado, con los ojos abiertos desmesuradamente, como si nunca me hubiese visto en realidad.

—¿Quién es Alistair? —preguntó, como si en verdad ni él mismo supera porque preguntaba.

—¿Quién? —pregunté. Responder una pregunta con otra era algo que había aprendido del doctor Landis. Lo hacía cuando quería saber más antes de contestar.

—Es un tío que apareció en mi sueño. Estaba allí, con nosotros.

—¿Un tío? —pregunté confundida.

—¡Un chico! —se fastidió al darse cuenta de que estaba rodeando —Alto, de piel pálida y cabello negro azulado. Estaba con nosotros.

—Louis…

—¿Quién es él y por qué estoy llorando por su causa? —se pasó la mano bruscamente por la cara para restregarse las lágrimas.

—No lo sé —dije, sintiéndome la mentirosa más grande y vil del mundo.

—No me mientas —me pescó —No sé cómo lo sé, pero cuando pones esa expresión sé que estas mintiendo.

Mi corazón se dobló sobre sí mismo al escucharlo decir eso. Estaba súbitamente tan enojado.

—No sé —insistí.

Louis apretó la mandíbula, con enojo, dándome a entender que no me creía.

—Era como tu hermano —terminé por decir en un susurro, incapaz de decirlo en voz alta.

Louis se levantó del suelo, completamente ofendido, indignado y dolido.

—Mi hermano, —resopló —y tú decidiste ocultármelo.

—Dije que era como tu hermano, no que realmente lo fuera —dije, intentando justificar lo egoísta que había sido.

—¡Eso no importa! —me gritó y me dolió más que cualquier otro gritó que me hubiesen dado en la vida. —Es mi hermano y me lo ocultaste. No sabes cómo me hace sentir que me ocultes algo como eso. Eres la persona en la que más confío en el mundo y me mientes. No puedo confiar en mi mente, ni en mis recuerdos de porquería que no tengo, así que confió en ti y tú...

—¡Louis, lo siento! —Grité, impidiendo que continuara. No soportaría otro grito más de él porque tenía razón. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.

—¿Por qué no me contaste sobre él?

Esa era la pregunta que me estaba temiendo. Yo sabía cuánto había amado Louis a Alistair y lo mucho que se molestaría conmigo por habérselo ocultado. Era la segunda persona que él más quería en el mundo. Alistair y yo éramos todo su mundo.

—No sabía cómo decirte —dije mirando al suelo de losetas claras.

—Sólo tenías que decirlo.

—No es tan fácil…—dije, intentando contener las lágrimas. Un grito suyo me dolía más que cualquier otra cosa que me pudieran hacer. No recordaba una sola vez en que se hubiese enfadado conmigo. Ni una sola. Pero esta vez tenía que ver con Alistair, la única razón por la que lo haría y eso me fraccionaba él alma.

—Lo hice, —dije, luego de un momento en el que logré estabilizar mi voz de los sollozos. —porque quería evitarte el dolor de saber que él existió y no poder recordarlo. Eso es horrible, es una sensación terrible. No quería que sufrieras lo que yo sufrí por ti. El extrañar sin saber a quién, sin ver su rostro, ni saber nada de él, sólo sentir que te falta algo. Tú no recuerdas casi nada y quizá por eso no puedas entender lo mucho que duele despertar con los brazos vacíos, lo mucho que te desquicia querer abrazarte sin poder hacerlo, querer sentir tu cuerpo y que tú no estés ahí. Que nunca estés y día tras día todo se vuelva más agobiante hasta el punto en que sientas que la única salida en un quinto piso. No quería que lo extrañaras, no quería que lo extrañaras, Lou…—Ya no pude continuar y me encerré en un definitivo llanto. Me abracé las rodillas y lloré como una chiquilla que ha sido reprendida severamente.

—Oh no —Gimió él —No Cristi, lo siento, lo siento…—Se inclinó sobre mí y me abrazó fuertemente. Sin poder resistirlo solté mis rodillas y enredé mis brazos alrededor de su cuello. —Fui un idiota, no debí gritarte, lo siento, no debí hacerlo…

—No, no debiste —sollocé en su oído —Tú nunca me has gritado, Louis, nunca lo hiciste…Y ahora me gritas por Alistair…

—Lo siento, no sé qué me pasó, por un  momento me sentí muy enojado…—dijo mientras me abrazaba como si quisiera parar mi llanto con su calor. Pero yo no podía dejar de sentirme herida por él. Por ellos.

—Lo siento, lo siento —dijo con voz lastimera —para de llorar.

—No puedo…—Gemí.

—¿Es por él? —preguntó de pronto y me soltó un momento para ver mi rostro. Me clavó sus profundos ojos cafés, mientras me apartaba los cabellos.

—No…—dije, pero mi tono fue más de pregunta que de negación.

—¿Ocurrió algo entre los tres…? —Preguntó —¿Algo indebido?

—No —dije, sintiendo la sangre subir a mis mejillas.

—Estas celosa…—dijo de pronto, completamente seguro —¿Por qué habrías de estarlo de Alistair? —me tomó de las mejillas para evitar que desviara la mirada.

Me solté a llorar incontrolablemente al recordar los días en que Alistair llegó a nosotros. Yo amaba Alistair también, como al hermano que nunca tuve, pero no podía evitar sentirme celosa de él, había sido una niña muy insegura en mi otra vida y ese sentimiento era tan fuerte que permanecía en esta, pero sólo con respecto a él.

—Porque nosotros siempre estuvimos juntos, siempre fuimos sólo tú y yo —le expliqué —Tú y yo frente al mundo y contra el mundo. Nuestra compañía nos era suficiente, nunca nos hizo falta nadie, y de pronto llegó él y te reclamó como su hermano, uno que tú siempre deseaste pero que nunca me lo dijiste. Entonces ya no éramos sólo los dos. Y yo que estaba tan acostumbrada tenerte las veinticuatro horas al día me sentí celosa de él…y lo siento porque también lo quiero mucho…pero no puedo evitarlo…

Louis no me dejó terminar, me atrajo hacia sus labios tan rápidamente que me quedé sin aire. Me besó como sólo lo había hecho en sueños, y mientras seguía besándome me levantó en brazos y me llevó con él a su habitación. Como pudo cerró a puerta tras nosotros y me recostó en su cama.

—Nunca, nunca —dijo, inclinado sobre mí y mirándome severamente —quiero que tengas celos de nadie. Yo no puedo amar de esta forma a nadie que no seas tú. Nunca me fijé en nadie más hasta ese día en el pasillo de la escuela. No tengas celos de nadie, mucho menos de un chico, mucho menos de Alistair…

Una mezcla de suspiro con sollozo subió por mi garganta.

—Carlo…

Él sonrió encantadoramente.

—Acepto eso —dijo —sólo no se te vaya a ocurrir llamarme por un nombre que no sea Carlo o Louis —se acercó y volvió  a besarme mientras yo enterraba mis dedos en su cabellera café, derramando un par de lágrimas más, pero esta vez de felicidad.

Él me las secó con sus pulgares.

—No podemos hacer esto si estas llorando —susurró.

Todo mi cuerpo se tensó como alanzado por electricidad al escucharlo decir aquello.

—Sólo si tú quieres —se apresuró a agregar.

—Sí quiero.

__________________________________   Muchas gracias por leer. Si gustan votar o comentar me haría muy feliz.  Aún nos quedan cuatro capitulos, espero que los disfruten. :)

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